El primer ministro holandés, Mark Rutte, logró lo que es el sueño de todo político: sus votantes no parecen imaginar a nadie más haciendo su trabajo, y ninguno de sus rivales más serios parece estar haciendo los esfuerzos necesarios para quedarse con el puesto, al menos mientras dure la crisis del coronavirus. Rutte lidera Holanda desde octubre de 2010 y acaba de ganar esta semana un cuarto mandato con la victoria de su partido de centro-derecha, el VVD, que obtuvo 35 de los 150 escaños del parlamento. Con esos votos y los de sus socios de la coalición de derecha, podría seguir gobernando hasta el 2025. Sobre todo, porque es un hombre que genera muy pocos anticuerpos. Lo apodan “Mr. Normal”.
En agosto de 2022, si la coalición se mantiene firme, se convertirá en el premier con más tiempo en el poder de la historia del país. Además, será uno de los líderes más veteranos de la UE cuando la canciller alemana Angela Merkel se jubile a finales de este año; sólo el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, puede presumir de llevar más años sentado a la mesa del Consejo Europeo, aunque en su caso no tiene ningún respeto de sus pares.
Los analistas holandeses atribuyen el éxito del VVD en parte al deseo del electorado de estabilidad y de una mano firme en el timón durante la pandemia, aunque la gestión de la crisis por parte de Rutte haya sido decididamente desigual. “En estos tiempos de incertidumbre, la gente parece elegir mayoritariamente la estabilidad, la continuidad y la experiencia. No se deja que personas que nunca pilotearon un Boeing lo hagan por primera vez en el medio de una tormenta”, explicó al Financial Times el asesor de estrategia política Jan Driessen.
El otro atributo de Rutte para permanecer tanto tiempo en el poder es su éxito a la hora de sortear las crisis y los escándalos. No por nada en la prensa holandesa lo llaman “Teflon Mark”. Hace dos meses tuvo que renunciar y presentarse nuevamente a elecciones por el escándalo de los subsidios para menores. Miles de familias holandesas fueron acusadas falsamente de defraudar al Estado, se los obligó a devolver el dinero del beneficio y les suspendieron las prestaciones. El ministerio de Hacienda persiguió, particularmente, a familias provenientes de las ex colonias y refugiados. Los castigaban por errores administrativos menores como la falta de una inicialización de firma en un formulario. El Parlamento obligó al gobierno a crear un fondo de 500 millones de euros para ayudar a compensar a unas 10.000 familias afectadas.
Como es habitual, Rutte fue en bicicleta a presentar su dimisión al rey Guillermo Alejandro. Y en lugar de sufrir las consecuencias del escándalo de los subsidios, el VVD mejoró en las encuestas. Los únicos funcionarios que perdieron sus puestos por este asunto fueron Lodewijk Asscher, líder del Partido Laborista de centro-izquierda, que era ministro de Asuntos Sociales de la coalición, y el ministro de Economía Eric Wiebes. Rutte tiene una gran habilidad para detectar los cambios en el humor de su electorado. Un buen ejemplo es el de la cerrada defensa que hizo de la tradición navideña de Black Pete, en la que niños y adultos se disfrazan de negro, y cuando fue acusado de racista por algunos sectores aseguró que no podía hacer nada al respecto. Pero cuando las encuestas mostraron que hasta sus propios seguidores ya no toleraban una tradición tan poco políticamente correcta, enseguida se pronunció en favor de no practicarla.
Tiene una amistad bastante especial con los reyes Guillermo y Máxima que traspasa los límites de las instituciones y la diplomacia. Rutte salvó más de una vez a los monarcas. Cuando se creó una dura polémica en el país por un viaje que realizó la pareja real y sus hijas a una isla griega en octubre pasado, en plena pandemia de coronavirus, el primer ministro salió a justificarlos diciendo que “pidieron permiso al gobierno y yo se los otorgué”. Hace dos años, Rutte también salió a proteger a Máxima cuando se conoció que había evadido el pago de impuestos relacionados con algunas de las propiedades que adquirió en Argentina. “La reina respeta las leyes y regulaciones fiscales en vigor en Holanda y Argentina, tal y como confirman las autoridades pertinentes”, dijo en ese momento. Rutte y Máxima se mostraron muy en confianza cuando asistieron juntos a la cumbre del G20 celebrada en 2018 en Buenos Aires. Una situación que dio lugar a malentendidos entre algunos periodistas acreditados muy despistados, que incluso se refirieron a la acompañante de Rutte como “su novia”, sin saber que se trataba de la reina.
