En una de las escenas más recordadas de la serie televisiva “El Patrón del mal”, Pablo Escobar – jefe del Cartel de Medellín- le explica a su primo Gustavo, la nueva idea que tiene para enviar la cocaína en los vuelos comerciales.
“Mandé retirar absolutamente todos los chalecos salvavidas del interior del avión y lo que hice fue llenar ese pequeño compartimiento de cocaína, en todas las sillas”, dice Escobar, magistralmente interpretado por el actor Andrés Parra.
La original idea de Pablo viene acompañada de una reflexión: “Siempre estamos uno, dos, tres pasos por delante de ellos (la DEA)”, dice y recuerda que llevan cuatro años mandando la droga en las llantas de los aviones.
“Cuando se pillen que las enviamos en los compartimientos de los chalecos salvavidas, la volvemos a mandar en las llantas (…) Matemática e históricamente es imposible que se acabe el tráfico de cocaína”, sentencia Escobar.
La escena ejemplifica perfectamente el juego del gato y el ratón que las autoridades aduaneras de todos los países, no solo la DEA, mantienen en permanente desarrollo con los carteles del narcotráfico mundial, que en sus intentos de mandar su producto al exterior, donde este se encarece significativamente, han usado todo tipos de métodos que muestran por un lado la inventiva de los criminales y por el otro los titánicos esfuerzos de las autoridades por controlar el tráfico de estupefacientes.
En ese ir y venir histórico, los barcos tienen un papel fundamental, pues de acuerdo con las Naciones Unidas el transporte de carga marítimo representa un 90% de toda la carga que se mueve a nivel mundial.
Con la gran cantidad de barcos viajando por el mundo constantemente, no debe ser sorpresa que los narcotraficantes busquen nuevas y originales maneras de camuflar su producto en los navíos comerciales.
En palabras del capitán de la Marina mexicana, Rubén Navarrete: “el único límite para quienes se dedican al tráfico marítimo es su imaginación”. Pues bien, estos son los lugares más comúnmente usados por los narcos para llevar la droga en los barcos.
Principio de practicidad
Un barco de carga es un lugar grande, con amplias posibilidades para esconder mercancías ilícitas, pero una de las características que buscan los narcotraficantes es la practicidad a la hora de camuflar las drogas y poder extraerlas cuando lleguen al lugar de destino.
Así lo demuestran las incautaciones de narcóticos en el compartimiento del ancla de los barcos, al que pocas personas tienen acceso o amarradas en el exterior de las mismas anclas.
Este lugar es muy usado pues el ancla facilita la entrega de las drogas en su lugar de destino, como pasó en 2017 con un pesquero venezolano que fue interceptado en alta mar y tenía destino a España. En ese caso, los agentes detectaron 40 paquetes sospechosos a bordo que estaban atados con sogas a las dos anclas.
La investigación reveló que esto era para que los tripulantes pudieran lanzar las anclas al mar con las drogas en el menor tiempo posible y evitar ser detectados. Cuando los agentes abordaron la nave, dos miembros de la tripulación trataron de lanzar las anclas y evitar el arresto, pero fueron detenidos junto con otras cuatro personas.
El uso del ancla responde al pragmatismo criminal, pues es el lugar más accesible para las entregas marítimas inmediatas.
Ese principio de practicidad también se aplica al lugar favorito para esconder las drogas en los barcos, los contenedores.
Hay numerosos reportes de esto, en incontables incautaciones que solo dejan entrever la magnitud del problema pues es cada vez más difícil saber dónde está la droga entre las miles de toneladas legales que puede transportar una sola embarcación.
Esta técnica se conoce como “gancho ciego”, y consiste en camuflar entre los suministros a bordo el contenido ilegal, algo muy usado para enviar cocaína al otro lado del Atlántico. El “gancho ciego” se denomina así porque las drogas son escondidas después de que los contenedores ya pasaron las inspecciones de los agentes aduaneros, reduciendo las probabilidades de sospechas.
En 2020 un informe de InSight Crime dio cuenta de una nueva modalidad en esta técnica, en la cual se usaban contenedores cargados con chatarra para esconder pequeñas cantidades de narcóticos, reduciendo casi al mínimo la capacidad de los escáneres de las aduanas para encontrar la mercancía, además de hacer más difícil el despliegue de perros antinarcóticos pues los animales pueden resultar heridos con la chatarra.
Otro método es esconderla en productos comestibles, como sucedió en una de las incautaciones más grandes reportadas el año pasado por la Guardia Civil Española que encontró 1.200 kilos de cocaína entre sacos de maíz en un barco que desde Brasil buscaba llegar a la provincia española de Cádiz. En 2019 las autoridades italianas también reportaron 1,3 toneladas de coca en un contenedor que transportaba banano y que también venía de Suramérica. O el decomiso récord en Livorno (Italia) de media tonelada de cocaína en un contendor que transportaba café desde Honduras.
Es tan común el uso de los contenedores que incluso hay un programa de control de contenedores a nivel mundial, que dirigen en conjunto la Oficina de las Naciones Unidas para la Droga y el Delito (ONUDD) y la Organización Mundial de Aduanas (OMA).
Principio de sofisticación
Si camuflar la droga en la superficie del barco junto con su carga legal es lo más práctico, los narcotraficantes también usan otros lugares para cuyo acceso se requiere cierta técnica y niveles de sofisticación, como aquellos que están debajo de la cubierta y que para llegar a ellos se requiere el uso de buzos.
