“¡Sudáfrica nunca defraudará el legado de Nelson Mandela!”, aseguró el entonces presidente Jacob Zuma en el funeral de Estado del carismático líder en 2013. No fue tan así. Al menos él lo defraudó. Zuma se convirtió en la desgracia del movimiento que terminó con el deleznable sistema del apartheid y gobierna Sudáfrica desde 1994. Y esta semana regresó a la cárcel. Ya había estado 10 años con Mandela en la infame prisión de Robben Island. En aquel entonces fue por pelear contra el régimen supremacista blanco. Ahora, apenas por desobedecer la orden de un tribunal. Todavía le quedan pendientes casi 800 acusaciones de corrupción y violación de una mujer, entre otros múltiples cargos. Mandela lo quería, pero sabía quién era Zuma. Por eso intentó mantenerlo lejos del poder. No lo logró. Apenas Madiba se retiró, Zuma se dedicó a tirar por el suelo el legado de todos los que como él mismo lucharon por la igualdad en la “Nación del Arco Iris”.
Zuma fue sin dudas el líder más controvertido de Sudáfrica desde el fin del gobierno de la minoría blanca en 1994. Pero tuvo una vida anterior de “héroe revolucionario” que comenzó cuando era apenas un adolescente y se sumó al movimiento contra el apartheid. Sus defensores hablan de su pasado de militante sin descanso en favor de la causa y su extraordinaria simpatía. Es uno de esos tipos de sonrisa permanente. Los que lo desprecian, ven una larga trayectoria de corrupción al amparo de una poderosísima familia de origen indio, los Gupta, con negocios que van desde la minería hasta los medios de comunicación. Y todos admiten que tuvo siempre una habilidad única para moverse en los pasillos del poder del Congreso Nacional Africano (CNA), el partido de Mandela.
Zuma dirigió el partido por décadas y por nueve años el país hasta que el vicepresidente Cyril Ramaphosa le sustituyó en diciembre de 2017. “Somos nosotros los que hemos metido a Sudáfrica en este lío al elegir a Zuma como presidente”, fue la reflexión de Jackson Mthembu, otro de los altos dirigentes del CNA. “Deberíamos haber investigado bien al hombre. En retrospectiva, cometimos un terrible error de juicio”. Lo dijo cuando Zuma tuvo que renunciar a la presidencia del país mucho antes de que su segundo mandato terminara a mediados de 2019. La crisis había comenzado seis años antes, cuando una multitud lo abucheó ante sus pares de todo el mundo que había llegado a Sudáfrica para despedir al “padre de la patria”, Mandela. Sin embargo, el encanto campechano de Zuma, su persistente abstinencia alcohólica y su modesta educación hicieron que siempre conserve un público fiel, especialmente en las zonas rurales. Fueron los que se atrincheraron junto a él y su familia la semana pasada para que no entrara la policía a su casa para arrestarlo.
Zuma comenzó su vida en Nkandla, KwaZulu-Natal, en 1942, hijo de un policía y una trabajadora doméstica. Recibió una escasa educación formal, pero se convirtió en un muchacho con una mente aguda y una resolución férrea. A los 17 años se unió al CNA y tres años después fue detenido como parte de un grupo de milicianos armados, lo que le llevó a pasar 10 años en la isla de Robben. Su ambición, su memoria prodigiosa y su personalidad avasalladora lo ayudaron a convertirse en el principal representante del CNA en Mozambique, miembro de su comité político y militar y jefe de inteligencia en 1987. Los que lo seguían pasaban por alto su lado más oscuro, incluida su frondosa promiscuidad sexual.
Cuando Zuma regresó a Sudáfrica en 1990, KwaZulu-Natal se encontraba en plena guerra territorial entre el CNA y el movimiento nacionalista zulú Inkatha del jefe Mangosuthu Buthelezi. El líder del ANC se impuso allí tras derrotar al señor de la guerra del ANC, Harry Gwala, utilizando su encanto y sus credenciales zulúes para asegurar la paz. Pero esto tuvo un costo. El CNA atrajo a algunos de los asesinos más conocidos de Inkatha y se desató una nueva forma de violencia. Esta vez no tenía nada que ver con la ideología. Todo era cuestión de dinero.
“Mi primer contacto con Zuma se produjo en 1989. La Operación Vula del CNA estaba en marcha. Se trataba de construir una red insurreccional clandestina y yo pertenecía a una de sus estructuras de liderazgo regional. Recibimos la orden de investigar si Peter Mokaba, el líder de la Liga Juvenil del Congreso Nacional Africano (LJCA), era un espía”, escribió en The Conversation el profesor Gavin Evans de la University of London. “Nuestro informe condenatorio fue presentado a Zuma y al jefe de seguridad del CNA, Joe Nhlanhla, quien nos informó de que Mokaba, fallecido en 2002, era un informante cuya relación con la policía de seguridad era más profunda de lo que habíamos sospechado. Otros dirigentes del CNA se sumaron a la difusión de este mensaje, pero se nos dijo que Oliver Tambo, que entonces dirigía el CNA en el exilio, decidió que sería mejor rehabilitar a Mokaba, lo cual ocurrió”, continuó Evans.
“Poco después recibí la visita de un alto dirigente del Partido Comunista Sudafricano, que estaba aliado con el CNA. Me rogó que hiciera un trabajo periodístico sobre Zuma. Me dijo que su propia casa en Lusaka, la capital de Zambia, estaba intervenida por la inteligencia del CNA y que Zuma era corrupto. Ignoré la petición. Pero era una de las varias señales que había visto de que Zuma era despreciado dentro del Partido Comunista”, concluyó su relato el profesor Evans.
Zuma había estado brevemente en el politburó del partido, pero cayó en desgracia en parte por los conflictos entre la inteligencia del CNA y su brazo armado Umkhonto we Sizwe. Uno de los conflictos afectó al comandante Thami Zulu, que fue calificado por los aliados de Zuma como agente enemigo, detenido durante 14 meses por el CNA en Lusaka y que murió envenenado una semana después de su liberación. Su muerte contribuyó al odio hacia Zuma. Y no fue el único crimen atribuido a los servicios de inteligencia del CNA.
En 2004, cuando Zuma era vicepresidente, su asesor financiero Schabir Shaik fue detenido por su papel en un negocio de armas y condenado a 15 años de prisión (pero liberado después de 28 meses por motivos de salud). Se descubrió que había solicitado sobornos por cientos de miles de dólares al año para Zuma. A esto le siguieron otros cargos relacionados con otro negocio militares. Zuma está siendo juzgado por un acuerdo para la compra de armas por 2.000 millones de dólares con la empresa francesa de defensa Thales que se realizó en 1999, cuando era vicepresidente.
En 2006 se enfrentó a su otro fantasma. Fue juzgado por la presunta violación de una activista contra el sida de 31 años, de la que sabía que era seropositiva (dijo que creía que una ducha después del sexo sería una protección adecuada). Zuma afirmó que, como hombre zulú, era su deber tener relaciones sexuales con una mujer si ésta llevaba un kanga (chaleco africano) corto, y que no podía dejarla “insatisfecha”. Argumentó que los hombres zulúes tienen primacía sexual sobre las mujeres y que, por tanto, no podía ser culpable. Negarle el sexo habría sido equivalente a un insulto, argumentó. Zuma fue absuelto entre los gritos de júbilo de sus seguidores que cantaban su canción favorita, Lethu Mshini Wami (Tráeme mi ametralladora). La mujer, Fezekile Ntsukela Kuzwayo, tuvo que exiliarse ante la persecución de bandas zulúes. Regresó a Sudáfrica después de una década y murió en 2016.
El otro líder histórico del CNA, Thabo Mbeki, asumió la presidencia en reemplazo de Mandela en 1999 y por las presiones internas del partido tuvo que aceptar como vicepresidente a Zuma. En poco tiempo, el paranoico Mbeki había perdido el sentido común y “estaba extrañamente desprovisto de su antiguo encanto amable”, mientras que Zuma era todo lo contrario. Aprovechando las preocupaciones populares sobre la falta de prestación de servicios básicos, la delincuencia y el sida, y apoyándose en los sindicatos, los jóvenes y la izquierda, puso una sombra sobre el presidente. Mbeki terminó echándolo en 2005. Pero Zuma lo derrotó en el liderazgo del CNA en 2007 y se convirtió en presidente en 2009. Allí estuvo nueve años. La izquierda esperaba que frenara sus excesos, pero ocurrió lo contrario. Los Gupta alimentaron su codicia a cambio de contratos estatales, hasta el punto de ofrecer puestos en el gabinete a aspirantes obedientes. Al final, lo de Zuma era extremadamente grosero. Levantó una mansión en Nkandla para su familia con fondos del Estado. Luego, despidió a dos ministros de finanzas que no quisieron cumplir sus órdenes de que les transfirieran más dinero. Cuando la economía del país ya estaba en un declive histórico apareció Cyril Ramaphosa quien ganó la carrera por el liderazgo del CNA en diciembre de 2017. Dos meses después, Zuma dejó de ser presidente y los Gupta huyeron rápidamente a Dubái. Ya no hubo más cánticos del Lethu Mshini Wami.
Y evidentemente, sus compañeros de ruta no llegaron a entender a tiempo los signos que Zuma ya traía desde la cuna. Su segundo nombre zulú, Gedleyihlekisa, tiene varios significados, pero hay uno que prevalece en este caso: “el que sonríe mientras te hace daño”.
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