Al menos 100 amenazas de muerte había realizado Alexander Horst hasta este martes, cuando la Policía lo arrestó en su casa de Berlín. Redes sociales, correo y hasta fax fueron los canales utilizados por este hombre de 53 años para enviar mensajes intimidatorios y xenófobos contra inmigrantes y defensores de sus derechos.
“NSU 2.0” es el nombre clave con el que Horst firmaba sus amenazas. Un homenaje a Nationalsozialistischer Untergrund (NSU, traducido como Clandestinidad Nacionalsocialista), una organización terrorista neonazi que operó entre 1998 y 2011. Se le atribuyen el asesinato de nueve inmigrantes entre 2000 y 2006, el de una policía en 2007 y la detonación de una bomba en un barrio muy concurrido por la comunidad turca de Colonia en 2004, que dejó una veintena de heridos.
Los mensajes de Horst no son un incidente aislado. Forman parte de un patrón que se consolida año a año en Alemania y que inquieta profundamente a las autoridades de un país que conoce como ningún otro hasta dónde puede llegar la radicalización ideológica.
La Policía registró en 2020 cerca de 24.000 ataques de extrema derecha. Algunos, verbales como los de “NSU 2.0”. Otros, físicos, desde destrozos y golpizas hasta homicidios. Esos 24.000 representan un incremento del 6% respecto de 2019 y son un récord desde el 2000, cuando comenzó la contabilización sistemática de estas acciones.
“Hace tiempo que la violencia de extrema derecha aumenta de forma constante en Alemania”, dijo a Infobae Michaela Köttig, profesora de trabajo social de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Frankfurt. “El problema es que las autoridades sólo tomaron conciencia del problema tras el asesinato de un destacado político. Los actos de violencia no solían ser perseguidos como delitos de motivación política. En general, hay mayor conciencia y probablemente también por eso se hayan denunciado más ataques”.
Los inmigrantes son los blancos predilectos. Pero no los únicos. También se volvieron relativamente frecuentes los ataques antisemitas y contra los alemanes afrodescendientes.
Horst Seehofer, ministro del Interior del gobierno de Angela Merkel, se mostró alarmado ante estas estadísticas. Las consideró una muestra de un proceso de “embrutecimiento” de la sociedad alemana, que acecha como ningún otro fenómeno a la estabilidad del país.
“Varios estudios sugieren que las actitudes de extrema derecha y la desvalorización de varios grupos sociales ‘marcados’ por la extrema derecha parecen sufrir una especie de ‘normalización’ en Alemania”, explicó Yann Rees, investigador del Instituto de Investigación Interdisciplinaria sobre Conflictos y Violencia de la Universidad de Bielefeld, consultado por Infobae. “Estos grupos marcados incluyen a los refugiados, los inmigrantes, los miembros del colectivo LGBTQ, los izquierdistas, los periodistas, los políticos locales y otros. Esta ‘normalización’ no sólo contribuye a una mayor difusión de las actitudes de extrema derecha en la sociedad, sino que también influye en el voto y en los delitos de odio”.
Entre “lobos solitarios” y “camaradas libres”
El asesinato de Walter Lübcke, dirigente político de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de larga trayectoria en el estado de Hesse, fue un gran llamado de atención sobre los alcances del extremismo de derecha en Alemania. Lübcke, que había sido durante una década miembro del Parlamento Regional, era un defensor de los derechos de los inmigrantes y de la política de acogida de refugiados impulsada por Merkel.
El 2 de junio de 2019, Stephan Ernst entró a su casa y lo mató de un disparo en la cabeza. Este militante neonazi que fue arrestado dos semanas más tarde no tardó en confesar que había cometido el crimen por razones políticas. El 28 de enero pasado fue condenado a cadena perpetua por la Audiencia Territorial de Frankfurt.
Mucho más perturbadora fue la masacre del 19 de febrero de 2020 en Hanau, también en Hesse. Tobias Rathjen perpetró esa noche uno de los mayores ataques terroristas de extrema derecha de los últimos años en el país: asesinó a nueve personas en dos bares frecuentados por inmigrantes turcos para reunirse y fumar narguile. Luego regresó a su casa, mató a su madre y se suicidó.
En una carta encontrada en su cuarto y difundida por The Bild, Rathjen expuso las ideas delirantes que lo llevaron a cometer el ataque. La realidad es que ya estaba en la mira de las autoridades desde hacía tiempo por su actividad radicalizada. Sin embargo, por razones que nadie termina de comprender, obtuvo un permiso para comprar armas de caza.
