A más de un año de la aparición del nuevo coronavirus, son más las dudas que las certezas acerca de su origen. Lo que se sabe es que el brote se produjo en China entre noviembre y diciembre, probablemente en la ciudad de Wuhan. Pero si pasó de animales a seres humanos en el enorme mercado mayorista de mariscos de la ciudad, en un laboratorio o en cualquier otro lugar, continúa siendo un misterio. La principal razón por la que se sabe tan poco es que el régimen chino así lo decidió.
La obsesión por silenciar cualquier voz discordante con la oficial e imponer un discurso único es un rasgo común de todos los regímenes autoritarios. Pero China lo llevó a otro nivel, por su notable habilidad para controlar los flujos de información en una era en la que esta parece incontrolable gracias a los múltiples canales que habilitó internet.
Por eso, solo se empezó a hablar públicamente del virus a finales de diciembre, gracias a figuras como el oftalmólogo Li Wenliang, que terminaría siendo castigado por contar a sus colegas lo que estaba ocurriendo en la guardia de su hospital. El 7 de febrero de 2020, cuando este médico que se convirtió en un símbolo de la resistencia al ocultamiento y a la opresión del régimen murió, víctima de la nueva enfermedad que había tratado de reportar semanas antes, la epidemia era ya inocultable y parecía fuera de control en el país.
Se registraban en promedio hasta 4.000 contagios y 127 muertes por día, y las imágenes de personas colapsando en medio de la calle en Wuhan comenzaban a circular por un mundo que hasta ese momento no tenía registros del covid-19. Pasaron 11 meses y el panorama se invirtió por completo. Mientras que en China pareciera que el virus nunca existió, el resto de los países sigue luchando para combatirlo y se aferra a las vacunas que recién empiezan a suministrarse como única esperanza.
De acuerdo con las estadísticas suministradas por Beijing, la pandemia se terminó en marzo en el país. Casi la totalidad de los 86.789 casos y 4.634 muertes confirmadas hasta el momento se produjeron entre finales de 2019 y los primeros tres meses de 2020. Es cierto que parte de esos decesos se informaron en abril, pero correspondían a fallecimientos ocurridos en el peor momento de la crisis, pero pasados por alto por las estadísticas. De todos modos, nunca más volvieron a registrarse saltos en los contagios, y los nuevos casos se mantuvieron en promedio por debajo de los 100 diarios hasta la actualidad.
Casi todos los demás países del mundo experimentaron una primera ola mucho más fuerte que la china entre marzo y abril, y desde entonces, entre una y dos olas más. Estados Unidos, por ejemplo, tuvo un primer pico de infecciones en abril, con una media de 29.700 diarias; un segundo pico en julio, con 69.000 por jornada; y ahora está atravesando el tercero, con más de 220.000. Acumula 17,6 millones de contagios y 317.929 muertes en total, máximo en ambos rubros en términos absolutos —está 8º y 12º en relación a su población—.
Si se miran los casos, en segundo lugar está India, con 9,9 millones. En muertes está tercero, con 144.829, después de Brasil, que suma 184.876. En el ranking de contagios, siguen Rusia (2.791.220), Francia, (2.427.316), Turquía (1.955.680), Reino Unido (1.948.660), Italia (1.906.377), España (1.805.633) y Argentina (1.524.372). En el de decesos, México (116.487), Italia (67.220), Reino Unido (66.052), Francia (59.619), Irán (53.273), Rusia (49.762) y España (48.777).
¿Dónde quedó China en la comparación internacional? En el puesto 80º de casos y en el puesto 41º de muertes. Por lo menos eso es lo que se desprende de lo que informan las autoridades. El problema es que hay muchas razones para sospechar de esa información.
La cifra de muertos por el coronavirus en Wuhan es, oficialmente, de 2.553 personas, aunque algunos testimonios apuntan desde hace meses que la mortalidad durante el pico pudo haber sido mucho mayor. Bastaba con mirar la incesante actividad de los crematorios. Según el medio privado Caixin, conocido en China por su periodismo de investigación, en un día se llegaron a entregar 5.000 urnas a familiares, el doble de fallecidos que los que admiten las autoridades. De acuerdo con sus estimaciones, en total la cifra de muertes podría superar las 40.000.
“Hay sospechas de que mucha gente murió en su casa sin ser diagnosticada, y al principio no había equipos para hacer test. Muchas personas morirían, oficialmente, de gripe o por otra enfermedad. Pero corren historias de ciudadanos a los que les hicieron firmar certificados de defunción de familiares sin dar más explicaciones”, afirmó una fuente consultada por la agencia EFE en Wuhan. “Nadie en Wuhan se cree las cifras oficiales. La real solo la saben ellos”, añadió apuntando al cielo.
Pero no son solo dudas de ciudadanos. Expertos de la Universidad de Washington, la Universidad Estatal de Ohio y la empresa de comunicaciones estadounidense AT&T revisaron informes de 86 crematorios de Wuhan que funcionaron las 24 horas del día a plena capacidad. El estudio revela que con esos datos, para el 23 de marzo, alrededor de 36.000 personas habían muerto solo en Wuhan.
