La decisión de Saif al Islam, segundo hijo y supuesto heredero del derrocado Muamar al Gadafi, y del controvertido mariscal Jalifa Hafter, de registrar sus candidaturas a las elecciones presidenciales del 24 de diciembre ha desatado un terremoto político en Libia, agudizado aún más las disputas entre los centros de poder y multiplicado las peticiones para que se aplacen hasta que se logre un consenso sobre la ley electoral.
El oficial, líder del Ejército (LNA) en el este y tutor del Parlamento en la ciudad de Tobrouk, anunció su candidatura en un discurso en el que expresó su deseo de “liderar al pueblo libio hacia la gloria, el progreso y la prosperidad” e instó a los libios a abrazar “el camino hacia la reconciliación” tras una década de guerra civil.
”Libia se encuentra en la encrucijada de dos caminos. Uno hacia la libertad, la independencia y el progreso, y el otro hacia el conflicto, el absurdo y la tensión”, advirtió en un discurso televisado.
Su anuncio suma un nuevo foco de tensión al complejo polémico proceso electoral, ya que en las últimas semanas varios responsables en el oeste del país habían subrayado su oposición e incluso advertido de las “graves consecuencias” si éste finalmente se confirmaba.
El más vehemente, el líder del Consejo Supremo de Estado, senado en 2015 durante el fallido proceso de reconciliación liderado por la ONU, Jaled al Mashri, quien aseguró que la presencia del mariscal y su posible victoria desatarán, de nuevo, una guerra civil que quedó interrumpida hace un año gracias al alto el fuego promovido por Rusia y Turquía, los dos Estados que más influyen en Libia.
Al Mashri es, junto a otros responsables en Trípoli y en la ciudad estado de Misrata, uno de los principales defensores de que se retrasen los comicios, convocados hace un año por el Foro para el Diálogo Político en Libia (FDPL), un organismo no electo creado “ad Hoc” por Naciones Unidas.
Hafter, que tiene nacionalidad estadounidense y está acusado de crímenes de lesa humanidad, posee un oscuro currículum que le ha granjeado numerosos enemigos.
Miembro de la cúpula militar que aupó al poder a Al Gadafi, en los pasados años ochenta fue el general más famoso del Ejército libio.
Sin embargo, en 1989 fue abandonado por el dictador tras una humillante derrota y rescatado por la CIA, que lo trasladó a Estados Unidos y le ayudó a convertirse en el principal opositor en el exilio.
En 2011 regresó al país y cabildeó hasta lograr que el gobierno no reconocido por la comunidad internacional en el este le nombrara jefe del Ejército (LNA).
Un año después, y con ayuda de mercenarios rusos, y el respaldo de Egipto y Emiratos Árabes Unidos y Francia, lanzó una campaña militar que le permitió controlar los recursos petroleros, penetrar en el sur del país y cercar al Gobierno de Acuerdo Nacional impulsado por la ONU en Trípoli.
El proceso electoral libio sufrió la primera gran sacudida el pasado domingo después de que Saif al Islam, segundo hijo y presunto heredero del tirano, fuera el primero en registrar los documentos para las que, de celebrarse, serán las primeras presidenciales de la historia de Libia desde su independencia de Italia en 1951.
Al Islam, reclamado por la Corte Penal Internacional (CPI) por su papel en la revolución, se presenta con la ambición de aglutinar el apoyo de “los verdes”, aquellos nostálgicos de la dictadura.
Nada más presentar su candidatura, la Fiscalía Militar exigió su suspensión hasta que se concluya una investigación por crímenes de guerra y adelantó que haría lo mismo con la de Hafter.
Un día más tarde, varias milicias cerraron diversos centros de votación y sedes de la Comisión Suprema Electoral en el oeste en señal de protesta mientras que el Consejo Municipal de Misrata pidió que se rechace “a todos los delincuentes” y se pospongan los comicios mientras no se logre un acuerdo sobre el marco legal entre el Parlamento en el este y el Senado en el oeste.
Igualmente se espera que antes del 22 de noviembre, fecha en la que concluye el plazo, presenten su candidatura dos antiguos gadafistas más: el primer ministro del Gobierno Nacional de Unidad transitorio (GNU), Abdelhamid al Debaibah, un multimillonario que hizo fortuna durante la tiranía y que este lunes atacó con dureza la citada ley electoral.
Y el ex embajador de libia ante la ONU, Ibrahim Al-Dabbashi, mientras se espera la decisión de Aqila Saleh, presidente del Parlamento en Tobrouk, el último elegido democráticamente en Libia (2014) y que carece de legitimidad ya que se constituyó a tiempo.
(con información de EFE)
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