“Demasiada democracia”, dicen en las redes sociales israelíes. Nunca es suficiente, pero cuando un país se encamina hacia unas cuartas elecciones generales en dos años, el próximo 28 de marzo, muchos pueden sentirse abrumados. Un proceso que tiene más que ver con la permanencia de Benjamin “Bibi” Netanyahu en el poder que de la necesidad de los israelíes de decidir quién los gobierne. Esta última semana, el Kenesset, el parlamento israelí no aprobó el nuevo presupuesto y provocó el colapso de un gobierno que apenas duró siete meses y que estaba basado en un compromiso personal entre el primer ministro Netanyahu del derechista partido Likud y su principal rival, el ministro de Defensa, Benny Gantz, del centrista Azul y Blanco.
El gobierno de centroderecha había sido posible por un acuerdo básico por el que Netanyahu gobernaría hasta noviembre de 2021 y a partir de ese momento asumiría Gantz como premier. Los analistas políticos de los principales diarios israelíes apuntan a la “poca voluntad” de “Bibi” para ceder el poder como la principal razón de la caída del gobierno. Y el único camino para que Netanyahu disolviera su asociación con Gantz sin perder el puesto de primer ministro era a través de la “no aprobación” de un presupuesto. Los legisladores de su partido se lo dieron servido en bandeja.
Y por detrás está la desesperada búsqueda por parte de Bibi de una nueva mayoría parlamentaria que lo salve de los juicios en su contra por gravísimos cargos de soborno y corrupción. La fase probatoria del primer juicio debería comenzar en febrero. Y el premier cree que la mejor manera de defenderse es permaneciendo en el poder. Y por esto, viene forzando al país a ir a una elección tras otra.
Netanyahu culpó a Gantz por la ruptura del gobierno de coalición, diciendo que él y su partido Azul y Blanco se negaron a permitir que el primer ministro tuviera voz en una serie de nombramientos gubernamentales y judiciales que se avecinaban. Pero las encuestas indican que la gran mayoría de los israelíes creen que fue una maniobra política del premier. “Hay muchas cortinas de humo y especulaciones, pero creo que está bastante claro que esto no terminará hasta que Netanyahu deje el poder o consiga poner fin por completo a los juicios en su contra”, escribió Yohanan Plesner, el presidente del Instituto de la Democracia de Israel, un grupo de investigación independiente.
Las últimas tres elecciones fueron prácticamente un empate entre los dos grandes contrincantes. La pandemia logró que formaran un gobierno de coalición, pero todos sabían que era una estructura muy endeble. Volvió a fracasar y la opinión pública sigue tan dividida como siempre. Aunque ahora hay un elemento que podría mover las agujas, un rival que podría disputar la base electoral del Likud. Hasta hace unas pocas semanas, los sondeos marcaban que Netanyahu estaba bien posicionado para formar un nuevo gobierno formado por leales de la derecha y sus aliados ultra ortodoxos. Pero un nuevo retador conservador, Gideon Saar, entró en el ring y viene a pelear por los mismos votos conservadores que tuvo hasta ahora Bibi. Saar, perdió hace un año en la interna del Likud y decidió irse del partido para formar uno nuevo llamado Nueva Esperanza. Se llevó con él a varias figuras que venían acompañando a Netanyahu provocando una verdadera erupción volcánica política.
Por otra parte, Ganz perdió buena parte de los votantes que tenía por haber aceptado la coalición con el Likud cuando había prometido a sus seguidores que no lo haría. Es muy posible que el Azul y Blanco tenga una muy mala noche electoral y que todo quede entre los rivales de la derecha. De todos modos, las encuestas indican que no se despejará el enrarecido panorama político. Todo indica que se volvería a la encerrona de no obtener una mayoría para formar un gobierno monocolor. Y se caería en el mismo círculo: ningún partido consigue una mayoría absoluta en el parlamento de 120 escaños, los partidos más grandes deben unir sus fuerzas con los más pequeños para formar una coalición viable, y eso lleva a que los socios menores tengan una influencia desproporcionada. Si ningún candidato obtiene una mayoría de 61 votos, como se prevé, la crisis política israelí podría volver a desembocar en unas nuevas elecciones anticipadas.
Netanyahu apuesta todo a que la vacunación masiva de la población, que ya comenzó, logre detener una tercera ola de la pandemia y que eso traiga como consecuencia una recuperación económica. A eso se le suma una cierta estabilidad regional con una baja considerable de la violencia y los acuerdos que logró en las últimas semanas para normalizar relaciones con cuatro países árabes. “Israel podría convertirse definitivamente en uno de los primeros países en salir de la crisis”, dijo orgulloso Bibi en un discurso que dio el martes pasado. El detalle es que para cuando recrudezca la campaña y se realicen las elecciones ya no estará en el poder su gran aliado, el presidente estadounidense Donald Trump. Fue el multimillonario quien presionó a los países árabes para que aceptaran los acuerdos con Israel y quien los presentó como un gran logro suyo de política exterior en una ceremonia en la Casa Blanca. Con la llegada de Joe Biden, las relaciones irán por otro carril. Los demócratas tienen mayor afinidad con las facciones más moderadas de este país dividido en decenas de tribus religiosas y sociales.
Los israelíes también están agotados de tanta división, pero nadan en las mismas aguas que lo hace buena parte del resto del planeta. Un primer ministro o presidente acusado de graves delitos que se victimiza y no acepta de ninguna manera que los haya cometido. Y asegura que es la justicia y la policía que conspiran contra él para expulsarlo del poder con “argucias judiciales” (lawfare) porque la oposición (en este caso la izquierda) no le pudo ganar en las urnas. De esta manera, la opinión pública se enfrenta entre los que creen en lo que dice el líder en el poder y los que apoyan el accionar de la justicia. Es cuando todo se reduce a una sola y simple contienda: “Sólo Bibi” o “Cualquiera menos Bibi”.
SEGUIR LEYENDO: