Bija, como se lo conoce en Libia, es probablemente uno de los personajes más siniestros y complejos del mundo en este momento. Con todas sus contradicciones, es quien mejor condensa la crisis que atraviesa el país del Norte de África desde la caída de Muammar Gaddafi en 2011.
Oficialmente, es comandante de la Guardia Costera en la ciudad libia de Zawiya, ubicada sobre la costa del Mar Mediterráneo, a 50 kilómetros de Trípoli, la capital del país. Bajo esa condición participó el 11 de mayo de 2017 de una muy controvertida reunión con miembros de la inteligencia italiana en Catania, Sicilia. Encuentro que se había querido mantener en secreto, pero que fue revelado en 2019 por el periódico Avvenire.
Las conversaciones giraron en torno a un solo tema: la crisis migratoria que desde 2014 conmueve a Europa por la llegada a sus costas, a través del Mediterráneo, de millones de personas que huyen de la guerra y el hambre en Siria, Irak, Eritrea y muchos otros países de Medio Oriente y África.
Las autoridades italianas necesitaban que Libia, el principal puerto de salida de las embarcaciones que transportan a los migrantes desde África, hiciera todo lo necesario para poner fin a ese flujo incesante. Abd al Rahman al Milad pidió recursos a cambio. En principio, para comprar barcos y reforzar las operaciones de control en la costa.
Pero Milad, o Bija, estaba en realidad pidiendo dinero para controlarse a sí mismo. Porque es también uno de los principales traficantes de personas del planeta. Su organización cobra miles de dólares a quienes pretenden emigrar. Los lleva totalmente hacinados en embarcaciones precarias hasta las llamadas “zonas de rescate”, a pocos kilómetros de las costas italianas. Por ejemplo, de la isla de Lampedusa.
Allí les rompen los motores y los dejan a la deriva, obligando a la Guardia Costera italiana a rescatarlos y a llevarlos a algún centro de acogida. Cuando las patrullas náuticas los sorprenden antes de arribar a las aguas europeas, directamente disparan a las embarcaciones y las hunden. Bija está acusado de la muerte de decenas de personas en esos naufragios.
Tanta fama alcanzó por sus actividades, que el Consejo de Seguridad de la ONU le impuso sanciones en junio de 2018. El Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), con sede en Trípoli, estaba apoyado por la ONU, así que podría haber avanzado en ese momento contra Bija. Pero estaba demasiado preocupado por la lucha interna que libraba contra la Cámara de Representantes, con sede en la ciudad de Tobruk, en el este del país.
Ambos organismos se adjudicaban la soberanía política sobre todo el territorio libio, plagado a su vez de milicias. Ese conflicto desencadenó en una guerra civil cuando el mariscal Khalifa Haftar, comandante del Ejército Nacional Libio —brazo armado de la Cámara de Representantes—, inició una campaña para conquistar Trípoli.
“Libia es lo que muchos llamarían un estado fallido, que vive en guerra civil desde 2011, independientemente de los muchos intentos de blanquear los niveles de corrupción del gobierno reconocido como legítimo”, dijo a Infobae Marta Silva, profesora de historia del mundo árabe y Medio Oriente en la Universidad de Oporto. “El hecho de que el territorio esté dividido entre dos gobiernos, que ninguno de ellos sea capaz de contar con el consentimiento de una gran mayoría de la población, ni de proporcionar seguridad a sus ciudadanos, sumado a que Libia está situada justo al lado de Europa, la ha convertido en un terreno fértil para el crecimiento de grupos armados, bandas, redes criminales y contrabandistas que se benefician de la desesperación de los refugiados libios y de otros países africanos que quieren cruzar a Europa. En este sentido, creo que es importante que no nos centremos exclusivamente en Milad. Milad es una pieza importante para dar sentido a todas estas cuestiones, pero los problemas de Libia y los relacionados con el tráfico de personas allí son sistémicos y necesitan una respuesta estructural”.
Con el enfrentamiento entre los dos órganos de gobierno en Libia, Bija mostró otra faceta: la de combatiente. Estuvo al frente de algunos de los grupos armados que desde 2019 resistieron los embates de las tropas de Haftar y finalmente lo derrotaron. El comandante de la Guardia Costera, uno de los mayores traficantes de personas del mundo, pasó a ser considerado un héroe por muchos en Trípoli.
Sin embargo, en octubre pasado lo arrestaron por las denuncias en su contra. “Milad fue identificado por Interpol en 2018 como alguien que estaba contribuyendo deliberadamente al tráfico de personas, al disparar a los barcos en los que cientos de migrantes intentaban llegar a Europa, y colocarlos a la fuerza en centros de detención en toda Libia —continuó Silva—. Varias organizaciones de derechos humanos llevaban años denunciando las condiciones inhumanas en las que se mantenía a estos migrantes. Sin embargo, hasta que fue finalmente detenido, Milad circulaba libremente por Libia, e incluso participó en la batalla por Trípoli contra las fuerzas de Haftar. Su detención en octubre es una respuesta a un video que publicó unos meses antes, en el que amenazaba con denunciar la corrupción del GAN”.
