Luego de permanecer durante dos décadas en Afganistán, los militares estadounidenses, alemanes y británicos están siendo evacuados definitivamente del país. En breve, la coalición internacional conformada en 2001 ya no estará presente sobre el terreno y con ello el escenario político y militar afgano se modificara, lo cual dará lugar a implicancias diversas que no parecieran ser auspiciosas.
A finales de junio pasado el presidente Joe Biden dio a conocer el anuncio confirmando la decisión final de Washington del retiro total de los últimos efectivos militares que aún se encuentran desplazados dentro de Afganistán. El servicio activo de las fuerzas enviadas en su momento, finalizara en una fecha sumamente significativa para los Estados Unidos. Se ha indicado desde la Casa Blanca que para el 11 de septiembre no quedaran tropas estadounidenses allí.
También Gran Bretaña ha retirado durante las últimas tres semanas un importante número de sus soldados, sólo 200 militares británicos quedan en Afganistán y serán repatriados al Reino Unido antes de finalizar el mes de julio. El contingente alemán de 550 militares ya ha salido de Afganistán desde mediados de Junio pasado. La fecha límite de retiro para las tropas estadounidenses informada por el secretario de estado Antony Blinken no deja de ser simbólica para Estados Unidos. Se producirá cuando han transcurrido casi 20 años de los bárbaros ataques terroristas ejecutados por Al-Qaeda el 11 de septiembre.
En 2001, la administración de George Bush (hijo) entendió que esos ataques fueron planificados y dirigidos desde suelo afgano y conformó una coalición encabezada por Estados Unidos para ser desplegada en Afganistán con el fin de derrocar del poder al grupo islamista Talibán, lo que logró. También pudo expulsar temporalmente a Al-Qaeda de territorio afgano destruyendo sus bases operativas. Las operaciones militares de la coalición extendió también su accionar a Irak y Pakistán, donde el jefe de Al-Qaeda, Ben Laden, contaba con bases y presencia activa significativa.
Durante estas dos décadas, la coalición llevó adelante un gran numero de operaciones e infinidades de acciones militares tendientes a neutralizar los grupos terroristas que habían golpeado brutalmente Occidente. Sin embargo, el precio de ese compromiso militar para salvaguardar la seguridad durante estos 20 años se ha cobrado un alto número en vidas humanas y sumas dinerarias que han excedido los miles de millones de dólares.
Las bajas de militares contabilizadas por Washington en esas dos décadas alcanzan el impresionante número de 2.289 estadounidenses muertos y más de 19.000 heridos. También el Reino Unido contabilizo 450 soldados británicos caídos en combate y 1.326 heridos, además fueron abatidos 104 soldados alemanes y un centenar de otras nacionalidades que integraron esa coalición. Pero han sido los afganos quienes han padecido el mayor número de bajas con más de 52.000 efectivos de sus fuerzas armadas y de seguridad fallecidos y un estimado -no confirmado- del doble de vidas de civiles perdidas.
El costo económico para los estadounidenses que tributan sus impuestos ha sido superior a los 100 mil millones de dólares. Es allí donde inexorablemente surge un interrogante incómodo y poco feliz sobre si todo eso fue necesario y por sobre todo: si ha valido la pena. La respuesta al interrogante dependerá de las variables que se utilicen para mensurar los resultados de esos 20 años.
En primer lugar, la asociación que en su momento dio lugar a la alianza del grupo Talibán con Al-Qaeda claramente no fue destruida desde lo militar más allá de lo temporal, sus objetivos en materia del islám-político muestran que ambos grupos continúan orbitando en la misma ideología islamista. En consecuencia, ante el posible regreso de los talibanes al poder, también será inevitable el regreso de los campamentos de entrenamiento terrorista de Al-Qaeda a Afganistán.
Hoy no cuenta que la figura del líder terrorista Ben Laden ya no esté en este mundo, habrá otros ideólogos del nuevo liderazgo que seguramente superaran los proyectos del líder abatido el 2 de mayo de 2011, en Abbottabad, Paquistán. Los liderazgos de los grupos terroristas solamente ocupan un lugar y un tiempo en la historia de sus organizaciones, pero cuando desaparecen o son dados de baja en combate, los nuevos líderes mantienen sus postulados, y en muchos casos superan las brutales prácticas de sus jefes anteriores, como por ejemplo los experimentos con gases tóxicos-venenosos en conejos y perros que había ordenado Ben Laden en sus bases de Afganistán en su proyecto por obtener una bomba “sucia” que pudiera ser activada en aéreas densamente pobladas de capitales occidentales.
