“Señor Presidente, Señoras y Señores del Gobierno, Miembros del Parlamento. La hora es grave, Francia está en peligro. Varias amenazas mortales la acechan. Nosotros, que aunque nos retiramos, seguimos siendo soldados de Francia, no podemos, en las circunstancias actuales, permanecer indiferentes al destino de nuestro hermoso país”.
Así comienza la carta abierta que sacudió a la opinión pública francesa el 21 de abril pasado. No sólo por lo dramático y divisivo del tono, sino por la identidad de los firmantes y el momento elegido para publicarla: 19 generales retirados, el día que se cumplía el 60º aniversario del Putsch de Argel, el fallido intento de golpe de Estado contra el gobierno de Charles de Gaulle, en desacuerdo con su decisión de retirarse de Argelia.
Nunca en los 60 años que transcurrieron entre un hecho y el otro se había producido un desafío semejante del poder militar al poder político como aquella carta abierta publicada en Valeurs actuelles (”Valores actuales”), una revista que se presenta como una tribuna del pensamiento de la derecha francesa, a veces radical.
Los generales retirados denuncian en el texto la presunta “desintegración” de la sociedad francesa: “Se trata de una desintegración que, con el islamismo y las hordas de los banlieue (suburbios), está llevando al desprendimiento de muchas partes de la nación y transformándolas en territorios sometidos a dogmas contrarios a nuestra Constitución (...) Esta desintegración (...) sólo tiene un objetivo: crear malestar e incluso odio entre las comunidades de nuestro suelo. Hoy en día, algunos hablan de racialismo, indigenismo y teorías decoloniales, pero a través de estos términos es la guerra racial lo que quieren estos odiosos y fanáticos partidistas. Desprecian nuestro país, sus tradiciones, su cultura, y quieren verlo disolverse arrancando su pasado y su historia”.
Y dejan para el final una perturbadora advertencia: “Si no se hace nada, el laxismo seguirá extendiéndose inexorablemente en la sociedad, provocando en última instancia una explosión y la intervención de nuestros compañeros activos en una peligrosa misión de protección de nuestros valores civiles y de salvaguarda de nuestros compatriotas en el territorio nacional. Vemos que ya no es tiempo de postergarlo, de lo contrario, mañana la guerra civil pondrá fin a este creciente caos, y los muertos, de los que serán responsables, se contarán por miles”.
El mensaje dividió a la sociedad francesa. Una sorprendente porción de la ciudadanía se mostró a favor, a pesar de la condena absoluta del gobierno ante lo que suponía una inaceptable intromisión de los militares en la esfera civil y de la condena de sectores intelectuales y partidarios de izquierda ante lo que consideran un avance de la extrema derecha.
El anuncio de una investigación y de posibles sanciones a los firmantes exacerbó aún más los ánimos. Sobre todo, tras la publicación días atrás de una segunda carta abierta, firmada por miles de personas que no revelaron su identidad, pero aseguraron ser soldados en actividad, ávidos de apoyar a sus superiores.
Los suscriptores se presentan como “la generación de fuego”, que luchó en muchas de las guerras de las que participó Francia contra el terrorismo, especialmente en el Norte de África. En un tono tanto o más alarmista que el de la anterior, la misiva acusa al gobierno de despreciar la vida de los uniformados y de ser cómplice de la supuesta destrucción del tejido social francés: “Ellos dejaron la piel para destruir al islamismo al que ustedes hacen concesiones en nuestro suelo”.
Las cartas son en sí mismas una manifestación del quiebre cultural que año a año se agiganta en Francia, y del fracaso de la política partidaria para canalizarlo y contenerlo. Hay dos extremos que probablemente no representen a la mayoría de la población, pero que sin duda dominan el debate público, haciéndolo cada vez más inviable.
“El objetivo de estas cartas es desplazar el discurso más a la derecha de lo que ya está y presionar a los partidos mayoritarios”, explicó Aurelien Mondon, profesor de política, lenguaje y estudios internacionales en la Universidad de Bath, consultado por Infobae. “Esto es particularmente preocupante, ya que muchos partidos parecen ceder a esta presión, como lo demuestran los miembros de La República en Marcha (del presidente Emmanuel Macron), pero también del socialista y del comunista, que asistieron a una manifestación policial hace unos días, junto a muchos actores de la extrema derecha”.
