Italia comienza este lunes un proceso paulatino de reaperturas en las 14 regiones con bajo riesgo de contagio catalogadas como “zonas amarillas”, incluidas el Lacio y Lombardía, cuyas capitales son Roma y Milán, respectivamente.
En las que registran los mejores datos, vuelven las clases presenciales a los colegios hasta la secundaria (a un mínimo de 70% de aforo en las clases superiores) y los bares y restaurantes al aire libre y hasta el inicio del horario del toque de queda, a las 22.00 locales, además de reabrirse cines y teatros.
A partir de lunes también las mayoría de las regiones quedan en el nivel leve de alerta, en color amarillo, mientras que cuatro serán catalogadas de riesgo media y la isla de Cerdeña será la única que quede como “zona roja” o mayor nivel de restricción.
Muchos compraron este momento con el mayo pasado, cuando el país reabrió después de dos meses de cuarentena estricta tras la embestida de la primera ola de coronavirus.
Sin embargo, la situación actual es muy distinta a la de hace un año: esta vez, los datos epidemiológicos son mucho menos alentadores.
Tan es así, que el primer ministro Mario Draghi dijo que la parcial reapertura era un “riesgo calculado”.
Comparación entra las dos reaperturas
La comparación entre los datos de mayo de 2020 y los actuales dan cuenta de la magnitud del “riesgo calculado” que las autoridades están tomando con la reapertura del país.
En la semana antes del 18 de mayo de 2020, día del primer desconfinamiento, Italia tenía un promedio de menos de 1000 nuevas infecciones por día y un total de 66 mil positivos. El mismo día de la primera reapertura, las muertes diarias volvieron a ser menos de 100 por primera vez después de meses.
En la semana que precedió este segundo desconfinamiento, en cambio, Italia registró un promedio de 13 mil nuevos casos diarios, para un total de casi 500 mil positivos. Además, en la última semana el país registró en promedio 330 muertes diarias.
Si bien los datos muestran una leve mejora en comparación con las semanas anteriores, los números distan de ser similares a los de mayo de 2020, aún teniendo en cuenta la menor capacidad de testeo que había entonces.
La situación es aún peor si se examinan los datos de las regiones del norte. Mientras el número de muertes en el centro y sur de Italia está en línea con el promedio europeo, en el norte de Italia las muertes por millón de habitantes son el doble que el promedio europeo (2.800 en lugar de 1.400), ubicándose por encima de cualquier país occidental, según una investigación del físico Francesco Sylos Labini, director del Centro de Investigación Enrico Fermi.
A esto hay que añadirle un elemento psicológico: en mayo, la población estaba aún muy marcada por la tragedia de la primera ola, lo cual extremaba la prudencia de la gente. Ahora, a medida que empeora la crisis económica y crecen las protestas en contra de las restricciones, el hartazgo parece ser el sentimiento mayoritario pese a que Italia es el país europeo con más muertos por la pandemia, por detrás de Gran Bretaña, con más de 119.000 muertes confirmadas.
Algunas diferencias favorables; otras, no tanto
Los datos actuales son en realidad más parecidos a los de noviembre, cuando Italia fue golpeada por la segunda ola tras unos meses de relativa tregua durante el verano.
El pico de la segunda ola otoñal fue en la semana entre el 16 y el 22 de noviembre, con un promedio de 35 mil casos y más de 500 muertes diarias.
Si bien ahora la cantidad diaria de positivos y muertes es casi la mitad, el total de positivos es apenas menor al de entonces, con 461 mil casos activos.
Aún así, hay diferencias importantes entre los dos momentos. La primera, favorable, es la campaña de vacunación. Hasta la fecha, el 20,5% de la población recibió una dosis de vacuna, con 17.592.423 de dosis inyectadas, sobre todo entre mayores de 70 años y personal sanitario, y 5.187.303 personas ya están inmunizadas, con la pauta completa.
Sin embargo, para las personas entre 50-69 años —para quienes la letalidad tiene tasas significativas, de entre el 0,6% y el 2,6%— la situación es la misma que en otoño, ya que en esta franja de edad todavía no hay un porcentaje significativo de vacunados.
Por otra parte, la incidencia está casi en todas partes por debajo de 250 casos por cada cien mil habitantes, aunque en casi todas las regiones es superior a 100 por cien mil, valor por encima del cual muchas agencias consideran que la transmisión viral es alta; también, las Unidades de Cuidados Intensivos siguen por encima del umbral del 30% para el nivel de alarma.
Otra dato desfavorable en comparación con mayo y noviembre de 2020, es que ahora en Italia es prevalente la variante británica, mucho más contagiosa.
La comparación es todavía más impiadosa si se toma como ejemplo el Reino Unido, donde en el momento de la —prudente— reapertura se registraban apenas 2389 casos, 23 muertos y el 60 por ciento de la población había recibido al menos una dosis de vacuna.
Por eso, los agotados virólogos y trabajadores sanitarios del país temían que incluso la prudente reapertura provoque una sensación de barra libre que pueda traer un repunte antes de que la ola de contagios actual haya remitido del todo.
“En este tipo de situación me cuesta hacer cálculos que no sean de carácter político y social, pero desde un punto de vista epidemiológico es difícil pensar en una reapertura”, dijo el infectólogo del Hospital Sacco de Milán Massimo Galli, uno de los mayores expertos Italianos. “¿Qué pasaría si tuviéramos un gran aumento de infecciones en poco tiempo? Espero que no suceda“.
“La gente está harta y por eso se cuela por cualquier abertura para intentar volver a una vida más normal”, reconoció. “Muchos necesitan trabajar. Pero muchos en sus sesenta y setenta no han recibido la vacuna. Y son los abuelos de los niños que vuelven a la escuela”.
Por su parte, Patrizia Laurenti, especialista en higiene y doctora de hospital Gemelli de Roma, dijo que la reapertura tiene el riesgo de convertirse “un auténtico bumerán a nivel sanitario que esta vez no perdonará a nadie”, fruto de una decisión política que exigirá a la población estar en “un estado de alerta constante”.
Es ese sentido, la decisión de mantener el toque de queda hasta las 22, pese a las presiones de la ultraderecha para eliminarlo, parece ser una señal del gobierno a no bajar del todo la guardia. En un reconocimiento del riesgo, el Ministerio italiano del Interior también dio instrucciones el domingo a las fuerzas de seguridad de que se asegurasen de que se cumplían el distanciamiento social y el empleo de mascarillas para que el levantamiento de las restricciones no conlleve un auge de los contagios.
Del éxito de este “riesgo calculado” depende mucho del futuro de Italia y del gobierno de Draghi. Un nuevo rebrote tendría graves efectos en la campaña de vacunación, comprometería el verano y agravaría los problemas del país. Si hay algo que en Italia todos tienen claro es que la economía, que padece su peor recesión desde el final de la Segunda Guerra Mundial, no puede permitirse un nuevo cierre.
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