El diario Bild describió lo que se está viviendo en Alemania como “el thriller hacia la cancillería más emocionante de todos los tiempos.” El resultado de las elecciones generales del 26 de septiembre es absolutamente incierto. La vara que deja la líder que gobierna desde 2005 es tan alta que a los alemanes les está costando como nunca encontrar al nuevo canciller entre los tres líderes que se presentan para reemplazarla. Las encuestan marcan que los electores van de una punta a la otra sin que nadie los convenza del todo. Es que después de 16 años, Angela Dorothea Merkel, se convirtió en un elemento casi tan característico del paisaje alemán como el hombrecito de los semáforos de Berlín o el circuito turístico de la Selva Negra. Como un afloramiento escarpado de las verticalidades nevadas del Hochfrottspitze, este “tractorcito” de la democracia cristiana de centro-derecha se ha mantenido como una firme roca durante cuatro legislaturas de graves crisis económicas y políticas no sólo a nivel del país sino de todo el continente.
Annalena Baerbock, del partido Verde aparecía al principio de la campaña como la favorita. Un cambio de perspectiva para el gobierno en un momento crucial para que la economía y la política se encolumnen detrás del cuidado del medio ambiente. Luego, fue Armin Lachet, el líder del mismo partido que Merkel, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), quien lideró las encuestas, pero no dejó una buena impresión en los dos primeros debates televisivos. Ahora, es el socialdemócrata del SPD y ministro de Finanzas, Olaf Scholz, quien tienen mejores posibilidades. De todos modos, hay final abierto.
Una encuesta de la cadena de televisión ARD, realizada después del debate de 90 minutos del último domingo, mostró que el 41% de los encuestados piensa que Scholz es el aspirante más convincente, en comparación con el 27% de respaldo para Laschet y el 25% de Baerbock. Scholz mostró solidez cuando se enfrentó durante el cara a cara a preguntas por parte de uno de sus rivales sobre el presunto rol de su ministerio en la obstrucción de investigaciones por lavado de dinero. Las autoridades evalúan si la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), agencia bajo control del Ministerio de Finanzas, no actuó ante las advertencias de los bancos sobre posible lavado de capitales.
La prestigiosa revista británica The Economist, que realiza sondeos amplios teniendo en cuenta variables diferentes a las encuestas tradicionales, cree que de todos modos Scholz tiene “3 en 4” posibilidades de llegar a la cancillería, Laschet “1 en 4” y Baerbock “1 en 20”. Y es posible que al menos dos de ellos terminen armando un gobierno de coalición con el más votado como canciller. Merkel asegura que ella se retira por completo de la escena política, pero es probable que termine siendo quien bendiga, como un Papa vivo, a su sucesor.
La canciller sigue siendo la política más popular de Alemania, con 66 por ciento de aprobación. Esa posición también se extiende a buena parte del resto de Europa. Todos la van a extrañar. Se retira tras haber marcado el destino europeo como ningún otro jefe de gobierno durante los últimos 16 años. Merkel negoció con cuatro presidentes franceses, cinco primeros ministros británicos, cuatro presidentes de Estados Unidos y ocho primeros ministros de Italia. Lideró la mayor economía europea y las crisis de la eurozona, el Brexit, las olas de refugiados y la pandemia del Covid. Emmanuel Macron aparece como su sucesor natural a nivel europeo, pero no goza del consenso que había obtenido Merkel a pesar de las grandes diferencias ideológicas con sus colegas socialdemócratas.
El sucesor tendrá que lidiar, ante todo, con la pandemia, que actualmente se encuentra en su cuarta ola en Alemania, con números crecientes de infectados y una dinámica preocupante cuando se vienen encima los meses de otoño e invierno que pueden agravar la situación. También tendrá que enfrentar las consecuencias de las dramáticas inundaciones de julio en el oeste del país. No solo dejaron grandes daños, sino que pusieron en primer plano la urgencia política de combatir el cambio climático. También golpea a los alemanes la caótica salida de las tropas occidentales de Afganistán. Alemania estuvo involucrada militarmente en ese país durante 20 años, con un costo para los contribuyentes de unos 12.500 millones de euros. Las críticas por el manejo de la retirada fueron acompañadas por el debate sobre la acogida de migrantes afganos y la preocupación de que se pueda repetir una crisis migratoria como la de 2015. Y en el plano continental están las crisis de largo aliento, como la tensa relación con Rusia o con China, los vínculos problemáticos con Turquía o las fracturas dentro de la misma Unión Europea, en particular con países como Polonia o Hungría.
Si los alemanes terminaran eligiendo a Olaf Scholz como sucesor de Markel tendrían como líder a un muy experimentado economista. Hasta la pandemia del Covid tenía fama de precavido en materia fiscal, pero fue decisivo a la hora de impulsar el plan de recuperación de la UE de 750.000 millones de euros (886.000 millones de dólares) y un paquete de estímulo a nivel nacional por valor de 130.000 millones de euros. Sin embargo, su generosidad tiene límites. Se inclina menos hacia la izquierda que muchos miembros de su partido, y quiere que Alemania vuelva al “freno de la deuda” en 2023, que impone límites estrictos al gasto de los gobiernos federal y estatal. Además, en los últimos años adquirió un carisma que no tenía. A principios de la década de 2000 lo llamaban “Scholz-o-mat” por su comportamiento robótico. Y tendrá que aflojarse aún mucho más para ocupar el despacho del “tractorcito” Merkel. Como dijo un gracioso comentarista del diario The Guardian: Ser el próximo canciller alemán es como interpretar a James Bond después de Sean Connery.
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