Habla por teléfono y suplica. Pide ayuda sabiendo que nunca llegará. De pronto se derrumba. Comienza a llorar de impotencia. El director del hospital público de Mateur, en la región de Bizerta, lleva días sin dormir. Él y sus médicos hacen guardias de 72 horas ante la avalancha de enfermos por Covid. Su llanto llama la atención de Sufien ben Aisa, un periodista del medio local ‘Mateur Lelkol’, que lo filma con su celular mientras le pregunta qué le pasa. Empapado en lágrimas, el doctor cuenta que lleva una hora esperando un camión con tubos de oxígeno que no llega. Tiene 40 pacientes en estado crítico y si el camión no llega en una hora más al menos la mitad de ellos podrían morir. Ni el médico ni el reportero tenían idea en ese momento de que ese video de lo que acaba de suceder se convertirá en viral en las redes sociales y agitaría la peor crisis política y social de Túnez desde que comenzó allí la Primavera Árabe en 2011.
En las dos últimas semanas los casos de contagios por coronavirus se dispararon. Las vacunas llegan a cuentagotas. Apenas el 8% de la población recibió las dos dosis. El número de muertos crece exponencialmente, el promedio diario de la última semana fue de 200. La tasa de mortalidad, de 1,4 por cada 100.000 habitantes, es “la más elevada” de la región, advirtió la Organización Mundial de la Salud. Túnez había logrado contener con éxito la primera ola de la pandemia con apenas 50 muertos. Pero en lo que va del 2021 ya la cifra de fallecidos supera los 17.600 en una población de 11,6 millones.
En este contexto, el primer ministro Hichem Mechichi, un tecnócrata que asumió sus funciones el pasado agosto, decidió echar al ministro de Salud Fauzi Mehdi –el quinto ministro en esa cartera en los últimos 18 meses-, acusándole de tomar decisiones “criminales” y “populistas”, después de que abriera la vacunación sin cita para todos los adultos en plenas fiestas del Eid al Adha. La medida de “puertas abiertas” durante los dos días que dura la más importante celebración musulmana provocó grandes aglomeraciones en los centros de vacunación y una gran decepción general al saberse rápidamente que no había dosis suficientes. Al día siguiente, el presidente Kais Saied, en uno de sus característicos efectos, puso la crisis sanitaria en manos de los militares. Un round más de una larga serie de peleas entre Said, un antisistema que asumió a finales de 2019, el primer ministro Mechichi y el presidente del Parlamento, el líder islamista moderado Rachid Ghanuchi.
Los tunecinos ya están hartos de la lucha de poder por parte de los políticos que surgieron tras la revuelta del 17 de diciembre de 2010 que es considerada como el comienzo de lo que luego se denominó Primavera Árabe que llevó a la caída de Gadaffi en Líbia y Mubarak en Egipto y levantamientos en toda la región. La crisis del Covid, que en este país golpeó muy particularmente a los niños, una profunda crisis económica y videos en las redes como el del director del hospital desesperado por la falta de oxígeno, llevaron a un clima de vacío de poder y enorme incertidumbre. El domingo se registró una larga jornada de protestas contra el gobierno y el mayor partido del parlamento, el islamista moderado Ennahda. Casi a la medianoche, Said invocó la Constitución para destituir al primer ministro Mechichi y decretar la suspensión del parlamento durante 30 días.
Un gran número de tunesinos se sintieron reivindicados con la medida y salieron a las calles a festejar en apoyo a Said. Pero Rached Ghannouchi, presidente del parlamento y líder de Ennahda, que viene desempeñado un papel importante en sucesivos gobiernos de coalición, denunció las medidas como un golpe de Estado y un asalto a la democracia. En las primeras horas del lunes, Ghannouchi llegó al parlamento donde dijo que convocaría una sesión en desafío a Saied, pero el ejército apostado fuera del edificio impidió la entrada del ex exiliado político de 80 años. “Estoy en contra de que se reúnan todos los poderes en manos de una sola persona”, dijo fuera del edificio del parlamento. Antes, llamó a los tunecinos a salir a la calle, como hicieron el día de la revolución de 2011, para oponerse a la medida. Cientos de militantes de Ennahda se enfrentaron a los partidarios de Saied mientras la policía intentaba separar a los grupos. Las piedras volaron de una punta a la otra y se escucharon algunos disparos. Fue apenas una primera batalla de una crisis que promete permanecer en el tiempo.
Saied, es un político independiente que llegó al cargo tras hacer campaña como “el azote de una élite corrupta e incompetente”. Pero como en todo régimen parlamentario, el manejo del gobierno está en manos de un Primer Ministro que es designado por el partido con mayoría en el Poder Legislativo. El presidente sólo tiene responsabilidad directa sobre los asuntos exteriores y el ejército. Said dice que sus acciones se basan en el artículo 80 de la Constitución que le permitirían crear un nuevo gobierno en caso de “inminente peligro contra la democracia”. Sin embargo, el tribunal especial exigido por la Constitución de 2014 para dirimir este tipo de disputas entre los poderes del Estado tunecino nunca se estableció tras años de disputas sobre qué jueces nombrar. Por lo tanto, todo queda en la nebulosa de la interpretación por parte de cada facción.
Dos de los otros partidos principales en el parlamento, Corazón de Túnez y Karama, se unieron a Ennahda para acusar a Saied de haber cometido golpe de Estado. El ex presidente Moncef Marzouki, que ayudó a supervisar la transición a la democracia tras la revolución, dijo que podría representar el inicio de una pendiente “hacia una situación aún peor”. Y denunció que Said no solo suspendió el Parlamento, sino que quitó la inmunidad de los parlamentarios y tomó control de la oficina del Fiscal General.
Said se mostró desafiante: “Quien dispare una bala, las fuerzas armadas responderán con balas”, dijo. Cuenta con el apoyo de un amplio abanico de tunecinos, tanto islamistas como izquierdistas, que salieron a las calles de la capital a apoyarlo, pero no tiene una estructura partidaria sólida detrás suyo. El ejército tomó el edificio de la radio y televisión estatal, mientras que un grupo de agentes de seguridad asaltaron las oficinas de la cadena de televisión Al Jazeera, cortaron la transmisión mientras un reportero se encontraba transmitiendo en vivo y ordenaron la evacuación de todo el personal.
Claro que a Said no le alcanzará sólo con autoritarismo para mantenerse en el poder. La situación económica es tan desesperante como las consecuencias de la pandemia. El premier despedido, Mechichi, estaba negociando el cuarto préstamo en 10 años con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que la mayoría de los economistas considera crucial para evitar una inminente crisis fiscal. Túnez tiene que financiar su grave déficit presupuestario y los próximos pagos de la deuda ya contraída. Son medidas consideradas necesarias para garantizar el préstamo pero seguramente impondrán un nuevo ajuste a los tunecinos con el fin a las subvenciones y recortes de los puestos de trabajo del sector público. El desempleo llega al 18% y es mucho mayor entre los más jóvenes. Es probable que Said busque un equilibrio y nombre a un nuevo ministro de Economía con el mandato de hacer los recortes en forma gradual, negociar una extensión de los pagos de la deuda y mantener algunos subsidios para contener la crisis pandémica.
Por lo pronto, ya tuvo que pedir ayuda médica crítica a las naciones vecinas, como Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Egipto y Libia, aunque esta última cerró sus fronteras con Túnez por temor a la propagación de la variante Delta. Said tendrá que garantizar, de alguna manera, que los hospitales no colapsarán y que habrá oxígeno suficiente. De lo contrario, el próximo despedido puede ser él.
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