(Chicago, especial para Infobae) - Una corriente de aire muy frío proveniente del Este azota a Europa. No está provocado por un fenómeno meteorológico. Es el gélido aliento de la influencia rusa que se hace sentir desde Berlín hasta Lisboa cada vez que se aproxima el invierno y aparece la cara de la crisis energética con mayor claridad. Rusia provee el 43 % del gas natural que se consume en Europa. Los precios del gas se dispararon en las últimas semanas y amenazan con frenar la actividad industrial, elevar bruscamente la inflación y dejar a mucha gente sin calefacción en lo que se prevé será una temporada más helada que lo normal. Una tormenta perfecta creada por diversos factores que van desde la controvertida construcción de un nuevo gasoducto por debajo del Mar Báltico, la disputa entre Rusia y Estados Unidos por la influencia en los asuntos europeos, la baja producción de gas en el propio continente y el castigo que el Kremlin quiere seguir imponiendo a Ucrania por su rebeldía.
Los precios del gas natural en Europa se dispararon de nuevo a primera hora del miércoles para cotizar cerca de 10 veces su nivel de principios de año. Los contratos de gas en el Reino Unido para entrega en noviembre aumentaron casi un 40% en la apertura de las operaciones, hasta alcanzar más de 4 libras esterlinas por termia (2,83 metros cúbicos), después de haber comenzado el año por debajo de 50 centavos. Tuvo que salir el presidente ruso Vladimir Putin a asegurar que aumentará el suministro de gas a Europa. Eso calmó, por ahora, los mercados y el precio volvió a 2,87 libras. Una mano que el Kremlin no da en forma gratuita, por supuesto. Detrás de todo esto está la presión para que la Unión Europea termine de aprobar el funcionamiento del gasoducto Nord Stream 2, que evita pasar por Ucrania para enviar gas a Alemania. Putin amenaza veladamente con cerrar la canilla del suministro si esto no sucede.
Los “brockers” del mercado energético afirman que una de las principales razones de la subida de los precios es que Rusia está limitando sus suministros de gas a Europa. Putin lo negó y dijo que Gazprom ya está superando sus obligaciones contractuales en “más del 8%”. También señaló que era “económicamente desventajoso” para Gazprom enviar el gas a través de Ucrania. Y culpó del aumento de los precios al cambio a las fuentes de energía renovables en Europa y dijo que era un “error” alejarse del gas ruso.
Ucrania y otros países del este de Europa acusan a Moscú de intentar “militarizar” el suministro de gas. En cambio, Alemania defiende el acuerdo. En julio, Angela Merkel y el presidente estadounidense Joe Biden sellaron un pacto por el que Washington aceptó la finalización de la obra del gasoducto Nord Stream 2 a cambio de que se garantice el suministro indispensable para los ucranianos. Moscú asegura que respetará el acuerdo con Ucrania, aunque pocos le creen. El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, dijo el miércoles que “no hay absolutamente ningún papel de Rusia en lo que está ocurriendo en el mercado del gas”. Pero lo cierto es que Rusia inauguró esta semana otro gasoducto alternativo que hace llegar el fluido hasta Hungría sin pasar por Ucrania.
Los precios récord del gas natural son un síntoma de la batalla mundial por asegurar el suministro de combustible después de que la demanda repuntara rápidamente desde las profundidades de la pandemia. El precio del carbón, que todavía se utiliza para generar electricidad y para la calefacción a pesar de sus consecuencias ambientales, también superó su máximo histórico establecido en 2008. “Se está produciendo una crisis energética anticipada. Todavía no se produjeron los recortes ni comenzó el invierno y los mercados reaccionaron en forma muy negativa. Hay miedo de que, si el próximo mes el nuevo gasoducto no esté funcionando, Putin meta presión cerrando la canilla”, le dijo al Financial Times Stephen Brennock, de PVM, una empresa de corretaje de energía en Londres.
La producción nacional de gas en Europa disminuyó drásticamente, mientras que la demanda en Asia aumenta a medida que los países buscan cada vez más alternativas al carbón, altamente contaminante, creando una guerra de ofertas por los cargamentos de gas natural licuado. El Reino Unido es el país más vulnerable a los precios récord del gas de Europa porque tiene una capacidad de almacenamiento muy limitada, lo que lo hace depender de un sistema coordinado de producción nacional e importaciones tanto de gasoductos como de cargamentos marítimos. La gran mayoría de las casas británicas se calientan con gas natural. El fenómeno creció fuertemente con el cierre de las centrales eléctricas de carbón y la energía eólica genera apenas el 50% de toda la electricidad. La pandemia hizo el resto y afecta a todo el planeta. La semana pasada, China ordenó a sus empresas energéticas estatales que aseguraran el suministro para este invierno a toda costa, mientras que la India está recurriendo al mercado de exportación de carbón térmico para reponer unas existencias que se acercan a niveles críticamente bajos. “En realidad, ya no se trata de los precios”, dijo a la BBC, Dmitry Popov, analista de CRU, una consultora de materias primas. “Se trata de asegurar el suministro para las próximas semanas o meses”.
En tanto, todo parece depender ahora del Nord Stream 2 que se terminó de construir hace unos pocos días cuando el barco ruso de tendido de tuberías Fortuna selló el último tramo frente a la isla danesa de Bornholm. El proyecto trajo controversias desde sus inicios, en 2015, cuando el gigante del gas controlado por el estado ruso Gazprom, y cinco compañías energéticas europeas firmaron un consorcio para construir un la nueva línea que sustituyera al Nord Stream 1, que tiene menor capacidad, en el lecho del Báltico. El Nord Stream 2, con un costo de 9.500 millones de euros (la mitad financiada por Rusia y la otra mitad por los inversores europeos), se fraguó cuando el socialdemócrata Gerhard Schröder dejó la Cancillería alemana y se convirtió en asesor de Gazprom. El nuevo gasoducto permitirá ahora al gigante ruso entregar 55.000 millones de metros cúbicos de gas a Europa cada año a través de 2.460 kilómetros de tuberías que cubren los más de 1.200 kilómetros desde la rusa Ust-Luga hasta Lubmin —una pequeña localidad muy próxima a la ciudad de Greifswald—, en Alemania.
Pero para que todo esto ocurra, todavía hay que superar algunos últimos aspectos burocráticos en la Unión Europea y que Moscú logre una producción suficiente para cumplir con los acuerdos. Hasta entonces, las tormentas gélidas seguirán azotando los mercados, los precios continuarán en un sube y baja y los europeos del norte permanecerán sumidos en la incertidumbre de afrontar un invierno sin calefacción bajo la sombra de una nueva ola de la pandemia.
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