El 19 de noviembre de 1977 -poco más de un año antes de sellarse la histórica paz entre ambos países- el presidente egipcio Mohamed Anwar Al-Sadat arribó a Israel para entrevistarse con el por entonces primer ministro Menahem Begin. Ambos iniciarían el proceso de diálogo que terminarían con años de agresiones y guerras entre ambas naciones y llevaría algo de paz a un Medio Oriente convulsionado y herido por los atentados terroristas y secuestros. Un año después, ambos líderes serían galardonados con el Premio Nobel de la Paz y firmarían su acuerdo en marzo de 1979.
El pacto ocupó todos los titulares del mundo y fue un signo de esperanza para la época. Egipto, uno de los principales países árabes y potencia militar de la región, se comprometía a terminar con sus agresiones a Israel. Analistas de entonces creyeron que sería el inicio de una larga negociación entre otros estados con Jerusalén. Sin embargo, no fue así. El 6 de octubre de 1981, Sadat sería asesinado durante un acto público que conmocionó a todo el planeta. La paz no estaba garantizada en Medio Oriente. No importaba qué se firmara.
Cuarenta años después, su hijo Gamal Al-Sadat reveló detalles sobre aquellos días de furia, intriga y conmoción. Gamal se encontraba en Florida, en un viaje de descanso con amigos, cuando recibió una llamara en el hotel en el que se encontraba donde le advertían que su padre había sido herido de bala durante un acto, pero que se encontraba “estable”. El heredero intentó comunicarse con El Cairo reiteradas veces hasta que finalmente consiguió que del otro lado de la línea se pusiera su madre, Jehan, quien le dijo: “Tu padre ha muerto”.
Ya en la capital egipcia, Gamal intentó reconstruir qué había ocurrido y quién estaba detrás del magnicidio. Las intrigas comenzaron a florecer y muchos querían instalar la versión de que había sido su círculo íntimo quien había disparado la bala que terminó con la vida del líder de Egipto. La única forma que había de terminar con esa conspiración era saber con certeza qué indicaba la autopsia. Fue por eso que quiso presenciarla, para que nada fuera adulterado. Fue así como el joven hijo de Sadat presenció cómo los médicos forenses exploraban y seguían las trayectorias de las balas dentro del cuerpo inerte de su padre.
Finalmente se conoció que el proyectil que terminó alojado en su nuca había sido disparado por un rifle de asalto AK-47, un arma que no era utilizada por los miembros de su custodia y que pertenecían a los terroristas que lo balearon a él y al resto de los presentes aquel día fatídico para la historia del país.
Pero en una entrevista publicada este miércoles con el diario Arab News, Gamal contó otros detalles de aquella época marcada por las guerras, la esperanza, la paz y la tragedia. Una tuvo que ver con un diálogo que mantuvo su padre con otro de los líderes de la región, el dictador sirio Hafez Al-Assad, uno de los más influyentes en el mundo árabe. Fue un tiempo antes de que viajara a Israel por primera vez.
“Antes de ir a Jerusalén, mi padre fue a Siria y se reunió con el presidente Al-Assad para invitar al líder sirio a acompañarle. El presidente Assad era un querido amigo de mi padre, pero dijo: ‘No, no iré contigo’. Entonces, mi padre le dijo: ‘Por favor, te pido que me des tu permiso para hablar en tu nombre. Si fracaso, seré yo quien fracase. Si tengo éxito, lo tendremos los dos’. Pero Assad le dijo: ‘No, no te daré permiso para hacer eso tampoco’. Así que mi padre se marchó y quedó muy descontento porque era una oferta que no tenía inconvenientes para Siria en ese momento”, reveló Gamal al periódico saudí.
El hijo del líder sirio continuó con el relato, recordando cómo era el pensamiento de su padre, quien años antes de firmar la paz con Israel había iniciado una guerra contra aquel estado que resultó en una catástrofe para su país.
“Mi padre creía que los militares habían terminado su papel; no había manera de que fuéramos más allá con los militares. Tenía que ser político. Tenía que ser la diplomacia. No tenía otra opción. No podía ser el hombre que sólo mirara su propia fama y continuara diciendo ‘voy a tirar a los israelíes al mar’ y conseguía el apoyo de todos los países, pero al final no hacía nada, porque nadie iba a tirar a los israelíes al mar porque su seguridad estaba garantizada por Estados Unidos y la Unión Soviética”, rememoró Gamal.
A 40 años del magnicidio
Sadat era un líder carismático y apasionado. También enigmático. Lanzó una guerra sorpresa contra Israel en 1973, pero unos años más tarde hizo la paz, sorprendiendo incluso a algunos de sus asesores más cercanos al viajar a Jerusalén para dirigirse en persona al Knesset (parlamento) israelí. Reforzó las relaciones económicas y políticas con Estados Unidos, alejándose de los estrechos vínculos de su predecesor Gamal Abdel Nasser con la Unión Soviética.
Junto con el primer ministro israelí Begin ganó el Premio Nobel de la Paz en 1978 por los Acuerdos de Camp David, que siguen siendo la piedra angular del proceso de paz árabe-israelí.
Graduado en la Academia Militar de El Cairo en 1938, se unió a la organización de Oficiales Libres de Gamal Abdel Nasser, participó en el golpe que derrocó la monarquía en 1952 y apoyó el ascenso al poder de Nasser en 1956. Fue su vicepresidente en dos períodos (1964–66, 1969–70) y al morir Nasser en 1970 accedió a la presidencia del país. Considerando que el apoyo soviético había sido insuficiente en la lucha árabe con Israel inició una reorientación de la política exterior egipcia en un sentido pro-occidental. En 1972 expulsó a miles de técnicos y consejeros soviéticos.
En octubre de 1973 se alió a Siria para lanzar el primer ataque contra Israel. Esa guerra del Yom Kippur, que terminó con el ejército israelí recuperando el territorio perdido y expulsando a las fuerzas árabes, permitió que Sadat consiguiera un gran prestigio en el mundo árabe. Este prestigio y solidaridad se concretó en el uso del arma del petróleo como represalia por el apoyo occidental a Israel. El alza de precios acordada por la OPEP en 1973 desencadenó una profunda crisis en la economía capitalista occidental.
Tras la guerra restableció relaciones diplomáticas con Washington el 7 de noviembre de 1973 y se comprometió con la política de “pequeños pasos” lanzada por Henry Kissinger. En noviembre de 1977 efectuó una visita histórica a Israel y defendió su plan de paz ante la Knesset. El presidente Jimmy Carter medió en las negociaciones que culminaron con la firma junto al líder israelí Menajem Begin de los Acuerdos de Camp David el 17 de septiembre de 1978.
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