Angela Merkel tenía ocho años cuando una profesora de natación puso a todas las niñas en fila y les ordenó lanzarse del trampolín. Angela se corrió de la fila y se puso a un costado. Observó a sus compañeras cómo lo hacían. Cada movimiento. Hasta que cuando se tiró la última, corrió y ella también lo hizo.
“Saltó, pero solo cuando tenía que hacerlo”, contó Wolfgang Schäuble, el ministro que la acompañó en su gobierno durante 12 años. “Tiene un estilo de liderazgo que se caracteriza, como ella misma ha dicho alguna vez, por no comprometerse hasta el último momento. Mantiene abiertas todas las posibilidades”.
La chica que observa y sólo toma decisiones después de analizar todas las variantes de negociación, primero se convirtió en doctora en química cuántica y después se subió a la ola democrática de la Caída del Muro de Berlín y la unificación de las dos Alemanias. Venía del Este, de la República Democrática, del “campo socialista” que giraba alrededor de la Unión Soviética. El veterano Helmut Kohl le echó el ojo y la atrajo hacia la Unión Demócrata Cristiana. La hija de un pastor luterano encontró inmediatamente a su gente en el Oeste. Y Helmut halló el vellocino venido del Este que comulgaba con las ideas del Oeste y podía convertirse en el símbolo de la nueva Alemania. No se equivocó. Merkel terminó gobernando por 16 años no sólo a su país sino a Europa entera.
En los círculos políticos de Berlín se la conoce como “el tractorcito”, nada la detiene. También por su buen humor, a pesar de que le hicieron fama de “dama de hierro”. Claro, no es tierna. No pasa por ahí. Siempre austera, con sus trajecitos de chaqueta de colores y pantalón negro, sin hijos, sin ninguna pasión por la cocina o esas cosas domésticas, aunque alguna vez se la vio saliendo de la sede del gobierno y yendo a comprar verduras para la cena. Tiene un humor sarcástico que sólo usa con sus íntimos. Y le encanta hacer bromas futboleras. Esa una apasionada del juego de la pelota número 5.
Cuando Alemania fue sede del mundial de fútbol en 2006, la canciller fue al estadio a ver todos los partidos que disputó la Mannschaft y cada vez que uno de sus ídolos lograba meter un gol no ocultaba su emoción y saltaba de su asiento, alzaba sus brazos, gritaba con fervor el gol y abrazaba a Franz Beckenbauer. El ex jugador alemán y presidente de honor del Bayern de Múnich siempre se sentaba a su lado. Merkel también hablaba mucho con el que era entonces el capitán del equipo, Phillip Lahm, y con Bastian Schweinsteiger. Con el entrenador, Joachim Löw, intercambiaba regularmente impresiones sobre el juego de la selección. Los jugadores de ese momento todavía recuerdan como los sorprendió cuando fue a felicitarlos en el vestuario y el turco-alemán Mezut Özil tuvo que correr a taparse con una toalla. Merkel no se inmutó, destapó cervezas para todos y brindó por el triunfo mientras los jugadores saltaban y dejaban ver sus partes.
Llevó su formación científica a la política. Siempre analizando con detalle los argumentos y buscando obsesivamente el consenso. “En las reuniones, ella siempre empezaba escuchando a la otra parte, respondía y se entablaba una discusión. Al final de esa discusión preguntaba ¿qué hemos aprendido hoy? y resumía qué había ocurrido en esa reunión, 1, 2 y 3″. Así lo describe una colaboradora estrecha suya. Dicen que antes de tomar cualquier decisión importante llamaba a los representantes de las personas que podrían ser afectadas. La canciller tiene “una excepcional capacidad para escuchar y tomar en cuenta los puntos de vista de todos los posibles interlocutores”. Habla mucho con científicos, sindicalistas y empresarios. Jamás toma decisiones desde la emoción.
Esa “prudencia calculada y la pausada reflexión” que son marca Merkel, por un lado, exasperaron muchas veces a políticos que pretendían que tomara una decisión rápida, por el otro la llevaron a cometer pocos errores, por lo menos esos tan comunes de prometer algo en campaña para incumplirlo poco después. No cree en las ideas utópicas que pueden movilizar masas o en el relato para construir una épica de la gestión. Aunque sabe comunicar muy bien sus ideas y es capaz de convencer al más escéptico de los alemanes. Siempre tiene argumentos basados en datos precisos. Aunque muchas veces se excede. “Por momentos creía que todos teníamos un doctorado en Física”, comentó uno de los líderes de la oposición socialdemócrata. El ex presidente español Mariano Rajoy dijo en una entrevista con el diario El País que, en las reuniones de líderes de la Unión Europea, de los 28 socios (ahora son 27 con la salida de Gran Bretaña) apenas 10 o 12 conocía en profundidad el tema que se discutía. “Es algo muy común. No todos podemos saber todo. Pero hay algunos que saben de casi todo. Y en eso se destaca Merkel que siempre venía bien aprendida y que era seguida, en general, por dos o tres de nosotros”, contó Rajoy, que se hizo amigo de Merkel y su esposo Joachim Sauer –también profesor destacado de química-, los llevó a pasear por su Galicia y disfrutaron de magníficos pescados frescos y unos buenos albariños.
