Después de finalizada la última incursión estadounidense de 2003 en Irak, el crecimiento de las actividades terroristas llevadas a cabo dentro de Arabia Saudita por diferentes grupos islamistas -incluidos radicales sunitas y chiítas por igual- pasaron a ser en un hecho incontrastable que nadie puede negar. También es cierto que la comunidad internacional y los poderes regionales se han focalizado más en aspectos relativos a la radicalización chiíta porque responde a una experiencia más reciente en la región que se afianzo un decenio despues de la llegada al poder del Khomeinismo en Irán. Por otro lado, la radicalización sunita tenía un historial más antiguo debido a la crísis que tuvo su origen en la guerra de resistencia contra la invasión soviética de Afganistán en la década de los 80.
Sin embargo, los recientes cambios políticos en la Casa Blanca y con la profundización de la intervención saudita en Yemen -que ya lleva seis años-, pareciera que ahora sí Washington y Riad buscan esforzarse para pacificar ese país con la idea de poner fin a la grave crísis humanitaria que transita.
La última propuesta saudita en esa dirección fue ofrecida por el ministro de Relaciones Exteriores del Reino, Faisal bin Farhan, el 21 de marzo pasado y aparece en momentos en que la administración Biden y las Naciones Unidas buscan una resolución definitiva y la salida pacífica del conflicto. No obstante, hay un gran numero de factores y energías endógenas y exógenas que no pueden soslayarse.
La variedad de actores locales y regionales involucrados y con agendas políticas diferentes hacen temer que la guerra con el Reino no solo se extienda sino que corre el riesgo de que posicione a Irán y a sus milicias hutíes desplegadas en Yemen para que el país corra la misma suerte que Irak, Líbano y Siria y acabe en sus manos para luego ser desintegrado por conflictos internos que arrastra desde tiempos inmemoriales.
En ese marco, un grupo de legisladores estadounidenses solicitaron al secretario de Estado de los Estados Unidos, Antony Blinken re-designar a las milicias hutíes respaldadas y financiadas por Irán como organización terrorista, según informó la cadena arabe Al-Arabiya el martes pasado. Los miembros del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes remitieron en una carta a Blinken describiendo un escenario en el que los ataques en el Oriente Medio han aumentado incluyendo áreas civiles e infraestructuras energéticas sensibles a la estabilidad regional y a las necesidades internacionales de recursos energéticos. La acción de los congresistas se produce en momentos en que la administración Biden revirtió la decisión de Donald Trump que sindicaba a las milicias hutíes como organización terrorista.
El ex-secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, había incluido a los hutíes como organización terrorista durante el mes de enero pasado, lo hizo siete días antes de que Biden asumiera el cargo. Las designación apuntó al grupo Ansar Allah (“Soldados de Dios” en lengua árabe) por sus actos terroristas, incluidos los ataques transfronterizos a las bases sauditas de la compañía Aramco, los que constituyeron graves amenazas para las poblaciones civiles y los trabajadores de las refinerías petroleras, su infraestructura y la navegación comercial en la región del Golfo, declaró Pompeo en ese momento. La designación también estaba destinada a presionar para avanzar en las conversaciones para restaurar la unidad, soberanía y estabilidad de Yemen sin interferencia del régimen persa. La medida promulgada por Pompeo fue apoyada fuertemente por Arabia Saudita quien, desde 2018, denunció reiteradamente en los foros internacionales las actividades ilegales de grupos chiítas radicales relacionados con Irán dentro Yemen y también del Reino. Sin embargo, los grupos terroristas continuaron operando.
Para comprender aquel conflicto hay que remitirse a aspecto teológicos donde el universo musulmán incluye tres escuelas de doctrinas chiítas, del mismo modo que hay alli cuatro expresiones de la escuela sunita. Las tres sectas chiítas son conocidas como Zaidi, Ismaili y Yaafari. Cuando muchos en Occidente se refieren o escriben sobre el término chiíta en su generalidad, la opinión pública debe saber que la referencia es a la escuela Yaafari, conocida por su doctrina enfocada en la creencia de los “doce Imames”, de allí que se la conozca también como escuela duodecimal. En Arabia Saudita los seguidores de la doctrina duodecimal residen en la zona oriental del Reino, la mayoría lo hacen en Qatif y Al-Ahsa, aunque un grupo importante de ellos vive en el oeste de Arabia Saudita, en las adyacencias de la ciudad de Medina. Según fuentes oficiales de la Casa Saud, los musulmanes chiítas integran entre el ocho y el quince por ciento de la población total del Reino, de allí surge la preocupación actual de Riad que se funda en la detección del apoyo popular que tiene el chiísmo radical en ese porcentaje de residentes dentro de su territorio. Este punto es complejo de determinar aunque la sospecha esta direccionada principalmente a sectores marginales donde los radicales, sean sunitas o chiítas, suelen estar en el foco de las investigaciones del gobierno saudita por ser asuntos de seguridad nacional, lo cual no siempre es justo en la dureza del enfoque habida cuenta que muchos chiítas no están involucrados en actividades desestabilizadoras estimuladas por Teherán. No obstante, sí hay un número chiítas que consideran a Irán “la madre patria” en materia de fe religiosa dentro de Arabia Saudita y han estado cercano a distintos complots y actividades radicales en el pasado intentando crear grupos islamistas a través de distintas actividades proselitistas desde principios de los años 80 dada la influencia de la Revolución Islámica iraní de 1979. Precisamente en 1981, un grupo de jóvenes militantes chiítas nacidos en Arabia Saudita lanzo subrepticiamente el primer movimiento político-religioso denominado Organización para la Revolución Islámica en la Península Arábiga, (OIPA en sus siglas en español), que sigue la línea ideológica del fallecido Ayatollah Muhammad Al-Husayni. Sin embargo, mayoritariamente los miembros del grupo eran disidentes que vivían fuera del Reino pero comenzaron a regresar en 1993, cuando el también fallecido Rey Fahd emitio un indulto oficial que amnistió a todos los que no estuvieron involucrados en crímenes violentos tendientes a desestabilizar el Reino.