Bija escribió un descargo en su cuenta de Facebook. “La prensa escribió noticias falsas sobre mí. Sé que la detención fue ordenada por algunos políticos que olvidaron que Abd al Rahman al Milad había protegido durante años las costas de nuestra patria”. Al parecer, otros políticos sí se acordaron de eso —o de otros favores que le debían—. Porque esta semana se anunció su liberación. Fue después de un cambio de autoridades en Trípoli: el 10 de marzo pasado, tras la firma de la paz con Tobruk y con la Cámara de Representantes, se formó el Gobierno de Unidad Nacional (GUN), en reemplazo del GAN.
Con Mohamed al-Menfi, que sucedió a Fayez al-Sarraj al frente del Consejo Presidencial, que es el órgano ejecutivo del gobierno, Bija recuperó su libertad en apenas un mes. El nuevo procurador general argumentó que “no había evidencias suficientes en su contra”. El hombre al que el Consejo de Seguridad de la ONU considera un criminal internacional fue recibido entre abrazos y aplausos en Zawiya.
“El nexo gobierno-milicia-crimen en Trípoli se afianzó con el GAN impulsado por la ONU”, dijo a Infobae Aya Burweila, analista libia en asuntos de terrorismo y radicalización, y fundadora de la ONG Code on the Road. “Aunque ha habido un cambio de gobierno, no ha habido un cambio sobre el terreno en cuanto a la existencia de milicias y redes de delincuencia en el oeste de Libia. Siguen actuando como siempre. La red de tráfico de personas y de combustible de Zawiya es un poderoso cartel y parece disfrutar de estrechas relaciones con Khalid Mishri, presidente del Alto Consejo de Estado. En este contexto, el procurador general puede haber recibido presiones para liberar a Bija, lo que ilustra aún más cómo la existencia de milicias no sólo amenaza la seguridad de los ciudadanos, sino que puede desbaratar el curso de la justicia y hacer casi imposible la rendición de cuentas y la lucha contra la corrupción en Libia”.
Un traficante alimentado por una crisis humanitaria
La migración ilegal fue siempre un negocio muy lucrativo. La logística necesaria para cruzar las fronteras de varios países y finalmente atravesar el Mediterráneo para llegar a Europa es demasiado compleja. Eso lleva a quienes quieren huir, engañados por quienes les prometen que cruzando el mar hay un paraíso, a depender de organizaciones criminales para hacer la travesía.
Una vez que quedan en manos de esos grupos, tras pagarles lo poco que les queda, los migrantes empiezan a sufrir todo tipo de vejaciones. Los sobrevivientes que logran llegar a destino denuncian los abusos más aberrantes por parte de los traficantes, que contrabandean a las personas con mucho menos cuidado que como lo hacen con drogas y armas.
Es habitual que los delincuentes disparen a los migrantes que hacen algo que no les gusta o que los maten sencillamente de deshidratación. Esto al margen de todos los que mueren en naufragios, que se producen por el estado calamitoso de las pateras, que viajan totalmente superpobladas. Si no naufragan por sí mismas, es porque los traficantes las hunden al ser descubiertos, para evitar que las escolten nuevamente a Libia.
De eso acusó el Consejo de Seguridad de la ONU a Bija. “Milad y otros miembros de la Guardia Costera están involucrados directamente en el hundimiento de embarcaciones de migrantes utilizando armas de fuego. Milad colabora con otros traficantes de migrantes, como Mohammed Kachlaf, quien, según las fuentes, lo protege para que realice operaciones ilícitas relacionadas con la trata y el tráfico de migrantes”, dice la resolución del organismo.
El accionar de estos grupos estaba más limitado cuando Gaddafi tenía el control político de Libia. Es cierto que desde su época la Guardia Costera libia alternaba entre colaborar con las mafias, dejando pasar a algunos contingentes, y combatirlas, para evitar entrar en conflicto abierto con Europa. Aumentar por momentos la cantidad de inmigrantes a los que les permitían embarcarse era una forma de pedir más a los socios europeos a cambio de colaboración.
“Tras la guerra civil de 2014, los estados occidentales y las empresas multinacionales se apoyaron en las milicias para proteger sus yacimientos e infraestructuras”, explicó Lucia Pradella, investigadora de economía política internacional especializada en migraciones del King’s College de Londres, consutada por Infobae. “Ahmad al-Dabbashi era el jefe de los guardacostas de la refinería de Zawiya y Bija era comandante de los guardacostas de Zawiya y líder indiscutible del tráfico de personas. Cuando los servicios secretos italianos llegaron a acuerdos con las milicias y las tribus locales para frenar la emigración desde Libia, Al-Dabbashi y Bija comenzaron a colaborar. Luego, ambos hombres adquirieron una importancia creciente en la guerra contra Haftar”.
