Lee Hak-rae, el último coreano condenado por crímenes de guerra después de servir en el ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial, murió el domingo a los 96 años sin recibir disculpas ni una compensación que consideraba que Tokio le debía por su sufrimiento, informó el medio South China Morning Post.
Lee nació en 1925 en lo que ahora es Jeollanam-do en Corea del Sur, pero fue criado como japonés ya que la península de Corea había sido colonizada por Japón en 1910. Decidió llamarse Hiromura Kakurai y se unió al ejército a los 17 años, para luego ser enviado a Tailandia a proteger a los prisioneros de guerra aliados que eran obligados a construir el ferrocarril Myanmar-Tailandia para la invasión planificada de la India bajo control británico.
Fue trasladado al campo de prisioneros de guerra en Hintok, que proporcionó mano de obra para el tramo de la línea conocido como Hellfire Pass. Alrededor de 100 de los aproximadamente 700 australianos que trabajaban en el sitio murieron, en su mayoría por exceso de trabajo y enfermedades como la disentería y el cólera, aunque el abuso físico que experimentaron también fue un factor contribuyente.
Entrevistado en 1988, Lee dijo que nunca había abusado de los prisioneros a su cargo y que les tenía miedo debido a su estatura, según South China Morning Post.
Esa afirmación fue socavada por los diarios de Sir Edward “Weary” Dunlop, el coronel del ejército australiano que sirvió en el Cuerpo Médico y fue capturado en Java en 1942. En un pasaje, Dunlop escribió que se había indignado tanto por el trato brutal de “El Lagarto” - el apodo que los prisioneros de guerra le pusieron a Lee - que encontró un trozo de madera y se escondió junto a un camino de la jungla que sabía que Lee iba a tomar. Su intención era matar a Lee y ocultar el cuerpo, pero cambió de opinión luego de darse cuenta de que él y otros prisioneros de guerra serían responsables de su muerte.
En 1988, Lee se sorprendió por esta revelación y aseguró que no tenía idea de lo cerca que estuvo de la muerte ese día.
Tres años después, viajó a Australia para una reunión de sobrevivientes del ferrocarril de Myanmar y, por primera vez en casi 50 años, conoció a Dunlop. Lee se disculpó y le regaló un reloj de oro con las palabras “No más Hintok”.
Después de la rendición de Japón en 1945, 321 de sus súbditos coloniales fueron condenados por tribunales militares aliados por crímenes de guerra, muchos de los cuales implicaron el maltrato de prisioneros. Finalmente, fueron ejecutados 23 coreanos y 26 taiwaneses.
Lee, quien fue arrestado en Tailandia y devuelto a Japón, fue condenado a muerte en la horca por haber abusado de los prisioneros de guerra a su cargo. Los sobrevivientes revelaron que Lee era famoso por ser uno de los guardias más brutales del campo y tenía la reputación de agredir a los prisioneros en la cabeza con un trozo de bambú, además de obligar a los pacientes del hospital del campo a trabajar en la vía del tren si se necesitaba más gente. La sentencia de Lee fue posteriormente conmutada en apelación por 20 años de prisión y fue puesto en libertad en 1956 después de cumplir 11 años.
En ese momento, Japón ya había firmado el Tratado de Paz de San Francisco de 1951, en virtud del cual los coreanos que habían luchado por Japón perdieron su nacionalidad japonesa, junto con su derecho a reclamar una pensión militar. Considerados traidores en Corea, otros miles tampoco pudieron reclamar el apoyo financiero de su actual patria independiente. Lee continuó como un ciudadano surcoreano con derechos de residencia permanente en Japón.
Temerosos de la hostilidad que enfrentarían si regresaban a Corea, la mayoría decidió quedarse en Japón, donde un grupo de ex criminales de guerra extranjeros estableció una organización de apoyo, conocida como Doshinkai, en 1955. Lee, que operaba una compañía de taxis en Tokio, más tarde se convirtió en jefe del grupo y, finalmente, en su último miembro vivo.
El objetivo de la misma era obtener una disculpa del gobierno japonés por obligarlos a servir en el ejército durante la guerra y exigir una compensación por el “daño a su reputación” y por la pensión y otros pagos que no pudieron reclamar.
El grupo presentó solicitudes legales cada vez que se instaló un nuevo gobierno en Tokio, pero nunca lograron avanzar. En una reunión de Doshinkai en octubre de 2014, Lee afirmó: “Es una situación difícil y me gustaría pedir apoyo público. Pido que nuestro honor sea restaurado muy pronto”.
En ese momento, los ex prisioneros de guerra respondieron con desprecio a su demanda. Arthur Lane, un corneta del Regimiento de Manchester que fue capturado en la caída de Singapur en febrero de 1942, dijo que las tropas de las colonias japonesas eran los peores abusadores.
“Los guardias japoneses eran malos, pero los coreanos y los formosanos eran los peores”, declaró a The Daily Telegraph. “Estos eran hombres a quienes los japoneses despreciaban como colonos, por lo que necesitaban demostrar que eran tan buenos como los japoneses. Y no tenían a nadie más con quien desquitarse aparte de nosotros, los prisioneros de guerra”, añadió.
Lane, quien murió en 2016, señaló que tocó su corneta en cientos de entierros mientras estaba en el “Ferrocarril de la Muerte”.
“Es por eso que no simpatizo con las afirmaciones de este grupo. Estos hombres se ofrecieron como voluntarios y todos sabían exactamente lo que estaban haciendo. Y nos maltrataron porque querían complacer a sus amos y sabían que podían salirse con la suya. Se unieron por diversión, cuando Japón estaba ganando la guerra, y lo aprovecharon para su propio disfrute”, dijo Lane.
“No recibirán una disculpa ni una compensación del gobierno japonés”, indicó. “Creo que un resultado más apropiado sería sacarlos y azotarlos por lo que nos hicieron”, finalizó.
Lee ingresó en el hospital después de caerse en su casa en Tokio el 24 de marzo, que le produjo lesiones en una pierna y en la cabeza. Su familia expresó que se llevará a cabo un funeral privado, según informó South China Morning Post.
SEGUIR LEYENDO: