“Putin incorpora ahora la confrontación de la guerra fría a sus relaciones con Occidente. Sus líderes deben prepararse para lo que viene”, advierte The Economist en su última portada. Y afirma que la tesis del disidente y físico soviético Andrei Sájarov, que explica que la represión en casa se convierte invariablemente en inestabilidad en el exterior, se demuestra una vez más.
El prestigioso medio explica que las relaciones de Rusia con Occidente han entrado en un periodo oscuro y detalla que para justificar la represión en su país, Putin le dice a su pueblo que la política occidental está diseñada para destruir el modo de vida ruso.
Según Memorial, un grupo de derechos humanos, Rusia tiene más del doble de presos políticos que al final de la era soviética. Memorial, que el propio Sájarov ayudó a crear para documentar los abusos soviéticos, ha sido a su vez tachado de “agente extranjero” y atacado por matones patrocinados por el Estado.
La última fase de la represión comenzó en 2020 con el envenenamiento de Alexei Navalny, el preso político más famoso de Rusia, y ganador el mes pasado del premio Sájarov del Parlamento Europeo a la libertad de pensamiento. Navalny sobrevivió al ataque, pero fue encarcelado y maltratado en la Colonia Penal nº 2, una de las cárceles más duras del país.
Desde entonces, recuerda el medio, la organización de Navalny ha sido ilegalizada y gran parte de su equipo expulsado del país. Los que se quedaron son perseguidos. El 9 de noviembre, Lilia Chanysheva fue detenida y se enfrenta a diez años de prisión por haber trabajado para Navalny mientras su organización era legal. La red se extiende más allá de la política. El mismo día, Sergei Zuev, el director de la principal universidad liberal de Rusia, de 67 años, que se está recuperando de un tratamiento cardíaco, fue trasladado de su arresto domiciliario a una celda de la prisión, quizás para forzar una confesión falsa en un caso inventado.
Además, un tercio del presupuesto del gobierno ruso se gasta en seguridad y defensa. “Para Putin, la represión no tiene marcha atrás. No podrá restablecer la prosperidad que contribuyó a elevar sus índices de audiencia durante su primera década en el poder. Es cierto que la economía fortaleza que el Kremlin ha desarrollado desde 2014 puede soportar las sanciones, especialmente cuando los precios de la energía son altos, como ahora. Pero Rusia, que se parece más a Irán que a China, no tiene el dinamismo necesario para generar un crecimiento sostenido y robusto”.
De ahí la lógica de la confrontación, asegura The Economist. La narrativa del Kremlin afirma que los valores tradicionales de la familia, la cultura y la historia están siendo corrompidos por “el liberal y licencioso Occidente” y que sólo ellos pueden defenderlos.
Así, la lucha contra Occidente permite al Gobierno ruso presentar a todos los que se le oponen -periodistas, abogados de derechos humanos y activistas- como agentes extranjeros. “De este modo, el régimen de Putin depende de la ideología antioccidental para su política, al igual que depende del petróleo y el gas para su prosperidad”, explica.
Tanto Rusia como Bielorrusia, donde el dictador Alexander Lukashenko es apuntalado por el Kremlin, han asesinado a disidentes en el extranjero. Rusia derribó un avión de pasajeros y Bielorrusia secuestró uno para detener a un disidente local. Polonia y Lituania han acogido a la oposición bielorrusa en el autoexilio. Apoyado por el Kremlin, Lukashenko se está vengando transportando a los refugiados de Oriente Medio y enviándolos a sus fronteras para provocar una crisis humanitaria.
A mayor escala, agrega el medio, “Putin se inmiscuye en las elecciones occidentales, vende propaganda antivacunas y libra guerras por delegación con Estados Unidos en África y Oriente Medio. Utiliza la promesa de suministros adicionales de gas para debilitar los lazos entre la Unión Europea y países como Ucrania y Moldavia. Ha vuelto a concentrar tropas en la frontera ucraniana y está enviando bombarderos con capacidad nuclear a Bielorrusia”.
La buena noticia es que, al igual que la mayoría del pueblo soviético no creía en las ventajas del comunismo sobre el capitalismo, la mayoría de los rusos no creen en las ventajas de la confrontación. “A pesar de toda la propaganda de Putin, dos tercios tienen una visión positiva de Occidente. Casi el 80% dice que Rusia debería verlo como un socio y un amigo. Esto es más pronunciado entre los jóvenes, que rechazan la violencia del Estado y están a favor de los derechos humanos”.
En la nota de portada, ilustrada por Fede Yankelevich, la revista apela a los líderes occidentales para que se pongan de acuerdo en centrar las sanciones en los los poderosos rusos que saquean el Estado y abusan del pueblo: “Esto implica que los países occidentales se enfrenten a los grupos de presión de sus propias industrias de servicios, que se enriquecen ayudando a los compinches de Putin a blanquear su reputación, a perseguir sus venganzas legales y a refugiar su riqueza ilícita”.
Además, exigen que se empiece a pensar en una Rusia post-Putin. “Nadie sabe si eso llegará en años o en décadas. Pero es difícil que el sistema de Putin le sobreviva”, advierte en su sección Líderes.
“Occidente debería denunciar las violaciones de los derechos humanos en Rusia. El flujo de estudiantes, periodistas e intelectuales rusos que buscan una vida mejor aumentará. Los gobiernos occidentales deben acogerlos porque de este modo, Occidente no sólo ayudaría a las víctimas de la represión de Putin, sino que también se ayudaría a sí mismo”, propone.
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