Egipto, a diez años de la caída de Hosni Mubarak: cómo fue el giro de 360° que lo dejó donde comenzó

El 11 de febrero se cumple el décimo aniversario del hito que terminó de dar forma a la Primavera Árabe, que había comenzado con la caída de Ben Ali en Túnez. Un proceso que empezó con esperanzas de democratización y terminó con una profunda frustración

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Un manifestante desfigura una imagen
Un manifestante desfigura una imagen del presidente egipcio Hosni Mubarak en Alejandría, el 25 de enero de 2011 (REUTERS/Stringer/File Photo)

Se necesitaron apenas 18 días para que cayera un dictador que había gobernado durante 30 años bajo estado de emergencia. Por supuesto, las bases de sustentación del régimen de Hosni Mubarak estaban podridas desde hacía tiempo. Pero era difícil anticipar la rapidez del derrumbe de un líder que, a pesar de su absoluta falta de carisma, se había ganado el apodo de faraón porque parecía tener un dominio total sobre el país más grande del mundo árabe.

El día 1 fue el 25 de enero de 2011, bautizado como el “Día de la ira”. Se lo eligió expresamente para que coincidiera con la fecha en la que la policía egipcia se celebra a sí misma. Es que la persecución policial fue uno de los factores desencadenantes del enojo acumulado durante años por las millones de personas, especialmente jóvenes, que inundaron las calles de El Cairo, Alejandría y Suez.

Habían pasado menos de dos semanas de la caída de Zine El Abidine Ben Ali, presidente de Túnez durante 24 años. Al igual que Mubarak, también parecía que iba a quedarse para siempre, así que su salida del poder entusiasmó a los detractores del mandatario egipcio. Era el comienzo de la Primavera Árabe, que provocó un efecto en cadena en la mayoría de los países de la región.

Egipcios se manifiestan en la
Egipcios se manifiestan en la Plaza Tahrir, en el centro de El Cairo, el 1 de febrero de 2011 (REUTERS/Amr Abdallah Dalsh/File Photo)

Las manifestaciones sumaban nuevos adeptos jornada a jornada, sin importar las cientos de muertes por la represión. La Plaza Tahrir, en la capital, se convirtió en el epicentro de un movimiento que se volvió incontrolable para el gobierno. El 1 de febrero de 2011, día 9 de las protestas, Mubarak anunció que no iba a buscar la reelección en los comicios pautados para septiembre, aunque pretendía terminar su mandato.

No fue suficiente para calmar la revuelta. Por el contrario, era la confirmación de que la derrota estaba consumada y de que el colapso era inevitable. Nueve días después, ya sin el apoyo de las Fuerzas Armadas que él había liderado durante tres décadas, presentó la renuncia.

Un año más tarde, se celebraron las primeras elecciones libres de la historia de Egipto. Parecía el triunfo de la revolución democrática y el comienzo de una nueva era. Pero fue el punto a partir del cual comenzó un retroceso que culminó con un golpe de estado el 3 de julio de 2013 y la posterior consolidación de otro régimen autoritario, liderado por el general Abdel Fattah al-Sisi, el nuevo faraón.

Un hombre celebra después de
Un hombre celebra después de que un tribunal condenara al depuesto presidente egipcio Hosni Mubarak a cadena perpetua en la plaza Tahrir de El Cairo el 2 de junio de 2012 (REUTERS/Mohamed Abd El Ghany)

A una década de la expulsión de Mubarak, muchos aún tratan de entender cómo hizo Egipto para completar una vuelta casi perfecta de 360 grados, que lo dejó en el mismo lugar en el que empezó la serie de sucesos que, supuestamente, iban a cambiar su historia.

“Egipto vivió hace diez años un auténtico momento revolucionario. Los egipcios se alzaron en masa para remover la mano mortífera de la dictadura militar de Mubarak. Los jóvenes en particular llevaron una enorme energía y optimismo a las calles de los principales centros del país. Los llamamientos a la libertad y a la democracia estaban en el aire. La espontaneidad del levantamiento fue sorprendente. Sin embargo, eso no se traduce fácilmente en elementos constructivos para consolidar una sociedad reformada ni en medios para proteger los logros alcanzados. La revolución carecía de un liderazgo con una ideología coherente, cuadros disciplinados y una visión alternativa para el futuro. El vacío de liderazgo hizo imposible enfrentarse a las fuerzas organizadas, tanto internas como regionales, que estaban alarmadas por la promesa de democracia de la revolución”, explicó Raymond William Baker, profesor de Política Internacional y director del Programa de Medio Oriente del Trinity College de Connecticut, consultado por Infobae.