De un lado, hay colectividades de origen inmigrante social y económicamente postergadas, que se sienten amenazadas por el resto de la sociedad. Algunos de sus miembros reaccionan de manera pacífica, pero refugiándose en su comunidad, aislándose. Otros optan por la violencia, que se ve en los esporádicos estallidos de los banlieu o en los actos terroristas que conmocionaron al país en los últimos años.
En el otro extremo, hay una parte de la sociedad que considera que esas comunidades son una amenaza a su propia existencia, a los valores republicanos y a la esencia francesa —si es que existe algo semejante—. Y así como algunos reaccionan con temor hacia compatriotas que consideran extranjeros, crece el número de personas que parecen dispuestas a defender una asimilación forzada, incluso violenta, de esos colectivos.
“Lo que debemos interrogar es de dónde viene este malestar —continuó Mondon—. Cuando se hacen encuestas, se comprueba que los franceses exageran dramáticamente el número de musulmanes en el país y tienden a verlos como caricaturas extremistas. Esto no hace justicia a la diversidad de comunidades musulmanas que viven pacíficamente en Francia y se adhieren al Estado de Derecho y a la República. Este tipo de percepción errónea es en gran parte el resultado de la generalización de la islamofobia, ya sea por parte de los políticos, los medios de comunicación u otros actores públicos que han azuzado el pánico moral sobre las comunidades musulmanas a las que, por desgracia, rara vez se les da derecho a responder”.
Una creciente fractura social
La división social en Francia tiene una expresión geográfica que, aunque de manera imperfecta, hace visible la fractura. El término banlieue define originalmente a la periferia de las grandes ciudades. La traducción literal es suburbios o extrarradio. Pero se convirtió en un concepto político, como los militares se ocuparon de dejar en claro.
Es que en muchos de esos suburbios, sobre todo en los alrededores de París, se concentra una parte importante de las comunidades de inmigrantes que fueron llegando con el correr de los años, provenientes de ex colonias francesas. La mayoría son ciudadanos franceses de pleno derecho, pero algunos no terminan de sentirse así.
“Francia se encuentra en una situación delicada, marcada en primer lugar por la pandemia de COVID-19, que aumenta la frustración, y por una fractura social, que en su vertiente empobrecedora afecta más directamente a las familias de una o dos generaciones de inmigrantes”, dijo a Infobae Jacques Fontanel, investigador del Centro de Estudios sobre Seguridad Internacional y Cooperación Europea de la Universidad de Grenoble Alpes. “Francia no tiene un sistema de selección de inmigrantes que sea contrario a los valores republicanos. Dada la importancia de su sistema social, es atractiva para los habitantes de países plagados de miseria y dictaduras. Sin embargo, una vez en Francia, la asistencia no puede ser un modo de vida aceptable y si no tienen una participación activa en la vida económica, eso se convierte rápidamente en una fuente de frustración”.
La dificultad para adaptarse a una sociedad por momentos cerrada con quienes son percibidos como extranjeros aunque no lo sean, sumada a la persistente desigualdad socioeconómica, creó las condiciones para el crecimiento del malestar en estos segmentos de la población. Esa frustración se volvió especialmente notoria desde los estallidos de violencia de 2005, cuando cientos de jóvenes de los banlieue salieron a las calles a quemar autos y protagonizaron enfrentamientos violentos con la Policía.
El disparador había sido la muerte de dos adolescentes en la comuna de Clichy-sous-Bois, en la región de Isla de Francia, a 20 kilómetros del centro de París. Eran perseguidos por policías y se electrocutaron al trepar una estación eléctrica. La sensación de muchos en esos barrios es que los uniformados los discriminan y los hostigan por su origen.
“Las relaciones entre la policía y los residentes de las periferias de la clase trabajadora son tensas desde hace mucho tiempo, y se remontan a la década de 1980, pero se hicieron más evidentes en las revueltas de 2005 en los banlieues de los alrededores de París y otras aglomeraciones urbanas”, sostuvo Paul A. Silverstein, profesor de antropología del Reed College de Oregon, en diálogo con Infobae. “El encuadre islamófobo de una Francia al borde de la ‘guerra civil’ corre el riesgo de convertirse en una profecía autocumplida o, al menos, de exacerbar las tensiones sociales racializadas y espacializadas”.
