Un hombre conocido como el Robinson Crusoe italiano, que ha vivido solo en una isla mediterránea durante más de 30 años después de encontrarse con dificultades en el mar, retornó a la “civilización” tras un conflicto legal con las autoridades italianas.
Mauro Morandi, de 81 años, se topó con Budelli, una isla de Cerdeña conocida por su playa de arena rosada, en 1989 después de que su catamarán se averiara camino al Pacífico sur. En un giro fortuito del destino, Morandi descubrió que el cuidador de la isla estaba a punto de retirarse, por lo que abandonó el viaje en velero, vendió su barco y asumió el cargo. Sin embargo, una batalla judicial que duró años lo obligó a finalmente abandonar el que fuera su solitario hogar por casi 33 años.
Desde entonces, Morandi, cuya casa es un antiguo refugio de la Segunda Guerra Mundial con vistas a una bahía, ha llegado a conocer todas las rocas, árboles y especies de animales del escarpado islote. Las autoridades del parque nacional La Maddalena -que manejan Budelli desde 2016- convertirán la isla en un eje de educación ambiental. “He renunciado a la lucha”, había dicho en abril pasado cuando se conoció que su tiempo en aquel paraíso mediterráneo llegaba a su fin. “Después de 32 años aquí, me siento muy triste por irme. Me dijeron que tenían que trabajar en mi casa y esta vez parece ser real”.
Hoy, con 82 años, Morandi está feliz de haber cambiado su vida y es un convencido de que nunca es tarde por intentarlo. No importa la edad, avisa. Es por eso que logró comprarse un modesto apartamento en La Maddalena, otra isla pero rodeado de gente al norte de Cerdeña. “Nunca se acaba realmente”, dice Morandi en declaraciones hechas a la cadena de noticias CNN. “Soy la prueba viviente de que es posible una segunda y nueva vida. Siempre puedes volver a empezar, aunque tengas más de 80 años, porque hay otras cosas que puedes experimentar, un mundo totalmente diferente”.
Morandi cuenta su vida actual. “Soy feliz y he redescubierto el placer de vivir la buena vida y disfrutar de las comodidades cotidianas. Durante mucho tiempo he vivido solo, y durante demasiados años, desde que desembarqué en Budelli, no me apetecía hablar con nadie. Es cierto que ya no puedo disfrutar de la soledad de la isla, pero ahora mi vida ha dado un nuevo giro, centrado en la comunicación con los demás y en estar cerca de otras personas”.
El hombre vive de la pensión que recibe cada mes por haber sido maestro. Con eso le alcanza para tener la vida que quiere. Además, durante años no gastó un euro, con lo que tiene algún ahorro. El pescado -irónicamente- es ahora parte fundamental de su menú diario. “Sigo llevando una vida sencilla, por la mañana bajo a Cala Gavetta a comprar pescado fresco de la red. Por fin, después de tantos años de abstinencia, puedo volver a disfrutar del pescado. Puede parecer increíble, pero no me canso de comer platos llenos de pescado frito fresco y crujiente”.
“En la isla no tenía barco, así que no podía pescar, y la comida era escasa y limitada. Siempre tenía que esperar a que la gente me trajera alimentos del continente, y cuando no podían venir, tenía que conformarme con lo que tenía. Aquí, si necesito comprar algo sólo tengo que ir al pueblo”, remarca.
El relato de Morandi sigue. Tanto años hablando poco, tiene tiempo para explicar su nueva vida, rodeado de gente. “Por la mañana desayuno en mi terraza con café de cebada. Luego, una vez que he disfrutado de mi cigarro, voy a dar un paseo hasta el puerto por un pequeño sendero que conecta con mi casa, o hasta el pueblo, donde me encuentro con la gente y compro víveres. Camino mucho, el médico dice que es la mejor manera de curar mi pierna dolorida, pero a menudo la gente me lleva a casa para que no tenga que cargar con pesadas bolsas”.
“Me ha sorprendido la amabilidad de muchos, y normalmente me invitan a tomar un café, a comer o a cenar. Me preocupaba que los lugareños no me dieran una cálida bienvenida. Me alegra que no todos me odien, sólo los que estaban celosos de la vida que llevaba en Budelli. Muchos me aprecian. Se acercan y me felicitan por mi lucha, quieren hacerse fotos conmigo”, señaló.
Budelli
Durante años, Morandi protegió la isla sin problemas, despejando sus caminos, manteniendo sus playas vírgenes y enseñando a los excursionistas de verano sobre su ecosistema.
Pero su papel se vio amenazado cuando la empresa privada propietaria de la isla quebró. Los planes para venderlo en 2013 a Michael Harte, un empresario de Nueva Zelanda que se comprometió a mantener a Morandi como cuidador, se vieron frustrados en medio de protestas y una intervención del gobierno italiano. En 2016, un juez de Cerdeña dictaminó que la isla volviera a estar en manos públicas.
A los turistas se les ha prohibido caminar en la playa rosa de Budelli, de donde a menudo se robaba arena, y nadar en el mar desde la década de 1990, pero pueden visitar la isla durante el día en bote y se les permite caminar por un sendero detrás de la playa.
En los últimos años, varias peticiones han atraído miles de firmas en apoyo de mantener a Morandi en la isla. Sus numerosos seguidores expresaron su decepción y enojo en su página de Facebook. Sin embargo, él ahora está feliz. Y hasta puede comer pescado.
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