¿Cuán cerca —o cuán lejos— está la economía global de recuperarse del impacto de la pandemia y de las restricciones sanitarias dispuestas por los gobiernos alrededor del mundo? Es una pregunta que tiene múltiples respuestas, todas provisorias. No sólo porque hay mucha heterogeneidad entre las distintas regiones del planeta y entre los diferentes sectores de la economía, sino porque no hay ningún tipo de certeza sobre cuándo se va a poder dar por terminada la crisis sanitaria desatada por el COVID-19, que parece tener siempre una nueva sorpresa preparada.
Tyler Cowen, profesor de economía de la Universidad George Mason de Fairfax, Virginia, autor de una docena de libros sobre distintos tópicos de la economía contemporánea, y columnista ocasional en distintos medios de comunicación, no es demasiado optimista. Si bien reconoce que hay actividades que se recuperaron hace rato, ve que hay otras sin perspectivas de volver ni siquiera a largo plazo a los niveles previos. Además de que cuando va a la comparación entre países, vaticina que algunos —entre los que incluye a muchos latinoamericanos— podrían tardar hasta diez años en recuperarse del todo.
Pero el pesimismo de Cowen no se limita al futuro de la economía. Es que no es un economista convencional, con una mirada cerrada de la realidad, circunscrita a ecuaciones de costos y beneficios. Es alguien que piensa en términos multidimensionales y que ve con preocupación cómo respondió la humanidad a esta crisis sin precedentes.
“Esta fue una prueba y la mayoría de nosotros no la pasó”, dijo Cowen en una entrevista con Infobae. “No es una buena noticia para el futuro de la raza humana, porque enfrentaremos muchos otros problemas. Si los encaramos con la misma estupidez, emocionalidad y partidismo, no le va ir demasiado bien a nuestro planeta”.
La aversión al riesgo, la falta de pragmatismo, el exceso de ideologización de los debates, el miedo a la muerte, el lugar de los expertos en salud pública en la escena actual y la disputa entre quienes los siguen ciegamente y los que directamente descreen de la ciencia, de las vacunas y hasta de que exista el COVID-19. Todo eso estuvo presente en un diálogo que empezó con la economía y terminó yendo mucho más allá.
—A un año y medio del comienzo de la pandemia, ¿cuáles considera que son sus efectos económicos más preocupantes y perdurables?
—Depende del país. En Estados Unidos nos dejó con una mentalidad que nos hace pensar que podemos arrojar billones de dólares a cualquier problema y afrontar el gasto tomando dinero prestado. Ustedes en Argentina tienen una historia similar y no les ha resultado demasiado bien. Así que me preocupa que pudiéramos estar siguiendo su camino. Para ser claro, creo que la mayor parte del dinero que gastamos durante la pandemia estuvo muy justificado, pero me inquieta que ahora todos quieran hacer lo mismo para resolver su crisis preferida cada uno o dos años. Esa es mi mayor preocupación para Estados Unidos en cuanto a consecuencias de largo plazo.
“Me preocupa que Estados Unidos pueda seguir el camino de Argentina”
—¿Cuán grande es el riesgo de que la inflación, el mal endémico de la Argentina, se convierta en un problema?
—Ahora tenemos una inflación anual del 5,4%, que es más alta que la que teníamos. No creo que vayamos a sufrir una hiperinflación, pero me parece que hay una buena probabilidad de que para bajar la inflación tengamos que pasar por una recesión, lo cual obviamente es malo. Y me preocupan los asuntos fiscales, porque pedimos prestados billones de dólares. No creo que Estados Unidos vaya a terminar en un default, pero el punto es que tarde o temprano será necesario subir los impuestos a un nivel que va a desalentar las inversiones, lo que afectará el crecimiento económico. Así que no estoy prediciendo el fin del mundo, pero me parece que nos hemos vuelto demasiado descuidados y que perdimos el sentido de la disciplina.
—Pero desde afuera se ven señales sólidas de recuperación de la economía estadounidense. ¿Qué sectores están más lejos de volver a los niveles previos a la pandemia?