Así, en la actualidad la preocupación de la inteligencia saudita es la detección del renacer de otro movimiento islámico chiíta radical denominado Ansar Al-Imam, cuya base ideológica se inspira en el creador de la República Islámica de Irán, el Ayatollah Ruhollah Khomeini.
Según las autoridades de seguridad, el movimiento está estrechamente relacionado a la inteligencia y actividades en favor de los hutíes yemeníes en detrimento de la seguridad del Reino. El grupo también se hace llamar el “Hezbollah Saudita”. En su origen el nombre del grupo tomó como referentes a los estudiantes iraníes que atacaron y ejecutaron la toma de la embajada estadounidense en Teherán en el mes de noviembre de 1979. En la actualidad el nombre se extendio como un amplio simbolismo que incluye a todos los activistas chiítas que siguen la ideología de Khomeini. La denominación actual de “Hezbollah” remite a una facción de la élite iraní después de que la Revolución khomeinista tomó el poder y el término se aplicó más tarde al partido-milicia libanés creado en 1982.
En Arabia Saudita hay muchos grupos considerados “Ansar Al-Imam”, ya que no solo han adoptado las ideas de Khomeini a nivel religioso sino que define a los chiítas del Reino en su aspecto cultural. Desde el nombre “Hezbollah”, se puede ver la asociación con Irán y sus grupos armados que adoptan la ideología khomeinista como lo ha hecho el Hezbollah libanés o la milicia iraquí que adoptó el nombre de Kataib Hezbollah. De allí que funcionarios de contra-inteligencia sauditas estén trabajando arduamente desde la llegada al poder del príncipe heredero Mohamed bin Salman. Pero no ha sido hasta el año pasado en que esos organismos pudieron acceder a información concreta y detalles operativos sobre el Hezbollah Saudita, y a pesar de que fuentes de seguridad del Reino aseguran tener el control sobre sus miembros y su forma de operar, todavía no han podido neutralizar su accionar de forma completa.
En cuanto a Estados Unidos, las razones que esgrime la administración Biden para dejar sin efecto la calificación de organización terrorista de los grupos que la incluyen es que todo lo que han podido encontrar es una fuerte sospecha de una asociación entre la organización y el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán (IRGC por sus siglas en inglés). Esta hipótesis parece ser razonable, ya que el IRGC es la agencia iraní que trabaja en el respaldo de cada una de las milicias asociadas a Irán en todo el mundo. No obstante ello, la decisión de Biden parece estar tomada en cuanto a ratificar el levantamiento de la calificación como organización terrorista y eso no ha sido aceptado con beneplácito por parte de Riad.
La pregunta que los sauditas se efectúan hoy es si la renovada diplomacia internacional que pretende mostrar Washington sentará las bases para la paz en Yemen, y si ello brindara seguridad a su territorio y sus súbditos. Sin embargo, nadie en la región puede imaginar todavía cómo sería un Yemen pacificado y libre de la injerencia khomeinista ya que gran parte del esfuerzo de reconciliación depende de los propios yemeníes, lo cual abre una serie de interrogantes de más difícil respuesta en dirección al papel que pueda desempeñar no solo Irán sino las energías externas que han marcado sus agendas en Yemen durante estos seis años de cruenta guerra civil, incluida Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Omán y los Estados Unidos mismos, al tiempo que todos ellos transitan un proceso que no parece ofrecer garantías de éxito ante las cada vez mas pétreas posiciones iraníes con los Estados Unidos y la comunidad internacional en materia de su Dossier nuclear aun sin resolver.
Este convulsionado tablero regional muestra inexorablemente un escenario abierto en el que se busca contra reloj una resolución pacifica a través de una salida diplomática que se torna cada vez más compleja dado el curso de colisión inminente al que parecen dirigirse los acontecimientos sobre el terreno.
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