Las guerras del futuro se librarán por el agua, y no por el petróleo. Lo venimos escuchando desde hace décadas. La aceleración del cambio climático está haciendo realidad la antigua predicción. Particularmente en Oriente Medio y el norte de África, que se encuentran en la primera línea de los azotes por el calentamiento global. Si a esto se le suma la peor pandemia del último siglo y un colapso económico sin precedentes, la crisis es grave. En los últimos días se registraron disturbios desde Sudán hasta Irán y El Líbano. Y todas las predicciones indican que de continuar las temperaturas récord –superan los 50 grados centígrados- en una zona que vive desde siempre en un clima hostil y sequías, el resultado puede ser desastroso. Este último fin de semana, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, advirtió que más del 70 % de la población del Líbano, unos cuatro millones de personas, están en riesgo “inminente” de quedarse sin acceso a agua salubre. En Irán ya hay al menos 14 muertos y más de 150 heridos por las protestas ante la escasez de agua.
La ONU cree que esta situación, a su vez, agravará las consecuencias de la pandemia. “Si la gente pierde el acceso al agua potable, será aún más difícil detener la propagación del coronavirus. A medida que la segunda y la tercera oleada del virus mortal se afianzan en todo el mundo, los programas de Agua, Saneamiento e Higiene se convierten en imprescindibles. En muchos países, donde las vacunas no empezarán a aplicarse hasta 2022 o más tarde, suele ser la única defensa que tienen contra la enfermedad”, dice la organización internacional.
“El cambio climático y el aumento de las temperaturas han agravado la situación, pero las causas son la mala planificación, la ausencia del Estado y la escasa inversión en el sector energético”, explicó Jessica Obeid, investigadora del Middle East Institute.
Lo del Líbano está basado en el colapso económico del país, que según el Banco Mundial es uno de los peores del mundo en los últimos 150 años. También en la inoperancia de sus gobernantes. El país está bañado por el Mediterráneo, carece de desiertos, es rico en montañas, bosques, lagos y arroyos. “El abismo en el que hemos caído es la culminación de años de gastos excesivos en proyectos que no generan ingresos, de corrupción y de una falta total de planificación”, dijo a The Media Line Moustafa Assad, investigador libanés independiente sobre la crisis que ahora estalla por la falta de agua. Y si el sistema público de abastecimiento de agua termina de colapsar –los expertos creen que podría suceder en cualquier momento-, Unicef calcula que el costo del agua de proveedores alternativos podría dispararse un 200%. Pasará a costar dos veces y media los ingresos medios mensuales.
Según un reciente informe del Observatorio de la Crisis de la Universidad Americana de Beirut, una familia de cinco miembros necesita al menos 3,5 millones de liras libanesas (unos 2.300 dólares) para comprar alimentos cada mes, o más de cinco veces el salario mínimo de 675.000 liras (unos 440 dólares), al tipo de cambio oficial. Pero, como en muchos otros países, la economía no se rige por ese valor del dólar sino el del mercado libre. Cuando el primer ministro designado, Saad Hariri, renunció el 15 de julio a formar gobierno, la lira cayó a 22.000 frente al dólar en el mercado negro. Eso significó que el salario mínimo bajó al equivalente de 29 dólares al mes, menos de un dólar al día.
La sequía y las temperaturas extremas están haciendo el resto. La mayor parte del país apenas tiene electricidad una o dos horas al día. Incluso aquellos que se pueden permitir el acceso a generadores privados, tienen poca energía en medio de la escasez masiva del diesel necesario para alimentarlos. La falta de financiación para reparar las infraestructuras y los suministros, como el cloro y las piezas de repuesto, aumenta la presión sobre el sistema de agua.
Una situación similar se vive en Irán, particularmente en la región de al-Ahwaz, en la provincia de Juzestán, donde se concentra la minoría árabe. Las protestas estallaron el 15 de julio en respuesta a la grave escasez de agua producida por las políticas de desvío de ríos para abastecer a otras regiones del país. “En la actualidad, la región de al-Ahwaz está completamente seca y no hay agua suficiente ni siquiera para beber, por no hablar de la muerte de miles de animales de ganadería, aves y peces, y de la desecación del río Karkheh, que llevó a la sequía de las marismas de Hawizeh, patrimonio global de la UNESCO”, declaró a The Media Line, Hamid Mtasher, fundador del Partido Liberal de al-Ahwaz en la clandestinidad. “Hoy, nuestra gente depende del agua embotellada y muchos pueblos se han quedado sin habitantes debido a la sequía y a la emigración a la ciudad”
Pronto, las protestas se extendieron a varias ciudades del interior y a Teherán. Y como sucede generalmente en Irán, las fuerzas del régimen respondieron con enorme violencia y brutalidad. Faisal Maramazi, director del Centro Ahwazi para los Derechos Humanos, con sede en Londres, informó este martes que “hasta ahora tenemos más de 1.500 detenidos, más de 150 heridos y al menos 14 personas muertas”. Amnistía Internacional dijo que “las fuerzas de seguridad iraníes están empleando una represión inusitada, incluso disparando munición real y perdigones, para aplastar las protestas que son en su mayoría pacíficas”.
Y Michelle Bachelet, la ex presidenta chilena y ahora Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, pidió al gobierno iraní que asuma su responsabilidad por la situación y deje de reprimir. “El impacto de la devastadora crisis del agua en la vida, la salud y la prosperidad de la población de Juzestán debería ser el centro de atención del gobierno, no las protestas llevadas a cabo por personas conducidas a la desesperación por años de abandono”, dijo Bachelet. A pesar de que el régimen de los ayatollahs respondió pidiendo a la ONU que no se meta en sus “asuntos internos, el Líder Supremo, Ali Khamenei, tuvo que reconocer el problema. “Es realmente doloroso para nosotros ver que a pesar de la gente leal que vive en esa provincia, y con todos los abundantes recursos naturales en esa zona, y con todas las fábricas trabajando allí, la gente ha llegado a un punto en el que está insatisfecha con la escasez de agua y el sistema de alcantarillado”, dijo Khamenei en su mensaje del último viernes.
El cambio climático aceleró las contradicciones de las medidas económicas que tomó el régimen iraní en esta región de al-Ahwaz, la de mayores reservas de petróleo del país. Se construyeron varias represas en la zona que derivó grandes cantidades de agua a otras provincias de mayoría persa mientras que la extracción de crudo se lleva otra parte importante de ese recurso. Mientras que la minoría árabe viene sufriendo una dura discriminación. Por eso es que en las protestas se escucharon tantos cánticos por la escasez de agua como contra el régimen de Teherán.
Al otro lado de la frontera, en Irak, la escasez de agua también ha sacado a la gente a la calle, sobre todo en el sur del país, donde las marismas están prácticamente secas. La bajante de los míticos ríos Tigris y Éufrates es histórica. También se ven afectados por las represas que se construyeron en los últimos treinta años del lado iraní y acarrean el problema hasta Irak. En la ciudad iraquí de Basora, rica en petróleo, los manifestantes bloquearon carreteras y quemaron neumáticos mientras denunciaban la falta de energía y los deficientes servicios públicos.
En Siria, asolada por la guerra desde hace once años, ocupa el séptimo lugar en un índice de riesgo global de 191 países con mayor posibilidad de sufrir un “evento humanitario o desastre natural que podría sobrepasar la capacidad de respuesta”. La escasez de agua afecta a la mayor parte del país. Los cortes de electricidad son menos frecuentes en la capital, Damasco, y sus alrededores, así como en las zonas costeras pobladas por los partidarios del régimen de Bashar al-Assad, mientras que el resto del país sufre cortes casi permanentes. En las zonas del norte de Damasco, los residentes se han quejado en Internet durante meses de que los cortes han llegado a ser de 20 horas al día. En Alepo, según el periódico progubernamental al-Watan, los cortes duran a veces ocho horas seguidas, y después la electricidad vuelve por apenas una o dos horas.
La escasez de energía en la región se agrava por la corrupción rampante. “El sector eléctrico suele ser un centro de esa corrupción”, dijo Obeid, del Instituto de Oriente Medio. “Hay muchos lugares a lo largo de la cadena de suministro de energía para las tramas de corrupción, y sin responsabilidad, la energía se pierde y los ciudadanos no pueden saber dónde”. Las calles de casi todas las grandes ciudades de Medio Oriente están inundadas de generadores eléctricos que abastecen comercios y viviendas, algo que provoca, a su vez, un desastre ambiental. Un equipo de químicos de la American University de Beirut, dirigido por Najat Saliba, estimó este mes que la dependencia del Líbano de los generadores durante casi las 24 horas del día está envenenando el aire ocho veces más rápido que lo habitual.
Y así vuelve a comenzar el ciclo: más contaminación que agudiza el problema de los gases de efecto invernadero y provoca el cambio climático. Esto es lo que trae mayores temperaturas y sequías. Los gobiernos débiles y el aparato del Estado plagado de corrupción, provoca más cortes del suministro eléctrico. Una rueda que comienza a estar cada vez más cuadrada para los regímenes autoritarios de la región.
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