Corría el año 2010. En vísperas del noveno aniversario de los ataques terroristas del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas (Nueva York) y el Pentágono (Washington), la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés) le comunicó al entonces presidente Barack Obama que contaban con la mejor pista en años para encontrar al cerebro de los atentados y líder de Al Qaeda, Osama bin Laden.
Desde 2007 las autoridades de seguridad norteamericanas estaban tras el rastro de Abu Ahmed al-Kuwaiti quien, según declaraciones de algunos presos de Guantánamo, era emisario y hombre de extrema confianza del líder terrorista. En 2010 confirmaron que vivía junto a su hermano -y sus respectivas familias- en un complejo en Abbottabad, a 100 kilómetros de Islamabad, capital de Pakistán.
Las características del extenso complejo llamó la atención de la inteligencia norteamericana: estaba fortificado por muros de casi tres metros, con ventanas altas y apenas dos puntos de acceso. No contaba con servicio de televisión, teléfono, ni conexión a internet, y la basura era quemada a diario en los jardines. Para la CIA no había dudas: esa mansión de tres pisos, ubicada en un humilde barrio y valuada en casi un millón de dólares, cumplía funciones de búnker o escondite. Pese a los indicios, no había certezas de que allí estuviera Bin Laden, quien durante años permaneció oculto en las porosas montañas entre Pakistán y Afganistán. Estados Unidos necesitaba pruebas fehacientes para pensar en un posible operativo de asalto.
Como resultado de la intensa vigilancia que se realizó en las inmediaciones del complejo, que incluyó el empleo de satélites espías, la inteligencia norteamericana concluyó que era virtualmente imposible ingresar. Sólo trabajadores sanitarios locales habían tenido acceso para tratar a los niños. La desesperación por confirmar la presencia del hombre más buscado del mundo llevó a la CIA a lanzar una falsa campaña de vacunación contra la hepatitis B, con el objetivo de obtener una muestra de ADN de las personas que vivían en la casa. El doctor Shakeel Afridi fue reclutado para esa misión.
Con el correr de los meses la convicción de los agentes de la CIA crecía. Estaban prácticamente convencidos de que el hombre alto y barbudo al que veían caminando dentro del complejo era Bin Laden. Pero no tenían una vista clara de su rostro.
A fines de diciembre de 2010, Estados Unidos estaba listo para actuar. En medio de un intenso secretismo, los altos mandos del Ejército comenzaron a planificar la operación. La primera opción era un ataque con misiles. Sin embargo, ésta fue descartada ante la dificultad de demostrar que el jefe de Al Qaeda había sido abatido. La segunda opción consistía en un asalto nocturno en helicóptero.
Con la probable misión ya estudiada y analizada, sólo faltaba la decisión del Ejecutivo. A principios de 2011, un experto de la CIA sostuvo que estaba 70 por ciento seguro de que el hombre del complejo -identificado como “Pacer”- era Bin Laden. Otro equipo de la agencia, en tanto, situó la probabilidad en solo el 40 por ciento. El jueves 28 de abril de ese año, Obama se reunió con altos funcionarios en la Sala de Crisis subterránea de la Casa Blanca. “Quería escuchar la opinión de todos”, recordó John Brennan, entonces asesor principal de contraterrorismo del presidente. Entre los que se oponían a la redada se encontraban el secretario de defensa, Robert Gates, y el entonces vicepresidente, Joe Biden. El resto del alto mando se mostró a favor.
Un día después, el 29 de abril de 2011, después de intensas jornadas de reuniones secretas, finalmente Obama dio luz verde a las Fuerzas Especiales para que ejecutaran la misión más arriesgada y peligrosa en mucho tiempo: capturar vivo o muerto a Osama bin Laden.
La Operación Lanza de Neptuno, paso a paso
Después de una persecución internacional que duró casi una década, la fecha elegida para llevar adelante la misión fue el domingo 1 de mayo. Cerca de las 22:30, hora local, 25 soldados de la unidad de élite de los Navy Seals, despegaron en cuatro helicópteros Black Hawk desde una base militar estadounidense en Jalalabad (Afganistán), hacia Abbottabad.
Pasada la medianoche, los vecinos despertaban con el fuerte sonido de los motores de los helicópteros que sobrevolaban la ciudad. Tras casi una hora y media de vuelo, los marines habían llegado al complejo en la oscuridad de la noche. Uno de los helicópteros debió realizar un aterrizaje de emergencia por problemas técnicos. Los militares norteamericanos descendieron portando explosivos, armas y dispositivos de visión nocturna.
La misión, “de precisión quirúrgica”, era seguida en vivo desde Washington por Obama, Biden, la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, y los altos mandos de defensa y seguridad, quienes se encontraban reunidos en la Sala de Situaciones de la Casa Blanca. Además, estuvo coordinada en tiempo real por el director de la CIA, Leon Panetta, y altos funcionarios de inteligencia desde la sede de la agencia en Langley (Virginia).
Por cuestiones de seguridad, el presidente de Estados Unidos no había anticipado esta misión a ningún otro país. Tampoco a las autoridades paquistaníes, por lo que el operativo debía ser rápido; debía culminar antes de que fuesen advertidas las fuerzas de ese país.
