¿Por qué el Partido Comunista de China (PCCh) no terminó como el Partido Comunista de la Unión Soviética? Hay muchas razones, inseparables de las profundas diferencias históricas y culturales entre China y Rusia. Pero la clave parece estar en que el PCCh logró articular con mucho éxito dos objetivos que décadas atrás parecían incompatibles: habilitar ciertos márgenes de libertad económica, para estimular la iniciativa privada y la generación de riqueza, y mantener al mismo tiempo un control político absoluto sobre la población.
El giro fue orquestado por Deng Xiaoping, que tomó las riendas del Partido y del país en 1978, llenando el vacío que había dejado la muerte de Mao dos años antes. En la década que estuvo al frente, impulsó una serie de reformas que posibilitaron la apertura de China al mercado y la modernización de su estructura productiva, pero manteniendo la hegemonía política del PCCh. Un modelo que se popularizó como “socialismo con características chinas”.
Tan fructífera fue la transición capitalista propiciada por Deng que China tuvo un crecimiento económico fenomenal en los últimos 30 años, que cambió radicalmente el mercado y la geopolítica global. En el proceso, nacieron una clase empresaria y una incipiente clase media.
Pero el modelo empezó a cambiar hace algunos años. Un régimen de partido único, en el que el soberano era el PCCh, pero ningún líder tenía la soberanía sobre la organización, se está convirtiendo en una autocracia que gira en torno a quien lo lidera desde 2012, Xi Jinping.
La mutación fue consagrada en 2018, cuando se reformó la Constitución para incorporar el pensamiento de Xi al preámbulo y eliminar la restricción a la reelección presidencial, que desde 1982 sólo permitía dos mandatos consecutivos de cinco años. Ya desde antes estaba claro que Xi tenía el dominio total sobre el Partido, lo que le permitió desplazar a muchos dirigentes que antes eran considerados intocables.
Es probable que, por la fortuna y la influencia que ganaron, algunos magnates chinos también se pensaran fuera del alcance de la represión. Pero desde hace un tiempo el Presidente comenzó a enviar señales para que todos sepan que no es así. Qué mensaje podría ser más potente que hacer desaparecer —al menos por un tiempo— a Jack Ma, el más prominente de todos.
El castigo al cofundador del gigante del e-commerce Alibaba, que no aparece en público desde octubre del año pasado, evidencia la encrucijada en la que está Xi. Cuanto más quiera avanzar en el control de la elite capitalista, más se expone a comprometer uno de los pilares del modelo chino. Los efectos de profundizar este rumbo no se sentirán en lo inmediato. Pero una reducción significativa de los márgenes de libertad de la clase productiva puede, a largo plazo, afectar las bases del crecimiento económico del que dependen Xi y el PCCh para conservar su lugar.
“China está en territorio desconocido. Es cierto que el PCCh siempre ha ejercido un control político sobre la población, pero desde 1978 hasta 2005, ese control se había hecho cada vez más laxo, ya que una economía exitosa permitió mejoras sorprendentes en el nivel de vida de la gente. Pero, por razones que no entendemos completamente, eso no fue suficiente para el Partido ni, especialmente, para Xi, que quiere más disciplina, más unidad, más control. Esto asusta a la gente, incluyendo a los empresarios y a los inversores privados. Por supuesto, no pueden decir nada públicamente, pero están preocupados. No sabemos si esto tendrá consecuencias para el modelo económico chino. Hasta ahora, todavía está permitido hacer dinero y muchos lo siguen haciendo. Pero también saben que deben seguir las órdenes del Partido”, explicó Barry Naughton, titular de la cátedra Sokwanlok de Asuntos Internacionales Chinos de la Escuela de Políticas y Estrategia Global de la Universidad de California, consultado por Infobae.
Una clase social bajo presión
Hasta el año pasado, Ma, de 57 años, era el principal magnate de China. Con una fortuna valuada en 38.800 millones de dólares, ocupaba el puesto 17 a nivel mundial, según el ranking Forbes. Más allá del dinero, este empresario que comenzó siendo profesor de inglés se transformó en una estrella.
Su particular historia de vida, el hecho de haberse “hecho a sí mismo” y su carisma hicieron que durante muchos años fuera una figura muy popular en China. Hasta cantó con la ídola pop china Faye Wong, creó su propio reality show y en 2017 actuó en una película, On That Night... While We Dream (“En esa noche... Mientras soñamos”), en la que interpretó a un maestro del kung fu.
Es cierto que Ma y otros multimillonarios empezaron a ser cuestionados por una parte del público. Con la desaceleración económica que experimenta China desde hace un tiempo —comparada con el ritmo frenético de expansión de la primera década del siglo— las desigualdades sociales se hicieron más evidentes y los grandes ganadores del modelo dejaron de ser tan admirados como antes. Esos sentimientos comenzaron a ser estimulados por los órganos de prensa de un gobierno que mira con creciente desconfianza la influencia alcanzada por algunos de estos empresarios.
