“Todo estará bien”, le gritó Alexei Navalny a su esposa cuando los agentes lo retiraban de la audiencia en la que se confirmó su condena a prisión. Yulia Navalnaya volvía a despedirse del líder opositor ruso sin tener claro cuándo podrá volver a estar a su lado. Pero su figura creció significativamente y el Kremlin teme que se convierta en la nueva amenaza política para Vladimir Putin.
Para la prensa internacional, el rostro de Navalnaya se hizo conocido el año pasado, ya que fue la imagen del reclamo a Moscú tras el envenenamiento de su esposo y su recuperación en Berlín. Pero lleva más de dos décadas a su lado y varios años acompañándolo en su turbulenta carrera política.
Yulia nació en Moscú en 1976, hija de un científico y una funcionaria. Estudió Economía, hizo prácticas en el extranjero y trabajó en un banco de la capital rusa. Cuando Alexei y Yulia tenían 22 años, se conocieron en una playa de Turquía y comenzaron su relación. Poco antes del nacimiento de su segundo hijo, Navalnaya dejó su trabajo para dedicarse al hogar. O eso es lo que pensaba ella. “La vida cotidiana y la crianza”, decía por entonces.
Para 2020, su esposo ya había sido amenazado una infinidad de veces, excluido de las elecciones y detenido en más de una oportunidad. En esta ocasión, estaba al borde de la muerte y el propio Navalny asegura que fue ella quien salvó su vida.
En principio, después de ser evacuado en ambulancia de un avión tras un aterrizaje de emergencia, un médico ruso afirmó que no había rastro de ningún agente nervioso en el cuerpo del opositor. Navalnaya no se conformó y escribió directamente a Vladimir Putin para que permitiese su traslado a Alemania y reciba allí su tratamiento, lejos de las maniobras de la inteligencia rusa. Lo consiguió, se fue con él a Berlín y cuando los expertos confirmaron el envenenamiento, Navalnaya acusó al primer médico ruso de actuar “como voz del Estado”, en vez de como profesional de la salud.
Durante el largo proceso de recuperación, Yulia se mantuvo activa en las redes sociales y continuó denunciando el intento de asesinato. Estaba a su lado cuando por fin Alexei despertó.
“Su papel ha cambiado. De esposa de un político, se ha convertido ella misma en una política. Tiene carisma y encanto, es una persona creativa, valiente y puede sustituir fácilmente a su marido si hace falta”, declaró a la AFP el politólogo Konstantin Kalachev.
“Todos los que conocen a Navalni conocen a Yulia [...]. En este sentido, ella hace política con él”, afirmó Baunov. “Hay gente que simpatiza mucho más con ella que con Navalni”, añadió.
La pareja no se amedrentó y volvió a Rusia, donde el opositor fue detenido en el aeropuerto. Ella, sin orden de captura, pasó los controles migratorios y fue ovacionada por los seguidores que habían llegado a la terminal aérea.
En las últimas semanas, con las masivas protestas contra la detención del activista, ella estuvo entre los más de 10 mil arrestados por las fuerzas de seguridad, incluso subiendo una foto desde el vehículo policial. Tras ser liberada, recibió una multa de 20.000 rublos (unos USD 260).
No se sabe hasta dónde llegará el Kremlin para detener el avance de Yulia, pero sí tiene claro qué es lo que no quiere. El paralelo se traza con Bielorrusia, donde Svetlana Tijanóvskaya, esposa de un opositor encarcelado, se ha convertido en el rostro visible de un movimiento antigubernamental histórico y se presentó en las polémicas elecciones de agosto contra el dictador Alexander Lukashenko, aliado de Putin.
La similitud que se hace entre ambas mujeres comienza a hacerse evidente. Sin embargo, Navalnaya ha sido durante mucho tiempo más que “la esposa de” a la vista del mundo. La nueva condena contra el opositor más duro de Putin puede ser el trampolín para afianzar a Navalnaya como el nuevo peor problema político de Moscú.
Incluso, un medio manejado por un magnate aliado del Kremlin amenazó recientemente con publicar unas supuestas imágenes íntimas del opositor con otras mujeres, pidiendo a cambio que Yulia se comprometa a no “convertirse en la Tijanóvskaya de Rusia” y a no “jugar el juego de la política”.
“Todo estará bien”. Las palabras de Navalny no solo resuenan en la mente de Yulia. También en las de miles de usuarios rusos que en los últimos días se sumaron a una campaña y subieron fotos vestidos de rojo, el mismo color que usaba Navalnaya durante la audiencia judicial. Las palabras de aliento se transformaron en un hashtag de apoyo a los opositores.
La comentarista Anna Narinskaya destacó que “Yulia Navalnaya es una flor única” en una alineación de esposas políticas rusas que, generalmente, es poco inspiradora. “No es porque sea la esposa de un político de la oposición”, escribió Narinskaya en su ensayo, “sino porque ha unido de forma natural dos elementos difíciles de combinar: la posición de la esposa de un hombre consumado y la de una mujer que controla su propio destino”.
Las mujeres están en gran parte marginadas de la política rusa: ocupan apenas el 16% de la Cámara de Representantes del Congreso, y escasos puestos en el Ejecutivo. Ese desbalance puede ser un caldo de cultivo para despertar un electorado que el Kremlin no debería desoír: en Rusia hay 11 millones de mujeres más que hombres, del total de casi 145 millones de habitantes.
(Con información de AFP)
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