En las últimas semanas ha surgido información que manejan las agencias de inteligencia de Estados Unidos y sus aliados sunitas del Golfo en relacion a la caída de Kabul y del 98% de Afganistán a manos del Talibán que indica que la inteligencia militar de Pakistán no ha sido ajena a los hechos que favorecieron el regreso de la organización yihadista al poder. Según diplomáticos occidentales que manejan con reserva esos informes de las agencias, la coalición que estableció el gobierno del Emirato Islámico en Afganistán está conformada por el Talibán, Al-Qaeda y la temible red Haqqani, los tres grupos terroristas más peligrosos de las últimas décadas en Asia central. En dirección a esto, en las oficinas de las agencias europeas y en Washington se está delineando una estrategia conjunta con los gobiernos sunitas del Golfo para confrontar la propagación del extremismo yihadista y el riesgo terrorista regional.
Muchos creen que el curso de acción para dar respuesta al flagelo terrorista es trabajar con el propio Emirato Islámico para controlar y reprimir un peligro que, al cabo, puede ser mayor a las consecuencias de la toma del gobierno afgano por parte del Talibán. Otros funcionarios occidentales piensan en brindar apoyo a grupos terroristas para combatir y neutralizar a los yihadistas del Emirato Afgano, aunque no parezca una buena idea la combatir a terroristas con terroristas, para algunos, frenar el brazo del Estado Islámico afincado en la provincia de Khorasan (conocido como ISIS-K por sus siglas en inglés) es una opción que no se descarta como estrategia estadounidense y aunque pueda parecer una postura surrealista el tema no es descartado por Washington.
La opción es real ya que técnicamente es correcto decir que el Talibán nunca fue incluido por Estados Unidos en la lista de Organizaciones Terroristas Extranjeras (FTO por sus inglés). No obstante, también es cierto que los talibanes continúan relacionados con Al-Qaeda por medio de acuerdos tribales, clanes familiares, ideología y estructura de mandos, como también con la red Haqqani, los dos últimos grupos sí están incluidos formalmente en el listado de las FTO, con lo cual es manifiesta y pública la asociación del Talibán con elementos sindicados como organizaciones terroristas. En consecuencia, va de suyo que el Talibán también debería ser considerado como organización terrorista al reunir los elementos para ser calificada como tal. A saber: a) regresó al poder utilizando sistemáticamente la violencia contra las fuerzas legales del gobierno afgano y contra civiles inocentes; b) ejecutó atentados suicidas asesinando civiles indiscriminadamente; y c) rompió con el sistema legal y normativo del país estableciendo la ley de la sharia con la que conculcó derechos civiles, políticos y humanos de los afganos.
Sin embargo, el mensaje de la administración Biden se muestra ambiguo al referirse al Talibán, a quien considera enemigo del grupo terrorista ISIS-K y cree poder utilizarlo para contenerlos. No obstante, esto confronta lo manifestado en declaraciones recientes del general Frank McKenzie a la cadena Voice of América, donde el jefe del Comando Central de los Estados Unidos dijo no tener informacion de que los talibanes estén haciendo algo beneficioso por su propio pueblo ni que hayan manifestado preocupación por el accionar del ISIS-K. Desde que nos fuimos de Afganistán, ellos no hablan con nosotros ni han mostrado una estrategia firme en relación a la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, declaró McKenzie.
De momento, Washington no se ha pronunciado sobre la voluntad política del Talibán en relación a una estrategia para confrontar al ISIS-K, tampoco se pronuncio públicamente sobre la masacre de más de 200 personas ejecutada por ISIS-K en el aeropuerto de Kabul a finales de agosto -escasos días antes del retiro final estadounidense- cuando un terrorista suicida logró perforar el anillo de seguridad del Talibán y detonar los explosivos que llevaba en su cuerpo asesinando civiles inocentes. Ese elemento fué una prueba contundente sobre la voluntad del Talibán al no detener al terrorista suicida y evitar la pérdida de vidas humanas.
