Las campanas de la catedral de Oslo y del resto de las iglesias de Noruega repicaron al unísono el jueves para marcar el décimo aniversario de la masacre que sacudió al país y cuyo responsable sigue inspirando a terroristas de ultraderecha a nivel global. El 22 de julio de 2011, Anders Breivik hizo explotar una potente bomba frente a los edificios gubernamentales de la capital noruega, matando a ocho personas, y después se dirigió a la pequeña isla de Utøya para asesinar a 69 adolescentes miembros de las juventudes del partido Laborista de centro-izquierda. Breivik había escrito un manifiesto de 1.521 páginas que sigue circulando por las redes sociales y que es considerado un “manual esencial del terrorismo de extrema derecha”, citado y estudiado por decenas de atacantes en graves atentados de todo el mundo.
“Breivik es uno de nosotros y el odio todavía está entre nosotros”, advirtió Jens Stoltenberg, el secretario general de la OTAN que era primer ministro noruego en el momento de los ataques, durante la ceremonia en la catedral. Lo escuchaban el rey Harald, de 84 años, sentado junto a la reina Sonja, los familiares de las 77 víctimas, la primera ministra Erna Solberg y buena parte del aparato político noruego y del resto de Escandinavia. “Noruega cambió para siempre y lo ocurrido todavía nos causa un gran dolor. Fue un ataque terrorista contra los jóvenes, el partido Laborista y el corazón de nuestro país. Nos hizo un daño muy profundo”, dijo la premier Solberg en su discurso.
Todo ocurrió durante cuatro horas del 22 de julio de 2011. Breivik, vestido de policía, estacionó una furgoneta blanca frente al principal edificio del gobierno en Oslo. Luego, se dirigió a un coche que había dejado preparado y salió de la zona. Apenas unos minutos más tarde explotó la camioneta que transportaba una bomba de fertilizantes. Murieron ocho personas, otras diez quedaron heridas y dejó una enorme devastación tres cuadras a la redonda. Breivik manejó unos 40 kilómetros y se subió a un ferry para llegar a la isla de Utøya, donde el movimiento juvenil del Partido Laborista celebraba su campamento anual de verano. Dijo que era un agente de policía que venía a proteger la zona tras el atentado de Oslo. De inmediato comenzó a disparar tratando de matar a la mayor cantidad posible de los 564 adolescentes y jóvenes que estaban en ese momento en la isla. En la hora y trece minutos que tardó la policía en llegar y detenerlo, Breivik recorripo la isla asesinando a todos los que pudo encontrar. Mató a sesenta y nueve personas, treinta y tres de las cuales eran menores de dieciocho años, e hirió gravemente a decenas.
Breivik dejó claro en los interrogatorios policiales posteriores a su detención, y durante su posterior juicio, que sus atrocidades eran simplemente “los fuegos artificiales” para anunciar la presentación de su manifiesto, la titulada “Declaración de Independencia Europea – 2083”, un extenso compendio de más de 1.500 páginas con su visión nazista mezclada con la retórica “contrajihad” de odio racista y sus propios pensamientos sobre cómo planificar y preparar un ataque. Está dividido en tres secciones. Las primeras dos que hablan de la historia y la ideología, fueron en gran parte cortadas y pegadas o plagiadas de otros autores de extrema derecha. La tercera parte es de su autoría. En esta sección ofrece consejos estratégicos y operativos a futuros “nacionalistas militantes” que “espero sigan mis pasos”. Incluye información de estructuras organizativas y detalles sobre uniformes, instrucciones acerca de cómo llevar a cabo un golpe de Estado, justificaciones morales para la violencia brutal, información sobre la adquisición de armas, la selección de objetivos y otras cuestiones relativas a la planificación y los preparativos operativos. También explica cómo fue capaz de superar los obstáculos y producir un artefacto explosivo que funcionaba a base de fertilizante.
Breivik creía que sus “valientes acciones” ilustrarían a “la gente” acerca de que “los poderosos son vulnerables”. Y esperaba que su violencia “inspire admiración y respeto” de otras muchas figuras - “muchas encarceladas y algunas incluso martirizadas”- que habían luchado contra lo que describió como la “alianza cultural marxista/multiculturalista”. Y aseguró que lo habían llevado a actuar “los verdaderos héroes de la revolución conservadora”.
En un momento, el manual se convierte en una especie de diario y en la entrada del 11 de junio, el día 41 de sus preparativos para los atentados, escribió que había rezado: “Le expliqué a Dios que a menos que quisiera que triunfe la alianza marxista-islámica y la segura toma de posesión islámica de Europa, tenía que asegurarse de que “tuviera éxito con mi misión y como tal contribuir a inspirar a miles de otros conservadores/nacionalistas revolucionarios anticomunistas y antiislamistas en todo el mundo europeo (sic)”.
Lamentablemente, tuvo éxito con su pedido a la ayuda divina. En los diez años transcurridos desde su atroz ataque se registraron numerosos casos en los que terroristas de extrema derecha dijeron estar “influenciados” o directamente “obsesionados” con cometer “una masacre al estilo Breivik”. Una investigación del New York Times reveló que al menos un tercio de los terroristas de extrema derecha que atacaron o planificaron atentados desde 2011 hasta el 2020 se habían inspirado en el manual de Breivik, lo veneraban o habían estudiado sus tácticas y forma de actuar.
El caso más emblemático de esta corriente de imitadores del noruego ocurrió el 15 de marzo de 2019 cuando Brenton Tarrant, un australiano desempleado asesinó a 51 personas durante un ataque terrorista contra dos mezquitas en Christchurch (Nueva Zelanda), e hirió a decenas. Había planeado atacar una tercera mezquita, pero la policía lo interceptó y detuvo. Unas horas antes de los atentados, Tarrant subió a Internet otro manifiesto titulado “El Gran Reemplazo”. Lleno de tópicos de la extrema derecha y con mucha ironía y bromas internas, escribió que había leído los escritos de otros terroristas racistas como Dylann Roof, pero “sólo me inspiró realmente el Caballero Justiciero Breivik”. Y planificó su ataque de acuerdo a las normas que había escrito el terrorista noruego.
El primer atentado inspirado en lo sucedido en Oslo se produjo el 10 de agosto de 2012 y fue realizado por un hombre de veintinueve años de Ostrava, República Checa, que utilizaba el nombre “Breivik” en sus cuentas en Internet. La policía logró detenerlo a tiempo y recuperó explosivos, cientos de cartuchos, cascos, uniformes de policía y una identificación policial en su apartamento. En noviembre de ese mismo año se desbarató otro ataque planificado por Brunon Kwiecień, un doctor en Química de la Universidad de Agricultura de Cracovia, en Polonia. Tenía cuatro toneladas de explosivos para hacer volar el Sejm, la cámara baja del Parlamento polaco y el manual del asesino noruego. Un tercer terrorista de Europa del Este “obsesionado” con Breivik, el estudiante ucraniano Pavlo Lapshyn, asesinó a un anciano musulmán y detonó una serie de bombas frente a dos mezquitas en West Midlands a los pocos días de llegar a Gran Bretaña en 2013. Los agentes de inteligencia belgas arrestaron en Sint-Niklaas, a un joven de veintitrés años apodado por sus seguidores en un chat cerrado de neo-nazis como el “Breivik holandés”. Estaba buscando a otros militantes para “derrocar al Estado belga” y había planeado un atentado muy detallado contra la emisora estatal flamenca VRT.
Para entonces, también aparecieron varias personas desequilibradas que asesinaron o hirieron de gravedad a parientes y amigos después de ver imágenes del juicio contra Breivik. Es el caso de un hombre de 37 años detenido en junio de 2014 en Gran Bretaña, que mató a tres miembros de su familia “inspirado por Breivik y McVeigh (el bombardero de Oklahoma)” porque dijo que lo ridiculizaban constantemente por ser pelirrojo. En enero de 2015, la policía sueca de la ciudad de Jönköping recibió una llamada desesperada de la madre de un hombre de cuarenta años con una historia de afecciones mentales. Tenía simpatías nazis e idolatraba a Breivik. Fue detenido en posesión de 10 kg de explosivos de pólvora negra. Ese mismo año, en julio, la policía sueca detuvo a dos hombres de reconocida militancia neo-nazi en Falkenberg y encontró en sus casas grandes cantidades de explosivos. Durante el juicio, varios testigos dijeron que los neonazi afirmaban que su atentado “sería más grande que el de Breivik”.
El 16 de junio de 2016, Thomas Mair, un jardinero de 53 años, disparó y apuñaló varias veces a la diputada laborista británica Jo Cox. Había sido un afiliado al National Front y estaba conectado con grupos de la extrema derecha en Estados Unidos y Sudáfrica. En su casa tenía un enorme archivo de recortes de prensa sobre el atentado de Breivik y sus consecuencias. También una copia subrayada del manual del noruego. Un mes más tarde, en el quinto aniversario de los ataques de Oslo, un adolescente germano-iraní, David Sonboly, salió a la calle en Múnich, y utilizando el mismo tipo de pistola que había utilizado el terrorista noruego mató indiscriminadamente a nueve personas. Y hasta un teniente de la Guardia Costera de Maryland, en Estados Unidos, Christopher Hasson, que se declaró culpable de cuatro delitos federales de tráfico de armas con la intención de realizar un acto terrorista, también lo hizo inspirado en el asesino de la isla de Utøya. Hasson había “examinado rutinariamente y leído detenidamente” las partes del manifiesto de Breivik que instruían a un aspirante a terrorista a acumular armas de fuego, alimentos, disfraces y suministros de supervivencia.
Durante el juicio en su contra, entre el 16 de abril y el 22 de junio de 2012, Breivik tuvo actitudes deleznables haciendo el saludo nazi, dando un alegato absurdo basado en que su accionar había salvado a Noruega “y probablemente a toda Europa” de la amenaza islamista y hasta se permitió hacer bromas. Dijo entre risas que “con esto me van a dar el premio Nobel de la Paz como a Mandela”. Actitudes que también desataron la sed de sangre contenida de los extremistas de ultraderecha a nivel global.