El quiebre definitivo con Ma se produjo el 31 de octubre pasado, luego del fuerte discurso que dio durante la ceremonia de inauguración de un importante evento comercial. En su presentación, que fue transmitida en vivo por internet, acusó a los bancos de comportarse como casas de empeño y criticó a los reguladores financieros por su aversión al riesgo. Los comentarios fueron como una bomba para las autoridades chinas, que no están acostumbradas a recibir críticas como esas.
“El caso Jack Ma confirma lo que ya sabemos de China, que es que nadie está fuera del alcance del poder del PCCh, excepto su líder máximo. Antes de que Xi llegara al poder, los miembros actuales o retirados del Comité Permanente del Politburó también disfrutaban de inmunidad de facto, pero él puso fin a eso cuando derribó a Zhou Yongkang. Ma, como otros magnates en China, fue siempre muy cuidadoso, hasta que jugó mal. Al hacer comentarios negativos sobre los reguladores chinos frente a cuadros de alto nivel como Liu He y Wang Qishan, y a distinguidos invitados extranjeros, pareció irrespetuoso con el Partido. Algo así no es tolerable para Xi, así que Ma debe enfrentar la música ahora. El umbral para castigar a cualquiera que desautorice al sistema puede haber bajado con Xi, pero incluso antes de él, el PCCh no habría tolerado que nadie desafíe abiertamente su autoridad”, dijo a Infobae Steve Tsang, director del Instituto China de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de la Universidad de Londres.
El enojo de Ma provenía de las trabas que estaba encontrando para potenciar a su gran apuesta, Ant Group, la firma de servicios financieros de Alibaba. Dos semanas después de la conferencia, los entes reguladores suspendieron abruptamente la Oferta Pública Inicial (OPI) de Ant Group —que antes había recibido luz verde— y anunciaron una investigación antimonopolio contra Alibaba.
Desde entonces, no se volvió a saber nada de Ma. No estuvo presente en el episodio final de “Africa’s Business Heroes”, su reality, y su foto fue removida del sitio web del programa. Tampoco participó del encuentro de la Cámara de Comercio de Zhejiang en Shanghai, donde daba un discurso todos los años desde 2016.
“Se podría argumentar que el gobierno fue en realidad demasiado laxo al permitir la rápida expansión de Ant Group, autorizando un gran aumento del crédito sin suficiente capital en reserva —dijo Naughton—. Pero la cúpula del Partido nunca prestó atención a estas preocupaciones expresadas por los tecnócratas en el aparato regulador, hasta que un día Jack Ma hizo un discurso que fue considerado demasiado crítico y demasiado orgulloso. De repente, la aprobación regulatoria fue revocada y la OPI de Ant fue retirada. Estaba claro para todos que lo estaban abofeteando. La intención del gobierno es que las empresas privadas prosperen y contribuyan al ascenso de China, pero también que muestren absoluta lealtad y obediencia”.
Todavía no hay certezas acerca de lo que ocurrió con Ma. Es muy difícil saberlo en un país en el que casi ninguna noticia sensible pasa el estricto filtro de la censura, y donde las fuerzas de seguridad pueden secuestrar personas y encerrarlas por tiempo indefinido, sin darle ninguna información a sus familias. Puede haber sido detenido o quizás solo le exigieron que se quede callado.
Pero el suyo no es un caso aislado. Son varios los grandes empresarios que cayeron en desgracia, como parte de una campaña que busca aumentar el control sobre sus actividades. Uno de los últimos fue Ren Zhiqiang, un magnate inmobiliario que ya estaba retirado. Estuvo varios meses desaparecido luego de que en marzo criticara al PCCh por el manejo de la pandemia y reapareció públicamente cuando se anunció su condena a 18 años de prisión.
La misma pena recibió en 2018 Wu Xiaohui, fundador de la aseguradora Anbang. El delito para él y para la mayoría de los empresarios y funcionarios condenados es corrupción, el pretexto preferido de Xi para arrasar con todos los personajes que lo incomodan. Aún más oscuro fue el caso de Xiao Jianhua, un administrador de activos financieros con muchas conexiones con familiares de altos funcionarios del PCCh. En enero de 2017 fue secuestrado del hotel en el que se alojaba en Hong Kong y llevado al continente. Nunca más se supo de él y su firma, Tomorrow Group, fue desmembrada.
“Esto es parte del intento de Xi de lograr dos cosas. Primero, afirmar su primacía como el líder político y económico más importante del país, mostrar que la fortuna de los ricos está ligada a la lealtad a él. Jack Ma y otros se están convirtiendo en un ejemplo para señalar al resto la línea a seguir. En segundo lugar, al atacar a los ‘oligarcas chinos’, Xi puede aumentar su popularidad, aparentando ir detrás de la corrupción, que siempre es una causa popular en China, y perseguir a aquellos que ‘claramente’, a los ojos de muchos, se han beneficiado a espaldas de la gente común”, sostuvo John Ishiyama, profesor de ciencia política de la Universidad del Norte de Texas, en diálogo con Infobae.
