Un respiro ante la pandemia: el estremecedor espectáculo más antiguo del mundo, como nunca antes

La explosión de un volcán en Islandia, diferente a todos los demás, se convirtió en un atrapante show en vivo para miles de locales y turistas

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El volcán Fagradalsfjall en plena ebullición filmado por el dron de Bjorn Steinbekk (@bsteinbekk)

La erupción de los volcanes, ese fenómeno que nos recuerda cada tanto que vivimos sobre una bola de fuego, está asociada a tragedias que sepultan pueblos enteros o a nubes apocalípticas de humo y cenizas que, impulsadas por los vientos, afectan los cultivos, la salud y la vida cotidiana de ciudades a cientos de kilómetros de distancia. Por eso, el impulso natural ante la noticia de que un volcán ha entrado en erupción es huir lo más lejos posible.

Pero esta vez no.

Incluso para Islandia, una isla a orillas del Círculo Porlar Ártico acostumbrada a los movimientos sísmicos, erupciones periódicas de alguno de sus 130 volcanes y el estallido cotidiano de géiseres y fumarolas -todo fruto de su ubicación sobre la dorsal en la que se chocan las placas tectónicas norteamericana y euroasiática-, lo que está ocurriendo desde hace dos semanas en la península de Reykjanes es inédito.

El desfile de gente ante el volcán es incesante a toda hora, como muestra este video

Es que, a diferencia de otros conos que entraron en erupción en las últimas décadas, el de Fagradalsfjall es relativamente pequeño (385 metros de altura), cercano a la capital Reykjavik, arroja poco humo y gases nocivos, pero en cambio exhibe orondo y sin pausa desde el 19 de marzo su fotogénico cráter incandescente en una película hipnótica y amigable que hasta ahora solo parecía posible en la ficción digital de Pixar.

Miles y miles de islandeses se han lanzado a su encuentro para disfrutar del show único y fascinante que brinda por primera vez en 6.000 años este volcán en lo que parece ser un escape vital a los orígenes de un planeta detenido por la pandemia.

Miles y miles de islandeses colapsan la ruta desde la capital y luego realizan la caminata hasta el valle del Fagradalsfjall (EuroNews)

La fila de autos que recorre a diario los 30 kilómetros desde la capital ha provocado en los últimos días los mayores atascos de tráfico en la historia de este país de algo más de 350 mil habitantes. Una vez estacionados a un costado de la ruta y pertrechados de botas, abrigos y bastones, grandes y chicos marchan expectantes durante unas 3 horas a través de un terreno yermo, poceado y ondulante, apenas salpicado por algunos musgos nevados. Hasta que desembocan en un anfiteatro natural donde quedan boquiabiertos, extasiados frente al fuego que sale a saludarlos desde las entrañas del planeta.

Fagradalsfjall -una palabra compuesta del islandés que signifca “montaña del valle hermoso” y que en realidad refiere al monte más cercano al lugar de la erupción- es hoy una olla sin tapa que seduce con su sopa hirviente de zanahoria en ebullición, sus chispas alzándose al cielo y los 100 mil litros por segundo de un jugo viscoso que aflora a más de 1.200 grados centígrados y se derrama lentamente sobre el valle, formando un nuevo mapa de lagunas, calles y avenidas de un naranja furioso que se detienen como la espuma del mar al pie de los espectadores y, al enfriarse, se convierten en un manto negro arrugado e iridiscente que zumba durante horas su tibio crepitar.

Un grupo de científicos se cocinó unos hot dogs sobre la lava todavía caliente (Reuters)

Este Disneyworld geológico, cómo no, se ha vuelto un escenario ideal para la fotografía y el video, desde las selfies para el Instagram de los aficionados a los rodajes de los camarógrafos profesionales y sus drones ultra modernos que han permitido tomas cinematográficas sobrevolando los ríos de lava y el mismísimo crater como nunca antes.

Cada cual disfruta de ese escenario único a su gusto. Algunas parejas han aprovechado para pedirse matrimonio, otras directamente para casarse, hay quienes posan vestidos de gala, disfrazados o desnudos, juegan un partidito de volley o cuecen unas salchichas sobre la parrilla natural de lava aún crujiente, todo con la montaña regurgitante como telón de fondo.

Un grupo de amigos armó un partido informal de volley frente al volcán.

A los científicos islandeses no los tomó por sorpresa. En las tres semanas previas se habían producido unos 50.000 movimientos telúricos en la isla, muchos de ellos en esa península de Reykjanes, al sudoeste del país, el área donde está el aeropuerto internacional de Keflavik. La última vez que había ocurrido un reacomodamiento tan intenso del terreno fue hace 800 años y fue seguido por un largo siglo de erupciones volcánicas.

Nadie se anima a pronosticar durante cuántos días o meses el Fagradalsfjall seguirá ofreciendo su festival de magma. Pero muchos geólogos pronostican que pueden aparecer otros sucesores cercanos que tomen la posta en breve.

Una mujer toma su foto de recuerdo (AP Photo/Marco Di Marco)
Una mujer toma su foto de recuerdo (AP Photo/Marco Di Marco)

La noticia no puede haber llegado en un mejor momento para este pequeño país que había visto explotar el turismo internacional durante los últimos años, sufrió la sequía de visitantes por la pandemia y acaba de reabrir sus fronteras para toda persona vacunada.

El gobierno islandés ya aprobó un refuerzo presupuestario para la municipalidad de Grindavik, la población más cercana, para que pueda instalar estacionamientos, baños químicos y señalizar el sendero que lleva hasta el Fagradalsfjall. Allí donde se espera que sigan llegando miles de personas para disfrutar del espectáculo más antiguo del mundo: el ser humano frente al fuego.

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