El intenso viento y la arena suspendida que convierte todo en un ocre indescifrable, llevaron al portacontenedores Ever Given a sumar su nombre a una historia de 4.000 años. A las 7:40 (hora local) del martes 23 de marzo, el buque se desvió hacia la orilla. Tras tocar tierra, giró y entró en una posición perpendicular al curso del agua. El Canal de Suez, la principal vía del comercio global entre Asia y Europa, quedó totalmente bloqueado. Egipto empezó a perder 800 millones de dólares por día. Aumentó el precio del petróleo. Se cortó el suministro de piezas para autos y computadoras en Estados Unidos. Y las aguas que parecían, por fin, haberse calmado después de siglos de disputas, volvieron a ser historia.
Es una de las pocas obras de ingeniería en uso que realmente merece el mote de “faraónica”. Unos veinte siglos antes de Cristo, los egipcios comenzaron a hacer planes para unir el río Nilo con el Mar Rojo. En principio, fue una red de pequeñas lagunas que sólo funcionaba cuando se producían las grandes crecidas. En 1250 a.C., Ramsés II lo amplió hasta que tuvo casi 100 km de extensión. Fue el rey persa Darío I quien lo terminó, limpió y continuó hasta Suez hacia el 500 a.C. El resultado fue una vía de unos 45 metros de ancho que permitía que dos naves pudieran cruzarse, con un camino paralelo para remolcarlas con cuerdas desde tierra. La primera inauguración oficial del canal la hizo Darío I que lo recorrió con una treintena de navíos repletos de las riquezas que traían desde la India. Fue un acto de fuerza para sus enemigos y la fidelización de sus aliados internos. Para recordar el momento, erigió cuatro monolitos con inscripciones en persa antiguo, elamita y babilonio. Tras la conquista romana de Egipto, el canal quedó cegado hasta que el emperador Trajano (siglos I-II), dentro de su política de obras públicas, lo renovó y le dio el nombre de Río de Trajano. A finales del siglo III volvió a quedar abandonado.
En el siglo XVI fueron los comerciantes de Venecia, que buscaban vías más prácticas para traer las mercaderías de Asia, quienes reflotaron el proyecto. Luego fue Luis XIV quien envió a sus ingenieros sin mayor éxito. Hasta que llegó a Egipto Napoleón Bonaparte con el ingeniero Ferdinand Lesseps que había estudiado todos los intentos anteriores de abrir esa vía navegable entre el Mediterráneo y el Mar Rojo. “Un defecto de la geografía. Ciento sesenta y dos kilómetros que pueden acortar en 8.000 kilómetros la travesía marítima entre Europa y Asia”, explicó Lesseps.
El ingeniero francés era pariente de la emperatriz Eugenia de Montijo, la esposa de Napoleón III, y eso le dio un acceso privilegiado. Había sido cónsul general en Alejandría y durante ese tiempo hizo amistad con el heredero al trono de Egipto, Muhammad Sa’id Pasha. Fue él quien en 1854 otorgó un acta de concesión por 99 años para la construcción de la obra a la Compañía Universal del Canal Marítimo de Suez, presidida por Lesseps, por la que el gobierno egipcio recibiría 15% de los beneficios, la compañía 75% y los fundadores 10%. Los británicos se opusieron y utilizaron a los turcos otomanos para obstaculizar la construcción. No lo lograron. Lesseps consiguió la financiación a través de la Banca Rothschild por 17 millones de libras esterlinas. El 17 de abril de 1859 comenzaron las obras ante enviados de la prensa europea y la emperatriz De Montijo.
Un millón y medio de egipcios –de los cuales al menos el 10% no pudieron ver concretado el canal porque murieron en sucesivos accidentes y pestes- trabajaron durante diez años para escavar desde Port Said hasta Port Tewfik una zanja de 22 metros de ancho y 8 metros de calado (suficiente para los barcos de esa época). El 17 de noviembre de 1869 se realizó la segunda inauguración con la presencia del emperador de Austria, el príncipe de Prusia, el sultán de Turquía y el Sha de Persia, entre muchos otros nobles y monarcas. Giussepe Verdi escribió especialmente para la ocasión su ópera Aída que se estrenó a orillas del canal ese día. Todo terminó con un primer cruce entre mares de una fila de barcos de todo el mundo.
En 1875, el primer ministro británico Benjamin Disraeli convenció a la reina Victoria para adquirir casi clandestinamente las acciones egipcias (44%) con ayuda de los Rothschild, y mediante el Convenio de Constantinopla de 1888, el canal quedó en control militar inglés hasta 1936. Fue un negocio fantástico para ingleses y franceses, sobre todo cuando se convirtió en la principal vía de paso del petróleo proveniente de los países árabes. El mundo comenzó a depender de la energía que pasaba por el canal. Todo hasta que, el 26 de julio de 1956, en Alejandría, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, en mitad de un discurso aparentemente intrascendente, soltó un bombazo. Dijo Nasser: “Yo, hoy en nombre del pueblo, tomo el canal de Suez. A partir de esta tarde el canal será egipcio y estará dirigido por egipcios”. Lo necesitaba para financiar la represa de Asuán, una obra imperativa para el desarrollo del país.
La decisión de Nasser llevó a la guerra. La intervención comenzó el 29 de octubre de 1956 con la invasión de la franja de Gaza y la península del Sinaí por parte de Israel, que en cuatro días había ocupado el territorio. Simultáneamente, Francia y Reino Unido bombardearon el territorio egipcio para posteriormente recuperar el canal. La respuesta de Egipto, en una evidente situación de debilidad, fue hundir más de cuarenta buques mercantes en el canal de Suez, bloqueándolo por completo. La victoria de los tres aliados sobre Egipto no fue bien vista por Estados Unidos y la Unión Soviética, entonces ya las nuevas superpotencias globales tras la Segunda Guerra Mundial. Ambas presionaron a Reino Unido, Francia e Israel para que se retiraran del territorio egipcio bajo la amenaza de un posible enfrentamiento militar con la URSS y la aplicación de sanciones económicas por parte de Washington. El canal de Suez, tras casi un siglo bajo dominación extranjera, pasaba por fin a manos egipcias. La intervención estadounidense y soviética para detener el conflicto representó no solo la victoria de Egipto frente a la descolonización, sino que asestó el golpe final a los imperios coloniales de Francia e Inglaterra para dar paso a un nuevo sistema bipolar en el que la URSS y Estados Unidos serían los protagonistas.
La victoria de Nasser sobre las potencias coloniales y, más aún, sobre Israel, fue el gran impulso que necesitaba el recién nombrado presidente para encumbrarse como el gran líder del mundo árabe y de la nación egipcia. No obstante, las tensiones con el Estado hebreo continuaron y llevaron inevitablemente a otro enfrentamiento armado en 1967: la guerra de los Seis Días. Esta vez el combate se saldó con la victoria de Israel, que ocupó la península del Sinaí y la franja de Gaza, antes bajo control egipcio. También los Altos del Golán sirios y Cisjordania, dominada por Jordania.
La ocupación israelí de la península del Sinaí, y con ella la orilla este del canal de Suez, llevó a Egipto a bloquear el paso marítimo para evitar que Israel se hiciese con su control. El bloqueo del canal solo se solucionó tras otro enfrentamiento armado: la guerra de Yom Kippur de 1973, en la que los países árabes buscaban recuperar los territorios perdidos en la guerra de 1967. Al fin de la guerra y pese a sufrir una nueva derrota militar, Egipto negoció con Israel la recuperación del Sinaí, lo que permitió la reapertura del canal en 1975. Durante este tiempo, Egipto y los países del golfo habían acordado la construcción de un oleoducto llamado Sumed que conectase la costa del mar Rojo con el mar Mediterráneo para garantizar el suministro de petróleo a Europa. Durante el tiempo que el canal permaneció bloqueado se tuvo que recurrir a la anterior ruta que pasaba por el cabo de Buena Esperanza, lo que provocó una fuerte disminución del flujo de comercio internacional entre 1963 y 1975.
El canal de Suez también fue, entre muchos otros, un motivo para el golpe de Estado que en 2014 derrocó al presidente islamista Mohamed Morsi. La Autoridad del canal de Suez, pese a ser una empresa estatal independiente, siempre estuvo ligada al poderoso Ejército egipcio —considerado como un Estado dentro del Estado y con un control gigantesco sobre la economía egipcia—. La posibilidad de que Morsi alcanzase un acuerdo con Qatar para ceder el control del canal implicaba una reducción de poder de las Fuerzas Armadas sobre una empresa extremadamente lucrativa.
Tras el derrocamiento de Morsi, el nuevo presidente, el mariscal Abdelfatá al Sisi, puso en marcha en 2014 ambiciosos planes que buscaban impulsar la economía egipcia a la vez que aumentaban el poder económico de las Fuerzas Armadas, entre los que se incluía la ampliación del canal de Suez. Tras las obras, el canal permite el paso de barcos de mayores dimensiones en ambos sentidos simultáneamente, cosa que anteriormente era imposible. El llamado nuevo canal de Suez tardó en construirse exactamente un año y las obras se realizaron bajo el control directo de los militares egipcios. La tercera inauguración del canal de Suez se produjo el 5 de agosto de 2015 con el despliegue de una bandera nacional de cinco kilómetros de longitud sobre las aguas. Al Sisi llegó en su fastuoso yate Maroussa escoltado por embarcaciones, aviones y helicópteros. Asistieron 16 presidentes, dos reyes y dos emires. Fue una ceremonia con “pompa y boato faraónico”.
El coste de la gigantesca obra ascendió a más de 8.500 millones de dólares. Por el canal pasan ahora el 10% de las rutas comerciales a nivel global y prácticamente la totalidad del comercio de contenedores entre Asia y Europa. Egipto obtiene ingresos por unos 5.000 millones de dólares al año, representando la tercera mayor fuente de divisas convertibles del país. Pero, una vez más, la zona del canal que vio los avatares de Medio Oriente por 4.000 años, vuelve a estar marcada por la historia. Ahora, se enfrenta al fenómeno del yihadismo. En la península del Sinaí hay una concentración de terroristas de diversas organizaciones esperando el momento para intentar tomar el control del canal y dar otro duro golpe a la economía global.
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