En este contexto, la religión aparece como un factor que visibiliza los contrastes socioculturales. Esos dos jóvenes, como muchos de los que protagonizaron las manifestaciones posteriores, eran musulmanes, religión predominante en muchos de los países colonizados por Francia.
Es indudable que determinados valores y normas que son regla en algunas comunidades musulmanas muy conservadoras —de los que el velo islámico es el símbolo más potente— pueden ser difíciles de adecuar a los parámetros liberales y republicanos que pregona la constitución francesa. También lo es que lo mismo sucede con las comunidades judías ultra ortodoxas, y sin embargo el conflicto no brota de la misma manera, ya que no se articula con diferencias étnicas y socioeconómicas tan marcadas como sí ocurre con los grupos musulmanes.
De ahí proviene la acusación de separatismo y de construcción de una sociedad paralela. Algo que en muchos casos es una fantasía, aunque en otros puede volverse realidad, porque la hostilidad y las dificultades de inserción llevan a muchas minorías a, efectivamente, replegarse sobre sí mismas.
“Las instituciones que garantizan la continuidad de la República, como la Policía y el Ejército, son a veces objeto de ataques —dijo Fontanel—. Hoy en día, en algunos suburbios, hay grupos que preparan verdaderas emboscadas y atacan deliberadamente a policías, bomberos y gendarmes. Se trata de jóvenes, a menudo menores de edad, que demuestran su ‘valor’ atacando los pilares republicanos”.
Los ataques terroristas de los últimos años sirvieron para crispar aún más las tensiones. La masacre contra los periodistas y caricaturistas de Charlie Hebdo el 7 de enero de 2015 por ejercer su libertad de dibujar a Mahoma, algo prohibido por el islam, agigantó la herida. La decapitación del profesor de secundaria Samuel Paty por mostrar esas caricaturas en clase el 16 de octubre pasado ahondó todavía más el quiebre.
El gobierno de Emmanuel Macron respondió al último ataque tratando de reafirmar los principios del laicismo republicano francés. Más allá de sus encendidos discursos, impulsó la sanción de una ley contra el separatismo religioso.
“Mucha gente en Francia está convencida de que hay un gran problema con el terrorismo y el extremismo y, por desgracia, desde 2015 el país ha sido testigo de una serie de impactantes ataques, que han creado un clima de miedo y desconfianza”, dijo a Infobae Timothy Peace, profesor de la Escuela de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad de Glasgow. “Sin embargo, también existe una percepción más general de que los musulmanes en Francia no se han integrado en la sociedad y que quieren permanecer separados. Esta es una idea que ha sido alimentada por los sucesivos gobiernos de Francia y el actual está intentando aprobar una ley sobre el ‘respeto a los principios republicanos y la lucha contra el separatismo’. Así que cuando el propio gobierno perpetúa esa idea, no hay que sorprenderse de que mucha gente esté de acuerdo con la carta de los militares que afirman que va a haber una ‘guerra civil’”.
La norma, aprobada el mes pasado por el Senado, restringe severamente cualquier manifestación religiosa en público a través de símbolos y vestimentas, una versión radicalizada del proyecto original, que apelaba principalmente a sancionar a los líderes religiosos que promuevan ideas contrarias a las republicanas. El texto es cuestionado por la izquierda y por organizaciones de derechos humanos, y está por verse si recibirá la aprobación definitiva del Parlamento porque debe pasar por la cámara baja.
Pero aunque no se apruebe, el proyecto de ley es una constatación de que las cartas de los militares no son expresiones aisladas, sino que muestran el rechazo creciente de una parte importante de la sociedad francesa a lo que perciben como un avance del islam.
Una encuesta de la consultora Harris reveló el 28 de abril pasado un altísimo grado de respaldo a la visión expresada por los generales en la primera misiva. El 58% de los encuestados dijeron creer que Francia podría experimentar una guerra civil en un futuro cercano. El 73% coincidió con que la sociedad francesa se está desmoronando, el 84% afirmó que la violencia crece día a día en el país y el 86% sostuvo que en ciertos pueblos y barrios no rigen las leyes de la República.