—Diría que nuestros viejos conceptos de recuperación no aplican en esta pandemia. Porciones significativas de la economía estadounidense, al menos dos terceras partes, están mejor que en 2019. Ya pasaron la recuperación y están volando. Pero hay trabajadores que perdieron sus empleos o decidieron cambiar de trabajo y no está claro cómo van a terminar, y grandes partes del sector de servicios, como el turismo y la cultura, no parecen haber vuelto al nivel anterior, o están regresando muy lentamente. Puede que los clientes, sobre todo si son personas mayores, continúen nerviosos, así que es posible que muchos sectores nunca se recuperen del todo. Por ejemplo, no estoy seguro de que el cine vuelva a ser alguna vez lo que fue. Será una recuperación muy desigual, algo que Estados Unidos no experimentó nunca antes.
—Ese sería el panorama para la economía estadounidense, pero ¿qué consecuencias de largo plazo ve a escala global?
—De nuevo, creo que es diferente en cada región del mundo. Si vemos América Latina, muchas economías parecen haber perdido una década de crecimiento por la pandemia. Es difícil decir a qué velocidad se van a recuperar, pero creo que con las nuevas variantes y los altos niveles de caos que hay, poner en su lugar a todas las piezas puede demorar cinco o diez años. México, que es donde estoy en este momento, está creciendo a una tasa inesperada del 6%, que es fuerte. Así que claramente México se está recuperando bien, pero en otros países como Perú, Ecuador y Colombia no veo eso. Tampoco en Argentina, ni en Brasil. Creo que esto va a persistir por mucho tiempo. Y los avances en la clase media, la posibilidad de dar buenos empleos a la gente y educar a los niños, mucho de eso se ha perdido en el último año y medio, con resultados muy inciertos a futuro.
“Si vemos América Latina, muchas economías parecen haber perdido una década de crecimiento por la pandemia”
—En distintos momentos de la pandemia, sobre todo al comienzo, muchos gobiernos defendieron la implementación de restricciones que provocaron algunos de los efectos que usted describió recién, con el argumento de que era más importante preservar la salud pública que la economía. Las minoritarias voces disidentes les respondían que una economía devastada también podía tener efectos nocivos sobre la salud. ¿Qué piensa de este debate?
—Es difícil generalizar y hay que mirar a cada país. Pero Perú, por ejemplo, impuso un confinamiento muy duro y aún así perdió un número muy elevado de vidas per capita. Pero Canadá parece haber salido adelante, y Singapur y Dinamarca son definitivamente casos exitosos. Los países que no han hecho eso, como Brasil, fueron duramente golpeados. Suecia fue más abierto y perdió muchas más vidas que Noruega o Dinamarca. India confinó, pero creo que al hacerlo amontonó a su población, lo que puede haber favorecido la propagación del virus. Me parece que todos quieren tomar un puñado de casos y derivar de ellos una gran lección para todos, pero eso no está bien, hay que ser muy cuidadosos y ver de qué momento se habla, de qué país y de qué gobierno, y ver las cosas con mucho pragmatismo. Así que soy reacio a generalizar. Lo que tiene sentido es prestar mucha atención a los datos todo el tiempo y responder rápido. Los países que hicieron eso tuvieron muy buenos resultados, pero sin hacer siempre lo mismo.
—Pero más allá de los países que respondieron mejor o peor en la pandemia, ¿qué piensa de cómo se planteó esta discusión? Porque por momentos, incluso entre sectores académicos, parecía una cuestión de blanco o negro esta tensión entre economía y salud.
—Sí, estoy completamente de acuerdo, ha sido un debate demasiado partidista, demasiado ideológico, no guiado por los datos. Los expertos se equivocaron mucho, pero también hay ciudadanos que perdieron toda la confianza en los expertos en salud pública y entonces inventan sus propias teorías. Yo enfatizaría la necesidad de pensar en los márgenes, ser pragmáticos, guiarse por los datos, no generalizar a partir de un solo caso o de un solo país, y enfocarse en reunir todas las piezas de conocimiento a disposición. Pero no fue así como se discutieron las cosas. Ha sido mayormente algo político.
Los expertos se equivocaron mucho, pero también hay ciudadanos que perdieron toda la confianza en los expertos en salud pública y entonces inventan sus propias teorías
—Es interesante, porque es un debate que por su naturaleza no tendría que haber sido tan partidista, y que sin embargo lo fue, con posiciones a favor o en contra de ciertas medidas en función de quién era gobierno y quién oposición en cada país. ¿Cuánto cree que afectó esto la toma de decisiones?
