Horas después de su desordenada salida afgana, la administración Biden comenzó a hablar de una presencia diplomática ampliada a través de un enfoque renovado en las relaciones de Washington y sus principales socios en el Golfo y Oriente Medio. Según el presidente la finalidad de la nueva estrategia es generar un marco de estabilidad en la región. En la misma línea, Washington piensa que es hora de dejar atrás la idea de las respuestas militares como única opción a cualquier desafío apostando a la diplomacia. Sin embargo, nadie explicó desde el entorno de Biden qué tipo de diplomacia se utilizará o cuál será el diálogo a implementar para neutralizar la ideología del terror yihadista y el incontrolable tráfico de drogas en aquella región.
Lo que está probado más allá de las declaraciones y explicaciones erráticas del propio presidente Biden y su secretario de estado Antony Blinken, es que en la lucha contra el terrorismo, la diplomacia y las decisiones militares de su administración han carecido de éxito. Es así que ante los dichos del presidente, surgen no pocos interrogantes acerca de cuál será la nueva apuesta de Washington para revertir sus errores tácticos sin ignorar algo básico: ninguna estrategia diplomática ha sido exitosa frente al yihadismo radical si se descarta el respaldo de las opciones militares.
El escenario afgano demostró por igual lo inútil de tratar de organizar el futuro de otras sociedades con largos períodos de presencia militar, como también la absurda ilusión de que la ausencia de fuerzas las estadounidenses sobre el terreno traería estabilidad y prosperidad en países donde el terrorismo está enquistado. En consecuencia, ante los hechos consumados, lo que hoy debería considerarse es un camino intermedio enfocado en la lección aprendida de los acontecimientos que dieron lugar a la reciente y desordenada salida de Afganistán. Es ésta y no otra la decisión que Biden debe tomar respecto a su presencia militar, por ejemplo, en el Este de Siria para no repetir el desastre militar y humanitario del retiro de Afganistán, y sobre todo para evitar que esa conducta estimule a grupos locales y regionales narco-terroristas a imponer un escenario volátil en el Este del país árabe, donde las energías islamistas planean expulsar a las fuerzas estadounidenses y tomar el control de toda Siria.
La pregunta que circula en varias cancillerías árabes tiene relación directa con la preocupación de los estados sunitas del Consejo de Cooperación de los Países del Golfo (CCPG) encabezados por Arabia Saudita y remite a las últimas decisiones del presidente Biden tanto en Afganistán como en Irak, y la duda es si también planifica replegar la escasa presencia militar estadounidense en el Este de Siria, pero también cuál será la posición de Washington con su archi-enemigo -la República Islámica de Irán- en las conversaciones por la resolución del Acuerdo Nuclear con el régimen khomeinista.
Todo indica que los saudíes han perdido la confianza en Biden y aunque no lo han expresado en esos términos, las declaraciones de Riad han ratificado que no permitirán que Irán alcance capacidad nuclear. Así, parece claro que lejos de presentar soluciones de estabilización regional, el retiro estadounidense y la forma en que se llevo a cabo, abrió mas dudas que certezas sobre la presencia y permanencia de Estados Unidos en Oriente Medio.
Aunque la intervención en Siria es parcial y tuvo su inicio en 2016, cuando Estados Unidos comenzó participando de operaciones de la coalición internacional contra el ISIS (Estado Islámico por sus siglas en inglés) los socios árabes de Washington dudan de las decisiones de Biden en cuanto a permanecer allí, el antecedente reciente de Afganistán cambio la ecuación de forma dramática en materia de confianza hacia la administración Biden-Harris.
Lo concreto es que los países árabes del Golfo ven la retirada de Afganistán como un mensaje de debilidad hacia las facciones terroristas regionales e incluso alentadoras para al régimen sirio que cuenta con el apoyo abierto de Irán y Turquía para reafirmar sus planes de capturar los territorios al Este del río Éufrates que actualmente se encuentran bajo el gobierno de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS). En consecuencia, para los árabes sunitas una retirada estadounidense de Siria no se descarta.
Las implicancias estratégicas de una conducta similar a la salida de Afganistán sería sumamente negativa en Siria ya abriría varios escenarios contrarios a los intereses de los estados sunitas del Golfo que sostienen que ISIS se reagruparía y resurgiría nuevamente. Además un retiro del Este sirio fortalecería al régimen del dictador Bachar al-Assad y facilitaría el camino a su aliado iraní a ganar terreno allí.
