Los rebeldes houthis, respaldados por Irán y Hezbollah, avanzan en su ofensiva para controlar Yemen

La coalición árabe que respalda al gobierno central yemení atacó posiciones de los guardias revolucionarios iraníes y las milicias shítas libanesas. Pero los houthis están muy cerca de controlar la zona petrolera del norte del país y el tránsito de los cargueros internacionales en el Golfo de Aden.

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Escombros y chatarra que dejó
Escombros y chatarra que dejó el bombardeo de la coalición árabe a posiciones de la Guardia Revolucionaria iraní y el Hezbollah en Sanaa, Yemen. REUTERS/Khaled Abdullah

Los pueblos mediterráneos creían que se trataba de una “tierra de fábula”. Veían llegar caravanas cargadas de incienso, mirra, casia, cinamomo y láudano; o riquezas como oro, ébano, marfil y seda. Los comerciantes decían provenir de Yemen, en el recorte de la península arábiga, en el Golfo de Adén y el Mar Rojo. El geógrafo griego Ptolomeo la denominó Arabia Felix. Era, sobre todo, una tierra con fantásticos puertos naturales donde llegaban las maravillas de la India y África y que, luego, los yemeníes transportaban con grandes mandas de camellos y barcos adornados de oro hasta Atenas, Roma o Venecia. El Islam llegó a Yemen en el año 630 y con él la endémica lucha entre las dos escuelas principales en la interpretación del Corán: la de los sunitas y la de los shiítas. Esta puja por demostrar quién es más piadoso y mantiene con más rigor las tradiciones de Mahoma viene sacudiendo al mundo desde hace siglos. Y desde 2011, este desierto yemení, se convirtió en uno de los epicentros de este conflicto ancestral que derivó en una guerra civil con 250.000 muertos, entre ellos 85.000 chicos menores de 5 años, 16 millones de personas hambrientas y la intervención de las potencias globales y regionales.

Esta semana, emergió la raíz de esta guerra cuando las fuerzas de la coalición árabe sunita –integrada por Arabia Saudita y los Emiratos Árabes con el respaldo de Estados Unidos-, que apoyan al gobierno central yemení reconocido internacionalmente, atacó una serie de bases de la Guardia Revolucionaria de Irán y la milicia del Hezbollah libanés, que están allí dando apoyo a los rebeldes de la minoría shiíta, los houthis. La guerra yemení está plenamente internacionalizada. Los bombarderos de última generación que Washington le vendió al gobierno de Riyadh lanzaron ataques contra las posiciones de los milicianos extranjeros en Saná, la capital dominada por los houthis, y la base aérea de Al-Dulaimi. Estos respondieron con el lanzamiento de drones cargados de explosivos contra el aeropuerto internacional de Abha que fueron interceptados por el sofisticado sistema de defensa con el que cuentan los sauditas. La frontera entre ambos países está desdibujada entre las dunas y los ataques de uno y otro lado son permanentes desde 2014, cuando comenzó la intervención árabe.

El miércoles, cientos de soldados gubernamentales yemeníes se desplegaron en la ciudad central de Marib para reforzar a las tribus aliadas que luchan contra la sangrienta ofensiva de los houthis, que ya están en las afueras de la ciudad. Un vídeo de propaganda difundido en las redes sociales mostraba un largo convoy de camionetas, autobuses y vehículos militares que transportaban a cientos de soldados que coreaban “con nuestras almas y nuestra sangre, te redimiremos, Yemen”, mientras se dirigían a Marib. Las milicias houthis están teniendo un lento pero firme avance en el norte del país y si logran tomar Marib se habrán quedado con una zona económica estratégica. La región, rica en petróleo, es uno de las últimos enclaves norteños disputados por el gobierno de Abdrabbuh Mansur Hadi, presidente de la república desde 2012, y una puerta de entrada a Shabwa, otra gobernación controlada por hasta ahora por las fuerzas gubernamentales con importantes recursos energéticos e infraestructuras. Sería una victoria pírrica -los Houthis perdieron miles de soldados, muchos de ellos niños, en la ofensiva- pero representaría un punto de inflexión en la guerra.

