Chicago (especial para Infobae) - En el barrio de Aabpara de Islamabad, la capital pakistaní, se levanta un complejo de edificios entre jardines de césped manicurado y fuentes de agua. La arquitectura es racionalista islamista sin ninguna grandeza. Pero atravesando los muros de este bucólico paisaje se encuentra el verdadero poder en las sombras detrás de los talibanes que acaban de retomar el poder en el vecino Afganistán. Son las oficinas del I.S.I. (Inter-Services Intelligence) el servicio de inteligencia de Pakistán, que es considerado el más eficiente y sofisticado de Asia Central. Esta semana hubo en ese lugar festejos y felicitaciones varias.
Desde ese “compound” siempre se “dirigió y manipuló” a los talibanes afganos de acuerdo a los intereses geopolíticos de Pakistán. Ocurrió a mediados de los noventa, cuando ayudaron a organizar a los estudiantes de las madrazas (las escuelas coránicas) en la frontera entre ambos países para armar una eficiente milicia que terminó tomando el control en Kabul entre 1996 y 2001, lo hizo durante los años de resistencia contra la invasión estadounidense, y lo vuelve hacer ahora con la ofensiva relámpago que llevó a los extremistas islámicos nuevamente al poder. Si hay que buscar un verdadero ganador de la guerra afgana, ese es el I.S.I. (y el gobierno paquistaní en su conjunto, por supuesto).
Una prueba del apoyo que tienen los talibanes del otro lado de la cordillera del Hindu Kush se pudo ver unas pocas horas después de que los talibanes tomaran Kabul, su bandera blanca con un verso del Corán impreso en negro ondeaba en lo alto de una mezquita central en Islamabad. Fue un gesto de desprecio a los estadounidenses derrotados. Pero también fue una señal clara de quienes son los verdaderos vencedores de la guerra afgana de 20 años.
Pakistán es considerado un aliado de Estados Unidos en la guerra antiterrorista. Sus militares se beneficiaron de decenas de miles de millones de dólares en ayuda estadounidense durante las dos últimas décadas, incluso cuando todos sabían que gran parte del dinero desaparecía en las cloacas de la corrupción. Y esto sucedía mientras el servicio de inteligencia paquistaní, íntimamente ligado al ejército, alimentaba y protegía a los talibanes. En los últimos tres meses fue evidente como estos militares dejaban cruzar la frontera a nuevos combatientes procedentes de santuarios en el interior de Pakistán. Los líderes tribales de la etnia de los pashtunes agradecieron directamente al I.S.I. por haberles dado protección a sus milicias que lucharon junto a los talibanes.
“Los pakistaníes y, particularmente el I.S.I., están convencidos de que fueron los que dieron el impulso para el triunfo en Afganistán. Pero eso puede ser un arma de doble filo. Esos mismos talibanes que ahora están del otro lado de la frontera, en cualquier momento podrían querer cruzar y luchar en tierra paquistaní. O lo que es peor, si los talibanes afganos se convierten en líderes de un estado paria, lo que es probable, Pakistán se encontrará atado a ellos”, fue el análisis que realizó en la cadena de televisión MSNBC, Robert Grenier, un ex jefe de la oficina de la CIA en Pakistán.
Al mismo tiempo, si bien Estados Unidos continuará apoyando a Pakistán para mantener la estabilidad de su arsenal nuclear y detener la carrera armamentista en la región, con su salida de Afganistán ya no tiene los mismos incentivos para seguir colaborando con los militares de Islamabad. También es cierto que sus rivales globales más importantes, China y Rusia, ya están alineados con los paquistaníes y los talibanes y esto llevará una buena parte de la atención de la política internacional de Washington.
Un protegido pakistaní, Khalil Haqqani, un líder talibán que era un visitante habitual del cuartel general militar de Pakistán en Rawalpindi, es uno de los nuevos gobernantes de Afganistán. Conocido por la inteligencia estadounidense como el líder talibán más cercano a la red terrorista Al Qaeda, Haqqani se presentó en Kabul la semana pasada como el nuevo Jefe de Seguridad. Y lo hizo mostrando una imagen realmente provocadora: estaba armado con un rifle M4 de fabricación estadounidense y lo acompañaba un escuadrón de protección vestido con equipo de combate estadounidense.
