El zoko de Damasco está lleno de rumores desde siempre. Los vendedores de alfombras y cerámicas hablan de las idas y vueltas del poder, de emires, cortesanas, regentes y princesas. Esta vez, el chisme que más suena es sobre “la rosa del desierto”, “nuestra señora del Jazmín”, la poderosa primera dama Asma al-Akhras al-Assad. Se especula con que una vez que termine la guerra con la victoria del régimen sirio –sería cuestión de meses-, si la posición de Bashar al Assad se vuelve insostenible por las presiones de la mayoría sunita, su esposa, Asma, podría reemplazarlo. Ella es suní y sería la figura que una a las diferentes facciones y, a la vez, preserve la continuidad. Incluso se dice que un miembro de la familia se reunió recientemente con funcionarios estadounidenses para buscar apoyo a un plan de este tipo. “Bashar y Asma están pensando en esto”, dijo a The Economist un ex diplomático sirio. “A ella le encantaría ser presidenta y ambos lo están considerando como una solución para salvar el régimen”.
Una movida de este tipo podría tener el apoyo de Gran Bretaña. Asma nació en Londres y mantiene su ciudadanía británica. El Foreign Office siempre tuvo debilidad por influir sobre los gobiernos de Medio Oriente. Más en este momento que en el escenario bélico sirio juegan un papel importante potencias como Rusia, Irán y Turquía. Los grandes enemigos de Asma será el propio círculo de poder que pertenece a la minoría alauita (el 10% de la población que controla todo el aparato del Estado). No están dispuestos a perder nada después de un “sacrificio” de diez años de guerra. Tal vez su oponente potencial más poderoso sea Maher, el hermano menor de Bashar, que todavía comanda la temida Cuarta División Blindada del ejército. “Los militares y la secta conspirarán para impedir que se presente como presidenta”, comentó un comerciante sirio de Dubai. “Pero estoy seguro que si tiene la oportunidad, ella lo va a intentar”.
La transformación de Asma de una joven asesora financiera del JP Morgan en la city londinense en esta hechicera que vuela por encima de las ruinas de Palmira tomó dos décadas. Cuando se casó con el joven oftalmólogo, hijo del dictador Hafez al Assad, hablaba poco árabe y su obsesión eran los estiletos italianos y los trajes ajustados franceses. En las últimas fotos se la ve junto a Bashar en jeans y zapatillas observando una zona “liberada” desde la colina más alta. En el medio, se convirtió en la empresaria más poderosa de Siria, aplastando a la dinastía que mantuvo los mejores negocios por 50 años, manejó y se hizo muy rica con las enormes sumas de dinero que llegaron para financiar la guerra y ya no se nota ningún acento cuando habla con los sirios y líderes árabes. Cuando comenzó el conflicto la comparaban con María Antonieta, viviendo entre lujos y alejada de la realidad; ahora se refieren a ella como una Juana de Arco dispuesta a tomar las armas para defender a la dinastía.
Asma Akhras nació en 1975 en Acton, una zona anodina del oeste de Londres por la que pasaba históricamente el camino hacia Oxford. Como la mayoría de los sirios, sus padres son musulmanes suníes, el grupo dominante en Siria hasta la década de 1960, cuando una pequeña secta marginada, la de los alauitas dio un golpe de Estado. El padre de Bashar, Hafez Assad, formó parte del complot y se declaró líder en 1970. Los padres de Asma llegaron a Londres para esa época en busca de mejores oportunidades. La familia siguió siendo religiosa y nacionalista en el exilio, pero buscaron que sus hijos se asimilaran a la vida británica. En su escuela primaria de la Iglesia de Inglaterra, a Asma le tradujeron su nombre y la llamaban Emma. Muy pocos sabían que ella era de origen sirio. La secundaria la hizo en una de las escuelas privadas para chicas más antiguas de Gran Bretaña, el Queen’s College, muy cerca de la consulta médica privada de su padre en Harley Street. Se licenció en informática en el King’s College de Londres, donde tanto sus amigos como sus detractores la recuerdan como inteligente y trabajadora. De acuerdo a una investigación del corresponsal Nicolas Pelham “nadie recuerda que mostrara interés por Oriente Medio. En sus visitas a Damasco con sus padres, pasaba el tiempo en la piscina del hotel Sheraton. Era muy inglesa y parecía no querer tener nada que ver con Siria”.
Cuando egresó de la universidad se interesó por la economía y las inversiones financieras. Consiguió uno de esos trabajos tan glamorosos como esclavos en el banco de inversión J.P. Morgan. Asma se especializó en fusiones y adquisiciones. Tuvo algunos romances pasajeros con colegas y un heredero de una fortuna del Golfo quiso pedir su mano, pero no prosperó. A pesar de que tenía un muy bien salario, siguió viviendo con sus padres. Su madre, Sahar, tenía planes casamenteros ambiciosos para Asma. Su propio tío abuelo había ayudado a Hafez Assad a tomar el poder. Sahar aprovechó esta conexión para conseguir un trabajo en la embajada de Siria en la capital británica. Sahar ya tenía en la mira a Bashar, que en esa década de los 90 era un desgarbado estudiante de medicina en Londres.
Bashar fue el único de los seis hijos del dictador que estudió en el exterior. Estaba destinado a ser un cirujano, pero no lo soportó y terminó siendo un oftalmólogo. Probablemente una de las profesiones menos adecuada para formar al líder de una nación. La muerte de su hermano mayor, Basil, en 1994, lo llevó a esa posición que él no había buscado. Se convirtió en el heredero. En junio del 2000 murió su padre, Hafez, y tres meses más tarde, a través de unas elecciones fraudulentas, tomó el poder. Pero todavía estaba soltero y eso no era bien visto para un líder sirio. Fue cuando le pidió a Asma que lo acompañe a un retiro en el desierto y allí le propuso matrimonio. Cuando emergieron, ya estaban casados y se presentaron como una pareja moderna y moderada que iba a llevar al país hacia un progreso igualitario. Ella tenía la impronta de otras mujeres en similar posición como la reina Rania de Jordania o la propia Diana de Gran Bretaña. Pero tenía en contra a su suegra, Anisa, que mantuvo su título de Primera Dama y relegó a Asma al de “akilatu al-rais”, la mujer del presidente.
Al mismo tiempo, Bashar comenzaba a entender que, para mantenerse en el poder en un régimen dictatorial, hay que ser un dictador. Los carteles con su figura proliferaron por todo el país y con un tamaño aún más grande que el que tenían los de su padre. Los atentados contra las Torres Gemelas y la posterior inclusión de Siria en el “eje del mal”, junto a Irak e Irán, por parte de la Administración Bush, hizo el resto. En 2005, el asesinato del líder libanés Rafik Hariri, provocó que la ocupación siria de facto en El Líbano terminara abruptamente. Habían sido 30 años de interferencia y grandes negocios. La línea dura de su partido, el Baaz, comenzó a hostigarlo. Lo rescató Asma. Hizo una gira diplomática por varias capitales de Europa y se mostraron juntos y compungidos en el funeral del Papa Juan Pablo II, en Roma. Asma también se encargó de administrar la fortuna de la familia y comenzó a hacer campaña para convertir a Damasco en la Dubai del desierto, un centro financiero poderoso en el centro de Medio Oriente.
Pero para hacer negocios en Siria, Asma primero tenía que llegar a acuerdos con la familia Makhlouf, que había sido hasta ese momento la gran administradora de los Assad. Y mucho más que eso, era la familia de Anisia, la “reina madre”. Su sobrino, Rami Makhlouf, estaba al mando del clan. No lo logró. Tuvo que desistir. Se refugió en el arte. Hizo acuerdos con los curadores de los museos del Louvre y el Tate Modern para abrir filiales en Damasco. Hasta pensó en un tren para ir de la capital a la zona de las ruinas asirias. E “invitó” a personalidades del espectáculo, como Brad Pitt, Angelina Jolie y Sting, para promocionar el turismo. La revista Vogue la puso en la tapa en marzo de 2011 y habló de ella como “una rosa en el desierto”. Paris Match dijo que era “una luz en un país pleno de sombras”.
La Primavera Árabe terminó con todos sus planes. En los primeros meses de ese 2011 la llama se encendió en Túnez y siguió por Libia, Argelia, Bahrain, Jordania y Yemen. Cayeron los supuestamente “intocables” como Gadaffi y Mubarak. En Siria, todo comenzó cuando unos chicos escribieron en una pared del suburbio de Deraa: “Es su turno, doctor”. Un primo de Bashar, el jefe de la policía secreta, mandó a “cazar” a los chicos y los torturó. Algunos militares aliados no pudieron soportar lo que estaba sucediendo y comenzaron a armar una fuerza pro occidental para combatir al régimen. Lo que siguió fue una guerra civil despiadada que ya lleva una década, con 400.000 muertos, un millón de heridos, diez millones de desplazados internos y cinco millones de sirios refugiados en países vecinos. En un primer momento, se especulaba con que Asma se iba a exiliar en Londres, pero nunca sucedió. Después de un silencio de casi tres años, intentó algunas aproximaciones diplomáticas para romper el aislamiento del régimen. El ISIS ya había proclamado su califato entre Siria e Irak y había más oídos dispuestos a escucharla en Occidente. Pero las imágenes del uso de armas químicas contra la población civil por parte del ejército sirio terminaron con el intento. En 2018, Asma fue diagnosticada con un cáncer de mamas. La televisión oficial la retrató como una mártir de la guerra. Mostraron imágenes de ella entrando a la sala de operaciones y hablaban de “la victoria de Siria” cuando se recuperó.
Una vez que se sintió fuerte otra vez, se lanzó nuevamente por el premio mayor. Creó Emmatel, una compañía de teléfonos que manejan su hermano Firas y su primo, Muhannad Dabbagh. Su objetivo era siempre el mismo, sacar del medio a Rami Maklouf. Había muerto su suegra, Anisa, y su rival se había quedado sin protectora. Su empresa de telefonía celular se convirtió en una de las más fuertes de Medio Oriente, con servicio incluido en las zonas todavía dominadas por los rebeldes. Y logró ganarle a la competencia las concesiones de servicios de agua y electricidad. El musculoso multimillonario Maklouf terminó en el exilio en Dubai y haciendo videítos de You Tube acusando a Asma por sus trapos sucios. No le hicieron mella. Terminó con una oficina al lado de la de su marido y carteles con su cara por todo el país con la leyenda de “nuestra señora del Jazmín”. Ahora esperan el fin de la guerra de la que pareciera que saldrán airosos gracias a la ayudita de Rusia, Irán y sus protegidos del Hezbollah y la ambigüedad de Turquía. Por ahora, Asma espera paciente su momento.
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