Para comprender la fase final de desaparición como estado que se cierne sobre el Líbano no es necesario retrotraerse a los años de su guerra civil (1975-1990). La gravedad de la situación y sus consecuencias actuales deben ser analizadas en el deterioro de las instituciones democráticas libanesas a manos del grupo político-terrorista Hezbollah desde 2005 al presente. Sin embargo, el actual estado de las cosas no ha sido solamente responsabilidad de la organización pro-iraní, la complicidad activa o pasiva de todos los partidos políticos ha sido determinante para arribar al actual escenario.
No obstante, la profundización de la crisis que amenaza ser terminal tiene su origen a mediados del año 2017. Fue en ese momento en que la Casa real saudita envió una carta oficial al Palacio presidencial de Baabda, en ella se describía una serie de políticas llevadas adelante por el parlamento y la presidencia del Líbano que fueron consideradas como un plan de agresión contra Arabia Saudita. Ese fue el punto de inflexión que marcó el destino del país y agravó las relaciones entre Riad y Beirut en virtud de la influencia definitiva sobre todas las instituciones libanesas por parte del grupo respaldado por Irán. El régimen iraní es enemigo jurado del Riad, en consecuencia, el rey Salman decidió dar la espalda al país de los cedros.
En ese momento, el ministro -actualmente designado, aunque sin tomar funciones por no lograr formar gobierno- Saad Hariri, también ejercía el mismo cargo en Beirut, pero había viajado a la capital saudita desde donde envió su renuncia al cargo.
En paralelo a esos acontecimientos, el ministro saudita de Asuntos de seguridad del Consejo de Cooperación Grupo de Países del Golfo (CCPG), Thamer Al-Sabhan, dio a conocer un comunicado en términos muy duros hacia Michel Aoun, el presidente del Líbano, donde se le advertía que el gobierno libanés sería tratado como un gobierno enemigo de Arabia Saudita si persistía en su acercamiento a Teherán. Para ese tiempo, la influencia de Irán sobre Beirut ya era total en materia de decisiones nacionales libanesas. En respuesta, Líbano acusó a Arabia Saudita de generar intrigas y mayores tensiones que no colaboraban con el complejo escenario político del país de los cedros.
Al mismo tiempo, el secretario general de Hezbollah, Hassan Nasrallah, redobló las acusaciones sobre Riad en un discurso televisado para todo el país donde culpó al reino de pretender imponer sus políticas a las decisiones libanesas y amenazó con represalias, Nasrallah fue aclamado por sus seguidores y aliados. Mientras eso sucedía, el primer ministro, Saad Hariri, anunció su renuncia al cargo en el mes de noviembre de aquel año desde Riad.
Las causas por las que Hariri renunció desde el reino saudita, donde permaneció por varios meses antes de regresar a Beirut nunca quedaron claras, tampoco si permaneció allí por su voluntad o no. Lo que quedó claro en ese momento fue que el Líbano perdió, definitivamente al único socio árabe regional que lo apoyo financiera y económicamente a través de toda su historia.
Desde aquel momento, Nasrallah llevó adelante una campaña de críticas constantes a cualquier política saudita para con Beirut culpando al reino de crear confusión y subvertir las bases de la convivencia sectaria dentro del Líbano. El grupo chiíta aliado de Irán y Siria, considera que las autoridades de Riad son culpables de crear el clima de tensión que ha fragmentado al Líbano para debilitar a la República islámica de Irán. Hezbollah acusa a los sauditas de haber impulsado -junto a Israel y Estados Unidos- las acciones del Tribunal Especial para el Libano (TEL), que juzgó en la Haya a los asesinos del ex-PM Rafik Hariri, padre de Saad Hariri, ocurrido mediante un ataque terrorista con camión bomba el 15 febrero de 2005. Los tres procesados en esa investigación, uno de los cuales fue sentenciado en ausencia por el crimen, pertenecen a Hezbollah. Pero se encuentra prófugo. Aun así, Nasrallah, negó que existan pruebas sobre ese o cualquier asesinato político por las que se pueda responsabilizar a Hezbollah, y a pesar de su frágil estado de salud actual, en uno de sus últimos discursos televisados, el secretario general de Hezbollah preguntó a los libaneses irónicamente ¿Por qué en éste momento de grave crisis económica que transita el país Arabia Saudita no ayuda al Líbano?.
La respuesta al interrogante de Nasrallah es simple y de sentido común, cada ciudadano libanés la conoce y también la comunidad internacional, se debe a que: mientras los iraníes mantengan el control de la toma de decisiones nacionales del país y Hezbollah continúe arrogándose el derecho a establecer las políticas que lleven al país a la guerra o la paz en representación de Irán y actuando como su ejército de ocupación dentro del Líbano, Arabia Saudita no ayudará al Líbano a salir de su crísis política-económica.
También hubo una respuesta oficial el pasado jueves por parte de autoridades del Consejo de países del Golfo que señalaron la imposibilidad de inyectar dinero a la economía libanesa dada la corrupción sistémica de su dirigencia política, la que incluye al Banco central del Líbano que ya no puede sostener la moneda local, la libra libanesa se ha devaluado de forma brutal alcanzando una cotización de 15.000 LL por cada dólar estadounidense, lo que ha llevado al 70% de los libaneses a vivir bajo la linea de pobreza, en tanto que un 80% de la población padece problemas para cubrir su alimentación básica, los salarios cayeron a cifras de entre 100 y 200 dólares estadounidenses al mes, la escasez del combustible es innegable y la electricidad es racionada entre 6 y 8 horas hora al día.
El estado calamitoso por el que transita el Líbano se ha visto profundizado desde agosto del año pasado cuando se produjo la explosión en el Puerto de Beirut colocando al país al borde del abismo y en el umbral de ser considerado un estado fallido por la comunidad internacional, lo que aún no ha sucedido solamente porque se espera la ayuda económica de Francia y la Unión Europea (UE), dada la vigente pero retrasada promesa del presidente Macron que ha viajado en dos oportunidades a Beirut para entregar en mano al presidente Michel Aoun un documento programático que solicita la formación urgente de un nuevo gobierno y una serie de puntos y compromisos para sanear la economía, algo muy complejo de realizarse dado el estado de situación del país y las políticas vigentes de Irán que se contraponen a esos objetivos .
Por los últimos 42 años Arabia Saudita e Irán han competido por hacerse con la mayor influencia regional e imponer al mundo musulmán la supremacía de su propia rama del Islám (sunita y chiíta) y han vivido un constante enfrentamiento que algunos especialistas del mundo árabe han llegado a calificar como la nueva Guerra Fría de Oriente Medio, eso se observa en el apoyo a distintas organizaciones y grupos violentos en los conflictos de Yemen, Irak, Líbano y Siria. De allí que luego de los acuerdos “Abraham” celebrados durante la administración Trump, los sauditas, en representación de los estados del Golfo explican a Estados Unidos y Francia su negativa en ayudar al Líbano mientras continúe siendo un protectorado iraní gobernado de facto por Hezbollah.
Es claro también que en el caso del Líbano no se puede culpar a todos los libaneses por haber sido rehenes de causas árabes-islámicas ajenas o por la utilización del territorio del país como campo de batalla del problema palestino-israelí, cuando la realidad estos hechos no representan la totalidad del sentir y el pensamiento de toda su ciudadanía. Sin embargo, en el pasado muchos libaneses naturalizaron sin analizar responsablemente los perjuicios que ocasionaban al país los movimientos de Hezbollah e Irán y no se molestaron en neutralizar las políticas del grupo chiíta, todo lo cual los ha transportado a este presente ruinoso y al borde de la desaparición como Estado.
Son estas y no otras las causas por la que la ayuda financiera saudita nunca llegara y sin ella, el actual escenario de pobreza y quebranto agudizara el paupérrimo estado de situación que transitan los libaneses. Y ello quedó palmariamente demostrado días atrás, cuando en una conferencia televisada por la cadena local LBC a la que asistieron representantes diplomáticos regionales y europeos, un inexpresivo y desgastado primer ministro Hassan Diab, hizo un llamado urgente y desesperado a los organismos internacionales de crédito; que también extendió al príncipe heredero saudita y al liderazgo europeo para que ayuden a evitar lo que llamó: la desaparición final del Líbano.
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