Por otra parte, según información colectada por agencias de inteligencia desde países vecinos, ISIS-K ha llevado a cabo más de una docena de ataques en la última semana, aunque estos incidentes han sido negados por el gobierno Talibán. En relación a esos ataques Washington considera que ISIS-K ejecutó esos golpes terroristas utilizando redes muy bien organizadas, establecidas en territorio afgano y de cuya existencia el Talibán tiene absoluto conocimiento. Con todo, la interpretación de los asesores del presidente Biden es que el gobierno Talibán no puede hacer mucho para neutralizar esas redes. Sobre el tema, un articulo reciente, el experto Lorenzo Vidino, director del Programa sobre Extremismo de la Universidad George Washington, fue muy claro adelantándose a las posiciones de Occidente al conceptualizar como error grave la calificación y división del movimiento yihadista en “moderados” (los talibanes) con quienes Washington y sus socios pueden llegar a hacer acuerdos y los extremistas del ISIS-K como el único enemigo real en Afganistán. A decir del experto, la barbarie del Estado Islámico para Irak y Siria (ISIS) dio lugar a una coalición internacional para ir a la guerra contra él, mientras que el brazo sirio de Al-Qaeda (conocido como Jabhat al-Nusra) extendió su control sobre el territorio silenciosamente y sólo sufrió algunos ataques selectivos, señaló acertadamente Vidino.
La lección siria se observó recientemente y de similar manera en Afganistán. También en África las redes terroristas de Al-Qaeda adoptaron una posición parecida en su guerra contra las fuerzas francesas que apoyan a gobiernos regionales, en este caso, los yihadistas dejaron sin efecto sus planes de atacar Paris a cambio de no ser molestados en el territorio africano bajo su dominio.
La estrategia de los grupos satélites que pivotean en torno a la ideología yihadista de Al-Qaeda se basa en la “fatiga por la guerra” de parte de Occidente. Ellos saben que Estados Unidos y sus aliados quieren irse de la región, que no tienen interés en que sus soldados pierdan la vida allí y que ya no desean gastar más dinero defendiendo lugares lejanos que actualmente consideran de escaso valor estratégico, por lo que reclaman apoyo o zonas liberadas en sus dominios y como contra-prestación ofrecen no atacar países occidentales.
La administración del presidente Biden parece apostar por el pragmatismo de la realpolitik permitiendo a esas organizaciones terroristas gobernar a sus pueblos a cambio de que no molesten ni ataquen sus ciudades. Tanto Washington como Bruselas esperan que sean los mismos grupos terroristas los que mantengan a raya y neutralicen a los grupos que consideran una amenaza. Al cabo, Washington cree que el Estado Islámico para Irak y Siria (ISIS) y su filial ISIS-K, también son enemigos para los propios musulmanes. A cambio, la única licencia que los yihadistas considerados “moderados” tendrán, será la de denunciar con su propaganda a Estados Unidos y a cualquier país europeo que apoye a Israel y a gobiernos musulmanes que los yihadistas califican de apostatas.
Al parecer los terroristas “moderados” escogidos como socios por Occidente se han convertido en actores-políticos pragmáticos y abiertos en alcanzar acuerdos que permitan a Washington y la OTAN salir de la región sin consecuencias negativas. Esta dirección que Occidente pretende dar a la situación puede derivar en un alto costo a mediano plazo ya que difícilmente la amenaza terrorista sea controlada con una estrategia como la que se pretende. Sin embargo, la mayoría del liderazgo occidental no está dispuesto a defender la necesidad de despliegues extranjeros y los yihadistas “moderados” están aprovechando la oportunidad. No obstante, es imposible imaginar a Al-Qaeda o al Talibán como colaboradores y socios estadounidenses, ninguno de esos grupos son títeres que abandonaran dócilmente los postulados por imponer la guerra santa que esta en su ADN ideológico .
Si Occidente cree que encomendando a yihadistas -a los que califica como “moderados”- que gobiernen espacios que aparecen como ingobernables, entonces estará cayendo en su propia trampa al inclinarse por una forma de pragmatismo que no lo llevara al éxito en la lucha contra el terrorismo. Por el contrario, sufrirá en algún momento esa decisión en su propio suelo y estará renunciando a elementos fundamentales de su propia cultura. El paradigma de “islamistas moderados” contra islamistas yihadistas es fatalmente peligroso y no significara el fin del terrorismo. Creer que hay “yihadismo moderado” con cuya militancia se puede negociar no presenta ninguna posibilidad de éxito ni conduce a ningún lugar. La historia lo ha demostrado de forma palmaria e irrefutable.
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