Es evidente que Estados Unidos no transita sus mejores días en la región, su retirada de Afganistán alentará las acciones de grupos terroristas como Al-Qaeda a desestabilizar Siria y será una nueva presión para que Washington también se retire definitivamente de Siria. Si eso llegara a ocurrir, los grupos islamistas ocuparan inmediatamente el vacío que dejen los estadounidenses, pero sobre todo, Irán habrá alcanzado el éxito total en Siria y podrá establecer una base importante junto a la ocupación de facto que Teherán ya ejerce sobre el Líbano a través de Hezbollah, de ese modo fortalecerá un frente más amplio contra Israel, lo que coloca la situación de cara a una inevitable nueva guerra delegada por Irán entre el nuevo frente libanés-sirio contra Israel. La guardia revolucionaria iraní ha establecido milicias tribales en el Este de Siria, la presencia de Teherán en esas áreas fuera de control del régimen de Assad es muy amplia y tiene por objeto preparar esas milicias para invadir y retomar esas áreas al Este del Éufrates en el caso de que se produzca la retirada estadounidense de allí. Por tanto, no debe sorprender si Irán utiliza el poder de sus grupos armados para atacar a las tropas estadounidenses al Este de Siria para fortalecer su posición y generar dentro de los Estados Unidos un debate respecto de la presencia militar estadounidense en Siria que derive en un nuevo retiro de Washington.
En dirección a Turquía, Ankara sostiene que las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) son una cobertura del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), a quienes los turcos consideran una organización terrorista, por lo que desde 2018, Turquía apoya una ofensiva militar contra las FDS. Al mismo tiempo, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, declaró en 2020 que su ejército estaba listo para entrar en el Este de Siria para limpiar el país de terroristas. De modo que considerando las ambiciones de Turquía en la región y su ofrecimiento reciente por hacerse cargo de la seguridad del aeropuerto de Kabul para establecer una presencia activa en Afganistán, Erdogan buscará obtener una mayor influencia también en el Este de Siria y aprovechará cualquier oportunidad para expandir su presencia allí.
La decisión del presidente Biden de dejar Afganistán permitiendo que el país cayera en manos del Talibán y sus dudas sobre la permanencia de Estados Unidos en Oriente Medio se multiplicaron. Sin embargo, ésta no es la primera vez que desde la presidencia estadounidense se cuestiona la voluntad de permanecer en Oriente Medio. En su tiempo, el ex-presidente Barack Obama habló de moverse desde Oriente Medio hacia Asia, y se puede decir que Obama fue consecuente con sus dichos al incumplir sus propias advertencias contra el régimen sirio cuando dijo que la “línea roja” para intervenir en Siria sería si el dictador Bachar al- Assad usaba armas químicas contra su población civil, lo cual ocurrió al menos en dos oportunidades. No obstante, cuando Assad gaseo a su propio pueblo, Obama miro hacia otro lado y decidió canalizar sus esfuerzos en alcanzar un acuerdo nuclear con Irán. Así, la administración demócrata de Obama impulso un resultado que no fue otro que un acercamiento de Arabia Saudita, Egipto e Israel -aliados cercanos de Estados Unidos- avancen en diálogos con Moscú, los que comenzaron antes de la intervención militar rusa en Siria en 2015, pero que aún se mantienen.
El presidente Joe Biden continuó el movimiento de Washington hacia Asia anunciado por Obama, Biden intento -con escaso éxito- tejer una alianza de estados asiáticos en la región del Pacífico cuyo objetivo fuera frenar la expansión China; pero la retirada precipitada de Afganistán significó que Estados Unidos decepcionara a varios aliados de muchos años, tanto en ese país como en la región, y abrió grandes dudas sobre si Biden decepcionará de manera similar a otros aliados. El hecho de que el ex-presidente Donald Trump casi abandonara a los kurdos-sirios -aliados clave de Estados Unidos en la guerra contra ISIS- fue un precedente peligroso y es lamentable que Biden esté profundizando el ejemplo de Trump.
En otras palabras, si Biden desea inclinarse hacia Asia, debería dejar suficientes fuerzas en Oriente Medio para evitar que la región caiga bajo la influencia del terrorismo yihadista y el narcotráfico, ambos flagelos son enemigos de Estados Unidos y Occidente, pero él no lo ha hecho. Por el contrario, como ha escrito Ayaan Hirsi Ali en el Washington Post, “lo que hemos visto en las últimas dos semanas en Afganistán, representa un punto de quiebre del derrumbe de Occidente”. Pero lo más grave es que parece ser solo el principio.
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