Fantasmas por todos lados. Desde el inicio de la pandemia de coronavirus originada en Wuhan, Hubei, hasta estos días, el régimen conducido con mano de hierro por Xi Jinping cree que existe una campaña internacional para desprestigiar al gigante económico mundial. Es el argumento que esgrimen para justificar la agresividad diplomática que mostraron durante todo 2020 y que parece continuar en el inicio de este año. Ahora, ese fantasma se originó en América Latina. Más específicamente en Brasil.
Fue luego de que autoridades sanitarias y científicas del país sudamericano informaran que la vacuna de producción china Coronavac mostrara una eficacia del 50,38 por ciento, muy por debajo de otros desarrollos occidentales y de lo que había sido comunicado previamente en China. Lo anunciaron el pasado 12 de enero los científicos del Instituto Butantan de San Pablo -uno de los más prestigiosos de la región- a la hora de solicitar la aprobación de emergencia del inoculante.
Sin embargo, ese informe enfureció al régimen de Beijing. De inmediato, el presidente del laboratorio Sinovac, Yin Weidong, afirmó que el antídoto era altamente efectivo, contradiciendo al examen brasileño. Yin sostuvo que los ensayos en Brasil habían encontrado que era 100% eficaz para prevenir casos graves de COVID-19 y que la empresa estaba ampliando su capacidad de producción para satisfacer la demanda nacional y extranjera.
Pese a estos esfuerzos corporativos, la conducción del país asiático pretendía limpiar “el honor” de su desarrollo. No encontró mejor forma que desplegando su “diplomacia del Wolf Warrior”, es decir, atacando a sus rivales. En este caso, a las otras vacunas y las empresas que están detrás de ellas. Resulta particularmente llamativo -tal como destacó la cadena de noticias CNN- luego de que Xi Jinping pidiera “solidaridad y cooperación” entre las naciones del mundo para lograr que las vacunas lleguen a todo el mundo.
La diplomacia y el aparato propagandístico chino hizo blanco en Pfizer, Moderna y AstraZeneca. Comenzaron a bombardear con información de que sus desarrollos eran más fácil de almacenar, distribuir y aplicar que los otros hechos en Estados Unidos y Europa. E insistieron en que sus vacunas tienen una eficacia cercana al 80 por ciento. Los números son poco claros: para Turquía la eficacia de CoronaVac es del 91,25 por ciento; para Indonesia es del 65,3%, mientras que para China es del 78 por ciento. Nadie sabe cuál es el número verdadero.
Algunos países que habían preadquirido las dosis, solicitaron a Sinovac más información y frenaron los envíos por el momento. La solicitud tiene un asterisco para tener en cuenta: los datos sobre el desarrollo están bajo control del régimen de Beijing. ¿Qué documentos enviarán a los países que buscan certezas en torno a las inoculaciones chinas? Misterio.
Mientras tanto, delegados de Xi Jinping comienzan a atacar a Occidente y a sus medios. Uno de sus voceros es el editor en jefe del diario Global Times, Hu Xinjin. El medio es un órgano del Partido Comunista Chino (PCC). “Si miras los sitios web de los principales medios de comunicación de Estados Unidos y occidente, casi todas las noticias que lees sobre la vacuna fabricada en China son negativas. La prensa quiere destruir la reputación de la vacuna china, con la esperanza de que el mundo espere a que Pfizer y otras compañías estadounidenses y occidentales produzcan excedentes de vacunas y finalmente se vacunen”, acusó Hu. La victimización es una de las herramientas que usa el régimen para activar el nacionalismo entre sus seguidores.
“Hu ha liderado el camino en la defensa de las vacunas producidas en China, no a establecer su efectividad, sino al tratar de derribar la reputación de otros candidatos, en particular las producidas por la empresa estadounidense Pfizer”, dijo James Griffiths, analista de la CNN.
El editorialista del diario del PCC escribió además un editorial en el que acusó a los medios occidentales de no publicar nada sobre las muertes en Noruega que habrían sido producto de la inoculación con las dosis de Pfizer. Sin embargo, luego de una investigación interna, los oficiales noruegos establecieron que no había vínculo alguno entre los decesos y la vacunación de esas personas mayores. “Todos estos pacientes han tenido serias enfermedades subyacentes”, dijo Steinar Madsen, director médico de la Agencia Noruega de Medicamentos. “No podemos decir que la gente muera por la vacuna. Podemos decir que puede ser una coincidencia. Es difícil probar que la vacuna es la causa directa”.
La conspiración que agitaba Beijing no existía.
El canal estatal chino CGTN se encargó de mancillar los desarrollos occidentales y acusar a los medios de comunicación de Europa, Estados Unidos y el resto del mundo de no hablar sobre lo que ocurría en Noruega. Uno de los principales impulsores de las acusaciones contra Pfizer fue uno de los más altos portavoces del ministerio de Relaciones Exteriores de Beijing, Xhao Lijian. Para denunciar el supuesto complot utilizó la red social Twitter, prohibida para el resto de los habitantes de su país. Xhao compartío una decena de mensajes de la presentadora Liu Xin de aquella cadena del Gobierno.
Liu se indignaba por lo que creía era falta de cobertura sobre las muertes en Noruega y otras en Alemania. Acusaba directamente a los medios, agencias internacionales de noticias y a Pfizer de estar detrás de la campaña y del supuesto ocultamiento. Uno de los tuits decía: “No se puede verificar de forma independiente, pero es preocupante: 10 muertos en Alemania pocos días después de recibir las vacunas de Pfizer y BioNTech”. Extraño comportamiento para un periodista que da información reconociendo que no ha sido verificada. El vocero de la cancillería de Beijing retuiteó esa temeraria publicación.
“¿Alguno de los principales medios de comunicación estadounidenses o europeos recogió la historia? Imagínese si se determina que 13 personas han muerto a causa de las vacunas fabricadas en China, ¡habría sido noticia en todas partes!”, volvió a indignarse Liu, sentimiento compartido por Xhao con sus casi 900 mil seguidores.
Para el analista de la CNN, las noticias sobre muertes y reacciones graves por inoculaciones deben ser tomadas con responsabilidad por los medios. Incluso, la noticia debería ser confirmada antes de ser publicada. “Los periodistas, ya sea en China, Estados Unidos o en cualquier parte del mundo, tienen una muy buena razón para no apresurarse a informar sobre muertes supuestamente relacionadas con las vacunas. De hecho, algunos medios han sido criticados por exagerar las reacciones alérgicas a las vacunas o informar sobre las muertes de personas recientemente inoculadas sin evidencia de ningún vínculo con la inyección”, dijo Griffiths. Esas autocríticas se dieron en medios libres, no dependientes del estado.
Griffiths también citó a un experto en la materia. Derek Lowe, es experto en la industria farmacéutica. Recientemente escribió que “si toma a 10 millones de personas, en los próximos dos meses esperaría ver alrededor de 14.000 muertes por ataques cardíacos, accidentes cerebrovasculares, cáncer y otras causas habituales de mortalidad”.
“Si bien los artículos sobre reacciones alérgicas y muertes relacionadas con las vacunas pueden poner el asunto en el contexto adecuado, a menudo es difícil para los titulares hacerlo. Esto crea el riesgo de que la gente solo vea que ha habido muertes y tenga la falsa impresión de que las vacunas contra el coronavirus son peligrosas”, remarcó el analista de la cadena de noticias norteamericana.
Xi Jinping ve en esa posible mesura una conspiración contra sus propias vacunas. Y su respuesta y venganza no se hizo esperar.
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