Tal es el caso de los conductos de ventilación donde se han encontrado paquetes sellados y soldados con drogas en su interior.
Este es un método que se ha detectado por lo menos desde 2014 y en el que los colombianos llevan la ventaja. Es más, en un informe de América Tv de 2019 se identificó a un especialista de alias “el fantasma” que era el presunto responsable de las soldaduras bajo el agua. Este particular método se le llama “parásito”, pues los narcos aprovechan los trayectos regulares de los barcos para mover la droga de punto A a punto B y no necesitan el concurso de la tripulación. Lo que sí necesitan son buzos entrenados para colocar y quitar los paquetes de cocaína soldados en los cascos de los barcos.
Según cifras recogidas por InSigth Crime en cada barco se pueden traficar hasta 600 kilos de cocaína.
Además de Colombia, en Ecuador, Brasil, México y República Dominicana, se han encontrado drogas en los conductos de ventilación usando este método “parásito”.
Las entradas de agua son otro lugar usado bajo cubierta pero que supone una dificultad aún mayor. Para llegar a ellas también se necesitan buzos y es menos común pero se conocen casos en donde las drogas se esconden en esas válvulas.
El casco, es otro lugar que está siendo cada vez más usado por los narcos. Aquí la idea es esconder la cocaína soldándola al casco sellado del barco o camuflándolas dentro, bajo cubierta.
Si bien se necesita buzos entrenados y confiables en cada punto de la cadena, y una logística para acercarlos al barco y luego extraerlos sin que sean capturados por las autoridades, este método hecho correctamente hace casi imposible que se detecten las drogas con procedimientos estándar de inspección.
Redes de narcotráfico de Ecuador, Perú, Chile y Colombia, se han vuelto expertos en transportar drogas en el casco de los barcos, con cargamentos que no solo llevan cocaína, sino marihuana tipo “creepy”, LSD y otros narcóticos.
Quizá el pico de sofisticación de los escondites bajo cubierta es el uso de “torpedos”, cilindros artesanales cargados con drogas que son atados con cuerdas para poder cortar las cargas de narcóticos en altamar si llegan a despertar sospecha de las autoridades.
En un comunicado de la policía colombiana emitido en 2018 se explica más a detalle este método, que también implica el uso de buzos, los cuales aprovechan el sistema de drenaje de los barcos para adherir los torpedos con ganchos. El método es usado principalmente en viajes transatlánticos, como lo demostró una incautación de 40 kilos de cocaína hecho en Colombia que tenía como destino los Países Bajos.
Principio de creatividad
Hay lugares menos comunes y más impensados, por su dificultad y rareza, que han sido usados por narcotraficantes suramericanos en su intento de enviar drogas a Europa.
En este grupo están los escondites en los tanques de combustible o el propulsor, que suponen un acceso difícil y riesgoso, tanto para los narcos como para las autoridades.
En abril del año pasado se hizo una multimillonaria incautación de cocaína escondida en el tanque de combustible de un barco por parte del la guardia costera de Trinidad y Tobago. Fueron 400 kilos de cocaína avaluados en 160 millones de dólares, y para encontrarlos las autoridades dijeron que habían tenido que realizar una “inspección destructiva” pues estaban en un compartimiento secreto y dentro de un material impermeable.
El uso del propulsor es mucho menos común, sin embargo, en diciembre de 2020 la Patrulla de Aduanas y Fronteras de Estados Unidos informó que un buzo de la policía del puerto de San Juan en Puerto Rico encontró unos 40 kilos de cocaína (cerca de un millón de dólares de mercancía) bajo el propulsor de la proa de un barco carguero que estaban dentro de dos bolsas de redes marinas.
Este es, según un informe del portal dedicado al análisis del crimen organizado, uno de los lugares más innovadores y menos comunes usados por los narcos, por lo que hay pocos casos conocidos.
Complicidad y corrupción
Otra categoría la comprenden los lugares donde es necesario el concurso de la tripulación, los capitanes y los agentes que realizan las inspecciones.
Casos de drogas encontradas en la cabina del capitán, en la chimenea del barco, la bodega y el cuarto de máquinas, suponen la necesidad de que alguien con mucho acceso sea cómplice de la operación, pues a ellos solo acceden muy pocas personas dentro de la tripulación.
Los casos conocidos varían en cantidades, pero en todos hubo concurso de alguien a bordo lo que demuestra la capacidad de los narcotraficantes no solo de encontrar soluciones imaginativas para traficar sus cargamentos sino para corromper funcionarios en pro de sus fines ilegales.
Es destacable el caso de Blas Torres, el capitán del barco Lago Ypoá, al que se le decomisó más de 150 kilos de cocaína en el Puerto de Asunción que transportaba entre sus posesiones personales en cabina.
La carga, que en el mercado europeo – a donde se dirigía- puede tener un valor entre los 10 o 15 millones de dólares, pertenecía a una organización criminal paraguaya dirigida por un conocido narco de la zona de Amambay y antes de llegar a destino haría una parada estratégica en Uruguay.
Por este caso también fue detenido Félix Storm, dueño de la empresa naviera denominada Storm Line, a la que pertenece el barco, pues se comprobó que conocía los antecedentes del capitán, quien en 2013 también había sido detenido por transportar en otro buque toneladas de marihuana.
“Vamos dos, tres, cuatro pasos por delante”, dice el personaje de Escobar en la afamada serie, y su sentencia parece no estar exenta de verdad. Sin embargo, el juego del gato y el ratón entre narcos y autoridades seguirá, quizá eternamente.
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