Andrea Petö, investigadora del Instituto de la Democracia y profesora del Departamento de Estudios de Género en la Universidad Centroeuropea, contó que quienes se unen a los grupos de extrema derecha pertenecen un amplio espectro social. “Hay académicos, intelectuales, obreros, trabajadores agrícolas y estudiantes que ven un futuro deseable y diferente para ellos y sus familias fuera de los valores liberales —dijo a Infobae—. Algunos de ellos incluso están cruzando la frontera y utilizan la violencia, ya que el sistema político actual no les ofrece una alternativa eficaz y atractiva para lograr el cambio. La solución no debe ser sólo aumentar la seguridad, sino también ofrecer alternativas inclusivas, significativas y encantadoras en un sistema democrático que funcione”.
Como Horst, Ernst y Rathjen, muchos de los autores de los ataques de extrema derecha son “lobos solitarios”. Personas que no pertenecen a ninguna organización, pero se van radicalizando solas, en sus casas, a medida que se sumergen en el océano de teorías conspirativas y prédicas de odio que abundan en internet.
Una de las más difundidas es la überfremdung, que podría traducirse como extranjerización. Es un relato xenófobo que sostiene que los alemanes nativos van a ser reemplazados por personas de otras nacionalidades, y que la única forma de preservar la identidad germana es detener ese proceso por la fuerza.
Otro ejemplo es el movimiento Querdenker, más nuevo y asociado a QAnon, la teoría conspirativa que causa furor en Estados Unidos y que sostiene que el establishment político liberal es en realidad una gran secta de pederastas adoradores de Satanás. Los cultores del Querdenker, que a veces se traduce como “pensamiento lateral”, ganaron mucha visibilidad en las protestas contra las restricciones impuestas por el gobierno durante la pandemia.
“En Alemania se observan diferentes redes y grupos que alimentan la violencia de extrema derecha —dijo Köttig—. Sin embargo, los ataques específicos suelen atribuirse a ‘autores únicos’ o declararse como ‘actos aleatorios’. La declaración de autor único puede ser refutada muchas veces. Sin embargo, las autoridades se adhieren firmemente a ella, también para evitar que se reconozca el alcance del racismo estructural en la sociedad”.
Pero Querdenker es un ejemplo de que no sólo hay lobos solitarios. También hay movimientos y organizaciones de extrema derecha detrás de muchos incidentes. Hay grupos especialmente peligrosos, como los Freie Kameradschaften (camaradas libres), que son abiertamente neonazis.
No son una organización jerárquica y estructurada, lo que dificulta enormemente su desarticulación. Son grupos de personas conectadas, que coordinan acciones, pero de manera inorgánica y horizontal. Así es la extrema derecha en el siglo XXI.
“Hay grupos de extrema derecha que suelen encabezar protestas contra las medidas tomadas por el coronavirus”, dijo a Infobae Jan Philipp Thomeczek, profesor de ciencia política de la Universidad de Münster. “Aunque no de forma exclusiva, se trata de una amplia alianza, conocida como Querdenken. Esas protestas a veces conducen a la violencia política. Pero más allá de los grupos relacionados con la pandemia, es difícil identificar organizaciones específicas. Algunos de los grupos más violentos, por supuesto, no operan públicamente, como una organización terrorista, y puede que ni siquiera sepamos que existen. La NSU estuvo asesinando en secreto durante siete años. En cuanto esos grupos violentos se hacen públicos, el Estado trata de prohibirlos. Pero también vemos que cada vez son más los individuos, no adscritos a ninguna estructura, que cometen delitos y atentados terroristas”.
Cambio de época
Las causas del incremento de los ataques son múltiples y difíciles de identificar, como ocurre con cualquier fenómeno complejo. Un factor que no se puede dejar de lado nunca en estos casos es la economía. En tiempos de prosperidad es más difícil que crezcan manifestaciones de odio, que suelen expresar un malestar social.
La crisis financiera internacional de 2008 y 2009, que cortó abruptamente con un bienio de crecimiento del PIB por encima del 3% anual, fue un hito del que muchos no se recuperaron. El país salió rápidamente de la recesión, pero no volvió a esos niveles de crecimiento. Y aunque el desempleo bajó a niveles inferiores a los de antes de la crisis, una parte importante del trabajo creado es de baja calidad y no está bien pagado.
Por otro lado, Alemania auspició rescates multimillonarios para algunos de los países más golpeados por la crisis, como Grecia. Desde la perspectiva griega, Merkel era un hada maligna que imponía condiciones draconianas a cambio del salvataje. Pero para muchos alemanes era quien les estaba sacando el dinero para “regalárselo” a los habitantes de otros países.
