El disidente ruso Alexei Navalny es la piedra más dura que Vladimir Putin tiene en sus zapatos. Los servicios de seguridad del Kremlin hicieron todo lo posible en los últimos meses para deshacerse de él sin ningún éxito. Lo envenenaron con el agente nervioso Novichok cuando estaba subiendo a un avión, la nave tuvo que aterrizar de emergencia para que le salvaran la vida, dos días más tarde los médicos del lugar lograron que lo trasladen a Berlín para realizar un tratamiento adecuado, sobrevivió después de dos meses en terapia intensiva, volvió a Moscú, lo arrestaron, fue a parar a una cárcel de máxima seguridad y ahora está en huelga de hambre porque no le dan las medicinas que necesita para su recuperación. Navalny parecería estar hecho de tungsteno, el metal más resistente que hay en la Tierra.
Ante la resiliencia de Navalny, pareciera que los esfuerzos para castigarlo fueron direccionados hacia los que lo ayudaron a sobrevivir. Algo de eso sospechan en Europa que sucedió con la súbita muerte de dos de los médicos que trataron al disidente en el Hospital de Urgencias nº 1 de Omsk, la ciudad siberiana donde hizo el aterrizaje de emergencia el avión tras el envenenamiento. El último caso ocurrió esta semana. Rustam Agishev, de 63 años, médico de la unidad de “envenenamiento agudo” falleció tras sufrir un derrame cerebral. En febrero, el jefe de la unidad de cuidados intensivos del mismo hospital, Sergei Maksimishin, de 55 años, había fallecido por un “repentino ataque al corazón”.
Una colega de ambos médicos, la doctora Maria Morozova, dijo a la prensa rusa que sus muertes fueron “muy inesperadas”. En Londres, varios informes de prensa indicaron que los médicos “fueron probablemente liquidados” para evitar que compartiera los detalles del intento de asesinato de Navalny. Y citan un post en la red Telegram bajo el nombre de “General SVR”, que en otras oportunidades dio información confidencial sobre la salud de Putin y otros jerarcas de su gobierno, que decía: “La cuestión no es si estuvo involucrado en el tratamiento de Alexei Navalny, sino que el motivo de su liquidación fue su disposición a compartir información sobre el tratamiento a la que tuvo acceso”.
En octubre, otro médico jefe adjunto del hospital, Anatoly Kalinichenko, renunció a su trabajo, diciendo que se había trasladado a una clínica privada por “su amor a la cirugía”. Cuando Navalny fue llevado de urgencia, Kalinichenko, fue inicialmente responsable de su atención médica. También habló con los medios de comunicación y con los médicos en Alemania, donde Navalny fue trasladado posteriormente. Pero fue inmediatamente desplazado y tomó su lugar el jefe del hospital, Aleksandr Murakhovsky, miembro del partido gobernante Rusia Unida, quien aseguró que el grave estado de salud de Navalny no estaba causado por ningún envenenamiento sino por un “trastorno metabólico”. Murakhovsky, que también retrasó el traslado de Navalny a Berlín durante dos días, fue nombrado posteriormente ministro de Sanidad de la región de Omsk.
El 20 de agosto del año pasado, Navalny, de 44 años, tomó un vuelo de la aerolínea S7 en la ciudad siberiana de Tomsk con destino a Moscú. En el aeropuerto bebió un té donde supuestamente le colocaron el veneno. Una media hora más tarde, ya en el aire, comenzó a sentirse mal y en diez minutos los dolores lo hacían retorcerse y gritar. Uno de ellos grabó la escena y la subió a las redes sociales. Cuando buscaron un médico a bordo, sólo encontraron una enfermera que le hizo los primeros auxilios. El piloto decidió hacer un aterrizaje de emergencia en la ciudad de Omsk. Allí lo esperaba una ambulancia que lo llevó al hospital de emergencias. Navalny entró en coma inducido y fue evacuado a Alemania, donde pasó cinco meses recuperándose del envenenamiento. Las pruebas realizadas en Europa determinaron que la toxina era de la familia Novichok de agentes nerviosos de la era soviética.