La necesidad de restringir cualquier voz autónoma, cualquier noticia incómoda, es perfectamente lógica en la mente de Xi Jinping y los líderes del Partido Comunista Chino. Como no hay forma de cambiar al gobierno, este tiene que ser perfecto. Cualquier error que llegue a los ojos o a los oídos del público puede ser peligroso, ya que puede llevar a muchas personas a preguntarse por qué tienen que resignarse a aceptar un régimen que no funciona bien.
Por eso, siempre hay que dar buenas noticias y mostrar que está todo bien. Así, mientras la prensa mundial comenzaba a informar lo que sucedía con el coronavirus, los medios chinos callaban para no preocupar a la población. En este contexto, cuando hay un problema, la reacción inicial de los funcionarios es siempre es taparlo. Eso se terminó convirtiendo en un plan maestro para que se propague esta enfermedad tan contagiosa, primero en China y luego en el resto del mundo.
Pero claro, en los demás países se puede confiar en que se informa lo que verdaderamente sucede. Porque si el gobierno miente hay investigadores, periodistas y organizaciones independientes que se dan cuenta y lo denuncian. Pero en China no hay manera de saber si efectivamente la epidemia se terminó o si se está tapando. Mucho más difícil es tener dimensión de cuál fue el impacto real del covid-19 en el país.
El mes pasado se supo que el equipo enviado por la Organización Mundial de la Salud a Beijing para investigar el origen del brote actuó severamente condicionado. Nunca se les permitió hacer su trabajo y la misma organización negoció con el régimen chino los limitados alcances de la misión, según una investigación publicada por The New York Times y firmada por los periodistas Selam Gebrekidan, Matt Apuzzo, Amy Qin y Javier C. Hernández.
De hecho, los expertos no estaban habilitados a cuestionar la respuesta temprana de China al virus ni visitar el mercado de animales exóticos de Wuhan donde se cree que surgió la pandemia. China ha impedido estos esfuerzos y la OMS, incluso cuando haya líderes dentro de la institución que muestran su frustración, ha cedido el control a Beijing, permitiéndole al régimen “lavar” sus errores al principio de la pandemia.
La “recuperación” económica, bajo la lupa
Un nivel similar de dudas y sospechas generan las mediciones del impacto económico de la pandemia. En un mundo que sufre una recesión sin precedentes, de la que no se salva casi ningún país por las devastadoras consecuencias de los cierres masivos que implementaron los gobiernos para frenar la propagación del virus, China es la única economía grande que creció en 2020. Precisamente la nación en la que se originó el brote, la que aplicó la cuarentena más estricta y más temprana, lo que llevaría a suponer que sufrió un golpe económico mayor a otras.
No obstante, según las proyecciones del Fondo Monetario Internacional, que se nutren de las cuentas nacionales que informan los organismos de estadística de los países, el PIB chino concluirá 2020 con un crecimiento del 1,9% anual. No hay nada parecido en ninguna de las otras potencias económicas. La que más se acerca es Corea del Sur, que con una estrategia inteligente logró tener bastante contenido al covid-19 —aunque ni siquiera así pudo evitar una segunda y una tercera ola—. De todas formas, el PIB coreano se contraerá 1,9 por ciento.
Todas las demás contracciones son bastante más grandes: Rusia, 4,1%; Estados Unidos, 4,3%; Japón, 5,3%; Brasil, 5,8%; Alemania, 6%; Canadá, 7,1%; Reino Unido, 9,8%; Francia, 9,8%; India, 10,3%; e Italia, 10,6 por ciento.
Lo cierto es que desde hace mucho tiempo hay serias dudas sobre las estadísticas económicas que brinda el régimen chino. Por la misma lógica por la que se trató de evitar la difusión de las muertes por coronavirus —por lo menos al comienzo—, se evita por todos los medios decir públicamente que la economía no marcha como se espera. Como no hay economistas ni consultoras independientes con la libertad de analizar en profundidad los datos, es imposible saber si son fidedignos los que informa el gobierno.
Keith Bradsher, un periodista ganador de un premio Pulitzer que ha trabajado muchos años en China, explicó las razones de muchas de las dudas que hay en torno a los números económicos del régimen en un artículo publicado en The New York Times dos años atrás. “Las cifras del crecimiento anual de China se han mantenido constantes por mucho tiempo. Otros países de gran tamaño han tenido un crecimiento un poco más constante de lo normal en los últimos años. Sin embargo, a diferencia del crecimiento trimestral de otros países, las cifras trimestrales de China son tan uniformes que provocan sospechas. La política es una de las razones principales. El gobierno central suele presionar a los funcionarios locales para que cumplan sus objetivos”, contó.
Después de la desastrosa respuesta inicial a la pandemia, y de las miles de muertes que tuvo que reconocer, no sería extraño que el régimen se haya propuesto terminar el año construyendo un relato ficticio que lo muestra como una suerte de oasis en un mundo en crisis. Mientras la gran mayoría de los países siguen sufriendo contagios y muertes, y sus economías se esfuerzan por recuperar los niveles previos a la pandemia, China sería el único que no necesitó de una vacuna para deshacerse del virus y que ya está creciendo como si nada hubiera sucedido. Una muy buena historia para una película propagandística. Eso sí, muy difícil de creer.
MÁS SOBRE ESTE TEMA: