Un disidente “confesando” ante las cámaras haber cometido un crimen con el que no tiene nada que ver. Típico de las dictaduras. En este caso la de Bielorusia, la ex república soviética enclavada en Europa del Este. El chico que está en la pantalla es Roman Protasevich, un periodista de 26 años, acusado de terrorismo y de incitar a la violencia por el régimen de Aleksandr Lukashenko. La audiencia es global. Protasevich fue secuestrado cuando viajaba desde Grecia a Lituania en un vuelo regular de la aerolínea Ryanair. Cuando el avión pasó por el espacio aéreo bieloruso, desde la torre de control de Minsk le avisaron que había una amenaza de bomba a bordo y que debía desviarse de su ruta para aterrizar de urgencia. Por si al piloto le quedaba alguna duda, le mandaron un avión de combate MIG29 para “escoltarlo”. Cuando la nave aterrizó y abrió la escotilla, cuatro agentes de la policía secreta bielorusa entraron al avión para arrestar a Román Protasevich. De la bomba ya no se habló más.
Al otro día, apareció el video en las redes sociales. Su padre, Dzmitry, que vive en Moscú, dijo a Reuters que la nariz de su hijo parecía estar rota, “porque su forma está cambiada”, y que la manera de hablar no es natural. “No son sus palabras, no es su entonación, está haciendo algo contra su voluntad, y se puede ver que está nervioso”, comentó. “Mi hijo no puede admitir que haya creado los desórdenes masivos, porque no ha hecho tal cosa”. En el video, la cara de Protasevich aparece marcada con abrasiones y moratones, lo que sugiere que las autoridades lo sometieron a “tortura y otros malos tratos” antes de grabar la supuesta confesión, aseguró el portavoz de Amnistía Internacional, Alexander Artemyev, al Washington Post. Fueron apenas 29 segundos de grabación. Y con eso, el régimen cree que ya demostró al mundo que lo que hizo está justificado.
Después de eso, Román Protasevich volvió a desaparecer. Bielorrusia tiene fama de “utilizar la intimidación y la coacción para forzar las confesiones de los presos políticos”. Así de claro lo dice el informe sobre DD.HH. en Europa del Este del Departamento de Estado. El año pasado, la líder de la oposición Svetlana Tikhanovskaya también fue obligada a aparecer leyendo un guión en un video en el que pedía a sus partidarios que se abstuvieran de asistir a manifestaciones antigubernamentales. Cuando logró exiliarse en Lituania, Tikhanovskaya aclaró que tuvo que hacerlo porque la habían amenazado con matar a toda su familia. “No tengo ninguna duda de que Protasevich había sido torturado y estaba bajo presión cuando se grabó el vídeo”, dijo desde Vilnus. Una experta en el tema, Jennifer Mathers de la Universidad Aberystwyth de Gales, analizó el vídeo. Su conclusión: “se ajusta a un patrón histórico más largo que se remonta a la época soviética de exigir confesiones falsas, especialmente cuando no hay pruebas reales que apoyen una condena”. Y agregó que “la idea de que alguien que ha dedicado su vida profesional al movimiento prodemocrático en Bielorrusia, con un riesgo personal enorme, se confiese libremente a los servicios de seguridad es poco creíble”. El presidente estadounidense Joe Biden tampoco cree la bufonada. “Parece haber sido hecho bajo coacción”, dijo en un comunicado en el que también pidió la liberación inmediata de Protasevich. El primer ministro británico, Boris Johnson, tuiteó que el vídeo “es una visión profundamente angustiosa” y añadió que “las acciones de Bielorrusia tendrán consecuencias”.
Protasevich organizó junto a otro disidente, Stispan Putsila, el canal de tv en las redes para denunciar las atrocidades cometidas por la policía bielorusa durante las manifestaciones prodemocracia del año pasado. Cientos de miles de personas salieron a la calle en Minsk y otras ciudades para protestar por el fraude organizado por Lukashenko para ganar las elecciones de agosto y permanecer en el poder como lo hace desde 1994. Poco después el joven periodista tuvo que exiliarse en Grecia, y desde allí continuó con sus transmisiones para el canal Nexta.
Protasevich lleva resistiendo a la tiranía de su país desde los 16 años, cuando fue testigo por primera vez de lo que describió como la “repugnante” brutalidad del gobierno de Lukashenko. Así comenzó un viaje personal que convertiría a un estudiante talentoso de un instituto de ciencias de Minsk en un enemigo declarado de un gobierno calificado como “la última dictadura verdadera que queda en el corazón de Europa”.
Se crió en un barrio de la periferia de Minsk, en uno de esos anónimos rascacielos de hormigón de la época soviética. Su padre era oficial del ejército y su madre enseñaba matemáticas en una academia militar. Ganó un premio en un concurso científico en Rusia y, paradójicamente, la dictadura le dio una beca para estudiar en un prestigioso instituto. Estuvo allí hasta cuando cursaba el décimo año y fue detenido por la policía mientras estaba sentado en un banco de un parque con un amigo viendo una de las llamadas “protestas de aplausos”, en las que una multitud aplaudía para mostrar su oposición al gobierno, sin llegar a pronunciar ninguna palabra prohibida y así evitar el arresto. “Por primera vez vi toda la suciedad que está ocurriendo en nuestro país”, dijo en un vídeo de 2011 publicado en YouTube. “Sólo como ejemplo: cinco enormes policías del OMON, los antidisturbios, golpearon a varias mujeres. Una madre con su hijo fue arrojada a un furgón policial. Fue repugnante. Después de eso todo cambió fundamentalmente”.
Fue expulsado del instituto y a su madre la obligaron a renunciar al puesto de profesora. Después de unos meses pudo terminar la secundaria en una escuela barrial. “Fue este incidente, esta injusticia, este insulto, lo que lo llevó a la disidencia activa”, explicó su madre Natalia en una entrevista. Protasevich estudió periodismo en la Universidad Estatal de Bielorrusia, pero volvió a tener problemas con las autoridades y, una vez más, lo expulsaron. Al no poder terminar su carrera, trabajó como reportero independiente para diversas publicaciones de tendencia opositora. Detenido con frecuencia y encarcelado durante breves periodos, decidió trasladarse a Polonia, donde trabajó durante 10 meses en Varsovia como parte del equipo de Nexta, difundiendo vídeos, documentos filtrados y noticias críticas sobre Lukashenko. Convencido de que su trabajo tendría un mayor impacto si estuviera dentro de Bielorrusia, regresó en 2019. El dictador ya estaba en plena campaña para las elecciones del año siguiente y la presión sobre los disidentes era muy fuerte. El día que le avisaron que habían detenido a su colega Vladimir Chudentsov, puso algunas pocas cosas personales en una mochila y se fue nuevamente a Varsovia. Unas horas más tarde, la policía fue a buscarlo a su casa y amenazó a los padres: si no traen de regreso a su hijo, ustedes están muertos. Al día siguiente se unieron a Román en Polonia.
Cuando Svetlana Tikhanovskaya, la principal candidata de la oposición en las elecciones de agosto, se vio obligada a exiliarse en Lituania, Protasevich se unió a ella de inmediato para trabajar en la parte de prensa. Fue cuando captó la atención especial del régimen. Un juez lo acusó de “promocionar el terrorismo” y “organizar protestas para violar el orden social”. Los cargos por los que fue secuestrado esta semana. En su país ya comparan a Protasevich con Jamal Khashoggi, el periodista disidente de Arabia Saudita asesinado en el consulado de su país en Turquía.
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