“Hay tres novedades —enumeró Petö—. La primera es que internet y las redes sociales han cambiado el contexto. Antes de 2001, cuando Alemania empezó a publicar estos informes, los mismos ciudadanos alemanes probablemente pensaban igual y compartían sus opiniones con sus amigos en el bar local, pero no tenían la posibilidad de publicarlas en el Facebook de un político seguido por cientos de miles. Internet ha cambiado la distancia social y ha puesto en tela de juicio las fronteras anteriormente establecidas. Segundo, la política económica de Alemania sigue basándose en la austeridad y el no gasto, lo que significa aumento de la desigualdad social, que se traduce necesariamente en una polarización política. Tercero, la elite política alemana creía haber resuelto con éxito el oscuro legado histórico del país. Pero en realidad resultó que la enorme cantidad de fondos invertidos en la institucionalización de las políticas de la memoria no tuvieron un impacto real en las raíces fundamentales de la discriminación y del odio”.
Pero probablemente no haya habido ningún catalizador tan determinante como la crisis de los refugiados desatada en 2015, a partir de las guerras civiles abiertas en el mundo árabe, que lanzaron a millones de personas a las aguas del Mediterráneo en una huida desesperada hacia Europa. En un gesto que difícilmente puede ser olvidado, Merkel aceptó recibir a cerca de un millón de personas en 2016, lo que significó un desafío mayúsculo para el Estado y la sociedad alemanas.
Si bien miles de jóvenes se ofrecieron como voluntarios para ayudar a los refugiados, muchos otros reaccionaron con violencia ante lo que percibían como una amenaza. Hasta 2020, el récord de ataques de extrema derecha se había registrado precisamente en 2016.
“Hay una tendencia a largo plazo: el clima en la sociedad alemana se está volviendo más agresivo —dijo Thomeczek—. Se ve en el tono de las interacciones cotidianas, especialmente hacia los funcionarios públicos como los policías, los bomberos y demás. Parece que la gente está harta de muchas cosas y ya no está dispuesta a ocultarlo. A veces, esto lleva a la violencia. Aquí, internet y la comunicación en las redes sociales juegan un papel decisivo. Ahora es mucho más fácil expresar el odio y la agresión online, con plataformas que son herramientas rápidas y fáciles para comunicar. En el informe de la Oficina Federal de Policía Criminal podemos ver que la publicación de discursos de odio de extrema derecha en internet aumentó un 46 por ciento”.
En este contexto se produjo otro hecho sin precedentes en la historia reciente alemana: el avance de un partido político abiertamente anti inmigrantes, con cuadros xenófobos. Alternativa para Alemania (AfD), fundado en 2013, marcó un punto de inflexión en las elecciones federales de 2017, en las que logró entrar al Parlamento y convertirse en la tercera fuerza del país.
Tras un intento de lavado de cara en sus primeros años, pasó recientemente a un discurso más agresivo. Un ejemplo reciente lo dio Günter Brinker, ex jefe del partido en Berlín, que debió ser repudiado por sus camaradas luego de retuitear un mensaje que lamentaba que no se hubieran cometido ataques contra Merkel.
“Un ejemplo de la ‘normalización’ social de la extrema derecha es el éxito político de AfD, que contribuye a difundir estas narrativas dentro de la sociedad alemana —dijo Rees—. Cada vez está más claro que es un partido de extrema derecha. Además, creo que las creencias conspirativas y antisemitas experimentaron un aumento dramático debido al movimiento de protesta contra el coronavirus, que consiste no sólo en individuos, activistas y organizaciones de extrema derecha. Las creencias conspirativas ganaron mucha atención en las redes sociales y servicios de comunicación como Telegram”.
No se podría entender que 2020 haya sido un año récord en ataques de extrema derecha sin tener en cuenta la pandemia. La combinación de crisis económica, con incertidumbre generalizada y un gobierno aplicando restricciones nunca antes vistas en tiempos de paz desató los peores demonios.
El informe presentado por la Policía sostiene que a lo largo del año se registraron 3.560 crímenes motivados políticamente en relación con la pandemia. Uno de los más significativos fue en agosto, cuando una multitud trató de copar el Bundestag —el Parlamento federal— con banderas del viejo Imperio Alemán. “Una imagen muy cargada históricamente, paralela a la Marcha sobre Berlín de Hitler en 1923″, sintetizó Thomeczek.
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