Chicago (especial para Infobae) - Fue un atentado largamente anunciado. Apenas se produjo el arrollado avance de los talibanes sobre Kabul y comenzó la evacuación de extranjeros y refugiados en el aeropuerto de esa ciudad, la inteligencia estadounidense advirtió de posibles ataques suicidas. El propio jefe de la CIA, William Burns, había pedido a los talibanes que detengan a las fuerzas más extremistas que podrían atacar. Los afganos de turbante negro le dijeron que ellos no podían hacer nada. De hecho, los sospechosos son también sus enemigos.
En Afganistán, mientras se desmoronaba el gobierno pro-occidental y se retiraban las tropas estadounidenses -junto a otras de la OTAN-, se reafirmaban en el terreno milicias afiliadas al ISIS, el Estado Islámico, y a la red terrorista Al Qaeda. El triunfo de los talibanes les dio el último impulso que necesitaban. Estaban listos para atacar a las tropas y a los afganos que querían llegar al aeropuerto de Kabul. Su objetivo era presentarse como los “verdaderos combatientes” que habían “expulsado a los impíos de la tierra musulmana”. Y lo lograron en forma muy fácil: dos kamikazes, dos explosiones entre la multitud que intentaba escapar del régimen y los marines que custodiaban el lugar. Muerte y destrucción. Terror. Objetivo cumplido.
En el Pentágono de Washington ya había una gran preocupación por los posibles agentes del ISIS y Al Qaeda que estaban intentando infiltrarse entre los refugiados que salían de Afganistán. En la base aérea de Al Udeid de Qatar, que es la primera escala de la mayoría de los aviones de evacuación, ya detectaron a varios sospechosos. Según el sitio especializado Defense One, el Sistema de Identificación Biométrica Automatizada encontró que casi 100 de los 7.000 afganos evacuados tienen coincidencias con las listas de vigilancia antiterrorista de las agencias de inteligencia. Esto encendió todas las alarmas en Occidente. Los atentados confirmaron que la amenaza era extremadamente real.
Todo esto hizo que se extremaran las medidas de seguridad para la acogida de los refugiados. Habrá un segundo y aún más exhaustivo chequeo de los posibles receptores de las visas especiales de inmigración cuando lleguen y permanezcan por varios días confinados en las bases militares de Fort Bliss en Texas, Fort McCoy en Wisconsin y Fort Lee en Virginia. “Este proceso incluye controles de seguridad biométricos y biográficos llevados a cabo por nuestros profesionales de los servicios de inteligencia, de las fuerzas del orden y de la lucha contra el terrorismo, que trabajan literalmente las veinticuatro horas del día para examinar a todos estos afganos antes de que se les permita entrar en Estados Unidos”, explicó un funcionario de migraciones a la cadena ABC.
Desde los atentados del 11-S, hace 20 años, los servicios de inteligencia quedaron manchados de dudas por no haber detectado a los 19 kamikazes que incrustaron los aviones en las Torres Gemelas ni el secuestro de los aviones. Tampoco fueron precisos en describir el avance incesante de las fuerzas del ISIS y la creación del emirato entre Siria e Irak. El último fracaso lo obtuvieron al no determinar la velocidad con la que los talibanes tomarían el poder en Afganistán. Ahora, están dadas todas las condiciones para enfrentar un nuevo golpe con la entrada dentro del territorio estadounidense de decenas de potenciales terroristas mezclados entre los legítimos refugiados.
El mayor peligro está centrado en lo que se denomina como el Estado Islámico Khorasan o ISIS-K. Es la filial del Daesh (la nomenclatura en árabe) en lo que históricamente se denominó Khorasan (se pronuncia “jorasán”) y que ocupa partes de lo que son hoy los territorios de Pakistán, Afganistán, Irán y zonas de otras repúblicas centro-asiáticas vecinas. En 2014, sus líderes juraron fidelidad al entonces jefe del ISIS, Abu Bakr al-Baghdadi. Eran apenas unas decenas de militantes que hasta entonces habían luchado junto a los talibanes, pero que los abandonaron por considerarlos “tibios”. Con la caída del califato, tres años más tarde, se fueron sumando combatientes que huían de Siria. Fueron los que aportaron un mayor rigor en la interpretación de la “sharía”, la ley coránica.
En un informe dado a conocer la semana pasada por el inspector general del Pentágono, se señala que el ISIS-K aprovechó la debilidad del gobierno afgano y la distracción de los talibanes, ocupados en la ofensiva, para extender su territorio y llegar a Kabul. “De esa manera, lograron un avance de las provincias afganas de Kunar, Nangarhar y Nuristan hacia los centros de poder en la capital afgana. Explotaron la inestabilidad política y el aumento de la violencia durante los últimos tres meses y muy particularmente después de que las fuerzas (estadounidenses) evacuaran la base de Bagram (la más estratégica) atacando objetivos sectarios minoritarios e infraestructuras para sembrar el miedo y poner de manifiesto la incapacidad del gobierno afgano para proporcionar una seguridad adecuada”, decía el informe.
