En la década de 1930 una pareja de psicólogos de animales decidió realizar un experimento sin precedentes que tuvo trágicos resultados. Como parte de sus investigaciones se propusieron a criar a su hijo recién nacido junto con una bebé chimpancé con la esperanza de que el simio aprendiera comportamientos humanos y, tal vez, nuestro lenguaje.
Sin embargo, todo salió al revés de cómo esperaban, haciendo de Donald un niño mucho más cercano a un simio que a una persona, y que terminó sus días suicidándose cuando ya era un adulto.
El experimento fue idea de Winthrop Niles Kellogg y su esposa Luella, quienes adoptaron a una bebé chimpancé de nombre Gua y se propusieron a criarla junto con Donald como si fueran “hermano y hermana”.
Todo comenzó el 26 de junio de 1931, cuando los Kellogg dieron la bienvenida a Gua, en un intento por descubrir si el medio ambiente influiría en el desarrollo de un chimpancé y en qué grado podría terminar pareciéndose a un humano.
La prueba debía durar cinco años y empezó cuando Gua tenía siete meses y Donald apenas 10 meses.
Ambos bebés fueron sometidos a pruebas crueles, como ser golpeados en la cabeza con cucharas, girar en sillas y ser molestados por su mamá y su papá.
Kellogg estaba fascinado por los niños criados en la naturaleza con poca o ninguna ayuda humana, y sintió que la mejor manera de intentar replicar eso era traer un chimpancé a su hogar.
“¿Cuál sería la naturaleza del individuo resultante que hubiera madurado, sin ropa, sin lenguaje humano y sin asociación con otros de su tipo?” preguntó en su libro de 1933, “El mono y el niño”.
Para responder esa pregunta no estaba dispuesto a abandonar a un niño humano en el desierto, un acto moralmente reprochable, por lo que optó hacer lo contrario y traer un animal infante a la sociedad moderna.
Aunque la meta era que el experimento durara cinco años, todo se tuvo que cancelar a los nueve meses, pues los resultados mostraron que Donald estaba adoptando más comportamientos de simio que Gua de humano.
El niño imitaba la forma de caminar, los sonidos para comunicarse, y el comportamiento agresivo que empezó a desarrollar su “hermana”, haciendo que los Kellogg decidieran cancelar su experimento por temor a poner en riesgo mortal a su hijo.
Pero durante esos nueve meses, todos los días, y por 12 horas al día, Kellogg y su devota esposa, ambos psicólogos comparativos, habían realizado prueba tras prueba a Donald y Gua.
Los criaron exactamente de la misma manera: ambos llevaban mamelucos de bebé, los obligaron a sentarse en una silla alta, durmieron en una cama y les dieron un beso de buenas noches, aunque Gua fue transportado en una pequeña carreta.
A Gua se le enseñó el tipo de cosas que un padre cariñoso le haría a una niña.
Mientras tanto, Kellogg realizó una serie de pruebas y comenzó a sondear la presión arterial, la memoria, el tamaño del cuerpo, los garabatos, los reflejos, la percepción de la profundidad, la vocalización, la locomoción, las reacciones al cosquilleo, la fuerza, la destreza manual, la resolución de problemas, los miedos de Gua y Donald, su equilibrio, el comportamiento de juego, escalada, obediencia, agarre, comprensión del lenguaje, capacidad de atención, entre muchas otras cosas más.
Según un informe, los Kellogg golpeaban la cabeza de Donald y Gua con cucharas para escuchar la diferencia en el sonido de sus cráneos y hacían ruidos fuertes para ver quién reaccionaba más rápido.
Incluso intentaron convencer a Gua de que no comiera pompas de jabón metiéndole una barra del producto en la boca.
Imágenes espeluznantes del experimento muestran a Gua y Donald siendo colocados en sillas altas y girando y girando hasta que comienzan a llorar.
También fueron empujados a completar pruebas crueles en las que fueron sometidos a un laberinto y obligados a salir mientras los perímetros cambiaban a su alrededor.
Durante un tiempo, Gua se destacó en estos ejercicios en comparación con Donald; pero después de que ambos cumplieron un año, las cosas empezaron a cambiar.
Las ventajas físicas de Gua fueron eclipsadas lentamente por la capacidad de Donald para formular palabras y los médicos pronto se dieron cuenta de que habían alcanzado el límite de inteligencia de los chimpancés.
Los autores de The Psychological Record dijeron que el experimento de Kelloggs “probablemente tuvo más éxito que cualquier estudio anterior a su tiempo en demostrar las limitaciones de la herencia impuestas a un organismo independientemente de las oportunidades ambientales, así como de los avances en el desarrollo que podrían lograrse en entornos enriquecidos”.
Pero el experimento de repente llegó a un final inexplicable, indicó la publicación, y agregó: “Nuestra preocupación final es por qué el proyecto terminó cuando lo hizo”.
El estudio terminó formalmente el 28 de marzo de 1932, cuando Gua fue devuelta a la colonia de primates Orange Park a través de un proceso de rehabilitación gradual.
Las razones concretas del final del experimento no son tan específicas como otras partes de la documentación hecha por los Kelloggs.
Había rumores de que simplemente estaban agotados después de nueve meses de trabajo científico y de crianza sin parar.
Además, Gua no mostraba signos de aprender idiomas humanos, pero Donald, por otro lado, había comenzado a imitar sus ruidos de chimpancé.
“En resumen, el retraso del lenguaje en Donald puede haber puesto fin al estudio”, escribieron los autores del estudio de caso publicado en The Psychological Record.
Entre los comportamientos adquiridos por el bebé humano, estaba la forma en que luchaba con su hermana simio, la costumbre de espiar a la gente debajo de las puertas tal cual lo hacía Gua o de morder a las personas, gruñirles y caminar en cuatro patas como la chimpancé.
Después de finalizado el experimento, Winthrop Kellogg continuó trabajando en la Universidad Estatal de Florida, donde se dedicó a la investigación sobre los delfines nariz de botella y el sonar hasta su jubilación en 1963.
Tanto él como su esposa Luella murieron en el verano de 1972.
Gua tuvo un trágico desenlace, pues murió apenas un año después de que fuera sacada del hogar de los Kellogg.
De Donald no se sabe mucho, pero fue reportado que en 1972, un año después de la muerte de sus padres, se quitó la vida a la edad de 43 años.
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