(Chicago, especial para Infobae) - La orden salió hace dos semanas desde el comando de inteligencia de los talibanes en Kabul. Fue enviada a todos los jefes de unidades del país. Era una alerta roja. Tenían que realizar una nueva y exhaustiva investigación sobre todos sus milicianos. Se habían detectado combatientes del ISIS-K, la filial afgana del Estado Islámico, infiltrados entre los milicianos leales a los extremistas islámicos que se hicieron con el poder de Afganistán a mediados de agosto. El objetivo del ISIS-K es desestabilizar al gobierno de los hombres de turbante negro, crear campos de entrenamiento para sus milicianos y tomar el territorio afgano como cabecera de playa para actuar en Asia Central. Una amenaza para el mundo aún más grande que la que pueden representar los talibanes.
Ex funcionarios de inteligencia del derrocado gobierno afgano prooccidental y un alto funcionario talibán que desempeña funciones de seguridad afirmaron a la cadena de televisión CBS que se cree que el líder de ISIS-Khorasan (ISIS-K o IK), un notorio comando terrorista cuya identidad permaneció envuelta en el misterio durante años, se encuentra entre los infiltrados. También detectaron que milicianos que lucharon en las filas de los talibanes hasta hace apenas unas semanas, se unieron al IK a pesar de que siguen conservando sus puestos dentro de las antiguas unidades. Probablemente se cambiaron de bando por dinero, pero también porque el IK les ofrece una visión aún más rigorista de la Sharía, la ley coránica. Se calcula que el IK tiene entre 2.000 y 3.000 milicianos muy bien entrenados y equipados.
Desde que se formó en 2015, el ISIS-K llevó a cabo algunos de los ataques más graves en Afganistán contra las tropas internacionales, así como los talibanes y las fuerzas del ex gobierno. El último devastador atentado ocurrió el viernes con un ataque a una mezquita de la ciudad de Kunduz que dejó decenas de muertos. El grupo se declaró enemigo de los shiítas (una de las dos grandes corrientes del islamismo) y regularmente ataca centros religiosos de ese signo. Pero desde que tomaron el poder los talibanes, el IK realizó 22 atentados en los primeros 11 días. El peor fue el atentado en el aeropuerto de Kabul, en el que murieron 170 afganos –la gran mayoría civiles- y 13 soldados estadounidenses.
En junio de 2020, después de que las fuerzas estadounidenses mataran a cuatro comandantes en ataques con drones, el liderazgo del grupo recayó en un militante conocido como Shahab al-Muhajir. En ese momento, se supuso que por su nombre, se trataba de un extranjero de ascendencia árabe, no afgana. Pero los funcionarios de seguridad que hablaron con CBS dijeron que se trata de un veterano mujahaidin (combatiente) de la insurgencia interna afgana y que su verdadero nombre es Sanaullah. Recibió entrenamiento en Pakistán de dos grupos extremistas diferentes, uno de ellos la red Haqqani, afiliada a los talibanes.
También se sabe que es un graduado del Instituto Politécnico de Kabul que, según una tarjeta de registro de votantes encontrada por las fuerzas de seguridad afganas, tiene 31 años. “Sea cual sea su origen étnico, terminó mucho mejor posicionado que sus predecesores para revivir el IK”, escribió Ex-Trac, una organización que analiza las amenazas que plantean los grupos extremistas. “Su toma del poder a mediados de 2020 culminó con un cambio radical para la organización, pasó de ser una red fragmentada y degradada a la falange asesina que es hoy”.
Mientras que otros comandantes del ISIS-K se centraron en la toma de territorio, los agentes de inteligencia afirman que al-Muhajir es un cuadro más estratégico que tiene como objetivo socavar el liderazgo de Afganistán para obtener libertad para operar. Con esa estrategia en mente, al-Muhajir y otros comandos se infiltraron entre las filas talibanas. Incluso mantuvo una reunión con el jefe adjunto de inteligencia talibán, el mulá Tajmir Jawad, sin que el funcionario se diera cuenta de que estaba hablando con el líder del ISIS-K.
