El constructor olvidado en Afganistán

Mark Frerichs, ex Marine, ingeniero y carpinetero, que trabajaba en diferentes obras para modernizar el país, fue secuestrado en Kabul por la red de Haqqani hace 19 meses. No fue tenido en cuenta en la negociación que realizó Trump con los talibanes ni en la retirada de Biden

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Mark Frerichs, el contratista secuestrado
Mark Frerichs, el contratista secuestrado en Afganistán, junto a un grupo de niños afganos. Piden que se lo canjee por un líder tribal encarcelado en Estados Unidos por contrabando. (Gentileza Charlene Cakora)

Hace 19 meses que Mark Frerichs está en mano de una de las facciones más extremas de los talibanes afganos y a nadie con poder parecería importarle su liberación. La administración Trump no lo incluyó en las negociaciones cuando firmó el denominado Acuerdo de Doha de febrero de 2020 que le dio vía libre a los extremistas islámicos a regresar al poder en Kabul. Tampoco lo mencionó el presidente Joe Biden cuando ordenó la caótica retirada de las tropas a fines de agosto. Frerichs es el norteamericano olvidado en Afganistán.

El 31 de enero de 2020 Frerichs desapareció cuando se dirigía a una reunión para hablar de un nuevo proyecto de construcción en Kabul. Veterano de la Marina de cincuenta y siete años, ingeniero, carpintero, electricista y mecánico nacido en un suburbio de Chicago, llevaba unos diez años trabajando en Afganistán, pasando de un proyecto a otro y haciendo lo que consideraba su parte “para modernizar al antiguo país”.

No es uno de esos Rambos que van a las zonas de guerra para vivir una peligrosa aventura y hacerse ricos. Tiene una rara mezcla de trabajador y ayudante humanitario que no es fácil de explicar, pero así es mi hermano”, cuenta Charlene Cakora, su hermana, que sigue viviendo en el barrio de Lombard donde crecieron, un suburbio de Chicago. En Kabul, cuenta Charlene, muchas veces se quedaba meses en las viviendas temporales de los trabajadores afganos, rara vez estaba con otros extranjeros. Cuando se comunicaban en sus videochats periódicos, parecía feliz, ansioso por compartir sus últimos logros: la oficina reconstruida, el generador arreglado, el nuevo proyecto de agua. “Estaba orgulloso de estar allí ayudando, haciendo su parte”, dice.

Charlene Cakora, hermana de Mark
Charlene Cakora, hermana de Mark Frerichs, secuestrado en Afganistán, pide por su liberación en una entrevista con ABCNews.

Cuando los hermanos mantuvieron su última videollamada, el 28 de enero de 2020, todo parecía ir bien en el Kabul de Mark. Hablaron de los arreglos que había hecho a un edificio gubernamental y un posible nuevo contrato. No mencionaba la guerra. Él decía que no quería ponerla nerviosa. En ese momento las noticias eran bastante auspiciosas, se estaban desarrollando las conversaciones de paz en Qatar. Obviamente, Frerichs sabía que la vida en Kabul de cualquier modo era peligrosa. Antes de llegar a Afganistán, había realizado un trabajo similar en Irak durante más de un año. Tomaba muchas medidas de prevención y hasta tenía todo un protocolo con la hermana en casa de que pudiera ser secuestrado. Firmaba los correos electrónicos con iniciales codificadas, para que Charlene estuviera segura de que era él y no un impostor que utilizaba su cuenta.

El 31 de enero, Charlene recibió el primer correo electrónico de Mark sin iniciales. El mensaje consistía en un fragmento de texto críptico: “El caso de la madre desaparecida”. Entendí de inmediato que algo andaba mal. Lo llamé cien veces, pero no me contestó. Me quedé angustiada, llorando. No sabía que hacer”. Dos días más tarde dos policías locales de Lombard, estado de Illinois, y dos agentes del FBI golpearon su puerta.

Frerichs había sido secuestrado. Lo sacaron de Kabul y lo llevaron a través de la frontera afgano-paquistaní a las zonas tribales autónomas del oeste de Pakistán, una región montañosa que sirvió desde los 90 de refugio a los talibanes. Es ahí, en las pequeñas villas escondidas donde los extremistas islámicos se entrenan, se arman y mantienen a sus rehenes. El ejército afgano hizo una primera investigación e informó que Frerichs estaba en manos de la red Haqqani, un cartel mafioso que se dedica al contrabando de heroína y está afiliado a los talibanes. Su fundador ya fallecido, Jalaluddin Haqqani, fue también un aliado importante de la CIA estadounidense en los años en que sus mujahaidines (combatientes) luchaban contra la invasión del ejército soviético. La red Haqqani es la facción mejor preparada y despiadada de los talibanes, responsable de llevar a cabo muchos de los ataques más sangrientos de la guerra y de dirigir un lucrativo negocio de secuestros por rescate.

Sirajuddin Haqqani, comandante de la
Sirajuddin Haqqani, comandante de la red terrorista buscado “vivo o muerto” por Estados Unidos desde 2012, es el nuevo ministro del Interior de Afganistán y supervisor de las fuerzas del orden en todo el país.