“Hay que tener en cuenta los sesgos de estos sondeos, que suelen llegar sólo a un subconjunto de la increíblemente diversa población francesa, además de que los encuestados son autoseleccionados —dijo Silverstein—. Dicho esto, es cierto que existe un malestar generalizado entre una franja relativamente amplia de ciudadanos franceses que se sienten excluidos de los beneficios desiguales del capitalismo neoliberal que, en Francia, ha supuesto el progresivo retroceso de las garantías estatales en materia de educación, empleo y jubilación. Las protestas de los chalecos amarillos dan testimonio de ese malestar, al igual que los avances electorales del Reagrupamiento Nacional. Estos grupos han adoptado sistemáticamente una retórica islamófoba y han vinculado el estancamiento socioeconómico a la ruptura de la unidad y el propósito nacional, léase cultural”.
El progreso electoral de lo que hoy es el Reagrupamiento Nacional, liderado por Marine Le Pen, es un hecho innegable e impensado años atrás. Su antecesor, el Frente Nacional fundado por su padre, Jean Marie Le Pen, era un actor de peso, pero marginal, que si bien llegó a disputar una segunda vuelta contra Jacques Chirac en 2002, perdió estrepitosamente por 82% a 17%, ante el rechazo generalizado a que pudiera haber un presidente con ideas xenófobas y de extrema derecha.
Dos décadas más tarde, ciertamente con un discurso más moderado, pero que se mueve por carriles similares, su hija tendría ya más del 40% de los votos en una eventual segunda vuelta ante Macron, según las proyecciones de los principales sondeos ante los comicios presidenciales del año que viene. En 2017 Macron le ganó el ballotage por 66% a 33% —el doble de lo que había obtenido su padre—, así que el crecimiento de Le Pen es indudable.
La legisladora de la Asamblea Nacional trató de sacar provecho de las cartas. “Los invito a unirse a nosotros para participar en la próxima batalla, que es la batalla de Francia”, les dijo a los uniformados en un mensaje escrito. Luego, para evitar que la acusen de golpista, aclaró que sólo la política podía resolver los problemas planteados por los hombres de verde oliva.
“Las cartas son una gran exageración —dijo Peace—. Es evidente que Francia no está al borde de la guerra civil, pero hay una desconfianza y un miedo que, de hecho, han alimentado las figuras políticas, incluido el propio presidente. Más que a una fractura social y cultural, asistimos en Francia al desarrollo de una especie de guerra cultural. De hecho, la carta menciona ‘un cierto tipo de antirracismo’ y acusa a las personas que lo apoyan de ‘crear odio entre comunidades’. Desgraciadamente, los ministros del gobierno, como Jean-Michel Blanquer (Educación), han lanzado acusaciones muy similares. Así que el discurso en Francia ahora mismo es muy preocupante, pero también tenemos que ver esto en el contexto de las próximas elecciones presidenciales de 2022. Se espera que Le Pen sea la principal contrincante de Macron, por lo que éste quiere aparecer como ‘duro’ y acercarse más a la derecha en estas cuestiones”.
Más allá de lo que pase en los comicios de 2022 y de si hay nuevos pronunciamientos militares o no, una sola cosa es segura: la división social está creciendo y las principales manifestaciones políticas que están apareciendo alrededor la ensanchan aún más. Mientras los extremos sigan dominando el debate, no hay reconciliación ni integración posible.
“En la medida en que los musulmanes franceses y las personas afrodescendientes se sientan señalados, marcados y tratados como no totalmente franceses, o se les pida que demuestren continuamente su afrancesamiento y su aceptación sincera de algún ‘pacto republicano’, algunos acabarán por dejar de identificarse como franceses, buscarán una salida o construirán espacios alternativos dentro de sus barrios, en los que ellos y su familia puedan sentir cierta comodidad y seguridad. Esos intentos son leídos por los medios de comunicación, el Estado y los generales como ‘desintegración’, ‘separatismo’ y ‘fractura’. Por desgracia, no hay soluciones fáciles. Pero la retórica extremista de la amenaza existencial y de una próxima guerra civil no hará más que agravar las tensiones latentes. Que es seguramente lo que quieren algunas partes interesadas”, advirtió Silverstein.
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