Hosni Mubarak, ya derrocado, mira
Hosni Mubarak, ya derrocado, mira hacia sus partidarios fuera de la zona donde estaba hospitalizado durante las celebraciones por el 43º aniversario de la guerra árabe-israelí de 1973, en el hospital militar de Maadi en las afueras de El Cairo, el 6 de octubre de 2016 (REUTERS/Mohamed Abd El Ghany)

Ascenso y caída del Faraón

Con casi 100 millones de habitantes, Egipto es el país más poblado del mundo árabe, pero uno de los más pobres en términos relativos, debido a que no es rico en petróleo como muchos de los otros. Tiene un PIB per cápita de USD 3.000 (153º del mundo) y un Índice de Desarrollo Humano de 0,700 (116º). La combinación de la geografía con la demografía explican una parte de sus problemas: el grueso de su territorio es un inmenso desierto inhabitable, por lo que casi toda la población está hacinada en las márgenes del río Nilo, que lo atraviesa de norte a sur.

Desde la revolución de 1952, que derrocó al rey Faruk y terminó con la monarquía, el país está bajo el dominio de las Fuerzas Armadas (FFAA). Gamal Abdel Nasser lideró el grupo de Oficiales Libres que dio el golpe militar y que impulsó el nacionalismo árabe en el país y en los alrededores.

Esa identidad nacional y laica chocaba con la identidad islámica pregonada por los Hermanos Musulmanes, lo que inauguró un conflicto que se mantiene vigente hasta hoy. También colisionó con las potencias occidentales, empezando por el Reino Unido, del que Egipto había sido colonia y que aún mantenía gran influencia económica en el país, como el control del estratégico Canal de Suez, que une el Mar Mediterráneo con el Mar Rojo. Nasser lo nacionalizó, así como a mucha compañías, que pasaron a estar en manos de las FFAA.

Mubarak nació en un pueblo al norte de El Cairo en 1928, seis años después de la independencia. Empezó su carrera militar en el Ejército, pero luego pasó a la más prestigiosa Fuerza Aérea (FA). En 1970, cuando murió Nasser, su trayectoria estaba en pleno ascenso. En 1972 fue nombrado jefe de la FA y al año siguiente, durante la Guerra de Yom Kippur —que enfrentó a Egipto y a otros países árabes con Israel—, comandó una exitosa operación que lo convirtió en un héroe nacional.

Anwar Sadat, que había sido uno de los lugartenientes de Nasser durante la revolución de 1952 y que lo sucedió como presidente tras su muerte, nombró como vice a Mubarak en 1975. No se destacó mucho en el rol ni se conoce que haya intentado acumular más poder del que correspondía.

Por eso, su ascenso a la presidencia fue tan inesperado como dramático: un comando islamista infiltrado en el Ejército asesinó a Sadat en un desfile militar celebrado el 6 de octubre de 1981. Mubarak estaba sentado a su lado cuando el mandatario fue acribillado, pero apenas sufrió heridas menores. No fue la única vez que sobrevivió a un atentado.

Hosni Mubarak da un discurso
Hosni Mubarak da un discurso en Nueva York en 1983 (Keystone/Zuma/Shutterstock)

Ni bien asumió la jefatura del gobierno, Mubarak reforzó el estado de emergencia y se concentró en aplastar cualquier brote de insurgencia islamista —y de cualquier tipo—. Además de profundizar el vuelco hacia Occidente y la alianza forjada con Estados Unidos, que habían comenzado con Sadat, la única obsesión de Mubarak fue consolidar la estabilidad política.