Lo de Frerichs no fue casual. Fue secuestrado justo cuando la Administración Trump estaba en las etapas finales de alcanzar un acuerdo con los talibanes para retirar todas las tropas estadounidenses de Afganistán, y en un momento en que “los haqqanis” ya no tenían en sus manos otros rehenes estadounidenses, un botin muy valioso para cualquier posible negociación. Tres meses antes, en noviembre de 2019, el entonces presidente Trump había aprobado uno de los canjes de prisioneros más polémicos de los 20 años de guerra. En un acuerdo que provocó protestas en las calles de Kabul, los haqqanis liberaron a Kevin King y Timothy Weeks, profesores estadounidense y australiano secuestrados en la Universidad Americana de Kabul, donde trabajaban, en agosto de 2016, y a diez soldados afganos. A cambio, el gobierno prooccidental afgano, presionado por el Departamento de Estado de Trump, liberó a tres comandantes haqqanis de alto rango, responsables numerosos atentados con coches bomba y asesinatos. Entre los liberados estaba Anas Haqqani, quien, junto con otros comandantes del grupo, está ahora a cargo de la seguridad en la capital afgana. La semana pasada, los talibanes anunciaron un gobierno interino con Sirajuddin Haqqani, comandante de la red y terrorista buscado “vivo o muerto” por Estados Unidos desde 2012, como ministro del Interior y supervisor de las fuerzas del orden en todo el país.

Trump no fue el primer presidente de Estados Unidos en pactar con los haqqanis. En 2014, la Administración Obama liberó a cinco presos talibanes de alto rango del centro de confinamiento de Guantánamo a cambio del soldado del Ejército estadounidense Bowe Bergdahl, al que los haqqaníes habían tenido en la zona tribal de Pakistán durante cinco años. “Los finales de las guerras siempre se reducen a la negociación de prisioneros”, explicó a la revista New Yorker, Christopher Miller, ex director del Centro Nacional de Contraterrorismo. “Siempre se hace, desde tiempos inmemoriales”. A medida que los talibanes se acercaban a su acuerdo con la Administración Trump, continuó, necesitaban otra moneda de cambio para negociar. “Los Haqqanis tenían que reabastecerse. Podía haber sido cualquiera. Fue realmente un mal momento para Mark”.

Cuando finalmente se firmó el acuerdo de paz en un salón del hotel Sheraton de Doha, el 29 de febrero de 2020, se pactó la liberación de unos 5.000 talibanes presos sin que se mencionara a ningún rehén estadounidense. Mark fue totalmente olvidado. Charlene y su marido, Chris Cakora, lograron hablar con el Representante Especial de Estados Unidos para los temas de Afganistán, Zalmay Khalilzad. Aparentemente, Khalilzad planteó el tema a los talibanes que respondieron a través de su portavoz, Suhail Shaheen, quien negó que el grupo tuviera a ningún rehén estadounidense.

El Representante Especial de Estados
El Representante Especial de Estados Unidos para los temas de Afganistán, Zalmay Khalilzad, durante las negociaciones con los talibanes en Doha. Reuters/Stringer.

El principal delegado de los talibanes en ese momento, el mulá Abdul Ghani Baradar, que ahora es el viceprimer ministro interino de Afganistán, aprovechó la situación para pedir la liberación de otro de sus hombres, pero no ofreció nada a cambio. Se trata de un afgano que cumple cadena perpetua en una prisión federal estadounidense por tráfico de drogas, Hajji Bashir Noorzai. Antes de la invasión estadounidense de 2001, Noorzai era uno de los hombres más ricos de Afganistán, líder de una influyente tribu pashtún del sur y un hábil comerciante de opio. A principios de los años noventa, trabajó brevemente como informante para la DEA, la agencia antidrogas, y la C.I.A., que, según declaró más tarde ante el tribunal, le pagó cincuenta mil dólares por localizar algunos de los misiles Stinger desaparecidos que la agencia había repartido entre los muyahidines antisoviéticos.

Cuando los talibanes ascendieron al poder por primera vez a finales de los años noventa, Noorzai fue uno de los principales financistas del movimiento y cercano al líder máximo, el mulá Omar. Tras el 11-S, Noorzai se pasó nuevamente a los estadounidenses y volvió a ofrecerse como informante. Entregó más de una docena de camiones cargados de armas pesadas de los talibanes. Pero terminó huyendo con su familia a Pakistán. En 2005, los agentes americanos lo convencieron de volver a trabajar con ellos y lo llevaron a Nueva York como informante y posible intermediario para un acuerdo de paz con los talibanes. Terminó sentenciado a cadena perpetua. Un intercambio por este hombre podría traer ahora a Mark Frerichs de vuelta a su casa. Los talibanes están muy interesados en su liberación porque les garantizaría un acuerdo de gobierno con su poderosa tribu.

Charlene Cakora le escribió hace unos días al ministro Sirajuddin Haqqani para pedirle que le manden un video de su hermano como prueba de vida y le prometió hacer todo lo posible para que lo intercambien con Noorzai. “Hemos estado intentando encontrar una manera de devolver a Mark a nuestra familia y creemos que usted es la clave para ello”, escribió Cakora en la carta. “Como hermana, les pido que muestren su liderazgo liberando a mi hermano, y espero que mi gobierno haga lo mismo con Bashir Noorzai”. Charlene también le pidió al presidente Biden, a través de una nota en el Chicago Tribune, que trate a Mark “como lo haría si fuera su propio hijo el secuestrado”. El hijo de Biden, Beau Biden, que murió de cáncer en 2015, era un veterano de la guerra de Irak. “Tráiganlo a casa. No lo pueden dejar olvidado”, pide Charlene mientras organiza una marcha para la próxima semana en el centro de Chicago para exigir la liberación de su hermano.

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