El conflicto de la región separatista de Tigrey ya se expandió al resto de Etiopía. El presidente Abiy Ahmed que hace dos años recibió el Nobel de la Paz ahora dirige una nación en guerra civil. Hay millones de desplazados, una hambruna y un genocidio en ciernes. Las fuerzas rebeldes avanzan hacia el sur, conquistaron varias ciudades claves y se dirigen a tomar el poder en la capital, Addis Ababa. Varios líderes africanos están llamando a un cese al fuego y el inicio de negociaciones porque temen que la guerra se extienda a toda la región del Cuerno de África. Estados Unidos tiene un enviado especial en el terreno que está intentando que Abiy se siente a hablar con los jefes de las guerrillas. Y la ONU ya ofreció mediar. Pero ninguna de las partes parece dispuesta a conversar. Por ahora sólo suenan las armas y hay miedo e incertidumbre entre los civiles.
El gobierno de Abiy declaró el estado de emergencia y pidió a la población de Addis Ababa que se movilicen y protejan sus barrios. Los rebeldes ya están a 350 kilómetros de la capital y tomaron las estratégicas ciudades de Dessie y Kombolcha mientras se desplazan por la región central de Amhara donde el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF), que gobernó el país durante 27 años hasta la llegada de Abiy en 2018, se alió con el que hasta hace muy poco era su enemigo, el Ejército de Liberación de Oromo (OLA). Juntos, buscan controlar la ruta que une al país con el vecino Djibouti.
La batalla por Dessie fue una de las más feroces registradas en esta zona del planeta. La ciudad, un próspero centro económico, era conocida en Etiopía como la “capital del amor” por su mezcla multiétnica y cultural. En los últimos meses se había transformado en un infierno con la llegada de cientos de miles de refugiados que huían de la guerra. Los soldados del gobierno resistieron durante una semana, hasta que huyeron en la madrugada cuando ya no tenían municiones para seguir luchando. “Muchos refugiados quedaron atrapados entre el fuego de las dos fuerzas. Quedaron muchos cuerpos tirados en las calles”, dijo un testigo en diálogo telefónico con un canal de televisión sudafricano.
En Addis Abeba, es Tewodros Hailemariam, miembro de alto rango del Movimiento Nacional de Amhara (NaMA), uno de los grupos étnicos que integran el gobierno, quien está movilizando a las comunidades para que envíen combatientes que detengan el avance rebelde, así como distribuyendo ayuda a los desplazados. “Hay dos opciones: o el TPLF es derrotado y el gobierno central etíope se salva. O el peor escenario es que el TPLF gobierne y controle Addis Abeba y entonces haya una guerra total en toda la nación”, dijo Tewodros a la BBC.
Las tensiones entre el gobierno central etíope y el TPLF se iniciaron con la llegada de Abiy al poder en abril de 2018, tras la dimisión del hasta entonces primer ministro, Hailemariam Desalegn, y dos años de violentas protestas por parte de miembros de las comunidades oromo y amhara. Abiy, primer miembro de la etnia oromo en ocupar el cargo, inició reformas y anunció decisiones consideradas por el TPLF como un intento de reducir su poder político y una venganza contra altos cargos del grupo que estuvieron en el anterior ejecutivo.
Abiy inició el desmantelamiento de la coalición integrada por cuatro partidos de corte étnico que había gobernado hasta ese momento y organizó el Partido de la Prosperidad desplazando totalmente al TPLF de los centros de poder. Al mismo tiempo tuvo un acercamiento con la vecina Eritrea, que derivó en un acuerdo de paz con el presidente Isaias Afewerki -enemigo acérrimo del TPLF y cualquier intento de separatismo en Tigrey-. Esto le valió el premio Nobel de la Paz a Abiy. Un error grave del comité de Oslo que entrega el famoso galardón. Para entonces, los conflictos étnicos se habían agravado dentro de Etiopía y se registraban cientos de muertos. El aumento de la violencia fue achacado por Addis Abeba a una campaña de desestabilización orquestada por el TPLF a través de grupos asociados, entre ellos el OLA. Por su parte, los rebeldes acusaron al premier de “querer convertirse en un dictador” después de que aplazara las elecciones parlamentarias dos veces, por la inseguridad y la pandemia. Fue cuando el TPLF, en forma unilateral, decidió llamar a elecciones en su territorio del norte.