El primer “presidente de teflón” fue Ronald Reagan. Nada se le pegaba, todo le resbalaba. Merkel tiene esa misma piel gruesa, de teflón, que le permite mantenerse enfocada a pesar de las críticas. “Tiene la piel dura y no deja que las cosas le afecten personalmente”, aseguró la ex primera ministra dinamarquesa, Helle Thorning-Schmidt, en un reportaje con Der Spiegel. Y recordó una situación que vivió con ella durante la crisis del Euro en el que se quemaban fotos de Merkel en las calles de Atenas. “Le comenté a Angela que mi hija de 13 años, al ver cómo la atacaban en Grecia, estaba en shock. Pude ver en ese momento cómo se sentía afectada, pero también sentí que la única manera para ella de poder tomar decisiones difíciles era manteniendo la distancia de las críticas a su persona y viéndolo como una crítica a su figura pública”.
Su impronta europeísta es innegable. Manejó a la unión con la misma fruición que a su país, dicen que salvó al Euro y evitó la desintegración del tratado europeo. Pero la mayoría de los analistas coinciden en que también acentuó la división y la desconfianza durante las crisis económica y migratoria, y no supo evitar el Brexit –más bien dejó hacer-. Algunos críticos creen que tampoco hizo mucho por evitar el crecimiento de los movimientos populistas y de extrema derecha europea. Por ahora, Merkel se encuentra transitando por esa delgada línea de la Historia en la que aún es muy pronto para saber si en realidad dejó que explotara la bomba o hizo todo lo posible para reducir los daños. “Fue un ancla para Europa”, asegura el ex primer ministro italiano, Mario Monti, que llegó al gobierno gracias a Merkel y al entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy, que forzaron la renuncia de Silvio Berlusconi para intentar calmar la tormenta financiera que se abatía sobre Italia. La crisis de la zona euro fue un momento definitorio para Merkel que combinó un éxito económico extraordinario en Alemania con una debacle social en buena parte de la EU, sobre todo, en Grecia.
Tuvo una relación de “buena química” con Barack Obama. Se llevaron bien desde el primer encuentro y Merkel charló mucho con Michelle Obama. A Trump no lo podía ni ver. Hay varias fotos donde se la ve junto a él con cara de “¡¿que está diciendo este hombre?!”. Con Putin tiene una relación de amor y odio. Cree que hay que mantener siempre un buen canal de comunicación con el Kremlin. Y cultivó esa relación con el líder ruso. Cada fin de año, ella le envía de regalo una caja de cerveza Radeberger –la favorita de Putin desde que era agente de la KGB en Alemania Oriental- y recibe de vuelta pescado ahumado ruso, que adora. A pesar de las críticas europeas y estadounidenses, Merkel siempre apoyó la construcción del segundo gasoducto por el Báltico, el Nordstream 2, para garantizar el suministro de gas ruso sin pasar por zonas conflictivas como Ucrania. Precisamente, la crisis en ese país creada por la invasión rusa a la península de Crimea, en 2014, hizo tambalear su teoría de buenas relaciones con el Oso ruso. Se sintió traicionada por Putin. Dicen que le había prometido que no lo haría. Todavía hoy sigue esa espina entre ellos dos mientras el conflicto sigue latente.
Se va este miércoles después de 16 años de gobierno. Sí, son muchos, pero los consiguió todos bajo estrictas normas democráticas y a través de diferentes alianzas políticas. Se sometió a la voluntad del Bundestag cada vez que se lo pidieron. Es posible que se vaya con una sensación de frustración. Está dejando a su país en el medio de un rebrote grave de la pandemia, la que ella denominó “la crisis más grave desde la II Guerra Mundial”. Aunque ya anunció que siempre estará cerca si la necesitan. Dijo que por ahora va a descansar y leer novelas. Pero una mujer como ella que fue elegida 14 veces por la revista Forbes como la más poderosa del planeta, no parecería que vaya a quedarse apoltronada por mucho tiempo.
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