En enero, Navalny, regresó a Rusia. Fue detenido en el aeropuerto. Un tribunal de Moscú dictaminó que, mientras estaba en Alemania, Navalny había violado la libertad condicional de una sentencia de hacía varios años por una supuesta malversación de fondos. La sentencia fue de 2 años y medio de cárcel. Desde entonces se encuentra en la Colonia Correccional nº 2, a unos 100 kilómetros de Moscú, una de las cárceles más duras de Rusia.
La decisión del tribunal lanzó una serie de protestas en las principales ciudades rusas. Miles de personas salieron a las calles y prendieron velas. La represión fue brutal. Una de las más duras de las vividas en la Rusia de Putin. Cientos de personas fueron condenadas por resistencia a la autoridad. A principios de marzo la UE y Estados Unidos impusieron sanciones a Rusia por el envenenamiento y el encarcelamiento de Navalny. “La comunidad de inteligencia evalúa con alta confianza que oficiales del Servicio Federal de Seguridad de Rusia (FSB) utilizaron un agente nervioso para envenenar al líder de la oposición rusa Alexi Navalny”, aseguró la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki. Aunque el presidente Joe Biden aún no determinó qué sanciones tomará contra el gobierno ruso.
La situación se agravó cuando los aliados de Navalny informaron el 24 de marzo que su salud se estaba deteriorando y no estaba recibiendo tratamiento médico. Las autoridades de la cárcel dijeron en un comunicado que Navalny se quejaba de dolor en una pierna y pidió ayuda para recibir inyecciones para tratarlo. El disidente respondió al día siguiente a través de una carta en las redes sociales que no le proporcionaron los medicamentos adecuados y se niegan a permitir que su médico lo visite. Desde que está en prisión perdió ocho kilos. También se quejó en un segundo mensaje de que los controles nocturnos que le hace un guardia de la cárcel cada hora equivalen a una tortura por privación de sueño. La abogada de Navalny, Olga Mikhailova, dijo tras visitarlo en prisión que “su pierna derecha está en un estado terrible”. Y su esposa, Yulia, aseguró que todo era parte de la “venganza personal” de Putin. El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, negó todo y dijo que el presidente no seguía “el día a día de los acontecimientos carcelarios”.
Putin se enfrenta a otros graves problemas al mismo tiempo. Desde que Rusia invadió Ucrania, los inversores privados y extranjeros perdieron su interés en el país. Con un crecimiento económico apenas por encima de cero, los ingresos reales cayeron un 10,6% desde 2014. El gobierno admitió una caída del PIB del 3,1% en 2020, pero en términos de rublos, y el rublo se debilita día a día. Medido en dólares, el PIB de Rusia en 2020 fue un 10% menor que en 2019. La única buena noticia que recibió Putin en los últimos tiempos fue la de que los laboratorios rusos habían desarrollado la vacuna Sputnik V contra el Covid. Esto le devolvió cierto prestigio a la ciencia rusa y lavó de alguna manera la imagen del presidente.
“Los economistas dicen que el rublo está infravalorado debido a ‘factores políticos’. Pero esos factores son obra del propio Kremlin. Es el rechazo absoluto de Putin, no solo a la democratización y la liberalización económica, sino a cualquier intento de modernización, lo que ha puesto a la economía de rodillas”, explicó Andrei Kolesnicov del Carnegie Moscow Center.
Y no es solo la economía la que está sufriendo. El sistema judicial no es creíble. Las universidades están perdiendo su vigor intelectual, a medida que los profesores son reprimidos y los activistas estudiantiles son expulsados. Incluso la burocracia estatal se está deteriorando. “El régimen de Putin se ha vuelto obsoleto, moral, política y tecnológicamente”, escribió Kolesnikov. Y puso como ejemplo del retroceso el hecho de que los retratos de Genrikh Yagoda, el director de la temida NKVD (la policía secreta de la Unión Soviética), volvieron a colgarse en los recintos policiales (uno de ellos fue visible durante uno de los juicios de Navalny). Y se está levantando una estatua de Lavrenti Beria, la figura más aterradora en la historia rusa del siglo XX después de Stalin, en sala de exposiciones de la Rosatom State Atomic Energy Corporation.
En este contexto es que Navalny permanece en huelga de hambre en la cárcel y en el que murieron los dos médicos que facilitaron su traslado a Alemania, la acción que fue definitoria para salvarle la vida al famoso disidente.
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