Pareciera que Vladimir Putin encontró la piedra en su zapato. Le apareció un enemigo impensable. El disidente que lo desafía es Alexei Navalny y combina dos cualidades que los rusos admiran: un humor sarcástico hacia los líderes del país y una gran valentía personal. Esos atributos lo convierten en la amenaza política más potente a la que se ha enfrentado Putin desde su ascenso al poder en 1999.
Navalny no lo desafía en el plano electoral. Prefiere ir a los símbolos. Él mismo se convirtió en un sobreviviente de la brutalidad represiva del régimen que lo envenenó y lo mandó moribundo a Alemania, desde donde nadie se esperaba que regresara jamás. Pero lo hizo contra todos los pronósticos y el sentido común. Navalny voló desde Berlín a Moscú y unas pocas horas después de ser detenido apenas bajó del avión, subió a You Tube un documental en el que denuncia de una manera muy didáctica y divertida la corrupción que rodea a lo que él denomina “el Palacio de Putin”. Se trata de un complejo de mil millones de dólares en el Mar Negro que incluye mansiones, viñedos, un casino privado y hasta una pista de hockey subterránea. De acuerdo a la investigación de Navalny, ese lugar fue construido para entretener a los amigos y la familia de Putin, así como a dos novias y sus parientes.
El vídeo fue visto por más de 90 millones de personas hasta este sábado. Y fue el detonante para que miles de manifestantes salieran a las calles el pasado fin de semana en 100 ciudades rusas para protestar contra el régimen corrupto y autoritario de Putin. Las fuerzas de seguridad rusas detuvieron a más de 3.000 manifestantes y Putin negó ser el dueño del “palacio”. Pero el daño a su aura de invulnerabilidad ya estaba hecho. Por primera vez, una de las innumerables denuncias de corrupción que tuvo en los últimos 20 años se convierte en creíble para muchos escépticos y nostálgicos del imperio ruso/soviético/ruso.
Navalny demostró su valentía al viajar de vuelta a Rusia el 17 de enero desde Alemania, donde había estado recuperándose de un intento de asesinato que, según él denunció, fue organizado por el servicio de seguridad de Putin, el FSB. Cuando llegó al aeropuerto de Sheremetyevo, fue inmediatamente detenido y llevado a prisión. Dos días después, el vídeo apareció en las redes sociales. “Se nos ocurrió esta investigación del palacio mientras estaba en cuidados intensivos, pero inmediatamente acordamos que la publicaríamos cuando volviera a casa, a Moscú, porque no queremos que el protagonista de esta película [Putin] piense que le tenemos miedo y que voy a contar su peor secreto mientras estoy en el extranjero”, dice Navalny en una inquietante introducción al video.
El disidente ruso cuenta con una aliada fundamental en su lucha contra el Kremlin, su propia esposa Yulia Navalnaya, una rubia, economista, de 44 años, que lo salvó cuando rápidamente lo sacó de Rusia después de ser envenenado y que tomó su antorcha en las manifestaciones mientras estuvo encarcelado. Cuando Navalny comenzó su cruzada con un primer blog de denuncia, Yulia permaneció en un segundo plano. Pero cuando la represión se hizo cada vez más dura, fue ella la que dio la cara ante la prensa y el último fin de semana estuvo en las manifestaciones y fue arrestada por algunas horas. En Moscú hay especulaciones sobre su futuro político. Dicen que, si Navalny es condenado a una sentencia de varios años de prisión, será Yulia quien se presente como candidata para intentar derrotar al poderoso aparato de Putin.
Leonid Volkov, ex director de la campaña presidencial de Navalny en 2018 y su principal asesor político, aclaró en una entrevista con el Washington Post que el objetivo del movimiento de Navalny es “convertir a Rusia en un país europeo normal con un Estado de derecho y tribunales independientes y medios de comunicación libres”. También demandó la liberación de su jefe y dijo que Putin, quien prolongó su mandato como presidente mediante una enmienda constitucional especial, “debería hablar de la transición de poder, ese es nuestro objetivo”.
El desafío es colosal. Rusia está superando la condena internacional y las sanciones económicas impuestas tras la anexión de Crimea en 2014. Putin aparece bien afianzado en el Kremlin. Y no es la primera vez que se registran manifestaciones masivas contra el régimen. A principios de 2012, las protestas fueron gigantes, lo mismo que después de las elecciones del año pasado. Pero esta vez parece diferente. Las protestas lanzadas por la detención de Navalny tuvieron lugar en más de 100 ciudades de toda Rusia, desde Vladivostok, en la costa del Pacífico, hasta Irkutsk, en Siberia, y Kazán, en Tatarstán. El aumento de la violencia policial marca el nerviosismo que están creando en el círculo íntimo de Putin. Y en 2012, la oposición no tenía un líder claro. Ahora lo tiene.
La batalla Navalny-Putin supone también una primera prueba para el presidente Joe Biden y su equipo de política exterior. La nueva administración pidió inmediatamente la liberación de Navalny, pero también recibió críticas por no hacer más junto a la Unión Europea para identificar y congelar los activos del entorno de Putin que se encuentran fuera de Rusia. La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki, dijo que Biden habló de Navalny y otros temas con Putin en una primera llamada telefónica desde su asunción, pero no dio detalles.
El opulento retiro de Putin en el Mar Negro fue expuesto por primera vez por un arrepentido llamado Sergey Kolesnikov, en una carta abierta al entonces presidente Dmitry Medvedev, de diciembre de 2010. Kolesnikov explicaba que la finca palaciega se había pagado con las aportaciones de los oligarcas rusos reunidas por un empresario de San Petersburgo amigo de Putin. El dinero se canalizó a través de un negocio de suministros médicos que dirigía Kolesnikov. Dijo que, durante ocho años, proporcionó resúmenes regulares a Putin sobre sus inversiones, a través del empresario de San Petersburgo. Navalny entrevistó a Kolesnikov, quien confirmó ante la cámara la historia que había contado hace 10 años. Y dijo que aún después de su denuncia, los “amigos” de Putin siguieron aportando enormes sumas de dinero –”el mayor soborno jamás pagado en la historia de la corrupción rusa”, dijo- para terminar de construir el complejo palaciego. Calculó que el valor de esa propiedad es de más de mil millones de dólares.
Utilizando diseños arquitectónicos, facturas, imágenes de drones y visualizaciones en 3-D, Navalny hizo un relato mordaz del proceso por el que se llegó a levantar el palacio. Muestra que, además de la sala de juego y la pista de hockey, tiene una sala especial para furmar narguile, un escenario con caño de stripper y un ornamentado soporte de papel higiénico que cuesta más de 1.200 dólares. El lugar hace que el Mar-a-Lago de Donald Trump parezca una choza. La superficie total del complejo es 39 veces mayor que la de Mónaco. Dmitry Peskov, el portavoz del Kremlin, aseguró que, “aunque el palacio parece existir, no pertenece a Putin”. Aunque no supo responder a la pregunta obvia: ¿Entonces, a quién pertenece?
Navalny también describe los pagos realizados a las familias de dos mujeres que, según él, tuvieron una relación sentimental con Putin, que está divorciado de su esposa, Lyudmila. Cita una conocida canción popular rusa que, según él, se aplica a Putin: “Tres esposas son maravillosas, qué se puede decir. Pero tres suegras…”. Y todo el tiempo muestra al líder ruso con traje y peluca al estilo de la corte parisina de Luis XV. El disidente termina el documental citando una frase de León Tolstoi: “Los villanos que robaron al pueblo se reunieron, reclutaron soldados y jueces para vigilar su orgía, y están de fiesta. El futuro está en nuestras manos. No se queden callados. No acepten obedecer a los villanos del festín”.
Ese estilo desfachatado y la indignación que provoca en amplios círculos de la sociedad rusa la exposición de semejante ostentación son el principal soporte del movimiento que se creó alrededor de la figura de Navalny. El disidente permanece en la cárcel, se le negó la apelación y es probable que sea condenado con una pesada sentencia. Todos los anteriores líderes de la oposición a Putin acabaron en la cárcel, en el exilio o muertos, como Boris Nemtsov, asesinado cerca del Kremlin en 2015. La escritora Masha Gessen hizo esta reflexión en el último número de la revista The New Yorker: “Uno podría preguntarse, ¿cuál es el plan final de Putin. Si hace encerrar a Navalny durante muchos años, como aparentemente pretende hacer -incluso si finalmente manda a matar a Navalny-, ¿qué cree que va a pasar con las decenas de miles de rusos que están dispuestos a arriesgar su seguridad, incluso su vida, para protestar? ¿Qué pasa con las estructuras que ha construido Navalny? ¿Qué pasa con Yulia Navalnaya, que se ha convertido en un símbolo popular de sabiduría, paciencia y amor? ¿Y la presión internacional y el probable aumento de las sanciones? ¿En qué está pensando Putin? No lo está haciendo”.
SEGUIR LEYENDO: