En 1948, un hombre fue encontrado muerto en una playa de Adelaide, en Australia. Según los reportes de ese tiempo, esta persona vestía un traje fino color marrón, zapatos recién lustrados. Se encontraba tendido de espalda a la arena, apoyado en el malecón de Somerton Beach. Pero no portaba ninguna identificación. Y así fue como su identidad se volvió un misterio inmortalizado hasta hoy día, mismo que estaría a punto de quedar resuelto.
La historia del Sr. de Somerton, como es conocido, ha causado revuelo en la localidad de Adelaine desde que se supo la noticia. Provocó mucha especulación el origen de este hombre. Las personas aseguraban que era un espía, o un comerciante, o un participante de la Segunda Guerra Mundial. Pero nada de eso fue comprobado nunca.
Derek Abbott, un profesor de la Universidad, es una de las personas especialmente tocadas por este misterio. Él conoció la historia, casi que leyenda, en 1995. Y le despertó tanto interés que volcó todos sus esfuerzos desde entonces a la exhumación del cuerpo del Sr. de Somerton para poder analizar su ADN y determinar así su identidad.
Y por fin lo logró; la exhumación del Sr. S, como también lo señalan, ocurrió el pasado mes de mayo en el cementerio West Terrace de dicha ciudad australiana, donde el hombre fue enterrado en 1949, en una lápida marcada como “el hombre desconocido”.
En el lugar de la tumba, reportó CNN, el superintendente de la policía de Australia del Sur, Des Bray, declaró que la exhumación era mucho más que cerrar el archivo de uno de los casos más intrigantes de Australia.
“Es importante que todos recuerden que el hombre de Somerton no es solo una curiosidad o un misterio por resolver. Es el padre, el hijo, quizás el abuelo, el tío o el hermano de alguien, y por eso estamos haciendo esto y tratando de identificarlo”, indicó. “Hay personas que sabemos que viven en Adelaide, creen que pueden estar relacionadas”, dijo. “Y merecen tener una respuesta definitiva”.
Pero no solo de esa manera le ha impactado Abott este caso en su vida. En su intento por encontrar familiares de el misterioso fallecido, el profesor conoció a su actual esposa, llamada Rachel Egan, quien precisamente es una de las personas a las que se refirió el mando policial como aquellas que “pueden estar relacionadas”, ya que ella podría ser la nieta del Sr. S.
El señor de Somerton fue hallado en la playa el 1 de diciembre de 1948. Fueron dos personas que por la mañana estaban en ese lugar que tropezaron con el cuerpo. Otros testigos dijeron que ya lo habían visto una noche antes. Incluso uno dijo que le vio moverse, por lo que decidió no dar parte a la policía.
Cuando examinaron el cuerpo este no presentaba signos de violencia. Pero tres testigos médicos declararon que la muerte no se dio de manera natural. Aunque hasta ahora no se ha logrado establecer la causa. Una de las líneas de investigación apuntaba a que el individuo tomó veneno. Sin embargo la autopsia no coincidió con esa versión.
El hombre de Somerton era robusto, de unos 40 a 50 años, de 5 pies y 11 pulgadas de alto, con ojos azul grisáceo y cabello castaño rojizo. Los músculos de su pantorrilla eran particularmente pronunciados, según dijo el taxidermista encargado de embalsamar su cuerpo. De ahí las versiones de que se trataba de un bailarín, un comerciante del mercado negro, un marinero o incluso un espía.
La historia fue noticia en Australia y Nueva Zelanda. Sus huellas digitales y fotografías se enviaron a todo el mundo. Una carta con fecha de enero de 1949, señala CNN, firmada por el entonces director del FBI, John Edgar Hoover, confirmó que Estados Unidos no había encontrado ninguna coincidencia para sus huellas dactilares en sus archivos.
Así, el cuerpo del hombre fue embalsamado para que la policía tuviera más tiempo para identificarlo, y se hizo un yeso de su rostro, para recordar cómo lucía. En ese entonces aún no existían los exámenes de ADN, el primero en el mundo se hizo hasta 30 años después. Así que sin más pistas los detectives entregaron el cuerpo para el entierro en junio de 1949.
Varios meses después surgió una pista con potencial determinante: en la ropa del difunto fue hallado un trozo de papel con las palabras “Tamam Shud”, que significa “el final” o “terminado” en persa. Se trata de las últimas palabras del poema “El Rubaiyat”, del erudito iraní del siglo XI Omar Khayyam, arrancadas de un libro que luego fue entregado a la policía, mismo que, según el hombre que lo encontró, su abandonado en su automóvil el 30 de noviembre de 1948, un día antes de la muerte del hombre de Somerton.
Uno de los detectives del caso, argumentando que el poema hace referencia a que hay que disfrutar la vida al máximo porque desconocemos que nos depare el futuro, reiteró la sospecha de que el hombre había tomado veneno “con intención suicida”.
El libro además tenía escrito en su interior un número telefónico y una especie de código formado por varias cifras. El primero fue rastreado y una mujer que vivía en el cercano suburbio de Glenelg, en Adelaida, misma que negó que conocer al hombre.
Mientras que el código jamás fue resuelto. Pero sí intrigó a Abbott que lo puso como acertijo a sus estudiantes de ingeniería en 2009. Tampoco descifró nada.
Abbott volvió a la mujer del teléfono. Era Jo Thomson quien ya falleció. El profesor fue en busca de su hijo, Robin Thomson, un bailarín de la Compañía Australiana de Ballet; también había muerto. Entonces Abbott dio con la hija de él Rachel Egan. Se reunió con ella una sola vez. Decidieron casarse. Pero Egan fue adoptada a una edad temprana, por lo que no está al tanto de su vínculo potencial con el hombre de Somerton.
Una de las teorías de Abbott es que el hombre de Somerton es el padre de Robin, pero su madre le dijo a la policía que no reconoció su rostro porque había conocido a otra persona y no quería complicar las cosas.
Aún no saben quien fue el hombre de Somerton ni si en realidad están ligados a su figura. Pero lo que sí reconoce esta pareja, quien ahora tiene tres hijos, una niña de 8 años y mellizos de 6, es que ese misterio es el que logró formar su familia.
“Ya sea que sea pariente de uno de nosotros o no, lo hemos adoptado en nuestra familia, de todos modos, porque es él quien nos ha unido”, dijo Abbott. “Su causa de muerte ya no es realmente lo que interesa. Es más quién era él y podemos devolverle su nombre”.
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