Continúa el avance de los talibanes en Afganistán y Estados Unidos envía 3.000 marines a Kabul para evacuar la embajada

Las fuerzas de los extremistas islámicos ya están en Ghazni, a 150 kilómetros de la capital. La misma situación que se dio en ese mismo lugar hace 20 años cuando comenzó la guerra.

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Combatientes talibanes tras conquistar Pul-e-
Combatientes talibanes tras conquistar Pul-e- Khumri, capital de la provincia de Baghlan (Foto: Reuters)

El avance de los talibanes en Afganistán es devastador. Las fuerzas gubernamentales se desmoronan como columnas de arena en el agua. La retirada de las tropas estadounidenses, tras 20 años y un billón de dólares de gastos militares, dejó un vacío de poder enorme y un desánimo generalizado en el gobierno pro-occidental. Hasta la semana pasada, las previsiones de los analistas militares decían que, de continuar la caótica situación, los talibanes podrían tomar el poder en Kabul en nueve meses. Ahora, creen que esa situación se puede producir en días. En Washington temen una salida desesperada como la de Hanoi en 1975, cuando las tropas estadounidenses abandonaron Vietnam. Por esa razón, están llegando en las próximas horas a Kabul unos 3.000 marines con la misión de evacuar a todos los estadounidenses y diplomáticos de países europeos. La Administración del presidente Joe Biden quiere evitar por todos los medios la imagen del último helicóptero saliendo de la embajada con gente colgada.

Los talibanes ya tomaron el poder en Ghazni, la capital de la provincia del mismo nombre, a apenas 150 kilómetros de Kabul. La misma situación que se produjo allí cuando todo comenzaba en diciembre de 2001, pero en sentido contrario. En ese momento, los combatientes de la pro-occidental Alianza del Norte avanzaban hacia Kandahar, la segunda ciudad afgana, capital espiritual de los talibanes, mientras éstos huían hacia las montañas de la cordillera del Hindu Kush. Desde allí bajaron cada verano para enfrentar a los estadounidenses y otras fuerzas de la OTAN. Dos décadas más tarde, y después de la muerte de 150.000 civiles, 3.600 soldados estadounidenses, 51.000 talibanes y 2.000 terroristas de Al Qaeda, tras el paso de cuatro presidentes por la Casa Blanca, todo vuelve, como si fuera un juego de mesa, al primer casillero.

Talibanes ejecutando a un prisionero
Talibanes ejecutando a un prisionero durante la ofensiva cerca de la ciudad de Ghazni, a 150 kilómetros de Kabul

Esta era la situación que viví como corresponsal de guerra en diciembre de 2001, seguramente no muy lejana a la que se registra hoy en ese mismo lugar:

Los primeros disparos se escuchan mientras el comandante Abdul Ahmad explica la situación de la ofensiva contra los talibanes en el sur de Afganistán. Estamos en lo que era, en ese momento, su cuartel general: el segundo piso de una escuela bombardeada entre las villas de Maidan Shar y Pol-i-Sakh, a unos 100 kilómetros al sur de Kabul, junto a la carretera que va a Kandahar. Ahmad hace como si no hubiera escuchado nada. Mantiene la calma y habla en un tono suave mientras pasa lentamente las cuentas de su tasby, el “rosario musulmán”. Sus hombres no parecen tener su mismo temple. Tres de ellos toman los fusiles Kalashnikov que mantenían a su lado, en el suelo, y salen corriendo. Ta-ta-tra-tra-ta-ta. Booooommmm. La segunda descarga viene unos minutos más tarde y hace temblar las paredes de la escuela. Es demasiado evidente que se está registrando un combate a poca distancia del lugar.

Ahmad, hombre alto y corpulento, de unos 45 años, con una barba renegrida y larga hasta el pecho, insiste en quitarle importancia al asunto. Pero un nuevo intercambio de artillería pesada echa por tierra sus argumentos. A unos pocos metros de donde estamos sentados se registran combates entre sus fuerzas de mujahaidines de la Alianza del Norte con grupos de talibanes que resisten a la desesperada. Apenas tres días antes, los talibanes abandonaron Kabul y se dirigieron hacia el sur, donde todavía resisten. Por allí, cerca de la frontera con Pakistán, en 1995, habían comenzado el avance que en apenas unos meses los llevó a tomar el poder en Afganistán y gobernar bajo la sharía, la brutal ley islámica del siglo XIV, durante cinco años.