Al Muhajir se mantiene en la clandestinidad incluso dentro de su propia organización. Cada vez que las fuerzas de seguridad lograban alguna información cuando la contrastaban con informantes, obtenían identidades totalmente diferentes de quien sería el jefe del ISIS-K. Aparentemente, diferentes comandantes se presentan como el líder máximo dando el nombre de al-Muhajir.
Hace aproximadamente un año, “tras mucho trabajo”, las fuerzas de seguridad del país consiguieron localizar a al-Muhajir, pero el líder del ISIS-K escapó a la captura. Lo único que encontraron fue su documento nacional de identidad -con su nombre real- y otro documento que lo identifican como miembro del ejército afgano. “El líder de ISKP, Shahab, ahora mismo está trabajando dentro de las filas talibanes, pero los talibanes no logran identificarlo”, dijo el ex funcionario de inteligencia a CBS News. “El ISKP en Afganistán es una bomba viva que vaga libremente entre los talibanes”.
El nuevo gobierno talibán trata de minimizar la amenaza y niega que la filtración sea tan sofisticada. Saeed Khosty, portavoz del ministerio del Interior del régimen talibán, dijo ayer que “no es cierto” que al-Muhajir esté operando dentro de su grupo. Khosty insistió en que el ISIS-K “no es una amenaza tan grande” como los informes sugieren y que ya los habían “expulsado” de los bastiones al este de Kabul. Pero también es cierto que en las últimas semanas hubo una serie de incursiones talibanas en las zonas donde se encuentran agazapados los combatientes del ISIS afgano. “La violencia permanente, así como la infiltración del ISIS-K, demuestra que son erróneas las afirmaciones de que la conquista militar de Kabul por parte de los talibanes puso fin a la guerra en Afganistán”, dijo el analista y ex legislador paquistaní Afrasiab Khattak.
Tanto el gobierno de Trump, que negoció un controvertido acuerdo de retirada, como el de Biden, que puso en práctica una caótica salida de las tropas, al defender sus decisiones de retirarse de Afganistán, aseguraron que harían todo lo que estaba en su poder para que los talibanes cumplieran su promesa de impedir que otros grupos, concretamente Al Qaeda y el ISIS, utilizaran el suelo afgano para organizar atentados contra Estados Unidos y sus aliados. Ahora, la infiltración del IK pone en duda que los talibanes puedan garantizar el acuerdo si es que alguna vez tuvieron la intención de hacerlo. “Cuanto mayor presión ejerza el IK sobre los talibanes, más difícil será para su naciente gobierno mantener la fuerza centrífuga. Un talibán fragmentado, desgarrado por las luchas internas y generando desconfianza en las comunidades sobre las que gobierna, daría al IK espacio para moverse con facilidad”, advierte Ex-Trac en su informe.
Las acciones del ISIS-K también generan escalofríos en los largos pasillos del edificio del Pentágono en Washington. El secretario de Defensa, Lloyd Austin, declaró que los militares estadounidenses “seguirán centrados en el ISIS-K, en la medida de lo posible” tras la retirada. Prometió que “en el momento que elijamos, en el futuro, les haremos rendir cuentas por lo que han hecho”, en referencia al atentado del aeropuerto de Kabul. Y el jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, dijo durante una comparecencia ante el Congreso que era “posible” que Estados Unidos cooperara con los talibanes en algún momento del futuro para hacer frente a la amenaza del ISIS-K. “Un Al Qaeda o un ISIS reconstituido, con aspiraciones de atacarnos en nuestro país, es una posibilidad muy real”, agregó Milley. Y cuando en esa misma audiencia uno de los legisladores le preguntó al comandante del Mando Central, el general Kenneth McKenzie, si creía el ejército estadounidense podría contener al ISIS-K y evitar que alguna de sus células llegara para atacar en territorio estadounidense, su respuesta provocó expresiones de asombro y miedo. “Creo que eso está por verse”, dijo el general. “Todavía no tengo ese nivel de confianza”.
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