Su objetivo es proyectar una imagen de moderación frente a los ojos del mundo exterior y una de fuerza y legitimidad ante el frente interno. En sus publicaciones se pueden observar intentos de demostrar que los talibanes de hoy no son los mismos que los que gobernaron el país entre 1996 y 2001, y que estos son una versión más moderada e ilustrada que aquella que supo cometer aberraciones contra los derechos humanos durante su estadía en el poder. Ahora, entre las publicaciones celebrando victorias en las distintas ciudades del país se encuentran discursos en favor de los derechos de las mujeres y de las niñas, aunque siempre dentro de la Ley Islámica.
Sin embargo, esto es más una estrategia que una realidad, de acuerdo al planteo que realiza Richard Stengel, autor de un artículo de opinión publicado en la edición de este lunes en The New York Times.
El plan diseñado por la organización tiene similitudes con la estrategia utilizada por ISIS durante los últimos años. La principal semejanza entre ambas organizaciones extremistas es la mezcla de contenido: la semana pasada, entre las imágenes de soldados armados y tanques de guerra, circuló un video que mostraba a los guerreros talibanes jugando a los autitos chocadores en un parque de diversiones. Esta política comunicacional se debe a que ahora que deben gobernar un país su intención está más centrada en generar confianza que miedo.
Pero la realidad no estaría de su lado: las imágenes del aeropuerto de Kabul con miles de afganos pretendiendo huir del nuevo régimen sería una muestra del terror que infunden en la población.
Una diferencia significativa entre ambos grupos -y que explica gran parte de los posteos que suben a sus redes sociales- es que mientras el Estado Islámico es una organización que se piensa en términos globales, los talibanes están concentrados puramente en lo local. Si para ISIS las redes sociales y el internet son herramientas de reclutamiento, el talibán las utiliza para convencer a su audiencia local.
“Aunque los talibanes son menos sofisticados y menos prolíficos que el ISIS en las redes sociales -más parecidos a Hamás o Hezbolá- han aprendido algunas lecciones básicas del grupo yihadista. La marca del ISIS era una mezcla de fuerza y calidez: decapitaciones espeluznantes junto con fotos de combatientes montando en noria o dando caramelos a los niños. Se pueden ver ecos de esa extraña mezcla de folclore y horror en Afganistán: la semana pasada circuló en las redes sociales un vídeo de guerreros talibanes armados montando en coloridos coches de choque en un parque de atracciones mientras los niños los observaban. Ahora que tienen un país que gobernar, están menos dispuestos a inspirar miedo que confianza”, explica Stengel, ex asesor del presidente Barack Obama.
La mejor manera de entender su estrategia es observando no solo el contenido que publican sino también el contenido que deciden no publicar. En este sentido, no se van a encontrar imágenes de los múltiples asesinatos que se denuncian que han cometido durante los últimos meses ni de las severas formas de aplicación de la Sharía que ocurren cotidianamente. Esto tiene como objetivo, además de convencer a los ciudadanos de Afganistán que efectivamente son una fuerza más moderada que la que gobernó a fines del siglo pasado, evitar que las compañías de redes sociales los bloqueen por completo -como ya lo hicieron en cierta medida Facebook y YouTube.
“Mientras tanto, los talibanes seguirán dirigiéndose a un público concreto: las élites mundiales. Asisten a conferencias, visitan capitales, publican artículos de opinión y celebran conferencias de prensa. Un tuit de la semana pasada de un portavoz talibán muestra a un funcionario talibán respondiendo a una pregunta sobre la libertad de expresión en Afganistán. Su respuesta fue: ‘Esta pregunta debería hacerse a las personas que dicen ser promotoras de la libertad de expresión’. La pregunta, dijo, debería hacerse a Facebook”, concluyó Stengel.
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