Es conocido por ir en bicicleta a la oficina y por vestir casi siempre con ropa informal. Tiene un auto Saab de hace 20 años estacionado en la puerta de su modesto departamento de La Haya que raramente usa. En las reuniones políticas de los fines de semana es capaz de asistir con camisa y jeans bastante desprolijos y unas Converse All Star que usa desde hace años. Pero se le nota que se está cuidando cada vez más, se mantiene en forma haciendo ejercicio tres veces por semana y comenzó a vestir trajes cortados a medida. Rutte también es conocido por su afición a la comida indonesia, pero cuando lo visitan otros líderes prefiere llevarlos a su bistró francés favorito en La Haya, incluido el presidente francés Emmanuel Macron.
“El afecto del país por Rutte ha dado lugar a una campaña poco frecuente en los Países Bajos construida en torno a la personalidad, más que al partido o la política”, explicó Jort Kelder, periodista y amigo del premier desde la infancia. Rutte también convenció a los votantes de que realmente ama su trabajo, y parece tener la energía para seguir haciéndolo. “Estoy más fresco que en las tres últimas veces”, dijo en una entrevista a principios de mes. “Cada vez me gusta más la campaña y las elecciones”. Tal vez lo expresó porque en los últimos meses se lo había visto abatido por la muerte de su madre de 96 años devastada por el Covid, tras semanas en las que no había podido visitarla en la residencia de ancianos en la que se encontraba debido a sus propias políticas para frenar el coronavirus.
Según una biografía recientemente editada, Rutte dice haber sucumbido a la simple filosofía del “meeveren”: seguir la corriente y dejar que el tiempo haga su trabajo. Es un gestor, no un líder visionario. Le gusta citar un dicho del ex canciller alemán Helmut Schmidt sobre los políticos: “La gente con visiones debería ir al médico”. Ese pragmatismo despojado de grandes ideologías le permiten trabajar con casi todo el mundo. “Es una necesidad en el panorama político holandés, estamos tan fragmentados, que no tienes más remedio que trabajar con todos los partidos”, dijo Rutte a principios de este mes. “Y también intento mantener buenas relaciones personales con los líderes, y eso funciona con la mayoría de ellos”.
“Rutte es muy pragmático y flexible”, dijo Gerdi Verbeet, ex presidente del Parlamento y miembro del Partido Laborista. “Está más interesado en la solución que en el camino”. También lo describe como un “fanático del control”, pero de tal manera “que todo el mundo puede opinar... Es un placer trabajar con él, aparte de las rabietas ocasionales que tiene”. El premier tiene fama de un temperamento ocasionalmente explosivo, a veces colgando el teléfono con furia durante las discusiones. Pero también es un maestro de las disculpas, pidiendo rápidamente perdón y reconociendo cuando las emociones lo superan.
Es un militante del recorte a las ayudas económicas a los otros países de la Unión Europea. Está convencido de que sus medidas de ajuste y equilibrio de las finanzas en su país deben ser trasladadas a los otros 27 socios. Por esto no es muy querido en el sur europeo. Y hasta tuvo algunos desaires famosos en reuniones de los líderes en Bruselas para tratar temas de coparticipación. En una oportunidad, en el medio de las discusiones se puso a leer una biografía de Frédéric Chopin. Cuando Angela Merkel le preguntó qué estaba haciendo, Rutte le respondió: “No hay nada que negociar. Es una pérdida de tiempo. No vamos a ceder ante los embates de los que no cuidan sus economías”.
Ahora, las medidas de austeridad de las que es tan devoto podrían pasarle factura para salir de la crisis de la pandemia. Hay descontento en varios sectores productivos que están pidiendo –como antes lo hicieron los españoles y griegos- más ayudas comunitarias. Pero no pareciera que vaya a ceder. Menos ahora que logró su cuarto mandato y sigue teniendo el apoyo de la mayoría de los holandeses. La clave e su éxito la dio una señora de Amsterdam que entrevistó la BBC cuando salía de votar por él: “Es el único lo suficientemente normal”.