Un modelo comprometido
La presión a la que están siendo sometidos los capitalistas chinos revela dos procesos diferentes, pero complementarios. Por un lado, la voluntad del gobierno de silenciar las disidencias. Por otro, su intento de aumentar el control sobre determinados campos de la economía en los que antes aceptaba una autonomía que ya no está dispuesto a tolerar.
Esto último es lo que se ve detrás del avance sobre muchas firmas que crecieron alrededor de internet, como las fintech y las de e-commerce. El Estado está tratando de intervenir en muchas de ellas, que son privadas, comprando posiciones e incorporando funcionarios a sus directorios.
“No estoy seguro de que con esto se busque sofocar a los empresarios —dijo Ishiyama—. Creo que se pretende mostrarles que su fortuna está ligada a permanecer completamente leales a Xi. Esto podría afectar al modelo económico y ahogar el dinamismo de la economía china, pero creo que realmente se hace por razones políticas, no económicas”.
Estos movimientos forman parte del gran proyecto de Xi, que mira con sospecha la autonomía que adquirieron los empresarios y aspira a que todos se encolumnen detrás de los objetivos del Partido. Con eso en mente, presentó en septiembre pasado un manual de comportamiento destinado a representantes del sector privado, en el que se establecen los lineamientos de lo que espera el gobierno de ellos.
Tras alertar sobre los riesgos de que haya pluralidad de intereses y de valores en el mundo de los negocios, el documento dice que es necesario que haya mayor homogeneidad. Para ello, sería indispensable que todos “escuchen y sigan firmemente al Partido”, dice el manual, que fue publicado por la agencia oficial Xinhua.
El propio Xi fue citado por el Diario del Pueblo dando las mismas órdenes a sus funcionarios: “Unifiquen a los miembros del sector privado en torno al Partido y mejoren en la promoción de un desarrollo saludable de la economía privada”. La intención no es erradicar ni reducir el peso del sector privado, pero sí limitar su independencia y conseguir un alineamiento total a las necesidades del PCCh y del Estado. El problema es que esos objetivos pueden ser contradictorios. Los empresarios invierten con la intención de ganar dinero, no para cumplir algún ideal externo. Si el gobierno pretende subvertir esta lógica, se arriesga a comprometer un principio básico de cualquier economía capitalista.
“Durante mucho tiempo —dijo Naughton—, el gobierno chino siguió la estrategia de dejar que las empresas privadas se enriquecieran, siempre y cuando no compitieran en ciertas áreas centrales dirigidas por el estado, y recordándoles de vez en cuando que nunca debían desafiar al PCCh. Pero en el verano de 2017, los jefes de las principales empresas privadas, incluida Alibaba, fueron convocados y les dijeron que las reglas estaban cambiando y que tenían que mostrar un mayor grado de unidad con el Partido. Como no tenían muchas opciones, estuvieron de acuerdo, y una nueva era parecía haber comenzado. El Gobierno aprecia el éxito de estas compañías, que han llevado a China a la frontera global en áreas clave del negocio de internet. Las apoya, pero exige lealtad a cambio, y la definición de esa lealtad se ha vuelto cada vez más estricta con Xi”.
Lo delicado es que este viraje se produce precisamente en un momento de desaceleración económica, cuando más necesita China estimular la inversión privada. “Puedes tener el control absoluto o puedes tener una economía dinámica e innovadora. Difícilmente puedas tener ambas cosas”, dijo a The New York Times Fred Hu, fundador de la firma de inversiones Primavera Capital Group, con sede en Hong Kong.
En ese mismo artículo, publicado el mes pasado, la periodista Li Yuan contaba que entre muchos empresarios chinos estaba creciendo la preocupación por el nuevo rumbo que está adoptando el país desde que Xi tomó el control. Muchos temen que las condiciones para hacer negocios se vuelvan cada vez más adversas.
Steve Tsang cree que es posible que este giro afecte al modelo económico chino que tan exitoso había sido, aunque eso no es lo que piensa la dirección del PCCh. “Xi ve el modelo chino como superior a todo lo que Occidente tiene para ofrecer, así que no cree que la economía pueda verse afectada por lo que pueda decidir hacer con Ma. A corto plazo, es probable que tenga razón. Pero a largo plazo, si Ma fuera severamente castigado, tendría un significativo efecto negativo sobre el espíritu empresarial chino y la vitalidad de la economía. De todos modos, por ahora Ma no ha sido castigado de manera categórica”.
El año pasado, poco antes de la caída de Ma, Xi puso como ejemplo de empresario a Zhang Jian, que vivió entre 1853 y 1926. Además de crear una fábrica textil que dio mucho empleo, ayudó siempre a los vecinos de su pueblo, Nantong, en la provincia de Jiangsu. Xi lo destacó por construir escuelas y contribuir al desarrollo de la comunidad, pensando más en los intereses de la nación que en los suyos.
Lo que no dijo es que la empresa de Zhang quebró y este terminó su vida dedicado más a la política que a los negocios. Si el empresariado actual se hubiera forjado a su imagen, China seguiría siendo una economía de escaso desarrollo, no la potencia global que es ahora. No está claro si Xi está tan convencido de eso.
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