En otras palabras, es muy posible que vuelvan las mismas prácticas que condujeron a la intervención liderada por los Estados Unidos en 2001, que tuvo la intención y el objetivo de neutralizar para siempre a los grupos terroristas afincados en suelo afgano.
Este interrogante abierto molesta a los funcionarios de la inteligencia occidental desde que en tiempos de campaña, el actual presidente Joe Biden, efectuó la promesa de retirar las tropas de allí. Filtraciones en el mando militar británico revelan las preocupaciones del Reino Unido por los nexos vigentes entre los dos grupos y ex-combatientes del ISIS (Estado Islámico por sus siglas en inglés) que han retornado a Gran Bretaña luego de combatir en Siria e Irak.
La alianza entre Al-Qaeda y el grupo islamista Talibán ha permanecido activa desde que el abatido líder Osama Ben Laden decidió mudar su centro de operaciones desde Sudán a Afganistán en el año 1996 y hasta 2001, cuando Al-Qaeda dispuso de apoyo y refugio seguro otorgado por los talibanes.
En mayo del año 2000, Arabia Saudita, uno de los pocos países que reconocieron al gobierno talibán en ese momento, envió a su jefe de inteligencia, el príncipe Al-Faisal a negociar con los talibanes para que entreguen a Ben Laden. La conducción del grupo afgano se negó y fue exactamente en la base de Al-Qaeda en Afganistán desde donde se planificaron, ordenaron y dirigieron los ataques sobre Estados Unidos 16 meses después, el 11 de septiembre de 2001.
El ex general Nick Carter, ex-Jefe del Estado Mayor del Reino Unido que estuvo al mando del contingente británico en Afganistán durante varios años, ha escrito varios documentos donde indica que a su modo de ver, los líderes talibanes deben haber aprendido de sus errores del pasado. Carter sostiene que los talibanes tienen planes de retomar el poder, pero en esta oportunidad se ocuparan de cuidar su imagen para no ser señalados por el mundo como terroristas islámicos. El comandante inglés sostiene que un nuevo liderazgo talibán, principalmente de aquellos que han tomado contacto con la vida de los centros comerciales y las grandes urbes durante las negociaciones de paz de Doha, Arabia Saudita, el año pasado, podrían posicionarse en favor de una ruptura con Al-Qaeda para asegurarse su aceptación internacional.
Sin embargo, en un país débilmente gobernado y con tanta extensión de territorio como Afganistán, no hay ninguna garantía que un futuro gobierno talibán pueda contener a Al-Qaeda. La organización podría penetrarlo y establecer sus células sin ser vistas en aldeas y pueblos alejados de Kabul con mucha facilidad. En última instancia, lo único que Al-Qaeda o ISIS necesitan para prosperar es una situación caótica e inestable y todas las señales indican que en Afganistán están presentes las condiciones para que puedan conseguirlo fácilmente y en el corto plazo si es que se lo proponen. En el pasado, Al-Qaeda pudo operar con impunidad en Afganistán porque estaba protegida por el gobierno talibán cuando estos habían tomado el control de todo el territorio del país desde 1996, después del retiro del Ejército Soviético. Estados Unidos fracaso cuando intento negociar desde afuera -a través de sus aliados sauditas- convencer a los talibanes para que expulsaran a Al-Qaeda de Afganistán, el talibán se negó a esa petición y lo que vino después fue la profundización del caos en el país.
Después de los ataques del 11 de septiembre, la comunidad internacional pidió a los talibanes que entregaran a los responsables, pero de nuevo se negaron. Fue así que 4 semanas después, una fuerza militar conformada por afganos anti-talibanes a la que se denomino Alianza del Norte, la que avanzó sobre Kabul con apoyo militar estadounidense y británico para eyectar a los talibanes del poder, y con ellos, a las redes de Al-Qaeda que escaparon hacia Pakistán. Desde ese momento y hasta hoy no ha habido ningún ataque terrorista internacional a gran escala planeado desde Afganistán.
De tal forma y en consonancia con las políticas y medidas anti-terroristas aplicadas por la comunidad internacional, puede decirse que la presencia militar occidental alcanzó sus objetivos en la neutralización del foco terrorista. Sin embargo, dos décadas después, Afganistán no alcanzó una paz completa que le haya proporcionado estabilidad política duradera. Al-Qaeda, ISIS y otros grupos islamistas que pivotean en torno a sus postulados ideológicos no han desaparecido de la escena, contrario a ello, están resurgiendo y no cabe duda que la salida de las tropas occidentales favorecerá su regreso y fortalecimiento, lo que llevara a Afganistán a un futuro inmediato poco auspicioso, donde muy probablemente la continuidad de la actividad terrorista y la confrontación al interior de sus instituciones políticas favorezca el reverdecer de un escenario violento y no deseado.
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