Del otro lado de la cañada, en un pequeño poblado de casas de adobe con amplios muros defensivos, se encuentran parapetados los talibanes locales, un grupo de unos 100 hombres a las órdenes del feroz comandante talibán Gul Mohammed. Estos combatientes resisten a pesar de la orden de rendirse que dieron los mullahs. Con ellos hay varios extranjeros de la red terrorista Al Qaeda, asegura el comandante Ahmad. Tatatatata. Boooooommmm. Tatatatata. Sigue el combate por una media hora más hasta que de un momento a otro se produce un silencio de convento. Ninguno de los bandos parece estar dispuesto a una ofensiva. Los hombres de Ahmad bajan las armas y lentamente regresan donde estaban antes de que comenzaran los disparos. Una escena a la que parecen estar acostumbrados. Los mujahaidines y los talibanes mantienen sus posiciones e intercambian disparos dos o tres veces al día a la espera de que se defina lo que sucede más al sur, en Ghazni y en Kandahar.

Combates en las afueras de
Combates en las afueras de la ciudad de Kandahar, la segunda en importancia de Afganistán, que ya nuevamente está en poder de los talibanes (Foto: REUTERS)

Seguimos avanzando por la ruta unos 50 kilómetros, el límite posible. Más allá corremos peligro de caer muertos por las balas o de ser secuestrados y vendidos por unos pocos dólares. Después de un corto camino provincial entramos a la ciudad de Ghazni, la capital provincial del mismo nombre, donde la situación es similar a la que vivimos en la mañana. En las calles hay una calma aparente, pero se escuchan disparos y se pueden ver camionetas llenas de muyajaidines corriendo a toda velocidad por las pocas calles asfaltadas del centro. “Los talibanes todavía controlan el 50% de la provincia”, asegura el comandante Mohammed Shajahan mientras caminamos apurados por una vereda polvorienta detrás de su cuartel general. La historia de Shajahan es muy particular. Hasta hace apenas tres meses trabajaba en una estación de servicio del estado de Virginia, en Estados Unidos. Pero inmediatamente después de los atentados del 11 de setiembre contra las Torres Gemelas, que lanzaron esta guerra, regresó a su ciudad natal para retomar el mando de sus tropas de mil mujahaidines que había abandonado cinco años atrás cuando los talibanes tomaron el poder en Kabul. “En ese momento quería dejar de guerrear. No tenía sentido ... Ahora lo tiene. Y por eso volví”, me dice mientras se sube a una camioneta Toyota que lo llevará al frente. En la siguiente provincia hacia el Sur, la de Zabol, una región conocida por sus magníficos almendros, se enfrentan desde hacía diez días las fuerzas del comandante mujahaidín pashtún (la etnia preponderante en Afganistán) Hamidullah –un hombre que se había hecho famoso por su arrojo en la lucha contra los soviéticos en los ‘80– y las del líder talibán, el mullah Rokketi. En Kandahar, apenas unos 100 kilómetros más al sur, también sigue sin definición la lucha. El comandante de la Alianza del Norte, Gul Agha, que negoció la rendición directamente con el mullah tuerto, Mohammad Omar, líder máximo de los talibanes, asegura que todo es cuestión de horas. Como parte del acuerdo, dejó que Omar y todos sus comandantes huyan hacia el Hindu Kush.

Ghazni está hoy nuevamente en manos de los talibanes. También Herat, la tercera ciudad afgana, y 11 capitales provinciales más. El presidente Biden está determinado a terminar la evacuación total de las tropas el 31 de agosto. Sería un golpe duro a la estima americana si los talibanes toman Kabul antes de que parta el último helicóptero. Pero es una situación probable.

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