Antes de ingresar a la vivienda, los SEALs derribaron con explosivos una puerta de metal y una pared de ladrillos. El escondite había sido convertido en un auténtico laberinto. Ya en el interior, los soldados se encontraron con varias mujeres y niños en diferentes habitaciones. Después de avanzar unos metros, se produjo un tiroteo. En el primer piso fue abatido Al Kuwaiti, el tan seguido emisario, y en la segunda planta Khalid bin Laden, uno de los hijos del ex líder de Al Qaeda.
Una parte del grupo subió las escaleras para asegurarse de que no hubiera nadie más en el segundo piso, mientras que dos SEALS fueron directo a la última planta, en busca del gran objetivo. Uno de ellos fue Robert O’Neill, quien al llegar a la habitación encontró al líder terrorista saudita y a una mujer que se interponía entre ambos. Pero no dudó. Apuntó con frialdad y disparó dando muerte a ambos. “La cabeza de Bin Laden se abrió al medio y él se cayó (…) Le disparé otra vez en la cabeza, por seguridad”, relató años después en su libro “The Operator” (El Operador), que narra cómo fue la cacería y muerte del líder de Al Qaeda.
Acto seguido, los marines enviaron el mensaje más esperado: “Gerónimo EKIA” Gerónimo era el nombre en clave que se le había asignado a Bin Laden, en referencia a un líder de los Apaches del siglo XIX que era considerado el principal terrorista del momento. EKIA es la sigla para Enemy Killed In Action (Enemigo Muerto en Acción). Bin Laden había sido abatido.
“No hubo aplausos ni celebración. Fue una sensación de logro”, recordó Brennan.
Recogieron documentación y aparatos electrónicos, y después de casi 40 minutos introdujeron el cadáver en una bolsa y se retiraron a toda prisa.
Eran poco más de la 01:00 am. Afuera, mientras tanto, algunos curiosos vecinos empezaron a acercarse para ver qué sucedía ante tanto disturbio. Confusión que aumentó cuando a lo lejos observaron una fuerte explosión: los soldados norteamericano habían destruido el helicóptero averiado para evitar que caiga en menos enemigas. Lo que nunca imaginaron los vecinos es que allí, a apenas unos metros, había vivido el hombre más buscado del mundo.
Los Navy Seals rápidamente se subieron a los helicópteros y regresaron a Afganistán, donde realizaron pruebas de ADN al cuerpo. Tras confirmar su identidad, lo trasladaron al portaaviones norteamericano USS Carl Vinson, donde realizaron los ritos religiosos musulmanes. Una vez finalizados, enterraron el cuerpo en el Mar Arábigo.
“Se ha hecho justicia”
Ese domingo 1 de mayo por la noche, más precisamente a las 11:35 pm, hora de Washington, Obama compareció ante el país, y ante el mundo, para anunciar la muerte de Bin Laden. En un breve mensaje, el entonces presidente de Estados Unidos además de hacer referencia al operativo que terminó con la vida del líder terrorista, rindió homenaje a las miles de víctimas de los atentados del 11 de septiembre.
“Hoy, bajo mi dirección, los Estados Unidos han lanzado y dirigido una operación contra ese campamento en Abbottabad, Pakistán. Un pequeño equipo de americanos llevó a cabo la operación con extraordinario coraje y capacidad. Ningún americano ha resultado herido. Tuvieron cuidado para evitar víctimas civiles. Después de un tiroteo, mataron a Osama Bin Laden y tomaron su cuerpo bajo custodia”.
En su discurso, que desató una enorme ola de movilizaciones en todo el país para celebrar la noticia, Obama aseguró que la muerte del líder terrorista había marcado “el logro más importante en nuestro esfuerzo para vencer a Al Qaeda”. Y concluyó: “Permítanme decir a las familias que perdieron a sus seres queridos el 11S que nunca olvidaremos su pérdida ni cejaremos en nuestro cometido de hacer lo que sea necesario para prevenir otro ataque en nuestro territorio”.
Bin Laden fue el responsable de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, que Obama calificó como “el peor ataque contra Estados Unidos”, donde murieron cerca de 3.000 personas. Además de esos atentados, también fue acusado de estar detrás de otros ataques como los de 1998 contra dos embajadas de Estados Unidos en África, donde murieron 231 personas, y el ataque en 2000 contra el buque de guerra USS Cole, en Yemen, donde 17 marinos norteamericanos perdieron la vida.
La muerte de Bin Laden significó un duro golpe para Al Qaeda, pero no el fin de sus operaciones de terror. Hoy, a diez años de aquella histórica misión, la “más intensa, secreta y mejor planificada”, como la calificó Brennan, el grupo terrorista asegura que “la guerra contra Estados Unidos continuará en todos los demás frentes a menos que sean expulsados del resto del mundo islámico”. Tras la decisión del presidente Joe Biden de retirar las tropas de Afganistán, la organización liderada por Ayman al Zawahiri envió una inquietante advertencia a la Casa Blanca: planea regresar después de que las fuerzas estadounidenses abandonen Afganistán, para asociarse una vez más con los talibanes.
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