Al desatarse el caos tras la caída de Gaddafi, empezaron a proliferar las milicias y las organizaciones criminales, sin que ninguna entidad superior pudiera regularlas. A ese factor se sumó la multiplicación de conflictos políticos y sociales a lo largo de Medio Oriente y del norte de África, la “Primavera Árabe”, que desplazó a millones de personas, que se sumaron al flujo normal de migrantes.
“La OTAN se enfrentó a Libia en 2011 e inauguró una pugna por el acceso a la riqueza petrolera que acabó empoderando a las milicias, que empezaron a competir por el control de los recursos, las fronteras y las instalaciones clave, y se integraron en las instituciones del Estado —continuó Pradella—. Esto condujo a la ruptura de las autoridades estatales centralizadas en medio de la guerra civil que se desarrolla desde 2014. Una fragmentación política reforzada por las potencias imperiales y regionales que compiten entre sí y que prestan apoyo a las diferentes milicias para asegurar la extracción de los recursos libios, tanto legal como ilegalmente”.
Las autoridades europeas se quedaron sin interlocutor para poner un límite a la llegada de personas. En el Mar Egeo pudieron pactar con Recep Erdogan, el presidente de Turquía, vía de salida hacia Europa para cientos de miles de sirios. Pero en Libia no había con quién hablar.
En ese marco se inscribe el encuentro de 2017 en Catania, del que participó Bija. Cuando las autoridades italianas se dieron cuenta de que él y otros grupos empezaban a tomar el control de las regiones costeras cercanas a Trípoli, acordaron con ellos para que traten de contener a los migrantes. No se sabe qué les dieron a cambio, pero el pacto dio resultado para los europeos, porque el número de personas que arriba a través del mar cayó drásticamente.
De 119.369 personas en 2017 —el récord había sido 181.436 en 2016— pasaron a ser 23.370 en 2018 y 11.471 en 2019, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. La contracara son los brutales métodos utilizados por las organizaciones criminales y la Guardia Costera libia para frenar a quienes quieren emigrar.
Los migrantes siguen llegando a Libia con la esperanza de embarcarse, pero los traficantes los encierran en centros de detención donde no se respetan los derechos y las necesidades humanas más básicos. No sólo están hacinados, sino que casi no reciben comida ni tienen baños. Quienes pasaron por ese tipo de lugares los describen como infiernos inimaginables para alguien que no estuvo allí. Y los criminales no dejan de hacer negocios, en este caso, con la complicidad directa de las autoridades europeas. Ya que muchas veces les cobran rescates a los familiares de las personas que mantienen encerradas, a cambio de su liberación.
“Durante los últimos años, la UE ha estado financiando o haciendo la vista gorda ante las actividades de la Guardia Costera libia y de otros grupos de milicianos que patrullan los mares, en un intento de frenar las travesías de los refugiados y migrantes. Esta colaboración libera a la UE de cualquier responsabilidad hacia estas personas, pero también pone a estos refugiados a merced de estos grupos corruptos”, sostuvo Silva.
Bija también fue acusado de participar en estas acciones por el Consejo de Seguridad. “En investigaciones penales —dice el informe— varios testigos han declarado que unos hombres armados los recogieron en el mar con un barco de la guardia costera llamado Tallil, usado por Milad, y los llevaron al centro de detención de Al-Nasr, donde los migrantes permanecen en condiciones brutales y reciben palizas presuntamente”.
El cambio de gobierno en Trípoli no modificó en lo más mínimo esta realidad. La liberación de Bija es la prueba más cabal. “Según la investigadora Francesca Mannocchi —dijo Pradella—, su detención no estuvo relacionada con el reclamo de la ONU, sino con los conflictos internos entre las milicias. En su opinión, Bija no fue detenido, sino que se entregó sabiendo que sería recompensado tras su liberación. De hecho, ha sido ascendido a un rango superior en la Guardia Costera. Así que las milicias de Zawiya están aún más integradas en el nuevo gobierno. La principal consecuencia es, en mi opinión, afianzar aún más el sistema de abusos contra los derechos humanos, la tortura, la extorsión y la violencia contra los inmigrantes”.
Lo único que puede permitir aspirar a un mayor control sobre la actividad de estas mafias es la reconfiguración del estado libio. Si finalmente se logra una recentralización del poder, es posible imaginar que entonces sí el Estado va a aspirar a tener el monopolio de la fuerza en todo territorio.
“Los traficantes de personas siguen actuando con impunidad y con la complicidad de funcionarios del gobierno, de la Guardia Costera, de Migraciones, de Seguridad, de Defensa y los miembros de grupos armados formalmente integrados en las instituciones del estado —dijo Burweila—. Hasta ahora, no se ha llevado a cabo ninguna acción sobre el terreno para abordar el problema de las milicias y las redes criminales en Trípoli, que son endémicas desde 2011. Sin embargo, una de las estipulaciones del Acuerdo de Ginebra de 2020 —que terminó con el conflicto entre Trípoli y Tobruk— es la integración de los combatientes armados en un solo Ejército Nacional. Es una de las responsabilidades del GUN hacer que esto ocurra para que puedan celebrarse elecciones seguras a fin de año”.
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