El ISIS-K realizó seis grandes atentados en Kabul en 2016, 18 ataques en 2017 y 24 en 2018, según un “paper” del centro de estudios CSIS. “Han sido un problema persistente porque, a pesar de toda la presión que nosotros y luego los talibanes ejercieron sobre ellos, lograron mantener células operativas muy eficaces. La mayoría de los atentados más despiadados, como los perpetrados contra hospitales y una maternidad, fueron todos del ISIS-K”, explicó al diario USA Today el ex jefe de contraterrorismo de la CIA, Douglas London. De acuerdo al espía, este grupo representa una enorme competencia para los talibanes por lo que los convierte en “enemigos mortales”. “Compiten por los recursos, los materiales y el poder, aunque sean relativamente pequeños”, dijo.
El 8 de mayo, el ISIS-K atacó una escuela para niñas en Kabul y mató al menos a 68 personas e hirió a más de 165, la mayoría de ellas estudiantes, según una evaluación de la Agencia de Inteligencia de Defensa citada por el inspector general. Un terrorista suicida estrelló un coche cargado de explosivos contra la puerta de la escuela y, mientras los niños huían, estallaron otras bombas. A la escuela concurrían chicas Hazara, una minoría étnica musulmana shiíta, objetivo del ISIS-K que es sunita, la otra gran rama del islamismo. En mayo de 2020, los terroristas atacaron una maternidad hazara, matando a 24 madres y recién nacidos.
Antes de la retirada de las tropas estadounidenses, negociada por el ex presidente Donald Trump, los mandos militares estadounidenses trataron de aniquilar al ISIS-K. El general del ejército Joseph Votel, ex jefe del Comando Central de Estados Unidos, había señalado a estos terroristas como “un enemigo a vencer”. En 2017, la aviación arrojó la mayor bomba convencional del arsenal estadounidense, la Massive Ordnance Air Blast, también conocida como “la Madre de todas las Bombas”, sobre un bastión del ISIS-K. La explosión mató a 96 combatientes.
Además de su característica brutalidad, estos militantes se diferencian de los talibanes y la red Al Qaeda por no involucrarse ni beneficiarse del lucrativo contrabando de opio. Afganistán es el mayor productor global de opio y heroína y su comercio financia las actividades de terroristas de todos los pelajes. Pero los “I-K” fueron capaces de sobrevivir en las montañas con muy pocos alimentos a la espera del fin del invierno para bajar a proveerse de víveres. Dicen que están entrenados para vivir semanas apenas con piñones y agua. Conocen perfectamente el terreno alrededor de la cordillera del Hindu Kush entre Afganistán y Pakistán. La mayoría de sus miembros provienen de las tribus locales de los mehsudis, waziris y pastunes de la zona transfronteriza. “Ahí, en esas montañas, es donde se encuentra el corazón de esta gente. No se ve a sí misma como afgana, ni tampoco como pakistaní”, explicó el agente London. Muchos de estos milicianos ya pasaron por las filas de grupos extremistas paquistaníes como Tehrik-E Taliban (TTP) y Lashkar-e-Jhangvi (LJ), que estuvo involucrado en el secuestro y asesinato del periodista del Wall Street Journal, Daniel Pearl, en 2002.
Lo de Al Qaeda es más clásico, o por lo menos tiene 25 años de existencia muy conocida desde que al mando de Osama bin Laden perpetraron los atentados del 11/S. Provienen de “la lista” que había armado el ingeniero saudita muerto en 2011 de militantes islamistas provenientes de todo el mundo que se incorporaron la guerra contra el Ejército Rojo soviético que había invadido Afganistán en los años 80. Este y muchos otros grupos de mujahaidines (milicianos islámicos, se pronuncia “muyajaidines”) recibieron en ese momento armamento y financiamiento por parte de la CIA. Lograron derrotar a los soviéticos quienes se tuvieron que retirar en 1989. Esto desató una guerra civil entre las diferentes facciones que habían integrado las fuerzas de insurrección afganas y que finalizó siete años más tarde cuando uno de esos grupos, el de los talibanes que se habían organizado en las “madrazas”, las escuelas coránicas de la frontera paquistaní, tomaron el poder por cinco años en Kabul. Fue cuando Bin Laden y sus hombres recibieron refugio y apoyo de los talibanes para organizar varios sofisticados centros de entrenamiento militar para los milicianos que seguían llegando de todo el planeta. Desde allí partió la orden de los atentados del 11 de septiembre de 2001 y provocó el lanzamiento de la Guerra Antiterrorista.
Durante todos estos años, elementos históricos de Al Qaeda mantuvieron posiciones en algunas zonas desérticas y en las montañas del norte del país. La nueva dirigencia se distanció de los talibanes y se enfrentó a ellos en combates sangrientos. También se oponen al ISIS-K, pero mantienen en común el objetivo de atacar a Estados Unidos. Los atentados de ayer en Kabul forman parte de esta estrategia y buscan por todos los medios seguir atacando en el corazón del “imperio” con kamikazes que hoy intentan ocultarse entre los más de 100.000 refugiados afganos que escapan de los talibanes y buscan refugio dentro de Estados Unidos.
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