El 4 de noviembre de 2020, el día del inicio de las hostilidades en forma abierta, Abiy envió tropas a Tigray para reforzar las bases de las fuerzas gubernamentales que habían sido atacadas. También se movilizaron soldados eritreos y fuerzas de la vecina región de Amhara para reforzar a las tropas etíopes. Cinco días después se registró la primera matanza étnica en la ciudad de Mai Kadra, con centenares de asesinados. Decenas de miles de tigreños comenzaron a huir hacia Sudán. Un ataque con cohetes por parte del TPLF contra la capital de Eritrea, Asmara, internacionalizó definitivamente el conflicto.
Antes del fin de ese noviembre del año pasado, Abiy declaró el fin de las operaciones en Tigrey después de que los soldados gubernamentales tomaran el control de la capital regional, Mekelle. Pero ya se había desatado el desastre. Las tropas eritreas mataron a cientos de personas en la ciudad de Axum, una acción que Amnistía Internacional calificó de “posible crimen contra la humanidad”. En la región de Amhara también se produjeron violaciones, asesinatos y saqueos contra los refugiados. El nuevo secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, afirma que se estaban cometiendo “actos de limpieza étnica”.
También hubo un enredo de comedia sobre la presencia de las tropas de Eritrea. En marzo de este año, se anunció su retirada, pero los civiles dicen que aún permanecen en el lugar y continúan las matanzas étnicas. Un funcionario regional denunció que los soldados eritreos retienen a las mujeres tigreñas como esclavas sexuales. En junio, las Naciones Unidas informó que 350.000 tigreñosos estaban sufriendo una hambruna y que millones más estaban en peligro por la falta de alimentos. El jefe de la misión de la ONU para África acusó al gobierno de utilizar los alimentos como arma de guerra y que estaba bloqueando la entrada de ayuda humanitaria. Al mismo tiempo, Estados Unidos impuso sanciones contra Eritrea y acusó a sus fuerzas armadas de estar cometiendo “atrocidades” en Etiopía.
A fines de junio, finalmente, las fuerzas separatistas de Tigray retomaron el control de Mekelle, tras meses de batallas en los alrededores. Las tropas etíopes y eritreas se concentraron en la parte occidental de la región. De esa manera comenzó el avance del TPLF hacia el sur del país y la toma de la estratégica carretera y vía férrea que une la capital etíope –el país no tiene salida al mar-, con el puerto de Djibuti. La respuesta desde Addis Ababa fue una ofensiva terrestre para expulsar a las fuerzas de Tigray de las regiones de Amhara y Afar mientras reanudaba los ataques aéreos contra Mekelle.
A mediados de octubre, hace apenas unas semanas, se inició el rápido avance de los separatistas tigrayanos y se registraron escenas de soldados gubernamentales dejando sus armas y huyendo. Fue cuando se escucharon las voces internacionales de un cese al fuego, pero ya era demasiado tarde. El líder del TPLF, Debretsion Gebremichael, dijo el lunes que “la única opción para la paz es destruir al gobierno fascista y completar la defensa con una enorme victoria”, y rechazó la posibilidad de iniciar negociaciones. Abiy también lanzó amenazas de que no se detendría hasta “enterrar” a sus enemigos y denunció que “fuerzas extranjeras” combaten al lado del TPLF.
En tanto, la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) informó que 5.2 millones de personas necesitan ayuda humanitaria en Etiopía y que la situación empeoraba a causa de “desplazamiento a gran escala” en los alrededores de Dessie y Kombolcha a causa de los recientes combates. “La entrega de ayuda humanitaria urgente ha sido dañada por la inseguridad y por la limitada presencia de socios humanitarios”, afirmó, en medio de las denuncias emitidas por diferentes agrupaciones sobre las trabas que han impuesto las autoridades etíopes a la entrega de ayuda y las críticas de Etiopía contra la ONU por un supuesto sesgo a favor de los habitantes de Tigrey.
La tierra bíblica de la reina de Saba, la que enamoró a Salomón, después de visitarlo en Jerusalén y llevarle de regalo un enorme tesoro, se encuentra ahora en uno de los momentos más atroces de su larguísima historia. De acuerdo al Antiguo Testamento, la llamada también reina Makeda, le entregó a Salomón tres mil novecientos sesenta kilos de oro, piedras preciosas y gran cantidad de perfumes. “Nunca más llegaron a Israel tantos perfumes como los que la reina de Saba le obsequió al rey Salomón”, se cuenta. Esa tierra necesita ahora de una retribución para imponer la paz como la que, de acuerdo al relato bíblico, envió el rey Salomón a Melenik, el hijo que tuvo con Saba. Se trataba de El Arca de la Alianza que, según las creencias judías y cristianas, es un cofre de oro que contiene dos tablas grabadas con los Diez Mandamientos.
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