El presidente Vladimir Putin ordenó a millones de rusos que no acudan a sus lugares de trabajo a partir de la próxima semana y pidió “encarecidamente” que se apliquen la vacuna contra el Covid a los ciudadanos reticentes a vacunarse. El ruego del líder ruso se produjo en el medio de un rebrote de la pandemia con un aumento considerable de las infecciones y muertes. Entre el martes y el miércoles murieron 1.028 personas por Covid, la cifra más alta desde el inicio de la pandemia. Las cifras oficiales dicen que ya son 226.353 las víctimas, la más alta de Europa. Los infectólogos y expertos en estadísticas multiplican esa cifra por tres.
La gran mayoría de los rusos cree que el Kremlin está manipulando los datos y que la vacuna que les están inyectando, Sputnik V, es altamente ineficiente. Sentimientos basados en años de frustraciones y la memoria aún muy fresca de los manejos que se realizaban durante la época de la Unión Soviética. Sólo unos 45 millones de rusos -aproximadamente un tercio de los 146 millones de habitantes- están totalmente vacunados. “¿Qué me quieren poner en el cuerpo?”, se preguntaba una mujer de edad avanzada durante una entrevista en las calles de Moscú con el corresponsal de la BBC. “Cuando era chica, en la escuela nos daban una purga y decían que era un jarabe para ser más lindas y nos vacunaban sin explicarnos contra qué enfermedad era…Yo no les creo y no me vacuno nada”.
Putin dijo que apoya la propuesta del Consejo de Ministros de introducir un periodo no laborable que comience el 30 de octubre y se extienda hasta la semana siguiente, en la que cuatro de los siete días ya son no laborables, incluyendo una fiesta estatal de dos días. En algunas regiones donde la situación es más amenazante, dijo que el periodo no laborable podría comenzar ya el sábado y extenderse hasta el 7 de noviembre.
“Nuestra tarea hoy es proteger la vida y la salud de nuestros ciudadanos y minimizar las consecuencias de la peligrosa infección”, aseguró Putin en una videollamada con sus ministros. “Para lograrlo, es necesario, en primer lugar, frenar el ritmo del contagio y movilizar las reservas adicionales del sistema sanitario, que actualmente trabaja bajo una gran tensión”. Hace unas pocas semanas el propio Putin estuvo aislado preventivamente. Varios de los funcionarios y empleados más cercanos dieron positivo. Dentro y fuera del Kremlin, los rusos tienen una actitud de laissez-faire, de total libertad, frente al virus, cuestionan la necesidad de vacunarse y llevan las máscaras en la barbilla, si es que las llevan.
Algunos analistas de la prensa rusa no oficialista creen que estas medidas se toman porque la situación se desmadró. Y apuntan a un rebrote ocasionado por las aglomeraciones producidas durante las elecciones parlamentarias que se extendieron hasta el último fin de semana. Desde julio, el número de muertes diarias en el país se mantuvo prácticamente estable, en un rango que va de los 700 a algo más de 800. Pero dudan de la veracidad de las cifras, Según un análisis de los datos de mortalidad del New York Times, el año pasado murieron al menos 300.000 personas más de las admitidas oficialmente. Otro informe de The Guardian basado en datos de las municipalidades de regiones aisladas pone esa cifra en más de 600.000.
En Moscú se volvieron a habilitar cientos de camas en salas especialmente aisladas para los pacientes con Covid que habían sido cerradas cuando se creía que ya estaba dominada la pandemia. En San Petersburgo, el gobierno local informó que 348 personas habían sido hospitalizadas con Covid el miércoles, la cifra más alta en la segunda ciudad más grande de Rusia desde principios de agosto. “El aumento de la enfermedad no ha hecho más que empezar”, dijo a la agencia Interfax la funcionaria epidemiológica rusa, Natalia Pshenichnaya, quien añadió que la pandemia se estaba desarrollando en toda Rusia “de forma muy dinámica”.
Rusia fue el primer país en desarrollar una vacuna contra el Covid. Y desde entonces, logró otras dos variantes de la Sputnik V con las que está inoculando a la población. No hay acceso a ninguna otra vacuna desarrollada en otros países. Por esa razón, decenas de miles de rusos están viajando a Europa y Estados Unidos para inyectarse con las vacunas consideradas más eficientes. También es popular en Rusia realizarse tests de anticuerpos. Creen que de esta manera van a saber si están o no infectados, cuando se sabe que con este análisis apenas se sabe si ya se tuvo Covid y cuántas defensas pudo haber obtenido esa persona.
A pesar de las duras cifras de muertes e infecciones, las autoridades se han mostrado reticentes a introducir restricciones a nivel nacional que podrían perjudicar a la economía. Los restaurantes, bares y clubes nocturnos siguen abiertos, aunque en algunas regiones piden a las personas mostrar certificados de vacunación para entrar en esos locales. Moscú intentó brevemente durante el verano exigir una prueba de vacunación o una prueba de PCR negativa a los clientes que acceden a restaurantes y bares, pero abandonó el programa después de que los propietarios de los negocios se quejaran porque les “espantaba” a los clientes.
La raíz de esta actitud de los rusos parece estar en la memoria de los 70 años de la Unión Soviética. Como cuenta el profesor de teoría política Tomás Várnagy en su libro “Proletarios de todos los países...¡Perdonadnos!” los funcionarios del partido comunista “utilizaban un discurso que enfatizaba un futuro utópico e ignoraba la dura realidad presente, aplicando una retórica sin ninguna relación con el contexto cotidiano. La gente adoptaba pragmáticamente el `doble pensamiento´, una aceptación fingida de las normas que ayudaba a la autopreservación. El humor suponía la ruptura de esa simulación, y con él se profanaba el idealismo utópico de la retórica oficial. Era el espejo a través del cual se podía mostrar la realidad, esa en la que vivían, pero de la que no podían hablar, la de un mundo distópico donde la irracionalidad funcionaba como la norma y en el que gobernaban los menos capacitados”.
Un chiste que circulaba entre los soviéticos decía que “en la URSS el pasado era imprevisible”. Se refería a las continuas purgas con funcionarios que caían en desgracia o eran rehabilitados. Las fotos de la época de Stalin fueron lo más elocuente. Se borraban de todas las imágenes disponibles a los que ya no gozaban de la confianza del dictador. En Moscú ahora circula un “chiste soviético” que habla de cómo “quieren hacer desaparecer de la foto” a las víctimas del Covid.
SEGUIR LEYENDO: