Bring back our girls. La campaña por la recuperación de las 276 niñas secuestradas el 14 de abril de 2014 en Chibok, una localidad del estado de Borno, en el nordeste de Nigeria, tuvo alcance global. “Devuelvan a nuestras chicas” se convirtió en un pedido casi unánime, al que se sumaron figuras de todo el mundo.
Es difícil olvidar las imágenes de las alumnas de la escuela secundaria sentadas, una al lado de la otra, con rostros que transmitían terror y las cabezas cubiertas por velos. Así las mostró la organización extremista islámica Boko Haram en un video que tenía como protagonista a su excéntrico líder, Abubakar Shekau.
“¿Quieren que les devuelva a sus niñas?”, preguntaba con sarcasmo. “Devuélvanme a mis soldados entonces”. Boko Haram estaba en su apogeo y ese secuestro terminó de darle lo que buscaba: repercusión mundial. El objetivo primordial era presionar al gobierno por la liberación de militantes presos, pero también dar un mensaje en su cruzada por la islamización de Nigeria, secuestrando a jóvenes cristianas y tratando de convertirlas a la fuerza.
Un grupo de 57 niñas logró escapar en los meses posteriores y otras fueron rescatados en operaciones de las Fuerzas Armadas. Pero algunas pasaron años con los terroristas, que las usaban como esclavas sexuales o las obligaban a casarse con ellos. La vastas proporciones del territorio nigeriano que están fuera del alcance del estado son territorio fértil para este tipo de organizaciones, que pueden esconderse durante mucho tiempo sin ser descubiertas.
Una tanda de 81 niñas fue entregada en 2017, tras largas negociaciones que contaron con la mediación de organizaciones civiles y de diplomáticos suizos. Pero hay más de 100 que nunca aparecieron y de las que no se sabe absolutamente nada.
A siete años de que #bringbackourgirls fuera el hashtag más usado del mundo, Boko Haram está muy debilitado, pero los secuestros de niños que acuden a internados en zonas rurales se volvieron habituales en Nigeria. Cerca de 1.000 alumnos fueron raptados desde diciembre en distintos episodios. El último fue este viernes, en el municipio de Mando.
Los protagonistas cambiaron y también los móviles. Pero lo esencial se mantiene inalterado: un estado totalmente incapaz de ejercer el monopolio de la fuerza y de proteger a quienes más debería cuidar.
“El estado nigeriano está indefenso”, dijo a Infobae Al Chukwuma Okoli, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Federal de Lafia. “Carece de la capacidad y de la legitimidad para ejercer el control territorial, especialmente en las esferas de sus grandes y distantes tierras interiores, bosques y fronteras. Estas esferas de control competitivo han sido infiltradas y dominadas por agentes extremistas violentos no estatales que a menudo enfrentan a las fuerzas de seguridad en una especie de contienda por el control”.
Detrás de una nueva ola de secuestros
Un grupo armado entró este viernes a la madrugada al Colegio Federal de Mecanización Forestal ubicado en Mando, estado de Kaduna, y se llevó a cerca de 210 estudiantes que estaban durmiendo en sus cuartos. La Policía actuó con mayor rapidez que en otros casos, porque a la mañana ya habían sido liberados 180. Pero al menos 30 permanecen desaparecidos.
Los criminales ingresaron disparando a las 3 de la madrugada. Si bien se llevaron a varones y a mujeres, buscaban especialmente a las niñas.
Este fue el cuarto rapto masivo en internados en menos de tres meses. A diferencia de los de Chibok, que está en el nordeste del país, los ataques se produjeron en un radio de 45.000 kilómetros cuadrados en el noroeste.
El anterior había sido el 26 de febrero. Decenas de criminales vestidos con uniformes militares tomaron el edificio de la escuela GGSS de Jangebe, en Zamfara, a la 1 de la mañana. Se llevaron 279 alumnas, de las que no se supo nada durante varios días.
Menos de una semana después, el gobierno local anunció su liberación. Las niñas fueron trasladadas en autobuses al lugar en el que se reencontraron con sus familias. Bello Matawalle, gobernador de Zamfara, trató de sacar rédito de esas imágenes cargadas de emoción y dramatismo.
Dos semanas antes, el blanco había sido la Escuela Gubernamental de Ciencia en Kagara, un pueblo en el estado de Níger. Las víctimas fueron 26 estudiantes y 14 docentes. Uno de los jóvenes fue asesinado mientras intentaba escapar.
El primer suceso de esta seguidilla se produjo en diciembre, en Kankara, estado de Katsina, tierra del presidente Muhammadu Buhari. El general retirado, que estuvo al frente de una junta militar que gobernó al país durante 20 meses entre 1984 y 1985, volvió al poder por la vía civil en 2015.
Buhari estaba de visita en Katsina cuando 300 niños fueron raptados de un internado. Fue una humillación. Los miembros de la milicia que perpetró la operación estaban disfrazados de policías, lo que les garantizó cierta cooperación inicial de los estudiantes, que tardaron en entender qué estaba pasando.
“Hay tres grandes categorías de secuestradores en Nigeria, según sus propósitos”, explicó Samuel Oyewole, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Federal de Oye-Ekiti, consultado por Infobae. “Primero, los que tienen motivaciones políticas. Se trata de grupos terroristas, militantes e insurgentes. Las diferentes versiones de Boko Haram son un ejemplo. Usan el rapto de escolares para impulsar sus objetivos estratégicos, que incluyen la necesidad ideológica de mostrar su campaña contra la educación occidental. También lo utilizan como prenda de negociación para el intercambio de prisioneros. Y son relevantes en términos organizativos, porque sirven como esclavos sexuales, cocineros, limpiadores y mensajeros. Segundo, los que tienen motivaciones económicas, que son los bandidos que apelan a este método para recaudar fondos. Algunos políticos también participan de forma encubierta en este proceso. Tercero, quienes persiguen motivaciones rituales, para usar a los niños en sacrificios”.
Abubakar Shekau, que continúa liderando una de las facciones de Boko Haram que siguen en pie, aunque mucho más débil que en 2014, se adjudicó el secuestro en un video. Sin embargo, rápidamente quedó claro que era mentira. Primero porque Katsina está muy lejos de su área de influencia. Segundo, porque los verdaderos perpetradores se comunicaron con los familiares de los niños para pedir un rescate.
“En el nordeste de Nigeria, Boko Haram y otra facción, Estado Islámico Provincia de África Occidental (ISWAP), son los principales autores de secuestros. Boko Haram comenzó con las niñas de Chibok e ISWAP utilizó un enfoque similar para secuestrar a jóvenes en Dapchi en 2018″, dijo a Infobae Imrana Alhaji Buba, fundador de la Coalición de Jóvenes contra el Terrorismo (YOCAT). “Para estos grupos, los secuestros sirven tanto para atraer la atención hacia su causa de lucha contra las instituciones occidentales, incluidas las escuelas, el gobierno y las organizaciones humanitarias, como para negociar por dinero o intercambio de prisioneros. En cambio, en el noroeste y centro-norte de Nigeria, los secuestradores son bandidos que no están afiliados a ningún grupo yihadista. No tienen ninguna ideología ni objetivos como establecer un califato islámico. Sólo secuestran a personas para obtener un rescate”.
Los secuestros se convirtieron en un negocio muy lucrativo para muchos de los grupos criminales que proliferan en Nigeria. Ya no se trata de pedir la liberación de combatientes, de conseguir esclavas sexuales ni de convertir a nadie al islam. El objetivo primordial es recaudar dinero.
La consultora geopolítica nigeriana SB Morgen estima que se pagaron USD 11 millones en rescates entre enero de 2016 y marzo de 2020. Es que los internados son blancos fáciles. Quedan en pueblos con muy poca población y sin presencia de fuerzas de seguridad. Es muy sencillo para bandas que están armadas como ejércitos, y que cuentan con muchos integrantes, raptar a cientos de niños y llevarlos a algún campamento en medio del bosque.
Al principio, las víctimas eran los hijos de familias ricas, pero cada vez más están atacando a cualquiera. Raptar a gran cantidad de personas les permite obtener un buen botín, aunque sea sumando pequeños rescates de padres sin demasiados recursos.
De Chibok hasta hoy, un estado siempre impotente
Los secuestros de los últimos tiempos tienen poco que ver con el de Chibok, pero es evidente que ese episodio, que tuvo tanta repercusión, sirvió de vidriera para un montón de grupos. Que cientos de niñas de las que todo el mundo estaba pendiente hayan permanecido tanto tiempo desaparecidas evidenció de manera contundente la impotencia del gobierno.
Kelechi Johnmary Ani, investigador del Departamento de Historia y Estudios Estratégicos de la Universidad Federal Alex Ekwueme Ndufu-Alike de Ikwo, sostiene que “no hay una conexión directa entre el secuestro de las niñas de Chibok y los más recientes”. “Sin embargo —dijo a Infobae—, la incapacidad de los organismos de seguridad para enfrentarse con decisión a quienes raptaron a las estudiantes de Chibok, así como el hecho de que no hubiera pruebas verificables de la liberación de muchas de ellas, han convertido a los secuestros en una fuente de de ventajas políticas, sociales y económicas indebidas en Nigeria”.
La presión social que generan estos hechos es tan grande, que las autoridades se desesperan por resolver el problema como sea, lo antes posible. Eso las lleva incluso a pagar los rescates, incentivando aún más la actividad.
Entre 2016 y 2019 hubo un importante despliegue de las Fuerzas Armadas en el noroeste, en un intento de controlar la acción de los grupos armados. La estrategia tuvo éxito, pero luego se develó que fue fruto de una negociación de los militares con las milicias y las bandas criminales. Cuando ese pacto se rompió, se desató la crisis que se está viendo ahora.
“Los secuestros se han vuelto frecuentes y generalizados en Nigeria debido a las fallas del estado —dijo Okoli—. El fracaso de los distintos niveles de gestión a la hora de garantizar el empleo, bienestar social, seguridad humana y la disuasión de la delincuencia ha proporcionado amplios incentivos para la impunidad criminal. La prevalencia de espacios sin presencia gubernamental o con una presencia mínima promueve el oportunismo delictivo”.
Hasta el propio Ejército reconoce sus limitaciones, pero en lugar de hacer una autocrítica traslada parte de la culpa a la ciudadanía. “¿Esto es sólo responsabilidad de los militares?”, preguntó general Bashir Magashi, ministro de Defensa, en una conferencia de prensa en febrero, tras el secuestro en la escuela de Kagara. “Es responsabilidad de todo el mundo mantenerse alerta y encontrar la forma de estar a salvo cuando sea necesario”, afirmó.
Buhari también trató de desviar la atención. Semanas atrás, criticó duramente a los gobiernos estatales y municipales por el manejo de la seguridad, y reconoció el pago de rescates. “Recompensar a los bandidos con dinero y vehículos puede tener consecuencias desastrosas”, escribió en su cuenta de Twitter.
Jamilu Ibrahim Mukhtar, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad Federal de Dutse, detalló a Infobae algunas de las múltiples razones por las que los secuestros se han generalizado en Nigeria en los últimos años. “Hay crecientes privaciones económicas entre los jóvenes. Hay mucha pobreza y la abundante población juvenil no tiene acceso a trabajos decentes. Ni los empleos indecentes son accesibles para todos. Por ello, toman el rapto de niños como medio alternativo para ganarse la vida. Además, el marco institucional es muy precario. Hay una débil seguridad fronteriza, que permite a algunas organizaciones criminales y a agentes de los secuestradores importar fácilmente armas pequeñas y ligeras. La infraestructura de seguridad parece incapaz de enfrentarse directamente a ellos”.
El Presidente volvió a ordenar un masivo despliegue militar en Zamfara y hasta impuso el cierre del espacio aéreo. Pero son medidas más simbólicas que reales. Porque ya no hay dudas de que las Fuerzas Armadas no tienen la capacidad de terminar con las organizaciones criminales ni, especialmente, de mantener una presencia permanente allí, de modo de evitar que surjan otros grupos. Tampoco de evitar que crezcan en su interior bandas que terminan colaborando con los delincuentes.
“El secuestro de niños se ha generalizado en Nigeria debido a estructuras políticas y económicas que han debilitado la capacidad estatal para mantener la ley y el orden en el país —dijo Oyewole—. Para muchos actores, es una estrategia importante para promover objetivos políticos. Se utiliza directa o indirectamente para ajustar cuentas políticas y financiar campañas. Además, este delito se ha convertido en medio de subsistencia de algunos jóvenes desempleados, que intentan escapar de la pobreza. Es una gran empresa que forma parte del complejo político”.
Lo que se ve es, por un lado, un aparato de seguridad con escasa capacidad de imponer el orden por fuera de Abuya, Lagos y las principales ciudades del país. Por otro, una economía trunca, que más allá del petróleo, que le da recursos al gobierno, no es capaz de generar empleo para los 195 millones de nigerianos.
Esa realidad, común a la de muchos otros países de la región, crea condiciones ideales para que haya grupos irregulares ocupando el territorio. Siempre van a tener mano de obra disponible, y como el riesgo de ser atrapados es relativamente bajo, la percepción es que tienen más para ganar que para perder en ese camino. Este proceso viene de la mano de otro: la corrupción generalizada de las estructuras políticas y militares.
“Hay personas influyentes implicadas en este negocio —dijo Mukhtar—. Políticos fueron identificados como colaboradores invisibles de los secuestradores. Días atrás, uno de los jefes de las agencias de inteligencia nigerianas hizo público que hay dirigentes importantes implicados. El misterio que subyace es cómo los principales ejecutores de los secuestros dicen no conocer a los jefes de sus grupos criminales y dicen que sólo reciben órdenes por teléfono. El factor que propicia estos problemas es la corrupción, que es un Frankenstein que provoca la aparición de muchos problemas sociales, políticos, económicos y de seguridad en Nigeria”.
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