La diplomacia que pretende desplegar la administración Biden en su enfoque para el conflicto del Yemen comienza a ser visible en la política norteamericana para aquella región. El propio presidente Joe Biden dio a conocer recientemente que considera un necesario punto final al apoyo amplio a Arabia Saudita, su mayor socio regional en el teatro operacional del Yemen.
Aunque no fue publicado de forma oficial desde la Casa Blanca, la nueva posición de Washington será determinante en lo concerniente a la prohibición de venta de armas que otorgaron gran supremacía a Arabia Saudita y sus aliados en la guerra yemení.
Las declaraciones filtradas del presidente sobre el punto aparecen como equilibradas y cautas, pero en sus dichos se observa que Estados Unidos continuará fortaleciendo su sociedad con Riad en varios aspectos de sus relaciones. Sin embargo, en materia militar, los suministros se reducirán sólo a armas defensivas, algo que ya ha comenzado a suceder en los últimos envíos de Washignton que han sido sólo sistemas interceptores de misiles Patriot.
La diplomacia estadounidense apunta a la defensa de la soberanía saudita sin ir más allá o con otro tipo de apoyo que pueda exacerbar la guerra en curso entre las facciones yemeníes apoyadas por Teherán en lo que la comunidad internacional conoce como una guerra iraní delegada e indirecta contra los sauditas.
El presidente Biden no aclaró si el apoyo de Washington a las incursiones ofensivas sauditas del pasado incluye el suministro de apoyo tecnológico y de vigilancia aérea estadounidense como imágenes de satélite, provisión de drones y otras actividades de contra-inteligencia. Tampoco se refirió a la adopción de nuevas medidas norteamericanas que terminen con el bloqueo aéreo, terrestre y marítimo de Yemen por parte de Arabia Saudita.
Biden dijo haber considerado de manera prioritaria aspectos humanitarios que se han dado a conocer en el último informe del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas. Dicho informe señala que casi medio millón de niños yemeníes menores a los diez años de edad se encuentran comprometidos y sus vidas peligran por los altos porcentajes de desnutrición que se han venido contabilizando desde principios de la pandemia disparada por el COVID-19 (desde febrero de 2020), lo cuál se profundizó dramáticamente en lo que va de 2021.
Sin embargo, la nueva posición de la administración demócrata parece ser ambigua en varios aspectos. Por caso, sorprendió la declaración del martes pasado de Antony Blinken, el nuevo secretario de Estado nombrado por Biden. Blinken expresó a la prensa su intención de solicitar sanciones para los hutíes del movimiento terrorista Ánsar-Allah. De prosperar esa idea del secretario de Estado, la entrega de ayuda humanitaria de urgencia -alimentos y medicinas- a Yemen se vería bloqueada o de mínima demorada, con todo lo que ello implica en las necesidades de la población civil.
Sin embargo, pareciera que en materia de política exterior el presidente ha mostrado la intención de ir más allá cuando mencionó en su primer discurso a pocos días de iniciar su administración que profundizaría la diplomacia para terminar esa guerra, por lo cual y a esos efectos designaría un enviado especial para el Yemen.
En esa dirección el diario estadounidense New York Times publicó que la posición manifestada por el presidente va en línea con su preocupación humanitaria por el pueblo yemení con prescindencia de las posiciones políticas o de restar apoyo a un socio histórico regional como lo es el Reino Saudita.
Esta nueva posición de Washington no solo muestra elementos de una política exterior renovada, también contiene aspectos culposos no exentos de cierta ironía considerando que, Biden y el presidente Obama, han ayudado por acción u omisión a provocar esa guerra brutal que se ha dio de las manos de Washington. Si bien la administración Obama es la que más responsabilidad ha tenido, la actual deberá tomar las medidas correctas para no caer en los mismos errores puesto que eso es lo que sucedió cuando Obama liberó la zona a Arabia Saudita para entrar en Yemen en 2015, y proveyó a la Casa Saud de capacidades ofensivas altamente superiores en materia de armamento al tiempo que las políticas de Obama con Irán descongelaron miles de millones de dólares al régimen iraní, muchos de los cuales fueron a financiar a sus grupos paramilitares satelitales, incluidos sus socios hutíes en Yemen para que continúen el conflicto contra los saudíes y dispongan de capacidad de fuego para atacar sus refinerías petroleras en suelo saudita.