Eso le permitió gobernar durante 30 años, pero debilitando cada vez más a un régimen incapaz de responder a las demandas de bienestar, progreso y libertad de la población. En 2005, ante las presiones crecientes para que hubiera algún tipo de apertura, habilitó que otro candidato compitiera contra él en las elecciones presidenciales por primera vez.

Los comicios no fueron libres ni verdaderamente competitivos, ya que no hubo ningún tipo de control o auditoría independiente. Mubarak le ganó por 88% a 7% a Ayman Nour, que apenas pudo hacer campaña y terminó siendo arrestado. Pero la flexibilización permitió que comenzara a emerger una resistencia contra el gobierno que hasta ese momento estaba contenida y dispersa.

Simpatizantes opositores lanzan piedras a
Simpatizantes opositores lanzan piedras a los manifestantes pro-Mubarak en la plaza Tahrir de El Cairo el 3 de febrero de 2011 (REUTERS/Goran Tomasevic/File Photo)

“Desde principios de la década de los 2000 se produjo en Egipto un largo proceso de acumulación de energías revolucionarias”, dijo a Infobae Gianni Del Panta, investigador del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Siena, especializado en el Norte de África. “Por un lado, se formó un movimiento de protesta de composición abrumadoramente urbana y de clase media, centrado en cuestiones como la libertad de prensa y los límites a los mandatos presidenciales. Por otro, se produjeron huelgas laborales, concentradas en gran medida en las fábricas textiles de propiedad estatal. Si bien estas dos alas del movimiento de protesta se desarrollaron en líneas paralelas durante casi una década, la entrada de las masas en la arena política el 25 de enero de 2011 llevó a un proceso de fusión en un único momento de insurrección general. Esto obligó a los militares a tomar una decisión: la represión directa o el abandono de Mubarak. Teniendo en cuenta el carácter amplio en términos sociales y políticos del proceso, juzgaron que la represión era demasiado costosa y arriesgada”.

El mayor error de Mubarak fue olvidar que, en última instancia, su lugar como amo de la política egipcia no le pertenecía, sino que se lo habían delegado las FFAA. Cuando empezó a preparar como sucesor a su hijo Gamal, que no era militar, se ganó el enojo de toda la cúpula de la que dependía su permanencia en el poder.

Gamal tampoco era muy querido por el público, que lo veía como un arribista. Así que el protagonismo que empezó a tener fue un factor más del enojo que terminó de brotar a finales de 2010, avivado por las protestas contra Ben Ali en Túnez. Mubarak fue el segundo líder árabe en caer y luego lo seguirían Muammar Gaddafi en Libia y Ali Abdullah Saleh en Yemen.

Manifestantes antigubernamentales en la Plaza
Manifestantes antigubernamentales en la Plaza Tahrir de El Cairo escuchan mientras el presidente Hosni Mubarak se dirige a la nación el 10 de febrero de 2011 (REUTERS/Amr Abdallah Dalsh)

Ahmet T. Kuru, profesor de ciencia política de la Universidad de San Diego, es un académico estudioso de Medio Oriente, que publicó recientemente el libro Islam, Authoritarianism, and Underdevelopment: A Global and Historical Comparison (“Islam, autoritarismo y subdesarrollo: una comparación global e histórica”; Cambridge UP, 2019). En diálogo con Infobae, sostuvo que la caída de Mubarak se explica por cuatro grandes razones:

Primero, la revolución tunecina sirvió de ejemplo. Mostró a los egipcios la posibilidad de deponer al autócrata y los inspiró a protestar contra Mubarak. Al-Jazeera jugó un papel importante en la difusión de las noticias sobre la revolución tunecina y sobre las protestas egipcias, tanto dentro del país como en el resto del mundo. Segundo, Mubarak llevaba 30 años en el poder y el pueblo egipcio estaba harto de su corrupción y de sus políticas fallidas. En particular los jóvenes, que usaron eficazmente las redes sociales. Tercero, las manifestaciones de la plaza Tahrir estuvieron lideradas por un grupo difuso y sin jerarquías al principio. Los Hermanos Musulmanes se unieron tres días después. Esto favoreció la imagen de las protestas como ‘liberales’ y no ‘islamistas’ en los medios occidentales. Era difícil para Estados Unidos apoyar al régimen militar. Por último, Mubarak alienó a los generales al preparar a Gamal como sucesor”.