El jefe del ejército paquistaní, Qamar Javed Bajwa, y el jefe del I.S.I., Hameed Faiz, se reunían con Haqqani de forma habitual, en sus residencias de las históricas ciudades de Peshawar y Rawalpindi. Se sabe que la extensa familia Haqqani vive desde hace tiempo en las zonas tribales de Pakistán, a lo largo de la frontera afgana, que es un territorio autónomo. “El general Bajwa fue presionado por Estados Unidos para que entregara a Khalil Haqqani y a otros dos líderes de su clan, y todo el tiempo, Bajwa decía: ‘Díganos dónde están’”, escribió Douglas London, en sus memorias sobre los años como agente de la CIA. “Mi cita favorita de Bajwa es cuando les dijo a los enviados de Washington: ‘Sólo tienen que venir a mi oficina e iremos en un helicóptero a buscarlos’”.
Durante la guerra, los estadounidenses toleraron el doble juego paquistaní porque creían que no tenían otra opción: era una guerra caótica en Afganistán o enfrentarse a un Pakistán con armas nucleares. Además, los puertos y aeropuertos de ese país proporcionaban los principales puntos de entrada y líneas de suministro para el equipo militar estadounidense necesario del lado afgano. Tuvieron una clara política de defensa de sus intereses, y entre estos no estuvieron nunca una gran presencia militar estadounidense en su frontera, un Afganistán autónomo con un gobierno democrático que no pudiera controlar, o un ejército afgano fuerte y centralizado. Todo estaba bajo su norte diplomático desde la creación del estado en 1948: crear una esfera de influencia para bloquear a su archienemigo, India.
“El ejército pakistaní creía que Afganistán proporcionó profundidad estratégica en su puja contra India, que es su obsesión”, dijo al New York Times, Bruce Riedel, ex asesor de Asia Meridional de las administraciones Bush y Obama. “Estados Unidos animó a India, después de la invasión de 2001, a apoyar al gobierno afgano proccidental, lo que alimentó la paranoia de los militares paquistaníes”.
El tema fue parte de las conversaciones entre las partes durante una visita a Washington hace tres meses de Moeed Yusuf, el asesor de seguridad nacional del primer ministro de Pakistán, Imran Khan. Yusuf subrayó la necesidad de eliminar la presencia india en Afganistán. Cuando los diplomáticos indios estuvieron entre los primeros extranjeros en ser evacuados de Kabul, su salida fue interpretada en la prensa paquistaní como una victoria singular.
Los servicios secretos paquistaníes dejaron hacer o directamente colaboraron con Haqqani y su red de milicianos que fueron clave para que los talibanes retomaran el poder. Se levantaron refugios en la zona fronteriza, particularmente alrededor de la ciudad de Quetta, para los combatientes del turbante negro y sus familias. También Peshawar, la primera ciudad paquistaní cuando se cruza el histórico Khyber Pass, y Karachi, en el sur, donde la red controla varios hospitales. Y todo esto mezclado con grandes negocios explotados por los Haqqanis, desde el narcotráfico hasta la especulación inmobiliaria y el diezmo de las mezquitas. La red operó protegida por los agentes del I.S.I y fueron su cobertura. Los agentes secretos paquistaníes evitaron siempre involucrarse con la lucha directa para no dar argumentos a Estados Unidos que pudieran perjudicar toda la organización o el suministro de armas y dinero proveniente de Washington.
El I.S.I. también proporcionó a los talibanes la cobertura legal para manejarse a nivel global. El líder talibán Abdul Ghani Baradar viajó con pasaporte pakistaní para asistir a las conversaciones de paz en Doha, Qatar, y para reunirse en Tianjin, con Wang Yi, el canciller chino. “Definitivamente, los talibanes afganos no estarían donde están sin la ayuda de los pakistaníes”, explicó en una entrevista de la BBC, Sajjan Gohel, Director de Seguridad Internacional de la Fundación Asia-Pacífico en Londres.
Claro que una cosa es llegar al poder y otra ejercerlo. Nadie está muy seguro de que los talibanes tengan la capacidad de crear una elite política y una burocracia estatal para gobernar Afganistán y mantenerse dentro del sistema internacional. La clave estará en el manejo de la economía. Afganistán depende totalmente de la ayuda externa. Estados Unidos proporcionaba cientos de millones de dólares al mes para pagar sueldos y mantener una estructura básica de distribución de alimentos. Tal vez, China y Rusia puedan suplantar estos fondos. Pero será Pakistán quien tendrá en sus manos la llave maestra de cualquier construcción de poder: los servicios secretos seguramente van a proporcionar su experiencia en materia de seguridad y ayudarán en la creación de las fuerzas armadas profesionales.
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