Otro interrogante sobre la política que pretende implementar Biden para terminar con ese conflicto parece quedar abierto cuando su secretario de Estado Bliken no excluyó en su declaración al New York Times el hecho de que Washington continúe sus operaciones de aviones no tripulados sobre Yemen. Bliken apoya esas operaciones con drones como parte de un programa militar contra la amenaza de Al-Qaeda, lo cual no ayudaría a pacificar Yemen por los daños colaterales civiles que esas operaciones han generado en el pasado, pero nada dijo Blinken de ampliar a territorio de Irán dichas operaciones aún cuando la inteligencia estadounidense dispone de información verificada de la presencia de altos cuadros de Al-Qaeda amparados por la Republica Islámica de Irán en vastas zonas de su territorio.
Los sauditas y sus socios del Consejo de Cooperación de los Países del Golfo (CCPG) se preguntan qué tipo de objetivos persigue Washington para modificar sus posiciones ya que Biden sabe muy bien que el movimiento Ánsar-Allah de los hutíes es financiado y apoyado por Irán para que Yemen continúe la guerra en su contra como estrategia de los khomeinistas que han incentivado a los hutíes no sólo para que se hagan fuertes en Sanaa, la capital yemení; sino que los ha apoyado para que tomen militarmente otras regiones en el norte y el centro del país además de profundizar la guerra en el sur desde donde lanzan misiles sobre territorio saudita ocasionando grandes pérdidas económicas y varias víctimas civiles que trabajaban en las refinerías del Reino.
Los hutíes están recibiendo armas y dinero de Irán de forma constante según denunciaron funcionarios militares sauditas. Al mismo tiempo, en una declaración de la semana pasada, un vocero de Ansar Allah, el General Yahya Sarid, dijo que sólo en enero pasado habían causado a la coalición liderada por Arabia Saudita 1300 bajas y que sus hombres destruyeron en combate un centenar de vehículos militares sauditas. Más allá de la propaganda de esas declaraciones hutíes, es concreto que Ánsar- Allah publica asiduamente videos que muestran operaciones de sus milicias y combates en diferentes frentes geográficos del Yemen que permiten ver la captura de importantes cantidades de armamento de la coalición saudita y también la destrucción de un gran número de vehículos militares.
Lo cierto es que también hay otros factores que pueden haber influenciado la decisión de Biden en materia de cambios de la política estadounidense hacia la guerra del Yemen. En ello juega un aspecto muy relevante que es el rechazo y las manifestaciones constantes de los activistas contra la guerra dentro mismo de los EEUU, donde muchos o la mayoría de los manifestantes contrarios a esa conflagración han votado a Joe Biden, por lo que sus reclamos han tenido impacto dentro mismo del Partido Demócrata, pero también al interior de la sociedad estadounidense.
El cambio en el enfoque del conflicto yemení también está influenciado por la geopolítica. Los funcionarios demócratas reconocen un fuerte impacto negativo de la guerra sobre sus socios en la región del Golfo y especulan con que esa es la forma más seductora escogida por la administración Biden para acercarse a Irán y llevarlo a una mesa de negociaciones donde según el gobierno demócrata se puede obligar a los iraníes a suspender su programa nuclear introduciendo cambios consensuados en lo concerniente al acuerdo nuclear firmado por el ex presidente Obama en 2015. Sin embargo, para cumplimentar exitosamente ese plan, Biden necesitaría que todos sus aliados en Oriente Medio estén alineados en esa idea y bajo la dirección diplomática estadounidense.
El interrogante que continúa abierto y sin respuesta por parte de Washignton es cómo hará Biden para que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, cuyos intereses en materia geopolítica y de seguridad ya han sido dados a conocer por los israelíes de forma contundente para que Netanyahu acepte los términos de la nueva política norteamericana de abrir una negociación directa con Irán como planifica el presidente y la diplomacia estadounidense.
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