Rebeldes houthis festejando el séptimo
Rebeldes houthis festejando el séptimo aniversario de la toma de la capital yemení , Sanaa. REUTERS/Khaled Abdullah

Si derrotan al ejército nacional yemení –y por ende a Arabia Saudita que lo respalda- en éste, uno de sus últimos bastiones importantes en el norte, y toman el control del centro energético, los Houthis habrían ganado esencialmente la guerra. Para Riad, Washington y el pueblo yemení, esto representa el peor escenario posible. Incluso si la guerra terminara, la situación humanitaria seguiría siendo crítica, ya que dos tercios de los 30 millones de ciudadanos de Yemen seguirían enfrentándose a la hambruna y dependiendo del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas para su sustento diario. Mientras tanto, los guardias revolucionarios iraníes controlarían otro país árabe, y Arabia Saudita seguirá siendo vulnerable a los ataques con misiles y drones de su vecino del sur.

Yemen es un problema muy delicado para la administración estadounidense de Joe Biden. Como en el caso de Afganistán, es probable que se enfrente pronto al reto de otro Estado fallido dirigido por una organización islamista militante con delirios milenaristas. Los Houthis pertenecen a una minoría entre los shiítas denominada Zaydi o Zadiyyah. Toman su nombre de Zayd bin Ali, bisnieto de Ali, primo y yerno de Mahoma, al que todos los shiítas veneran. Zayd bin Ali lideró un levantamiento contra el Imperio Omeya en el año 740, el primer imperio dinástico de la historia islámica, que gobernaba desde Damasco. Zayd fue martirizado en su revuelta, y se cree que su cabeza está enterrada en un santuario dedicado a él en Kerak (Jordania). Los zaydíes creen que fue un modelo de califa puro y desde entonces son considerados como la rama islámica que, supuestamente, lucha contra la corrupción. Mantienen ritos iniciáticos y ceremonias místicas que se contraponen a la visión que impuso el ayatollah Khomeini en Irán. Pero desde Teherán se tolera la “desviación” con tal de cercar a sus archienemigos sauditas.

El príncipe heredero saudita, Mohammed
El príncipe heredero saudita, Mohammed bin Salman, intenta detener la ofensiva de los houthis en el vecino Yemen y espera que si éstos terminan tomando el poder, Estados Unidos le proporcione una nueva línea de defensa Patriot. Bandar Algaloud/Courtesy of Saudi Royal Court/Handout via REUTERS.

Los analistas militares consideran que los Houthis se dirigen a un triunfo por sobre las fuerzas gubernamentales gracias al entrenamiento y las armas que les entregaron los iraníes y el Hezbollah. Si esto sucede, no sólo tendrían un territorio libre para atacar militarmente a los árabes sauditas aliados de Estados Unidos en el Golfo, sino que si la inestable coalición sunita pierde la ciudad portuaria yemení de Hodeida y el resto de la costa del Mar Rojo, los Houthis también podrían interrumpir muy fácilmente el tráfico de los cargueros que transportan más de 6 millones de barriles de petróleo diarios y productos derivados en el estrecho de Bab el-Mandeb.

Estados Unidos no se quiere involucrar en el conflicto, pero si se interrumpe el suministro de petróleo se verá obligado a hacerlo. Desde ya, si Irán se hace fuerte en la península arábiga a través de los houthis, Biden tendrá que acercarse al príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, a pesar de que tiene una particular antipatía por él. Y tendrá que suministrar la última tecnología militar para reforzar las capacidades defensivas del reino. En los últimos dos años, Arabia Saudita mejoró notablemente su capacidad para contrarrestar la amenaza de los misiles y los drones de los Houthis. Pero para seguir haciéndolo, Riad necesitará el compromiso de Estados Unidos de reponer su arsenal defensivo, incluidas las baterías antimisiles Patriot y los misiles antiaéreos utilizados para contra-atacar a los drones lanzados desde Yemen.

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