Mubarak y su hijo fueron condenados por delitos de corrupción y encarcelados. El dictador que parecía intocable pasó sus últimos años alternando sus días entre los juzgados y los hospitales, y murió el 25 de febrero de 2020, a los 91 años.

Hosni Mubarak se sienta dentro
Hosni Mubarak se sienta dentro de una jaula en un tribunal en El Cairo, Egipto, 2 de junio de 2012 (REUTERS/Stringer)

El giro circular de Egipto

El Consejo Superior de las Fuerzas Armadas asumió el control del país tras la renuncia de Mubarak. Suspendió la Constitución y el Parlamento, y anunció que permanecería en el poder hasta la celebración de elecciones. El día a día de la gestión lo delegó inicialmente en el primer ministro Ahmed Shafik. Ante la resistencia de la opinión pública movilizada por ser una figura del antiguo régimen, lo sucedió Essam Sharaf, un ex ministro de Mubarak que había apoyado la revuelta.

En contra de su voluntad, los militares tuvieron que admitir la realización de las únicas elecciones libres de la historia el 23 de mayo de 2012. Ese contexto de libertad política único e irrepetible fue aprovechado por la única fuerza no gubernamental organizada: los Hermanos Musulmanes (HM). Los sectores que querían algo parecido a una democracia liberal no pudieron conformar un partido unificado ni acordar un candidato.

Así que los dos más votados en la primera vuelta fueron Mohamed Morsi, impulsado por los HM, y Ahmed Shafik, el postulante del establishment. Morsi se impuso en la segunda vuelta por 51,7% a 48,3% y asumió la presidencia el 30 de junio de 2012.

Los acusados, entre ellos el
Los acusados, entre ellos el ex presidente egipcio Hosni Mubarak (en la cama, 2º izq.), sus dos hijos Gamal (de pie, con los brazos cruzados) y Alaa Mubarak, y el ex ministro del Interior Habib al-Adli (sentado en primera fila, de negro) asisten a su juicio en la Academia de Policía de El Cairo, Egipto, 3 de agosto de 2011 (REUTERS/Stringer)

El derrumbe de la ilusión democrática no fue tan rápido como el de Mubarak, pero casi. La discusión de una nueva Constitución dividió rápidamente al país entre islamistas y laicos. En vez de negociar y tratar de buscar alguna salida intermedia, Morsi prefirió gobernar exclusivamente para quienes lo habían postulado.

Al ver los intentos del gobierno de imponer un texto demasiado radicalizado, los sectores liberales abandonaron la Asamblea Constituyente. Para evitar que los tribunales desafíen sus decisiones, el Presidente tomó el 22 de noviembre una decisión que selló su destino: estableció —por decreto— que sus decretos no podían ser revocados por ninguna instancia judicial, asumiendo poderes absolutos.

Esa resolución fue el catalizador de un nuevo ciclo de protestas antigubernamentales con la Plaza Tahrir como escenario principal. Las calles se plagaron también de simpatizantes del gobierno y se produjeron enfrentamientos sangrientos entre los dos bandos. Se estaban creando las condiciones para que los militares recuperaran el lugar perdido.

Mohamed Morsi, en la tapa
Mohamed Morsi, en la tapa de la Revista Time tras ganar las elecciones

“Los HM y Morsi deberían haber visto las limitaciones que enfrentaban e intentado sortearlas con más cuidado”, dijo a Infobae Daniel M. Silverman, investigador del Instituto de Política y Estrategia de la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburgh. “En lugar de ello, Morsi se extralimitó, tratando de presionar con la ventaja que tenían los islamistas en todo momento, concediéndose finalmente amplios poderes ejecutivos en noviembre de 2012 para impulsar sus objetivos frente a la resistencia burocrática y judicial. Una medida que sirvió de pretexto para su destitución en la ‘revolución golpista’ de junio de 2013. En última instancia, Morsi fue impaciente, y debería haber aceptado menos cambios e incluso una eventual derrota electoral para tener la oportunidad de permitir que la democracia echara raíces, allanando el camino para reformas a largo plazo”.

El Gobierno aprobó la Constitución que quería en diciembre, sin participación de constituyentes opositores. Las manifestaciones continuaron con intermitencias durante la primera mitad de 2013.

Mohammed Morsi, tras ser derrocado
Mohammed Morsi, tras ser derrocado y arrestado (Reuters)

El 30 de junio, cuando se cumplía un año de la asunción de Morsi, la oposición organizó una de las más multitudinarias protestas del período para pedir su renuncia. Tres días más tarde, lo destituyó un golpe de estado liderado por el general Abdel Fattah al-Sisi, que era comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa. Adly Mansour, titular de la Corte Constitucional, fue designado presidente interino.

“Los HM ocuparon el vacío que había por ser la mejor organizada de las fuerzas políticas que abrazaron la revolución, aunque lo hicieron con retraso —dijo Baker—. Tanto los HM como su candidato estaban mal preparados para las exigencias del gobierno, y se enfrentaron a un sorprendente conjunto de conspiradores, tanto extranjeros como nacionales. Morsi, que tuvo menos de un año como presidente, cometió una serie de errores. El más perjudicial fue permitir que se lo viera como presidente de los Hermanos y no del pueblo. No consiguió transmitir a la masa de egipcios que su gobierno mejoraría sus duras condiciones de vida. Cuando el inevitable golpe llegó, tuvo un apoyo impresionante. El breve experimento democrático de Egipto había terminado y los militares volvían a tener el control”.

El presidente interino Adly Mansour
El presidente interino Adly Mansour (D) reunido con el ministro de Defensa Abdul Fatah al-Sisi el 5 de julio de 2013 (Foto de APA Images/Shutterstock)

Los seguidores de Morsi salieron a protestar e hicieron sentadas multitudinarias en puntos neurálgicos de El Cairo. Al ver que no estaban dispuestos a ceder, Al-Sisi ordenó la mayor masacre desde la caída de Mubarak: al menos 900 personas murieron en la represión que los barrió, según Human Rights Watch.

El gobierno de Mansour disolvió la Constitución de Morsi y redactó una nueva en 2014. Más allá de los matices, Egipto empezaba a parecerse nuevamente al de Mubarak. Sólo faltaba que alguien asumiera su rol y no podía ser otro que Al-Sisi, que renunció —sólo formalmente— a sus cargos en el Ejército y se postuló a las elecciones del 26 de mayo de 2014.

Con el periodista y escritor Hamdeen Sabahi como rival testimonial pero sin posibilitar una competencia real, Al-Sisi superó incluso a Mubarak y ganó con el 96,9 por ciento. Su reelección en 2018, con el 97%, terminó de confirmar que todo había vuelto a la vieja normalidad. Sin democracia, perspectivas de progreso para la mayoría ni respeto por los derechos humanos, pero con estabilidad política.

El presidente egipcio Abdel Fattah
El presidente egipcio Abdel Fattah al-Sisi en el funeral del ex presidente Hosni Mubarak el 26 de febrero de 2020 (REUTERS/Amr Abdallah Dalsh/File Photo)

“Creo que el fracaso del intento de transición a la democracia en Egipto fue esencialmente una historia de arriba hacia abajo en lugar de abajo hacia arriba —dijo Silverman—. El Ejército egipcio, el principal agente de poder en el país durante las seis décadas anteriores a la revolución, que además estuvo a cargo del proceso de transición, se resistía a permitir un cambio significativo. No quería renunciar a su control sobre la economía, que domina, ni a la política exterior. Ni quería que los miembros del antiguo régimen tuvieran que rendir cuentas de sus actos. El dicho ‘todo estado tiene un ejército, pero en Egipto el Ejército tiene un estado’ es esclarecedor. Los militares querían proteger estos vastos intereses de cualquier intento de reforma”.

Con Al-Sisi en el gobierno, la Corte de Casación absolvió y liberó a Mubarak. Cuando murió, le organizaron un funeral de Estado que tuvo al presidente como asistente estelar. Morsi, arrestado después del golpe, murió el 17 de junio de 2019 tras colapsar en medio de un tribunal. Sus colaboradores denunciaron que nunca recibió la atención médica que necesitaba por sus problemas de salud.

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