—Parece que cuanto más importante es lo que está en juego al tomar decisiones, más locos nos volvemos. No es una buena noticia para el futuro de la raza humana, porque enfrentaremos muchos otros problemas. Si los encaramos con la misma estupidez, emocionalidad y partidismo, no le va ir demasiado bien a nuestro planeta. Esta fue una prueba y la mayoría de nosotros no la pasó.
—¿A quiénes incluye en el “nosotros”? ¿A los gobiernos, los expertos, los ciudadanos comunes?
—Una mezcla de todos. De hecho, creo que mucha gente normal hizo las cosas mejor que los gobiernos. Mire a los países europeos, que fueron tan lentos para encargar las mejores vacunas y no querían gastar dinero extra. Ese fue un enorme error no forzado. Después de todo lo que habían gastado, ¿no querían invertir en esto? Es algo loco que hicieron políticos racionales como Emmanuel Macron y Angela Merkel. No son estúpidos ni son tan partidistas. Sin embargo, fueron torpes y tacaños en el momento en que importaba, no fueron resolutivos. Es algo muy deprimente.
—¿Por qué cree que pudo haberle pasado eso a una líder tan capaz y experimentada como Merkel?
—Creo que parte del problema es que los países más grandes de Europa sintieron que debían ceder ante la Unión Europea, lo cual es comprensible. Pero la UE tenía cero experiencia en compras e hizo un mal trabajo. Además, Europa tiene una imagen de que siempre puede arreglárselas gastando menos que Estados Unidos. Ese fue su modelo mental: vamos a gastar menos, vamos a obtener un mejor resultado; sí, la UE es lenta, pero podemos lidiar con su lentitud. Fue algo totalmente equivocado, que se apoyó demasiado en experiencias previas y en cierta autocomplacencia.
—En una entrevista reciente con Freddie Sayers, del sitio UnHerd, comparó la reacción ante el riesgo durante esta pandemia con la reacción ante el riesgo de un ataque terrorista antes y después del 11 de septiembre. ¿Podría explicar por qué cree que estos dos fenómenos son comparables?
—Creo que con los ataques terroristas las personas tienden a reaccionar de más o de menos. Antes del 11 de septiembre hacíamos demasiado poco y éramos totalmente vulnerables. Pero después de los ataques hicimos de más, invadimos Irak e impusimos muchas restricciones. Se puede plantear que algo de eso estuvo bien, pero es claro que buena parte estuvo muy mal. Así que es difícil encontrar decisiones moderadas y razonables, que sean centradas. Creo que con el COVID-19 hicimos demasiado poco al principio. Durante meses no hicimos nada, de hecho, aunque ya sabíamos. “Es una enfermedad china”, decíamos. ¡Una locura! Ahora es probable que hagamos demasiado y nos sobreprotejamos, dejando demasiadas cosas cerradas por mucho tiempo. Ya veremos, pero este es mi temor, que por ejemplo tengamos miedo de reabrir completamente nuestras escuelas.
—En relación a la toma de decisiones en situaciones límite, en esa misma entrevista cuestionó la excesiva aversión al riesgo de los expertos en salud pública durante la pandemia. ¿Por qué?
—A los expertos en salud pública les preocupa demasiado su estatus, su influencia y su prestigio. Entonces, quieren ser vistos como los que defienden los estándares más elevados, los que nunca se equivocan. Si eso significa que más personas tengan que esperar más meses por una vacuna, es algo que no registran. Ese ha sido uno de los mayores escándalos para mi. Son como una casta sacerdotal. Ya sabía que eran un poco así antes de la pandemia, pero terminó siendo peor de lo que esperaba. Desde hace mucho tiempo los expertos en salud pública han sido demasiado cautelosos. No están a favor de las innovaciones. Pero para avanzar hay que correr el riesgo de cometer algunos errores. En el otoño boreal, Donald Trump presionaba para que las vacunas fueran aprobadas más rápido, y tenía razón. Los expertos lo enfrentaron y organizaron una campaña pública para detenerlo, pero él tenía razón y ellos estaban equivocados. Y perdimos muchas miles de vidas, sin que hubiera ninguna recriminación contra ellos.
A los expertos en salud pública les preocupa demasiado su estatus, su influencia y su prestigio. Son como una casta sacerdotal
—¿Por qué cree que, a pesar de haber cometido muchos errores a lo largo de la pandemia, los expertos en salud pública han logrado mantener ese estatus casi sagrado?
—Y... les decimos “oh, doctor”. Pocas profesiones tienen títulos. Ellos tienen. Todos le tenemos miedo a la muerte, así que tratamos de descargar en otros la responsabilidad de pensar al respecto, confiando en lo que nos digan, sin cuestionarlos demasiado. Es muy doloroso y angustiante pensar en la muerte, así que les cedimos la autoridad psicológica y nunca la recuperamos. Hacemos lo mismo con los curas, que nos dicen “cuando mueras, irás al cielo”. Pero, ¿es cierto eso? No vamos a debatirlo ahora, pero lo que diría es que hay mucha gente que no quiere pensar demasiado en la muerte y que prefiere que haya alguien en control de la situación, que le dé seguridad.
—¿Cuánto del auge de los antivacunas y de los defensores de teorías conspirativas puede ser una reacción a esa posición de ver a los expertos como personas que no pueden ser discutidas?
—Creo que los antivacunas son personas que están muy equivocadas. Es algo muy peligroso. Pero, al mismo tiempo, es un error pensar que son estúpidas. No lo son, para nada. Las personas verdaderamente estúpidas suelen hacer lo que les dicen. Los antivacunas han sido entrenados durante toda la vida para no confiar en sus líderes ni en el gobierno. Un poco de eso es correcto. Aunque su conclusión sea totalmente equivocada, darte cuenta de que tus líderes son tramposos, mentirosos y fraudulentos requiere cierto grado de inteligencia. Pero es gente que actúa con una regla automática: no confíes en las autoridades. De modo que si estas dicen “hay que vacunarse” aplican la regla y no se vacunan. Creo que está mal verlos como seres raros y estúpidos que deben ser sometidos a la fuerza. Es contraproducente. Tienen sus razones, ven que el Gobierno comete errores graves, y entonces se preguntan, ¿por qué debería confiar ahora?
Creo que los antivacunas son personas que están muy equivocadas, es muy peligroso. Pero es un error pensar que son estúpidas.
—Es habitual que quienes cumplen a rajatabla los lineamientos de los gobiernos consideren a estas personas como tontas y dementes, pero lo que usted plantea es que tampoco es muy inteligente seguir ciegamente cualquier indicación oficial sin al menos escrutarla.
—Correcto. Las personas que son muy críticas de los antivacunas suelen agravar el problema, porque terminan hablando como si fueran defensores del gobierno. Y ustedes lo saben en Argentina, ¿cuántas veces les mintió su gobierno? Muy a menudo. Los problemas de confianza social están muy arraigados y es muy difícil sacar a la gente de ahí, pero atacarla empeora todo. Es más útil darles un ticket de lotería por vacunarse, o incluso pagarles. Es urgente, porque es muy peligroso no estar vacunado.
—¿Qué piensa de lo que están haciendo muchos países europeos, con Francia a la cabeza, que para alentar la vacunación la van a poner como requisito para entrar a bares y restaurantes, o incluso la van a hacer obligatoria para el personal de salud?
—No estoy seguro de que sea algo que se pueda imponer por la fuerza, pero depende del país. No me opongo en principio a esas medidas, aunque me gustaría ver qué pasa en Francia. Quizás podamos aprender algo. Pero a veces puede que todo el orden termine colapsando si uno presiona demasiado. Es posible que logren que funcione, pero estaré mirando muy de cerca lo que pasa. En cualquier caso, sospecho que no es algo que podría implementarse en Estados Unidos. Por eso el presidente Biden no está hablando de eso. No sería muy popular en mi país. En parte muestra que estamos un poco locos.
—Al comienzo de la entrevista dijo que la pandemia era un examen que la mayor parte de la humanidad no pudo pasar, lo cual le resultaba inquietante pensando en futuras crisis globales. ¿Qué es lo que más le preocupa?
—El COVID-19 es algo que puede matarte, y pronto, no dentro de 10 o 20 años. Sin embargo, muchos ignoraron el riesgo. Entonces, qué puede pasar con el cambio climático, que es algo mucho más abstracto. Si las personas no respondieron al COVID-19, que lo tenían delante de su rostro, cómo podrían con el cambio climático. Es algo que me hace ser pesimista.
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